En la dinámica de la conquista, hay que cuidarse para no ignorar el tenue límite entre agradar al otro y desagradarse a si mismo. Es preciso aprender a encontrar el equilibrio, cediendo e imponiéndose simultáneamente, en un ritmo saludable y evolutivo.
Claro que una relación no es el resultado de una ecuación matemática, pero tampoco puede pasar inadvertida, la descompensación que ha acabado con tantos casamientos de manera tan recurrente.
Sólo uno cede, sólo uno se da y así, ocupan lugares extremos e insatisfactorios en la relación. Uno sólo provee y el otro sólo usufructúa. Valiendo resaltar que no hay culpables o inocentes, ya que, por más que reclamen, ambos aceptan el lugar que ocupan y actúan a modo de reforzarlo.
Es posible, por lo tanto, que al intentar agradar al otro, usted pierda la dimensión del ‘nosotros’ y termine considerando apenas los deseos de él. Al final, usted desea tanto mantener el placer descubierto en la dinámica anterior que puede interpretar equivocadamente esta fuente.
Todo bien que aquello vivido es el resultado de la interacción entre los dos y no mérito solamente de uno. Es la alquimia que proporciona el placer y no el individualismo en perjuicio de la dedicación mutua.
Si el desequilibrio sucede, usted termina abriendo mano de sus deseos para dejar que el otro ejerza la voluntad de forma soberana. Dejarlo decidir a donde ir y que hacer porque se posterga. Si usted tiene miedo de mostrarse, pondrá fin a cualquier posibilidad de vínculo y complicidad. No abra mano de sus deseos y no vista la capucha de la sumisión.
Sea maduro lo suficiente para ser usted y estará evitando que un gran hueco sea cavado en su relación, porque cuando eso sucede, las consecuencias desastrosas son inevitables.
Mara
Lilith desig
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