Por Paula Serrano, sicóloga
Un viejo profesor de psiquiatría, sabio y muy conocedor del alma humana, decía que la patología no era más que un problema de intensidad y frecuencia de los síntomas. Por lo tanto, por ejemplo, ser cleptómano no era más que hacer con exageración una cosa que todo ser humano había hecho alguna vez en la vida. Todos han hecho un pequeño robo una vez o varias veces, pero en una vida eso no constituye patología, hacerlo compulsivamente todos los días o todas las semanas... sí.
Por lo tanto: no es loco quien a veces hace locuras; no es obsesivo quien no pudo en ocasiones dejar de pensar en algo irrelevante como si en ello se le fuera la vida; no es depresivo quien en alguna época sintió que el sentido de la vida se le escapaba de las manos; no es maniaco quien tuvo momentos de euforia en que el mundo parecía estar a sus pies; no es fóbico quien a veces arranca a perder de situaciones que lo angustian sin motivo; no es paranoico el que intuye y desconfía de alguna persona porque sí, porque le pareció amenazante; no es narciso el que en ocasiones sólo se preocupa de sí mismo y los demás le parecen invisibles; no es anoréxica la que durante una época se sintió gorda sin remedio a pesar de comer casi nada. Y así sucesivamente.
Puede deducirse entonces que la normalidad no es la perfección. Al revés, parece que habría que tener una psiquis flexible, que camine por todos los caminos sin miedo y sin quedarse pegado, que tenga los recursos para aventurarse en caminos diversos. Algo así como ser varios libros y no uno solo, varios paisajes y no uno solo, varias películas y no una sola.
El problema es que no todos conocieron al viejo psiquiatra y muchos andan asustados de ser locos porque les pasan las cosas que les pasan a todos, pero nadie lo dice; no vayan a ser rotulados de raros, excluidos y observados.
La verdad, parece, es que los seres humanos somos más complejos de lo que las categorías describen y tal vez la patología no está sólo en la frecuencia e intensidad de los síntomas, sino también en la particular combinación de los elementos. Porque somos únicos, cada uno, irremediablemente.