Sin duda sería muy lindo conservar para toda la vida la espontaneidad y la
pureza que tenemos cuando somos niños.
Esas que nos llevan a decir lo que vemos en verdad, lo que sentimos
de verdad, sin que en nuestra mente exista la mentira ni la falsedad.
Pero al crecer nos vamos contaminando de todos los vicios e imperfecciones
de nuestros mayores. Esos mayores que en realidad deberían educarnos con el
ejemplo, pero sólo lo hacen de palabra y mal...
Nos educan para ser veraces, pero a veces nos exigen mentir.
Nos educan para ser generosos, pero muchas veces nos dejan
entrever su propio egoísmo.
Nos educan para amar al prójimo pero a la vez dejan aflorar sus rencores.
Nos educan para el bien, pero muchas veces actúan mal.
Entonces recibimos un mensaje un mensaje contradictorio,
que nos lleva por
un camino árido.
Así que crecemos ya contaminados por todo eso.
Debemos luchar por hacerles llegar a nuestros hijos un mensaje claro,
coherente con nuestro accionar, para que realmente crezcan en plena armonia.
Eso, sumado al amor que sentimos por ellos, y que les debemos demostrar,
harán de nuestros hijos seres llenos de paz, de luz y de felicidad...