Ya hemos dicho que toda la transmutación alquímica, ya sea material, psicológica o espiritual, es producida por el fuego. Quien aspira al Conocimiento ha de saber que su fuego interior, que no es otro que la pasión por la Verdad y su amor a ella, ha de ser constante y continuo, es decir que no se encienda tanto que por su causa arda y se pierda nuestro ánimo, y al contrario, que tampoco disminuya al punto de apagarse. Es el delicado juego de los equilibrios de que hablaban los alquimistas medioevales y renacentistas, los cuales también aconsejaban que en todas las operaciones debían prevalecer las virtudes de la paciencia y la perseverancia. En el mantenimiento de ese fuego y en el control natural de su potencia, radican los principios fundamentales de la Alquimia. No obstante, para armonizar esas energías es imprescindible conocerlas y experimentarlas, sin negarlas ni darlas por supuestas. Muy poco sabe el hombre ordinario del conocimiento de otras realidades y de sí mismo, aun en lo más elemental. Considera que su "personalidad" (es decir sus egos, fobias y manías) es su verdadera identidad, sin percatarse que ha extraído esos condicionamientos del medio, de modo imitativo y carente de significado y trascendencia.
La Ciencia Sagrada representa una guía y un camino que ha de encauzar nuestro proceso hacia el Conocimiento. El aprendiz alquimista ha de comprender que la mente condicionada no puede consigo misma, y que es necesario reconocer nuestra ignorancia, que muchas veces no es sino apego a descripciones de la realidad puramente ilusorias, por medio de las cuales hemos organizado nuestra existencia. La Doctrina Tradicional constituye una garantía en este sentido, pues facilita y concentra el mantenimiento de ese fuego interno a través de la comprensión gradual que en nuestro aprendizaje vamos obteniendo de sus enseñanzas.
P.Agartha


