Las túnicas tejidas con mares y desiertos
ondulan por parajes encendidos de amor,
se resquebrajan lúcidas cadenas del cerebro
y, en libertad de formas, esculpe la emoción
oleadas de sangre en la playa del cuerpo,
marejadas de celo en la orfandad del sol,
se enajena la mente con aromas de anhelos
y un largo escalofrío es vida en efusión.
Algo inconcreto late, angustia y estremece,
fascinación del tacto, del beso, del abrazo,
vivaz melancolía, hechicero deleite
en un rincón profundo, inaccesible, abstracto,
hay gotas de rocío y temblores de fiebre,
inflama la materia el fuego originario,
afloran lirios rojos en bancales silvestres
y se abren las ventanas de un recinto sagrado.
El placer del instante acerca al infinito,
fuerte arrebatamiento que enaltece, que eleva,
un manantial ajeno a la tierra y su giro
se derrama en el aire y traspasa la esfera;
amanece la voz y salmodia el quejido
por superficies débiles saturadas de esencia;
canta la creación en el pecho cautivo
un himno de alabanza a la única belleza.
Las serpientes afilan colmillos de malicia,
agitan la estructura de mortales acordes,
espirales del sexo desatan su lascivia
y fustigan corceles con los ojos insomnes;
cascabeles del llanto, castañuelas de alquimia,
son un concierto lúbrico de apetitos salobres,
sinuosidad que asciende por curvas serpentinas
con humedad espesa de carnales fervores.
Por los poros del goce se introduce el dolor,
cae escarcha de lágrimas sobre el espejo oscuro,
las esquinas entonan una triste canción
de dioses descendidos a las tumbas del mundo;
surgen blancos destellos con prístino fulgor
del edén venturoso, del ángel incorrupto,
y brota en las entrañas el agua del perdón
como el caudal profético del bíblico diluvio.
Las túnicas tejidas con célicos dulzores
ondulan por los valles de la felicidad,
enlazan los afectos mil cintas de colores
y un amor verdadero nace a la eternidad.