El calor de un abrazo no tiene precio. A veces te vulnera un vacío que no sabes de qué recóndito lugar proviene; pero que te ha canonizado las entrañas. Es entonces, cuando ansías sentirte prisionera de unos brazos amantes que te reconforten, que te extraigan de ese tenebroso hoyo donde vagas penitente.
El calor de un abrazo no tiene precio. Y no te valen esos abrazos fríos por los que has de rogar como una mendiga que llora una limosna y, que te dejan más vacío si cabe. No, sólo te sirven esos abrazos rumbosos que quizá no esperas, por la falta de costumbre, y que llegan repletos de afecto, tal como siempre habías anhelado sentir.
El calor de un abrazo no tiene precio. Por eso, ahí deseas quedarte, acurrucada en ese refugio cálido que nada exige, que no requiere palabras, que se basta sólo con la fuerza del cariño para comunicarte que no estás sola. Que cuentas con un firme apoyo. Esa espontánea caricia sin voz; te da coraje para seguir adelante.
El calor de un abrazo no tiene precio. En cambio poca gente se atreve a invadir la taciturna reserva del prójimo y, en un arrebato tomarle entre sus brazos, para que al menos en esa ocasión, en ese instante de necesidad física de ternura; en la mente se disuelvan todas las angustias del sentirse en soledad.
El calor de un abrazo no tiene precio. Un abrazo a tiempo, tiene el poder de trasvasar del cuerpo que da, al que lo recibe, toda la vitalidad de la que carece. Pero a veces la timidez o el decoro nos privan de donar esa gota de vida que nos sobra, a alguien que por ella muere.
…Y es que el calor de un abrazo no tiene precio.
D/A
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