El dandy de
las fiestas en los 50 decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y
tuvo tres hijos de los cuales fallecieron dos. Presentamos el rostro más íntimo
del gran novelista que murió este 15 de mayo a los 83 años.
Carlos rompió
la fuente desde el útero anunciando su nacimiento cuando Berta, su madre, miraba
una película basada en la ópera La Bohème. Con música de Puccini, el primogénito
de Rafael Fuentes Boettiger estaba a punto de arribar al mundo lejos de México
debido a los deberes diplomáticos de su padre. Así, el niño Carlos Manuel
Fuentes Macías soltó su primer llanto en la ciudad de Panamá el 11 de noviembre
de 1928. Nadie podía imaginar entonces que aquel bebé se convertiría en uno de
los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX.
El nacimiento
de Carlos en una nación que no era la de sus padres fue el principio del estilo
de vida que le deparaba el destino, pues el embajador Fuentes Boettiger fue
comisionado en los años siguientes a otras ciudades en Ecuador, Uruguay, Brasil,
Portugal e Italia. En 1934 los Fuentes se trasladaron a Washington, donde Rafael
fue nombrado consejero en la elegante casa que funcionaba como embajada de
México.
Hoy pocos
saben que el pequeño hijo del entonces diplomático fue inmortalizado en esa
residencia construida en 1910 por Nathan C. Wyeth, el mismo arquitecto que
diseñó la Oficina Oval de la Casa Blanca.
El
adolescente precoz
A principios
de la década de los 40, en plena Segunda Guerra Mundial, la familia Fuentes se
mudó desde Estados Unidos al otro extremo del mundo. En Santiago de Chile,
Carlos y su pequeña hermana Berta, nacida en la Ciudad de México en 1932, oirían
hablar el español ya no sólo en casa sino en la calle. Sin embargo, para
continuar con la educación bilingüe, su padre inscribió al muchacho en el
exclusivo colegio inglés The Grange.
Carlos no
encontró ahí la cantidad de hijos de judíos europeos refugiados que tanto le
llamaron la atención en la Cook School de Washington, pero tuvo otras
experiencias que también lo marcaron. Entre las más importantes, su amistad con
el joven Roberto Torreti, con quien compartió la pasión por la lectura y las
primeras inquietudes por escribir historias que tecleaban juntos en una máquina
Royal portátil. Sin duda esta relación inspiró en Fuentes el ideal de una
amistad afectiva e intelectual que buscaría a lo largo de su vida.
En los
jardines de la embajada de México los adolescentes y otros amigos jugaban al
esgrima con varas secas, y en el colegio, Carlos y Roberto comenzaron a destacar
por sus inquietudes intelectuales más que por estar interesados en jugar
partidos de futbol obligatorios.
"Carlos y yo
asistíamos sin inmutarnos, desde un extremo de la cancha, a las carreras de
nuestros compañeros que en el extremo opuesto se disputaban el balón. Apoyados
en los postes del arco, hablábamos de lo humano y lo divino [...] sobre todo
debatíamos el futuro de Europa", escribió para la revista mexicana Nexos el
chileno Roberto Torreti, quien hoy es un destacado filósofo en su país,
recordando esa intensa amistad entre adolescentes que el novelista mexicano ha
evocado en algunos libros.
A principios
de 1944 los Fuentes hicieron de nuevo las maletas y se mudaron a Argentina. Para
el hijo del embajador, Buenos Aires fue un gran descubrimiento. Como la
dictadura que gobernaba el país apoyaba a la Alemania nazi, en las escuelas se
inculcaban prejuicios antijudíos y, según ha dicho Fuentes, él se negó a asistir
a la secundaria apoyado por sus padres. Pero Carlos entonces aprendió otras
cosas en la estimulante escuela de la vida. "A los 15 años pasé el año más
maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres", le confió el
escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario
británico The Guardian.
En la vida
cosmopolita del Buenos Aires de los años 40, Carlos Fuentes descubrió modas y
modales que lo acompañarían en su mudanza a México.
El alma de
las fiestas
Después de
muchos años de vida gitana, la familia Fuentes regresó a residir en México a
finales de 1944, gracias a que don Rafael asumió un nombramiento en la
Secretaría de Relaciones Exteriores. Carlos estaba por cumplir 16 años y fue
inscrito en el Colegio México para cursar el bachillerato. El muchacho comenzó a
abrirse camino por su cuenta.
"Cuando era
muy jovencito, Carlos Fuentes aparecía fotografiado en Social, la revista que se
publicó en México desde los años 30. Lo invitaban a todas las embajadas porque
era muy bien parecido y muy bien educado. Las hijas de los embajadores lo
invitaban e incluso recuerdo que salió con la hija del embajador de China, una
chica guapísima. Era un partidazo", explica Guadalupe Loaeza, una escritora que,
entre otras cosas, se ha documentado sobre aquella intensa vida social de la
época alemanista.
A pesar de
haber residido la mayor parte de su vida en el extranjero, México no era una
tierra extraña para el muchacho porque durante su infancia y adolescencia él y
su hermana pasaban los veranos en las casas de sus abuelas.
"Eran mujeres
muy distintas. Una era del Golfo de México y la otra del Pacífico. Una era hija
de alemanes, la otra descendía de mercaderes de Santander y de indios yaquis",
comentó el escritor al diario español El País, recordando a doña Emilia
Boettiger de Fuentes, veracruzana, y a doña Emilia Rivas de Macías, sonorense
radicada en Mazatlán, Sinaloa.
Hacia finales
de la década de los 40 y principios de los 50, él ya tenía una activa vida
social. De acuerdo con Guadalupe Loaeza, "vivió intensamente el periodo
alemanista, cuando había muchos centros nocturnos y estaba de moda Acapulco.
Carlos Fuentes se divertía con toda esa gente en una sociedad muy elitista, muy
esnob, en la que había nuevas fortunas. Por ahí andaban los O'Farrill, los
Escandón, etcétera".
Y ese
ambiente mundano del que él mismo formaba parte iba a aprovecharlo muy pronto
para mostrarlo en uno de sus libros más celebrados.
El dandy en
la región más transparente
Según el
propio Carlos Fuentes, él decidió convertirse en escritor exactamente a los 21
años. "Fue en Zurich, al cenar junto al lago, cuando vi a Thomas Mann cenando
junto a mí", reveló en una entrevista publicada por el diario británico The
Guardian. En esa época, además de su ajetreada vida social había iniciado su
carrera de Derecho en la UNAM, colaboraba en algunas revistas e incluso había
ganado su primer concurso literario en el Colegio Francés Morelos.
Cuando
Fuentes vio al legendario Premio Nobel de Literatura alemán cenando en Suiza, él
estaba tomando cursos en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de
Ginebra. Se preparaba para la diplomacia siguiendo los pasos de su padre, pero
la vocación por la literatura sería más fuerte.
Su primer
libro, Los días enmascarados, lo publicó en 1954, pero no fue sino con La región
más transparente, su segunda obra, publicada en 1958, que igualó el éxito que ya
tenía en sus relaciones sociales.
"La región
más transparente causó muchísima polémica pero también ganó muchos admiradores.
Se burlaba de los mexicanos que habían estado en la revolución y que gracias a
ésta se habían hecho millonarios", recuerda la escritora Elena Poniatowska,
quien conoció a Fuentes desde 1951, "en alguna fiesta, antes de que fuéramos
escritores".
Según un
comentario escrito en los años 60 por el respetado crítico Emmanuel Carballo,
parte del mérito y de la polémica que generó la novela se debía a que era una
"denuncia artística contra los revolucionarios burgueses que tienen el poder en
sus manos".
"Había una
ironía en la descripción de ese mundo, percibió perfectamente bien el american
way of life que justo comenzaba a vivirse en México en aquella época. A las
niñas frívolas las describió perfectamente. Pero no creo que haya sentado mal en
esa sociedad; al contrario, rápidamente le dieron crédito", explica también
Guadalupe Loaeza.
A partir de
ese libro, el éxito y la polémica acompañarían siempre al escritor
mexicano.
Amado por las
mujeres, envidiado por los hombres
Quienes
vivieron aquellos años hoy afirman que Carlos Fuentes cambió la imagen del
escritor mexicano. "Antes los escritores eran de domingo, es decir, tenían otras
profesiones y escribían en sus ratos libres, pero Carlos se convirtió en un
escritor de tiempo completo. Le dio glamour al oficio ", reflexiona
Poniatowska.
Además de
eso, Fuentes mantenía la imagen de un dandy, siempre impecable, bien vestido y
cosmopolita. "Claro que se podía decir que era amado por las mujeres y envidiado
por los hombres. Todo mundo decía que era muy guapo y muy agradable. Llamaba
mucho la atención que era un hombre bien vestido. Por ejemplo, usaba lino blanco
en primavera", agrega la también periodista.
Hacia
principios de los años 60 Fuentes había dejado atrás el ambiente del jet-set que
había retratado en La región más transparente y ya era una figura central en la
vida cultural, en donde era requerido para conferencias, cocteles, exposiciones
y fiestas de artistas e intelectuales. Ahí Fuentes ya no brillaba solo, para
entonces había aparecido en su vida una genuina belleza de película.
Los años con
Rita Macedo
Cuando María
de la Concepción Macedo Guzmán se casó con Carlos Fuentes, ella era un rostro
identificado por el público del cine mexicano y su nombre artístico era bien
conocido como Rita Macedo.
Bella,
talentosa y con fama, Rita se divorció de Luis de Llano Palmer, un pionero de la
televisión y padre de sus hijos Luis y Julissa, y se casó con Carlos Fuentes en
1958. Por ese tiempo ella actuó en Nazarín, el clásico dirigido por Luis Buñuel,
un hombre por quien Fuentes sentía admiración inmensa desde muchos años atrás.
Por ello no dudó en acompañar a Rita en las locaciones de Cuautla, Morelos,
donde comenzó una amistad profunda con el cineasta.
A la Rita de
aquellos años el novelista la ha descrito como "una bellísima actriz de perfil
mestizo, morena, de grandes ojos rasgados y pómulos altos". A decir de muchos,
formaban una pareja fulgurante y alrededor de su vida giraba una constelación de
artistas e intelectuales que no se perdían las fiestas que organizaban en su
casa de la Segunda Privada de Galeana, en San Ángel.
"Todo mundo
decía que daban unas fiestas a todo dar en San Ángel. Invitaban a toda la gente
famosa de los años 50 y eran muy concurridas. También asistían las celebridades
que estaban de paso. Ahí recuerdo a la actriz Candice Bergen y a John Gavin, el
embajador de Estados Unidos en México, que luego hizo el papel de Pedro Páramo
en una película dirigida por Carlos Velo", cuenta Poniatowska.
La actriz
Julissa, entonces una adolescente, fue testigo de primera mano de aquellos años.
"Él y mi mamá se amaban mucho. Yo no veía a Carlos como mi papá sino como un
hermano mayor. Desde entonces me convertí en su admiradora por su inteligencia y
su sentido del humor, y él me apoyó en mi debut como actriz. Yo estudiaba el
high school fuera de México, pero cuando estaba en el DF, ellos y sus amigos me
adoptaban en plan mascota para asistir a sus fiestas, para ir a la Muestra
Internacional de Cine, que entonces era todo un acontecimiento, o íbamos a Nueva
York a ver estrenos. Viajábamos, pero Carlos prefería hacerlo en barco porque
entonces le tenía fobia a los aviones".
Cecilia, "La
Fuentecita"
En 1962 Rita
apenas pudo filmar sólo una escena de El ángel exterminador, de Buñuel, porque
su médico le advirtió que tenía un embarazo de alto riesgo. Tuvo que guardar
reposo absoluto y a los pocos meses nació Cecilia. "La Fuentecita" la llamó
Buñuel.
"...al
abrazarla por primera vez yo sentí que mi cuerpo y el de ella se expresaban
libremente. Padre e hija distintos, pero ambos dueños, gracias a la hermosura de
un instante", escribió muchos años después el novelista en su libro En esto
creo.
Los años
siguientes no fueron sencillos para el matrimonio. Él continuaba escribiendo y
publicando a un ritmo impresionante, además de seguir con actividades
diplomáticas representando a México en varios países, y de incursionar en el
cine como guionista. Ella buscaba continuar con sus proyectos como actriz y
atendiendo a la pequeña y a sus otros hijos.
En aquellos
años (1966-1967) se filmó Los Caifanes, una ovacionada película con guión de
Fuentes y Juan Ibáñez y protagonizada, entre otros jóvenes actores, por
Julissa.
Finalmente
vino la separación con tierra de por medio cuando Fuentes cambió su residencia a
Europa y después llegó el divorcio en 1969. "Habían tomado un departamento en
Londres y después concluyeron su ciclo; el porqué es asunto de ellos. Yo sólo
puedo decir que conocer a Carlos ha sido una de las cosas más importantes que me
ha pasado en la vida", confiesa Julissa.
Cada quien
siguió sus carreras exitosas. Pero la vida de Rita tuvo un final trágico cuando
le diagnosticaron cáncer y ella decidió terminar con su vida en 1993, a los 67
años de edad, según informó la prensa de la época. Sin embargo la familia
sostuvo que el fallecimiento se debió a causas naturales.
Jean, un amor
fugaz
En un curioso
y trágico juego del destino, Rita Macedo no sería la única mujer amada por
Carlos Fuentes que se decidió por quitarse la vida. La otra fue Jean Seberg, la
actriz estadounidense protagonista, entre otros filmes, de Al final de la
escapada, con Jean-Paul Belmondo.
Fuentes
conoció a esta belleza, más admirada en Europa que en su país, en una fiesta
neoyorquina en 1969. Ambos acababan de romper con sus matrimonios y tuvieron un
breve pero intenso romance, según el propio escritor, cuando ambos viajaron a
Durango para que Jean actuara en el western La leyenda de la ciudad sin nombre,
con Clint Eastwood y Lee Marvin.
"Ella era
brillante, inteligente, bella [...] estaba casada y tenía un hijo. Era una
persona muy vulnerable [...] creo que la desestabilicé emocionalmente. Pero yo
sólo podía estar agradecido por esos dos meses. Muy agradecido", comentó años
después el escritor para el dijo británico The Guardian.
En 1979 Jean
Seberg puso punto final a su vida ingiriendo una sobredosis de barbitúricos
después de ocho tentativas de suicidio. Tenía 41 años y a lo largo de su corta
existencia había firmado cuatro matrimonios y tres divorcios. Fuentes recordó su
amor fugaz con esta bella actriz en la novela Diana o la cazadora solitaria,
donde ella aparece con el nombre de Diana Soren.