LEYENDA DEL PEHUÉN O ARAUCARIA
Cuenta la leyenda que desde siempre, Nguenechén hizo crecer al Pehuén en grandes bosques. Al principio, los nativos, al considerarlo un árbol sagrado, lo veneraban y no comían piñones. Rezaban a su sombra, ofreciéndole regalos: carne, sangre, humo y hasta conversaban con él y le confesaban sus malas acciones. Los frutos los dejaban en el piso sin utilizarlos.
Ocurrió una vez que, durante varios años en toda la comarca hubo gran escasez de alimentos y los nativos pasaban mucha hambre; morían, especialmente, niños y ancianos. Ante esta situación los jóvenes marchaban del lugar en busca de alimentos: bulbos de amancay, hierbas, bayas, raíces y carne de animales silvestres. Pero todos volvían con las manos vacías. Parecía que Dios no escuchaba el clamor de su pueblo y la gente seguía muriendo de hambre.
Pero Nguenechén no los abandonó..., y sucedió que cuando uno de los jóvenes regresaba al lugar, con afición por no lograr sustento, encontró en su solitario camino un anciano de larga barba blanca que estaba esperándolo.
-¿Qué buscas hijo? -le preguntó.
-Alimento para mis hermanos de tribu que se mueren de hambre, y por desgracia no he encontrado nada.
-¡Tantos piñones que ves por el piso bajo los pehuenes!, ¿No son comestibles?.
-Los frutos del árbol sagrado son venenosos, abuelo -contestó el joven.
Y el anciano de barba blanca lo miró sonriente mientras le dijo con firmeza:
-Hijo, de ahora en adelante los recibiréis como un don de Nguenechén. Hervidlos para que se ablanden, o tostadlos al fuego y tendréis un manjar delicioso. Haced buen acopio, guardadlos en silos subterráneos y tendréis comida todo el invierno.
Dicho esto, el anciano desapareció en la bruma. Y el joven, asombrado, siguió su consejo. Recogió en su manto gran cantidad de piñones y los llevó al cacique de la tribu explicándole lo sucedido. Enseguida se reunieron todos en asamblea, y el jefe contó lo acaecido, hablándoles así: “Nguenechén bajó a la tierra para ayudarnos. Seguiremos sus consejos y nos alimentaremos con el fruto del árbol sagrado, que sólo a él pertenece”
Enseguida comieron en abundancia piñones hervidos y tostados, y festejaron el acontecimiento con una gran fiesta. Desde entonces desapareció la escasez y todos los años cosechaban grandes cantidades de piñones que guardaban bajo tierra y se mantenían frescos durante mucho tiempo.
Cada día, al amanecer, con un piñón en la mano o una ramita de Pehuén, los mapuche rezan mirando al cielo en rezo elevado a Nguenechén: "A ti de debemos nuestra vida, y te rogamos a ti, el grande, a ti nuestro padre, que no dejes morir a los pehuenes. Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes, cuya vida te pertenece, como te pertenecen los árboles sagrados".