Con el correcorre de la vida, a veces puede que sea difícil detenerme, descansar y cuidar de mí. Tal vez me sienta presionado a hacer una multitud de cosas y a mantener un paso frenético para cumplir con todas las exigencias. De ser así, recuerdo las palabras de una canción: “Me apuro para poder hacer las cosas. Oh, y me apuro tanto que la vida deja de ser divertida”.
Cuidar de mí es honrar al Espíritu morador. Descanso, respiro y desisto de las presiones y preocupaciones. Tomo tiempo para conectarme con Dios a través de la oración y la meditación. ¡También tomo tiempo para divertirme! Cuidar de mí me llena de energía, no disminuye mi capacidad para cuidar de los demás y fortalece mi relación con Dios.
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza.—Salmo 16:9
El sistema de posicionamiento global en mi teléfono o automóvil me permite viajar más fácilmente. De manera similar, mis prácticas espirituales me proveen una guía valiosa para navegar por la vida. Al comenzar mi día con Dios, activo mi “brújula espiritual” y prosigo con seguridad y paz.
Empaco aquello que me ayudará en mi sendero espiritual: un diario, libros y música edificante. Utilizo mi diario para anotar mis reflexiones acerca de los desvíos en mi vida. Veo cómo cada experiencia infaliblemente me lleva a casa. Soy uno con Dios: sabio, comprensivo y poderoso. Al permanecer vinculado con el Espíritu, tengo confianza en que me dirijo en la dirección correcta. Dios guía cada paso en mi camino.
Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria.—Salmo 73:24
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza.—Salmo 16:9
La naturaleza en su esplendor veraniego me invita a descansar y a rejuvenecerme. Veo cómo los perros y los gatos disfrutan de la luz del sol. Me deleíto con el aroma de las flores que esparce una suave brisa. Y el atardecer del día me ofrece un hermoso momento para la reflexión.
Sigo el ejemplo de la naturaleza y tomo tiempo para descansar y rejuvenecerme. Busco un lugar tranquilo para conectarme con Dios en meditación —quizás me siente sobre una roca cerca del agua, en el banco de un parque o en mi jardín. Respiro el aire fresco y dejo ir cualquier preocupación. Permanezco receptivo a nuevas perspectivas. Me visualizo sano, fuerte y lleno de vitalidad. Consciente de mantener el equilibrio en mi vida, me comprometo a descansar y ¡soy rejuvenecido!
Con los ojos frescos de un viajero, contemplo la Verdad.
El escritor inglés G. K. Chesterton dijo: “El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver”. Cuando llego a un lugar —bien sea conocido o extraño para mí— lo observo con ojos de viajero. No enfoco mi atención sólo en lo que esperaba ver. Hago a un lado nociones y expectativas preconcebidas. Me empapo con las experiencias del momento presente.
Ya sea que esté de viaje o en casa, participo plenamente en la jornada ante mí. Me conecto genuinamente con el mundo —estoy receptivo a nuevas lecciones, nuevo entendimiento y a ser transformado totalmente por todo lo que encuentro.
Camino con ojos de viajero por el sendero bendito y sagrado de la vida.
Ábreme los ojos para contemplar las grandes maravillas de tus enseñanzas.—Salmo 119:18