El concepto de fuerzas benévolas y entidades, como seres enteros o semi-sobrenaturales, no tiene su origen en la Biblia cristiana ni en el Viejo Testamento.
Un estudio de cultura y las creencias mágicoreligiosas de los arios, de los pueblos de Babilonia y Egipto, muestra que ellos también tenían semejantes nociones. Además, un examen de las ideas religiosas de los pueblos primitivos, y de nuestros tiempos que no tienen conocimiento de la literatura bíblica o de las ideas de los antiguos, expresan nociones de dioses o entidades protectoras.
Es interesante notar las variadas y a veces antagónicas teorías de los Padres Cristianos sobre el origen, la naturaleza y la función de los seres angélicos. Se hizo necesario que los apologistas, aquellos primitivos teólogos que intentaron defender las pretensiones de la cristiandad, explicaran la clase de seres a la cual se referían las escrituras cuando hablaba de "ángeles". Además, estaba latente la peligrosa tendencia del establecimiento de un culto a los ángeles, ya que los hombres estaban inclinados a dirigir su adoración hacia ellos en vez de a los miembros de la Santísima Trinidad.
La creencia en ángeles también ofrecía terreno excelente para nociones y prácticas supersticiosas que habían heredado los humanos. Para desanimar esta tendencia, los Padres primitivos encontraron que era preferible definir explícitamente las cualidades de los ángeles y sus relaciones apropiadas con la humanidad.
San Agustín sostuvo que los "ángeles son espíritus de una sustancia incorpórea". Afirmó, además, que son invisibles, sensibles, racionales e inteligentes.
Santo Tomás de Aquino, en su "Tratado de Ángeles" relata: "Los ángeles son del todo incorpóreos, sin materia y forma: aventajan a los seres incorpóreos, sin materia y forma: aventajan a los seres corpóreos en número, al igual que los aventajan en perfección".
En general, la función de los ángeles según los comentarios de los teólogos, parece ser atraer para cumplir con la voluntad de Dios. Tienen la ejecución de determinados deberes en la dirección de fenómenos naturales, y en los asuntos espirituales de los hombres. Hermas, uno de los padres apostólicos, enseñó la doctrina de los ángeles guardianes. Proclamó que cada hombre tiene dos ángeles, uno de rectitud y otro de maldad. Aquí se introduce la idea de que no todos los ángeles ejecutarían actos de bondad. Aunque San Martín tiene ángeles que velan por la humanidad colectivamente y están ocupados con el cuidado de las naciones, no señala un ángel en cada individuo.
No debemos pasar por alto el factor psicológico de que el hombre quiere un ángel guardián, o su equivalente. Cada individuo, en alguna ocasión de su vida, se hace conocedor de los límites de sus propias capacidades. Es gratificador tener una idea de seguridad y creer que se está bajo el escudo y la influencia protectora de algún poder trascendental.
Es el mismo sentido de seguridad que tiene un niño creyendo en la omnipotencia de sus padres, y que de alguna manera lo ayudarán en todo momento. Esta comprensión de la falta de auto-suficiencia y confianza hace a los hombres creer que están guiados y protegidos individualmente, por lo que recurren a toda suerte de medios para invocar estos extensos poderes sobrenaturales. En realidad, de esta misma creencia en los ángeles guardianes individuales resultó el culto de los ángeles al que nos hemos referido, culto que empezó a rivalizar con el poder de la jerarquía de la iglesia.
Del mismo modo es por esta razón, como hemos dicho, que algunos de los antiguos Padres se declararon alarmados contra los creyentes que invocaban a los ángeles y les hacían oraciones.
Según el concepto místico, no es necesario un intermediario, sea un ángel, o un Maestro personal. El misticismo aconseja una conciencia íntima e inmediata de la Presencia Divina o la Mente Cósmica.
Esta adquisición de conocimiento de lo Cósmico se logra por medio del propio ser. La premisa del misticismo no es buscar intercesión por medio de seres externos, sino más bien, adquirir armonización individual directamente con la Mente Divina o Cósmica.
El misticismo puro está en oposición a este respecto con la teología ortodoxa y el dogma de la Iglesia, que hace creer en ciertos factores externos para la comunión del hombre con Dios.
El misticismo toma la posición de que el hombre puede romper la barrera entre su conciencia mortal y el logro espiritual. Este salto requiere el despertar de la luz interna, de un Amanecer de Iluminación.
Para el místico, toda liturgia y credo son incidentales, son solamente una ayuda por la que el individuo adquiere el conocimiento personal de Dios.