Como el Amor –al que se encuentra indisolublemente unida– la Belleza es un nombre o atributo divino, según muestra y ejemplifica la sefirah Tifereth, también llamada Armonía como sabemos. Debido a su carácter universal, la Belleza no es patrimonio de nadie, y desde luego escapa a las clasificaciones del arte y del artista moderno, que sólo perciben de ella lo estético y superficial, cuando no sencillamente la niegan, apostando por lo realmente grotesco y confuso. La mayoría de los que se autodenominan "artistas" olvidan que la belleza es un permanente asombro que se halla implícito en la textura cambiante y polifacética de la vida, y lo que es más importante, en la esencia y el ser mismo de las cosas y los seres. Ella se identifica con lo inasible, con lo que no puede ser medido ni computado, pero sí experimentado como un tipo de emoción intelectiva y suprarracional, capaz de producir aquella necesaria "ruptura de nivel" que haga posible el contacto directo con las realidades espirituales que, por lo demás, toda la creación constantemente revela y sugiere. Por eso siempre ha sido considerada como una energía intermediaria entre lo humano y lo divino, entre lo horizontal y lo vertical, al igual que el símbolo, y como éste es un vehículo que nos conduce al Conocimiento.
Unión de los contrarios aparentes, o conjugación en una sola entidad del sujeto que conoce y del objeto conocido, la Belleza es el reflejo en el cosmos de la Unidad Arquetípica, que germinando en el corazón del hombre lo lleva al conocimiento de sí mismo y del mundo mediante el arrebato que produce su contacto. En este sentido la Belleza participa tanto del éxtasis dionisíaco (relacionado con la atracción y el vértigo hacia las energías telúricas y terrestres) como de lo apolíneo, donde este éxtasis se muta en contemplación hacia las formas puras. Este es el caso de Platón, para quien las figuras del círculo y el cuadrado proporcionaban la contemplación de la Belleza absoluta.
Las artes sagradas y tradicionales aglutinan estas dos maneras de concebir la Belleza, que debido al temperamento de los hombres que las realizan pueden expresar una u otra forma, o ambas a la vez pues en realidad son complementarias, como lo son la Tierra y el Cielo. Por poner un ejemplo: un ícono cristiano y la voluptuosidad de formas de una diosa pagana, pueden, en el fondo, sugerir la misma idea. Sea como fuere, intuir la verdadera Belleza, y ser uno con ella, puede acaecer en cualquier momento, no importa la causa, pues entonces ya no seremos los mismos, con nuestros falsos complejos y prejuicios, sino que se nos habrá dado la gracia de participar del rito de una danza total, de la que nada ni nadie queda excluido.
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