Siempre era el primero en renunciar, en tirar la camisa o el batt, o simplemente en renunciar a la tarea que debía hacer, diciendo que ésta era imposible. Me temo que la per-?severancia era una cualidad natural que no se me facilitaba. Todavía me escribo una nota interior y la adhiero mi propio ser: “no hay almuerzo hasta que no concluyas esto”, o “si quieres leer esa carta personal, elimina primero todo el correo basura que llega”.
De cualquier manera, mi amigo Dale, no manifestó rechazo alguno ante las mínimas posibilidades de lograr lo imposible. Después que le dio una embolia, los doctores le dijeron que jamás podría volver a caminar. El terapeuta ocupacional se enfocó en prácticas más concretas, tales como enseñarle a cambiarse y alimentarse a sí mismo. Aún así, Dale tenía la determinación de volver a caminar. Gentilmente y con firmeza, el terapeuta le hizo saber que sus piernas no podrían sostenerlo. “Debes mantenerte de pie antes de que comiences a caminar”.
Dale contempló su obstáculo desde su silla de ruedas. Después, tomó el primer punto de apoyo que pudo con la mano que tenía activa, y luego se impulsó a sí mismo hasta que quedó de pie. Temblando y sudando, pero resueltamente erguido, murmuró: “¿así?”. Impresionado por la voluntad de acero que Dale manifestó, su terapeuta aceptó que la meta sería volver a caminar. Al tener inmovilizada la parte izquierda de su cuerpo, Dale requería una prótesis para su pie, un bastón de cuatro patas, y una andadera que lo sostuviera cuando fuese necesario. Sin embargo, un día caminó deliberadamente de un lado al otro de la oficina, lo hizo sudando, llorando con gran emoción, y con mucho orgullo. Fue entonces cuando vi la perseverancia en movimiento. Es muy impresionante ver una voluntad decidida a lograr la meta, que además, confía en hacer lo que se debe hacer. Si una cosa es imposible, se aclarará por sí misma. Entonces todo estará en las manos de Dios, no en las nuestras. “Porque no hay nada imposible para Dios”.
Por Alice Camille, autora Loyola Press