Qué difícil es amar sin temer que nos lastimen, qué difícil es amar cuando ya traemos heridas y tenemos cicatrices y cuando han traicionado nuestra confianza.
Cosas que a veces pasan en la vida cotidiana me ponen a veces a reflexionar, un día invité a un amigo a desayunar a un lugar cuyo nombre no tiene importancia, yo quería jugo de naranja y tuve que dejarlo sólo por un momento mientras lo traía, cuando regresé lo vi en el mismo lugar justo donde lo dejé, me estaba esperando tranquilo, y tanta tranquilidad me hizo filosofar.
Qué lindo que un noviazgo fuera igual o parecido a una amistad, en donde el uno no teme del otro, en donde el uno confíe en el otro y no donde el uno se quede esperando sin saber si huir, o que el uno cite al otro y el citado no sepa si va a llegar o si lo van a dejar plantado.
He topado con muchos patanes a lo largo de toda mi historia, patanes que por cualquier razón o peor aun sin razón huyen, te plantan, te mienten y muchas cosas más que ya ni siquiera vale mencionar.
Es por eso que me entrego un poco más en una amistad que en un noviazgo, siento un poco más de confianza ante un amigo que ante una pareja.
Sin embargo, a mis 26 años ya va siendo hora que deje de pensar en el juego y me ponga un poco más seria, ya es hora de ir pensando en tener un hogar y una familia, y todos los días ruego a Dios que aparezca ese hombre en el que yo confíe, que yo sienta que es mi amigo y que no le interesa lastimarme o faltarme el respeto, que yo sienta que de él no debo cuidarme y que siempre voy a contar con él.