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De: NeΪida (Mensaje original) |
Enviado: 24/03/2014 21:25 |
Capítulo 1
Caitlyn Monroe llamó una sola vez antes de entrar en el despacho de su jefe. Como cualquier buena secretaria, estaba preparada para lo que le estuviera esperando. ¿Una bestia furiosa y encadenada esperando algo a lo que hincarle el diente? Probablemente. ¿Un gatito? Seguramente no. En los tres años que llevaba trabajando para Jefferson Lyon, había aprendido que su jefe se parecía mucho más a la primera de las comparaciones que a la segunda.
Jefferson estaba acostumbrado a salirse con la suya. De hecho, no aceptaba que no fuera así, lo que le había convertido en un hombre de negocios de gran éxito y un jefe que, en ocasiones, resultaba bastante difícil.
Sin embargo, Caitlyn estaba acostumbrada. Llevar a cabo las innumerables órdenes diarias de Jefferson era normal y, después de lo que había ocurrido durante el fin de semana, estaba más que dispuesta a enfrentarse al día a día. A la rutina. A la normalidad. Le gustaba el hecho de que conociera tan bien a Jefferson. Sabía lo que esperar y no se vería cegada por algo inesperado que se le sobreviniera encima sin avisar.
«No, gracias», pensó. Había acabado más que harta de lo ocurrido el sábado por la noche.
Cuando entró en el despacho, su jefe levantó la mirada sólo durante un instante. Caitlyn se permitió durante un instante admirar lo que tenía delante. La mandíbula de Jefferson era fuerte y cuadrada. Sus ojos azules eran penetrantes, como si estuvieran preparados para localizar cualquier intento de engaño. El cabello leonado, cortado y peinado muy a la moda. Jefferson Lyon hacía honor tanto en físico como en actitud al animal del que tomaba su apellido. Se podía decir que era un pirata moderno con menos conciencia en lo que se refería a sus negocios que el mismísimo Barba Azul.
La mayoría de las personas que trabajaban para él lo huían todo lo que les era posible. Sólo con escuchar el sonido de sus pasos por un corredor muchos empleados salían huyendo. Tenía reputación de ser un hombre muy duro y no siempre demasiado justo. No soportaba a los necios, sino que esperaba y exigía perfección.
Hasta el momento, Caitlyn había sido capaz de proporcionársela. Dirigía el despacho y la mayor parte de la vida de su jefe con maestría y profesionalidad. Como ayudante personal de Jefferson Lyon, se esperaba de ella que se mantuviera firme ante la abrumadora personalidad de su jefe. Antes de que ella entrara a trabajar allí, Lyon había tenido una nueva secretaria cada dos meses. Caitlyn, que era la más joven de cinco hermanos, estaba más que acostumbrada a levantar la voz y a hacerse escuchar.
—¿Qué? —le espetó él, mientras miraba los muchos archivos que tenía esparcidos por encima de la mesa.
«Lo normal», pensó Caitlyn, mientras recorría el enorme despacho con la mirada. Las paredes estaban pintadas de azul y de ellas colgaban varios cuadros de los barcos de Lyon en alta mar. Había también dos cómodos sofás delante de una chimenea y una mesa de reuniones al otro lado de la sala. Detrás del escritorio de Jefferson unos enormes ventanales proporcionaban una hermosa vista del puerto.
—Buenos días a ti también —replicó ella, sin amilanarse por el saludo. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:27 |
Había tenido mucho tiempo para acostumbrarse. Cuando empezó a trabajar para él, ella había tenido la alocada idea de que sería casi como su compañera de trabajo. Que tendrían una relación laboral que sería mucho más que la de acatar órdenes constantemente. No había tardado mucho en darse cuenta de que no sería así.
Jefferson no tenía compañeros, sino empleados. Miles de ellos. Caitlyn era simplemente una más. Sin embargo, era un buen puesto de trabajo y lo realizaba con eficacia. Además, sabía que Jefferson estaría perdido sin ella, aunque no fuera consciente de ello. Cruzó la sala y se le acercó al escritorio para dejar un papel encima de la montaña de carpetas archivadoras. Entonces, esperó a que él lo tomara y lo leyera.
—Tu abogado ha enviado las cifras de la Naviera Morgan. Dice que parece un buen trato.
Jefferson la miró y le dijo:
—Soy yo quien decide si es un buen trato.
—Bien.
Caitlyn tuvo que morderse el labio para no decirle que, si no quería la opinión de sus abogados, para qué se la pedía. No servía de nada y, francamente, ni siquiera quería escucharla. Jefferson Lyon dictaba sus propias reglas. Escuchaba ciertas opiniones, pero si no estaba de acuerdo con ellas, las desdeñaba y hacía lo que él considerara que era más acertado.
Golpeó la puntera del zapato negro contra la moqueta azul. Mientras esperaba, miró por encima de Jefferson hacia el mar, que se extendía hacia lo que parecía ser una eternidad. Observó los cruceros de pasajeros junto a los barcos de carga en el puerto. Varios de aquellos barcos mercantes mostraban con orgullo el estilizado y brillante león rojo que era el logotipo de la Naviera Lyon. Los remolcadores dirigían barcos tres veces más grandes hacia el mar. El tráfico era incesante sobre el puente de Vincent Thomas y la luz del sol relucía sobre la superficie del mar dándole el aspecto de brillantes diamantes.
La Naviera Lyon operaba en San Pedro, California, justo encima de uno de los puertos con más tráfico de todos los Estados Unidos. Desde aquel despacho, Jefferson podía darse la vuelta y observar cómo sus barcos entraban y salían del puerto. Podía ver el día a día en los muelles, pero él no era el tipo de hombre que se pasara el día dándose la vuelta para admirar el paisaje. Más bien, se pasaba el día de espaldas a la ventana, con la mirada fija en innumerables papeles.
—¿Algo más? —le preguntó, al notar que Caitlyn no se había marchado.
Ella lo miró y sintió el mismo sobresalto de siempre cuando aquellos ojos azules establecieron contacto con los de ella. Inmediatamente, pensó en la conversación que había tenido con Peter, su ya ex novio, el sábado por la noche.
—Tú no quieres casarte conmigo, Caitlyn —le había dicho, sacudiendo la cabeza mientras se sacaba la cartera.
Caitlyn lo había mirado con incredulidad. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:29 |
—Pues llevo puesto tu anillo —le había respondido ella, mostrándole la mano izquierda, por si se había olvidado del solitario que le había regalado como compromiso seis meses antes—. ¿Con quién crees tú que me interesa casarme?
—¿Acaso no resulta evidente? Cada vez que estamos juntos, lo único que haces es hablar de Jefferson Lyon. Lo que ha hecho, lo que ha dicho, lo que está planeando… —Tú también hablas de tu jefe, Peter. Se llama conversación.
—No. No se trata sólo de conversación. Es él, Lyon.
—¿Qué es lo que le pasa?
—Estás enamorada de él.
—¿Cómo dices? Estás loco.
—No lo creo. Por eso, no me voy a casar con una mujer que, en realidad, desea a otro hombre.
—Bien.
Caitlyn se sacó el anillo de compromiso del dedo y lo colocó encima de la mesa. —Aquí tienes. No quieres casarte conmigo. Toma tu anillo, pero no trates de echarme a mí la culpa, Peter.
—No lo entiendes, ¿verdad? Ni siquiera eres capaz de ver lo que sientes por ese tipo.
—Es mi jefe. Nada más.
—¿Sí? Sigue pensando eso —le espetó Peter—, pero, para que lo sepas, ese Lyon jamás te va a ver como otra cosa que no sea su ayudante. Te mira y ve otro mueble de la oficina. Nada más.
Caitlyn ni siquiera supo lo que contestar a eso. Se había quedado asombrada por aquella conversación. Lo único que le había dicho era contarle los planes de Jeff de comprar un crucero y de cómo había decidido no ir al viaje a Portugal para ver cómo estaba para su boda. Entonces, la actitud de Peter había cambiado por completo y había decidido cancelar inesperadamente una boda que ella llevaba seis meses preparando. Ya habían enviado las invitaciones y estaban empezando a recibir regalos. Habían pagado una fianza para reservar un restaurante en un acantilado en Laguna. Desgraciadamente, parecía que iba a tener que cancelarlo todo.
¿Por qué demonios había creído Peter que ella estaba enamorada de su jefe? Por el amor de Dios… Jefferson Lyon era un hombre arrogante, orgulloso y más que irritante. ¿Acaso se suponía que ella tenía que odiar su trabajo? ¿Habría hecho ese detalle la vida más fácil para Peter?
—Siento que haya salido así —le había dicho Peter, antes de marcharse—. Creo que nos habría ido bien juntos.
—Te equivocas sobre mí…
—Te aseguro que nada me gustaría más que eso fuera cierto.
Con eso, se había marchado, dejando a Caitlyn con un enorme vacío en su interior.
—¡Caitlyn!
La voz de Jefferson la devolvió al presente inmediatamente. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:30 |
—Lo siento.
—No es propio de ti perder la concentración.
—Yo sólo…
¿Qué? ¿De verdad iba a ser capaz de decirle que su novio había roto con ella porque creía que ella estaba enamorada de su jefe?
—¿Sólo qué? —le preguntó él, lanzándole una mirada algo interesada.
—Nada.
Caitlyn no estaba dispuesta a decírselo. Por supuesto, tendría que hacerlo tarde o temprano, dado que había pedido cuatro semanas de vacaciones para la luna de miel. Desgraciadamente, ya no las iba a necesitar.
—Quería recordarte que tienes una reunión a las dos en punto con el director de Simpson Furniture y una cena con Claudia.
Jefferson se recostó en su enorme butaca azul marino y dijo:
—Hoy no tengo tiempo para Claudia. Cancélala, ¿de acuerdo? Y… envíale lo que sea. Caitlyn suspiró. Ya se imaginaba la conversación que iba a tener con Claudia Stevens, la última de una larga fila de hermosas modelos y actrices. Claudia no estaba acostumbrada a que los hombres no cayeran rendidos a sus pies para adorarla. Quería la atención plena de Jefferson Lyon y nunca iba a conseguirla.
Caitlyn se había imaginado que ocurriría algo así. Jefferson siempre cancelaba sus citas. O, más bien, hacía que Caitlyn las cancelara en su nombre. Para Jefferson, el trabajo era siempre lo primero y si vida personal quedaba en un segundo plano. En tres años, no lo había visto nunca salir con una mujer durante más de seis semanas… y las que le duraban tanto tiempo eran un caso excepcional.
Peter estaba tan equivocado con ella… Jamás podría enamorarse de un hombre como Jefferson Lyon. Simplemente no había futuro.
—A ella no le va a gustar.
Jefferson le lanzó una rápida sonrisa.
—Por eso el regalo. Algo de joyas.
—Está bien. ¿Oro o plata?
Jefferson se incorporó, agarró su pluma y tomó otro montón de papeles que llamaban su atención.
—Plata.
—¿En qué estaba yo pensando? —musitó. Por supuesto, la dama en cuestión no se merecía algo de oro hasta que su relación no hubiera durado al menos tres semanas—. Me ocuparé.
—Tengo plena confianza en ti —dijo mientras ella se daba la vuelta para marcharse—. Otra cosa, Caitlyn…
Ella se detuvo en seco y se volvió para mirarlo. Entonces se dio cuenta de que los rayos del sol se filtraban a través de los cristales tintados del ventanal y le brillaban en el cabello. Frunció el ceño ante aquel extraño pensamiento. —¿Sí? |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:31 |
—No quiero que nadie me interrumpa hoy. A excepción de la reunión de las dos. No quiero que se me moleste.
—Bien.
Con esto, se dirigió hacia la puerta y salió del despacho. Cuando la hubo cerrado, se apoyó contra ella.
Lo había conseguido. Había conseguido superar la reunión con su jefe sin ceder a la extraña sensación que tenía en el estómago. Sin que le temblaran los ojos ni la voz. Había conseguido mantenerse firme y hablar con Jefferson sin dejar que se notara lo que le estaba pasando.
Después de todo, el hecho de que su novio la hubiera dejado no significaba que la vida tal y como ella la conocía hubiera dejado de existir.
Jefferson estuvo trabajando todo el día. Por fin, consultó el reloj aproximadamente a las seis. A sus espaldas, el sol estaba tiñendo el cielo de rojo mientras iba desapareciendo en el mar, pero no se detuvo para admirarlo. Había muchas cosas de las que aún tenía que ocuparse, siendo la más importante la nueva oferta por el crucero de pasajeros que iba a comprar. La carta que la acompañaba le hizo apretar inmediatamente el botón del intercomunicador.
—Caitlyn, tengo que verte.
Ella abrió la puerta un minuto más tarde, con el bolso al hombro, como si Jefferson la hubiera llamado justo cuando se marchaba.
—¿De qué se trata?
—De esto —dijo, poniéndose de pie y atravesando el despacho. Le mostró la carta—. Lee el segundo párrafo.
Jefferson observó cómo ella se metía un mechón de cabello rubio detrás de la oreja mientras leía la carta. También observó cómo la expresión de su rostro cambiaba ligeramente cuando leyó el error que él había descubierto hacía tan sólo unos instantes. Aquello no era propio de Caitlyn. Era la mejor secretaria que había tenido nunca. Caitlyn simplemente no cometía errores. Esa era una de las razones por las que se llevaban tan bien. Los asuntos iban bien. Sin sorpresas. Tal y como a él le gustaba. El hecho de que Caitlyn comenzara a cometer errores lo turbaba profundamente.
—Lo arreglaré inmediatamente —dijo ella, levantando la mirada por fin.
—Bien. Sin embargo, lo que más me preocupa es que el error se haya producido. Ofrecer quinientos millones de dólares por un crucero por el que yo ya había accedido a pagar cincuenta no me parece muy aceptable.
Ella exhaló un suspiro que le revolvió el cabello sobre sus grandes ojos castaños. —Lo sé, pero te aseguro que nadie más que tú ha visto esto, Jefferson. No es que la oferta se haya mandado ya.
—Podría haber sido así. —Pero no lo ha sido. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:32 |
Jefferson se cruzó de brazos y la miró. A pesar de que Caitlyn llevaba unos tacones muy altos, ella resultaba casi quince centímetros más baja que él, que sobrepasaba el metro ochenta de estatura.
—Esto no es propio de ti.
Caitlyn volvió a suspirar y admitió:
—Yo no he redactado esta carta. Ha sido Georgia.
La impaciencia se despertó dentro de él. Era la clase de hombre que esperaba de sus empleados la misma clase de perfección que de sí mismo. Como secretaria suya, Caitlyn era responsable de todos los documentos que salían de su despacho. El hecho de que estuviera delegando trabajo en otras secretarias le molestaba profundamente.
—¿Y por qué lo ha redactado Georgia? No me parece que esa mujer sea muy competente.
Más madura, Georgia Moráis llevaba en la empresa veinte años. Era prácticamente una institución en Naviera Lyon. Sin embargo, eso no significaba que Jefferson estuviera ciego a la ineptitud de aquella mujer. Le gustaba la lealtad, pero tenía sus límites.
Inmediatamente, Caitlyn se puso a la defensiva.
—Georgia es una mujer muy competente. Trabaja muy duro. Ha sido un simple error.
—Que vale cuatrocientos cincuenta millones de dólares.
—Ella estaba tratando de ayudarme.
—¿Y por qué de repente necesitas ayuda en un trabajo que llevas realizando perfectamente sola durante dos años?
—Tres.
—¿Qué?
—Tres años. Llevo tres años trabajando para ti.
Jefferson no se había dado cuenta. No obstante, resultaba casi como si Caitlyn llevara allí toda la vida. Como si fuera parte integral de la empresa.
—Razón de más para que no requieras ayuda —dijo Jefferson, algo asombrado al ver la mirada de ira que se estaba empezando a formar en los ojos de Caitlyn. ¿Por qué estaba tan disgustada? Como si ella le hubiera leído el pensamiento, Caitlyn se tomó un instante y trató de tranquilizarse. Tras respirar profundamente, volvió a tomar la palabra.
—El día me estaba resultando algo duro —dijo, al fin—. Georgia sólo estaba siendo amable conmigo.
—Sólo con ser amable no se hace el trabajo —replicó Jefferson. No le interesaba saber por qué el día le estaba resultando a Caitlyn algo duro. No se implicaba en la vida personal de sus empleados. —No me sorprende que digas eso… —¿Cómo?
—Nada.
—Y si estás pensando en que Georgia te sustituya mientras te vas de luna de miel, piénsatelo otra vez. Haz que una empresa de trabajo temporal envíe a alguien que pueda realizar su trabajo sin cometer errores tan costosos.
—Eso no será necesario —repuso ella, dándose la vuelta. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:33 |
—Claro que lo es —dijo él, siguiéndola—. Estarás ausente cuatro semanas. No pienso aceptar que Georgia se ocupe de los asuntos de este despacho.
—A lo que me refería era a que no será necesario llamar a una agencia de trabajo temporal —aclaró ella mientras arrancaba el ordenador—. No me voy a marchar.
Jefferson frunció el ceño y se acercó a la mesa de Caitlyn. Observó cómo ella preparaba la impresora para volver a escribir la carta. Entonces, fue cuando él se dio cuenta de que el anillo de compromiso que había llevado puesto durante los últimos seis meses había desaparecido de su mano izquierda. Aquélla debía de ser la razón del mal día.
Maldita sea.
Se frotó la nuca con una mano. No quería saber nada de su vida personal. Prefería ceñirse a su relación laboral. Si ella no le hubiera pedido cuatro semanas para su luna de miel, él jamás se habría enterado de que Caitlyn se iba a casar. En aquellos momentos, parecía no sólo que no se iba a casar sino que, dado que Caitlyn había sacado el tema, iba a tener que preguntarle.
—¿Qué ha pasado con la luna de miel?
—No se puede una ir de luna de miel sin boda —replicó ella, sin mirarlo.
¿Qué se suponía que decía uno en aquellas circunstancias? ¿Lo siento? ¿Enhorabuena? Ésta última palabra encajaba más con su modo de pensar. No entendía por qué la gente se casaba para unirse de por vida a un ser humano. Sin embargo, consideró que era mejor no contarle a Caitlyn su punto de vista.
—Eso quiere decir que se ha cancelado.
—Yo diría que sí —comentó ella, sin dejar de trabajar.
Aparentemente, Jefferson se había equivocado. A ella le interesaba tanto hablar de su ex como a él escucharla. Saber eso lo tranquilizaba. A pesar de todo, no podía dejar de sorprenderse por el hecho de que Caitlyn no quisiera hablar del tema. En su experiencia, no había nada que gustara más a las mujeres que aburrir a los hombres hasta dejarlos en estado de coma charlando de sus sentimientos, de sus necesidades, de sus deseos y de sus quejas. Evidentemente, Caitlyn era la excepción a esa regla.
Con una ceja levantada, observó cómo las pequeñas y eficientes manos de su secretaria se movían sobre el teclado del ordenador como las de una concertista de piano. Terminó de redactar el documento en cuestión de instantes y apretó el botón de impresión. Cuando la hoja de papel salió de la impresora, la tomó con energía y se la entregó a Jefferson.
—Aquí tienes. Crisis solucionada.
Jefferson la estudió brevemente, asintió al ver que el cambio se había realizado satisfactoriamente y miró de nuevo a Caitlyn. Fuera cual fuera la razón por la que había cancelado la boda, parecía llevarlo bien, algo por lo que él, personalmente, le estaba muy agradecido. No le habría gustado que estuviera todo el día lloriqueando en el despacho. Quería que su mundo siguiera tan imperturbable como siempre.
—Gracias.
Ella asintió, apagó el ordenador y volvió a tomar su bolso. —Si eso es todo, me marcho. |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:33 |
Jefferson asintió. Se estaba dirigiendo a su despacho cuando se le ocurrió algo que le hizo detenerse en el umbral de la puerta.
—Dado que no te vas a casar —le dijo, dándose la vuelta—, supongo que estarás disponible para el viaje a Portugal.
—¿Cómo?
Jefferson siguió andando y entró en su despacho, dando por sentado, sin equivocarse, que ella lo iba a seguir.
—Nos marchamos dentro de tres semanas. Quiero ir a comprobar ese crucero personalmente y te necesito a mi lado. Dado que tus planes han cambiado, no veo razón alguna para que no me acompañes.
Con eso, tomó asiento y adjuntó la nueva carta a la oferta antes de meterla en el sobre.
Entonces, vio que ella se le acercaba con fuego en los ojos y un duro rictus en la boca. —¿Y eso es todo? ¿No tienes nada más que decir? —le preguntó ella.
—¿Sobre qué?
—Sobre el hecho de que yo no me vaya a casar.
—¿Y qué más debería decir?
—Oh… Nada —dijo ella, aunque el tono de su voz indicaba claramente que había esperado algo más.
—Si estás esperando que te diga que lo siento, está bien. Lo siento mucho.
—Vaya —exclamó ella, llena de fingida emoción—. Esas palabras han sido tan sentidas, Jefferson… Espera un momento a que me recupere.
—¿Cómo dices? —preguntó Jefferson, poniéndose de pie. La actitud de Caitlyn le había sorprendido profundamente. Jamás la había visto así en los años que llevaba trabajando para él.
—No lo sientes en absoluto. Simplemente te alegras de que vuelva a estar a tu disposición.
—Siempre estás a mi disposición —señaló él, sin comprender por qué se sentía tan enfadado.
—Por el amor de Dios, es cierto, ¿verdad? —le preguntó Caitlyn, observándolo como si nunca lo hubiera visto antes.
—¿Y por qué no iba a ser así?
—Tienes razón. Es mi trabajo y se me da bien. Probablemente demasiado bien y por eso estoy así en estos momentos. Sin embargo, Peter estaba equivocado… —¿Peter? ¿Quién es Peter?
—Mi prometido… Dios mío, estuve seis meses prometida con él y ni siquiera sabías su nombre…
—¿Y por qué iba yo a saber su nombre?
—Porque, entre los seres humanos, se considera normal estar interesado en los compañeros de trabajo.
—Tú no eres una compañera de trabajo —señaló Jefferson—. Eres mi empleada.
—¿Nada más? —le preguntó ella, atónita. —¿Y qué más puede haber? |
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De: NeΪida |
Enviado: 24/03/2014 21:34 |
—¿Sabes una cosa? Estoy segura de que esa última pregunta la has hecho en serio. No tienes ni idea.
—¿Ni idea sobre qué?
—Si no lo sabes, no soy yo quien tiene que explicártelo.
—Ah… ése es el último recurso de la mujer acorralada —dijo él, sacudiendo la cabeza—. Esperaba otra cosa de ti, Caitlyn.
—Y yo esperaba… En realidad, no sé por qué esperaba otra cosa diferente. ¿Y sabes qué? Que no importa.
—Excelente —replicó él, dando por terminada la conversación—. Nos olvidaremos de que esta conversación ha tenido lugar.
—¿De verdad, Jefferson? Pues te aseguro que yo no voy a olvidarla.
Caitlyn se marchó un instante después, dejando a Jefferson con la irritación vibrando en su interior. No estaba acostumbrado a que nadie le dejara con la palabra en la boca. Y no le gustaba. |
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:24 |
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