Me enseñaste el camino de tu ciencia
y preferí vagar en la ignorancia,
tendré que dar, Señor, mejores cuentas
por saber la verdad de tu palabra.
Me limpiaste con agua de la vida,
me invitaste a la boda de las almas,
y sigues esperando en tu agonía
mi amorosa respuesta a tu llamada.
Me ofreces tratamiento de elegido,
el calor y la luz de tu mirada
y, en la Cruz del dolor y del martirio,
el abrazo de amor y de esperanza.
Quiero hacer penitencia de ceniza
a los pies de tu imagen consagrada,
no quiero ser la causa de tu herida
como Corazeín, como Betsaida.
Diste un precepto nuevo, que los hombres
se amen unos a otros, que se entreguen
como te has entregado, sin temores,
sin recelos, caritativamente.
Amaré, por tu amor, a mis hermanos,
amaré al pobre, al viejo, al desvalido,
proclamaré el precepto que Tú has dado
porque deseo ser tu fiel discípulo.
Lograré que produzcan tus talentos,
quemaré la raíz de mi cizaña,
me abrazaré con fuerza a tu universo
como aquel hijo pródigo en tu casa.
Te ofreceré mis uvas, el racimo
maduro con el sol de tu mañana,
y llenaré mi copa con el vino
envejecido en odres de tu cava.
Seré el fruto en sazón de aquella higuera
carcomida, reseca, deshojada,
y llenaré mis manos de azucenas,
de jazmines, de espliego y de albahaca.
Quiero elevarme en alas de tu aliento
desde tu voz grabada en mis entrañas
y ser en este espacio el misionero
que acreciente la hacienda de tus almas.