Tacita de café
La taza era una súplica de arcilla que no alcanzó a ser ánfora. Sedoso hila el humo y retuerce, silencioso, su línea de calor. De orilla a orilla
el amargo sabor del café brilla sobre el oscuro espejo tembloroso. Yace al fondo el estímulo, en reposo, que se alzará en vigor de banderilla.
Esa fuerza motriz vibra, acelera, y potencia la acción de la galera que navega los mares de la mente.
Despierta a cada inmóvil galeote cautivo en el cerebro, y saca a flote los temas sin pudor del subconsciente.
Cantabria, 21 de mayo de 2011
Francisco Alvarez Hidalgo
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