La oración
Una
de las monografías de Amorc dice algo así: “Pedir es reconocer consciente o
inconscientemente nuestra incapacidad de crear”. Esto viene a colación con el
tema que nos ocupa, la oración, pues en muchos casos, en vez de una alabanza al
Dios de nuestro corazón, o de una invocación, nos quedamos en una simple y
repetitiva petición como si Dios estuviera lejos de nosotros, y por si fuera
poco, nos reconocemos a nosotros mismos como seres inferiores incapaces de
crear.
La
oración, por tanto, popularmente usada, tiene dos vertientes: pedir o crear. El
pedir no es invocativo ni representa una alabanza a Dios. Como seres creados a
imagen y semejanza de Dios, tendríamos que enfocar la oración como una
conversación positiva usando los poderes creativos de nuestra mente. Podemos
parecer poco humildes si usamos la oración como un decreto o mandato, pero si
analizamos las oraciones de los místicos y los profetas nos daremos cuenta que
se centran en alabanzas al Señor o se convierten en una invocación que parece
más un decreto que una petición. Invocar, aunque sea de forma humilde, no
implica petición sino ejecución o afirmación. Pondremos varios ejemplos para
darnos cuenta. Empezaremos por la invocación del Sanctum celestial: “Que la
divina esencia del Cósmico se infunda en mi ser…”. No estamos pidiendo que se
infunda en nuestro ser, sino que estamos afirmando que se infunda en nuestro
ser. Es más un decreto en toda regla que una petición.
Así
mismo, si analizamos el Padre Nuestro, oración que según la tradición cristiana
nos enseña el maestro Jesús, veremos que en ningún momento está orientado como
si Dios Padre estuviera separado del orante. Si algún cristiano desea rezar el Padrenuestro
pronunciando lo más fielmente posible (dentro de lo que cabe) los mismos
sonidos, las mismas palabras que empleó Nuestro Señor Jesucristo al
enseñárnoslo, seguidamente le brindo la trascripción que aporta el P. Fréderic
MANNS, experto en lengua hebrea y aramea:
ABUNA
DI BISHEMAYA
Padre nuestro que estás en el
cielo,
ITQADDASH
SHEMAK,
santificado sea tu nombre,
TETE
MALKUTAK
venga a nosotros tu reino,
TIT'ABED
RE'UTAK
hágase tu voluntad
KEDI
BI SHEMAYA KAN BA AR'A
en la tierra como en el cielo.
LAJMANA
HAB LANA SEKOM YOM BEYOMA
Danos hoy nuestro pan de cada
día,
U
SHEBOK LANA JOBEINA
perdona nuestras ofensas.
KEDI AF ANAJNA
SHEBAKNA LEJEIBINA
como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
WEAL TA'ALNA
LENISION,
no nos
dejes caer en la tentación
ELA PESHINA MIN
BISHA.
Y
líbranos del mal.
Otros ejemplos de oraciones los encontramos en los
Salmos. Es muy singular el Salmo 23 (en algunas biblias es el 22): “El Señor es
mi pastor, nada me falta….”. El autor de este salmo no pide, sino que afirma
que el Señor es su pastor y que nada le falta; luego sigue con una serie de
admoniciones todas afirmativas: “Por verdes prados me conduce”.
El Salmo 119 comienza diciendo: “Dichosos los que van por
camino perfecto….”. Este salmo es de mucho interés para algunos rabinos. Aryeh
Kaplan hace referencia a un análisis realizado por otro rabino. Dice que es
distinto a los demás en su estructura. Tiene forma de poema y utiliza el estilo
de un cantar alfabético con ocho versos por cada letra hebrea. Dice también que
utiliza palabras relacionadas con la meditación y la contemplación un número
desproporcionado de veces. Cada letra del alfabeto se repite ocho veces, lo
cual cobra importancia por la relación del número ocho (letra Heit) que
representa el arquetipo de la naturaleza. También se encuentra en este salmo
una estrecha relación con el número siete (letra Zainn) que el Rabí Judah Low
relaciona con los siete días de la creación, siendo el siete el arquetipo del
reposo eterno o la presencia del Espíritu Santo en los dos mundos.
Estos son dos ejemplos nada más pues sería imposible
hacer referencia a todos los salmos. No obstante, si los analizamos, nos
daremos cuenta enseguida que todos son del mismo estilo, es decir son
invocaciones o alabanzas al Señor.
El término Salmos, en hebreo “Tehillim”, se deriva del
término “Halal” que se traduce normalmente por “alabar”. Sin embargo, el rabino Aryeh Kaplan nos enseña que el
término “Halal” tiene otros dos significados muy importantes a tener en cuenta:
Uno de ellos tiene que ver con la brillantez o lo que reluce, y el segundo
tiene que ver con la “locura”. Estos significados requieren una explicación,
pues si leemos literalmente nos quedaremos con la idea de la enajenación
mental, cuando en realidad se refiere a la pérdida de consciencia cotidiana y a
la transmutación a otros estados de consciencia. Por tanto, esta “locura” se
refiere al estado de consciencia que percibimos cuando estamos en presencia de
la Luz espiritual. Dicho de otra forma, Halal o Salmo es la alabanza designada
para alcanzar la iluminación a través de un estado de consciencia profundo.
La Biblia relaciona esa locura con la iluminación y la
profecía, pues si un profeta llega al estado de Revelación divina, ya no hace
caso de las cosas del medio ambiente, sino que queda como abstraído en aquella
Luz. Muchos dirían que esa persona es loca o está loca, pues no entenderían que
se halla en un estado especial de consciencia.
Halal, por tanto, denota negación de los sentidos y la
pérdida del ego circunstancial. Se inicia con cierto tipo de respiraciones, con
los sonidos vocales, la música, la postura y las invocaciones o alabanzas hacia
Dios. Así se consigue el estado exaltado cuando la Luz invade al orante. El
Zohar dice que el Salmo siete se usaba especialmente para evocar el espíritu
profético: “Yahveh, Dios mío, a ti me acojo, sálvame de mis perseguidores,
líbrame; ¡que no arrebate como un león mi vida el que desgarra sin que nadie
libre!....”
Los salmos es la oración por excelencia del Antiguo
Testamento, de los profetas, de Jesús, de María y de los apóstoles. El
cristianismo no los ha cambiado y los sigue utilizando como oración oficial.
Son gritos de alabanzas y de acción de gracias. Tienen vigencia universal
porque expresan la actitud que toda persona debe adoptar ante Dios. En la Nueva
Alianza el fiel alaba y agradece a Dios que le ha revelado el secreto de su
vida íntima y lo ha conectado con el Hijo.
Para terminar incluiremos un ejercicio que puede hacer diariamente:
En
posición cómoda, cierre sus ojos y haga una relajación sencilla. Mantenga en
mente la frase: Soy todo pensamiento y amor… Repita ocho veces el nombre de
Jesús en hebreo YHShVH (Yejoshuaj). Piense que con cada inspiración penetra en
usted a través del aire la esencia de Cristo…Mantenga esta idea un par de
minutos…Luego concéntrese unos minutos en los ojos de Jesús y diga mentalmente:
“Que tu paz y tu amor penetre en mi…”. Luego deje de concentrarse y quédese en
actitud pasiva unos cinco minutos…. Una vez finalizado coja una inspiración
profunda y vuelva a la consciencia objetiva dando gracias al Dios de su corazón
por este contacto.
Este es el Jesús de Nicomedes Gómez, un frater rosacruz de Cartagena, España.
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