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General: LA CIUDAD CELESTE
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Da: Evaristo  (Messaggio originale) Inviato: 29/06/2012 00:32

LA CIUDAD CELESTE

A la mentalidad moderna le resulta prácticamente imposible concebir la idea de una Ciudad celeste, en contraste con la mentalidad, plenamente sacralizada, de los pueblos antiguos y tradicionales, que no sólo acreditaban su existencia, sino que además veían en ella el origen de su cultura y civilización, como muy bien lo explican las crónicas y textos sagrados que nos han legado, en los que se dice que dicha ciudad es la morada donde habitan los dioses y los antepasados míticos, lo que expresa asimismo la idea de una genealogía espiritual, de ahí los nombres de "Tierra de los Vivos", o "Tierra de los Inmortales" o "Tierra de los Bienaventurados", como también se designa a la Ciudad del Cielo. Recordemos, en este sentido, que las ciudades tradicionales siempre se han construido conforme al modelo de esa Ciudad mítica, es decir como la proyección en el tiempo y el espacio del mundo de las Ideas y de los Arquetipos, como es el caso de Teotihuacan (la "Ciudad de los Dioses") de los antiguos toltecas mexicanos, o de Jerusalén, llamada la "Ciudad de la Paz", que figura a la Jerusalén celeste descrita por el profeta Ezequiel y posteriormente por Juan en el libro del Apocalipsis. El Ming-tangchino, cuyo nombre significa "Templo de la Luz", reproduce igualmente la estructura arquetípica de la Ciudad celeste, denominada en la tradición extremo-oriental la "Ciudad de los Sauces", habitada por los "Inmortales".

En general, esa estructura está presente en todos los centros espirituales destinados a ser un símbolo de la manifestación del Cielo en la Tierra, y por tanto de la conjugación e íntima unión entre ambos, hasta tal punto que no existe diferencia alguna que los separe. Conviene recordar también que muchas veces era un país o región entera la que se consideraba la imagen misma del Cielo, como es el caso de la antigua China, llamada precisamente el "Celeste Imperio", o el Egipto faraónico, el que era asimilado a un corazón, símbolo también del Cielo, como nos dice Plutarco en su libro Isis y Osiris: "Los egipcios figuran el Cielo, que no puede envejecer porque es eterno, por un corazón", y lo mismo afirma Hermes Trismegisto en el Corpus Hermeticum: "¿Ignoras, oh tú, Asclepio, que Egipto es la imagen del Cielo y la proyección en este mundo de todo el ordenamiento de las cosas celestes? A decir verdad, nuestra tierra es el templo del mundo entero".

También es importante advertir que la fundación de las ciudades, con sus templos y santuarios, era un símbolo que expresaba la constitución o consolidación de una doctrina tradicional, convirtiéndose así la ciudad terrestre en la expresión misma de los principios cosmogónicos y metafísicos revelados por dicha doctrina, pues ésta siempre ha sido considerada como la emanación directa de la Doctrina del cielo, que no es otra que la propia Sabiduría Perenne, Ley Eterna, o Santana Dharma, contenida en la Tradición Primordial, o lo que es lo mismo, en el Centro Supremo. Este, si bien en un principio era accesible a todos los hombres, se ha vuelto, por razones de orden cíclico, oculto e inaccesible para la gran mayoría, de ahí que sea a través de la comprensión del sentido profundo y esencial de la Enseñanza como se puede realmente establecer la comunicación con dicho Centro, es decir cuando la "intención" y la voluntad de todo el ser se oriente hacia el Conocimiento, y se identifique y sea uno con él, promoviendo así una verdadera transformación interior pareja con la realización de todas las posibilidades contenidas en el estado humano, a la luz de cuya plenitud todas las cosas aparecen reintegradas en la Unidad del Sí Mismo, lo cual está en relación con la frase evangélica: "Buscad y encontraréis, pedid y seréis saciados, llamad y se os abrirá". A esa transformación (precedida por numerosas muertes y nacimientos) se refiere la expresión hermética que sintetiza la consumación de la Gran Obra: "espiritualizar los cuerpos y corporeizar los espíritus", o "espiritualizar la materia y materializar el espíritu", como se dice en las primeras páginas de este Programa.

El centro del estado humano está representado precisamente por el corazón, donde, en efecto, todas las tradiciones sitúan la morada simbólica de la Ciudad celeste, o Ciudad divina (en sánscrito Brahma-pura), que es el Reino de los cielos (identificado con Cristianópolis o el Templo del Santo Espíritu, "que está en todas partes", del hermetismo Rosa-Cruz), del que se dice que no vendrá ostensiblemente, "Ni podrá decirse: helo allí, helo aquí, porque el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lucas XVII, 21). Es también la Jerusalén Celeste como hemos dicho, cuyo advenimiento supone la abolición de la condición temporal, y por tanto la restauración del estado primordial y del sentido de la eternidad o "presente eterno". En consecuencia, podría entonces afirmarse que la Ciudad celeste es la posibilidad permanente de vivir la realidad en sí misma, sin reflejos duales, como ha sido, es y será siempre, constituyendo el punto de referencia vertical que da sentido y plenitud a la totalidad de nuestra existencia, que se reconoce en lo universal, conduciéndonos de la periferia al centro a través del Eje que comunica la Tierra con la Patria celeste, que es nuestro origen y destino final: "He aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su Tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos" (Apocalipsis XXI, 3-4).


http://introduccionalsimbolismo.com/modulo2c.htm



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