El presidente ruso Vladímir Putin y su homólogo cubano Raúl Castro asisten de pie a la firma en La Habana de acuerdos bilaterales. En la mesa, Ígor Sechin, presidente de Rosneft y Juan Torres Naranjo de CUPET. Fuente: RIA Novosti.

Moscú parece tener puestas sus esperanzas en un incremento de la colaboración militar, política y económica con los países latinoamericanos que han estado dispuestos a demostrar su independencia de los EE UU durante la pasada década.

El objetivo principal de Rusia podrían ser los países del llamado “eje boliviano”, la unión socialista anteriormente conocida como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), fundada en 2004 por la Venezuela de Hugo Chávez y la Cuba de Fidel Castro.

Esta voluntad de colaborar ya está mostrando sus primeros resultados. Los países de Latinoamérica se dividieron a la hora de votar en la ONU por el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia, lo que significa que la imagen de Rusia no es tan negativa como en EE UU o en Europa. De los once países que votaron contra la resolución de la ONU que declaraba ilegal el referendum crimeo, cuatro eran latinoamericanos: Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Por otra parte, Argentina, Brasil, Uruguay y Ecuador se abstuvieron públicamente de la votación.

Todo esto indica que Latinoamérica está dispuesta a cooperar con Rusia, un hecho que no le pasa desapercibido al Kremlin. Visto el creciente interés de Moscú en la región, hay varias cuestiones que necesitan respuesta. ¿Podría este territorio convertirse en campo de batalla para una nueva Guerra Fría entre Rusia y Occidente? ¿Cómo podría responder Washington ante un posible aumento de la influencia rusa en la región? Varios expertos rusos analizan la situación.

Borís Martinov, subdirector del Instituto para Latinoamérica de la Academia Rusa de las Ciencias

En primer lugar, está fuera de lugar hablar de una nueva Guerra Fría en la región. Los tiempos han cambiado y tenemos que asumirlo.

Latinoamérica, como región emergente en un mundo moderno, una civilización en desarrollo, es para nosotros un aliado importante para construir un nuevo orden mundial, pero no un aliado para enfrentarnos a los EE UU, no importa hasta qué punto pueda esta ser la intención de los EE UU.

Esta es nuestra respuesta asimétrica, por decirlo así. Rusia, al igual que otros países como China, India o Sudáfrica, está convirtiéndose en parte de un mundo emergente, mientas que este no es el caso de los EE UU.

En segundo lugar, la principal área de colaboración de Rusia con Latinoamérica no es la economía, sino la política y la seguridad. Es necesario prestar atención al hecho de que todos los documentos que Rusia ha firmado recientemente con estos países confirman aproximaciones semejantes y unen posturas en los problemas más relevantes de la geopolítica y la economía mundiales. Y esto es muy valioso, especialmente ahora, cuando Rusia carece de aliados.

Pero lo más importante de todo es el tradicional respeto de los países latinoamericanos por la ley internacional y el hecho de que Rusia y Latinoamérica son los territorios más ricos en recursos naturales (petróleo, gas, agua, metales raros). Todo esto es un importante motivo de rivalidad a nivel global; esa es la razón por la que vamos en el mismo barco y no tenemos elección, debemos colaborar.

Por último, EE UU ya ha perdido Latinoamérica, pero actúa como si nada. No serán capaces de evitar que los países latinoamericanos se conviertan en actores independientes en la política y economía mundiales.

Eugene Bai, experto en Latinoamérica y periodista internacional, colaborador en The New Times, Novaya Gazeta y Expert magazine

Al contrario de lo que sucedía en tiempos de la Guerra Fría, Latinoamérica no será el campo de batalla de un nuevo enfrentamiento entre Rusia y los EE UU. Los países más grandes del continente (Brasil, Chile y Argentina) están liderados por fuerzas políticas que pueden denominarse de izquierdas, con algunas precisiones.

Están firmemente comprometidas con los principios de la democracia, implicadas activamente en la economía mundial y vinculadas a los EE UU mediante acuerdos importantes. Además, el presidente Barack Obama afirmó que no estaba preocupado por la presencia de Moscú en Venezuela o en otros países del continente en el auge de las relaciones Rusia- Venezuela, durante la presidencia de Hugo Chávez.

Por lo que respecta al comercio, las armas rusas aún son importantes: países como Perú, Chile  y otros todavía las compran. Pero las perspectivas de colaboración en el ámbito de la energía nuclear todavía están muy lejos de convertirse en realidad.

Del mismo modo, no hay motivos para reforzar la presencia rusa en Latinoamérica. Las declaraciones del ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, sobre la construcción de bases rusas “desde Singapur hasta Argentina” son solamente una declaración de intenciones. Incluso veteranos aliados de Rusia, como Cuba y Venezuela, están en cierto modo en contra de que haya bases rusas en su territorio.

Laura Carlsen, directora del Progama Americas para la Seguridad y los Derechos en Latinoamérica en el Centro de Política Internacional

Sin duda alguna, la venta rusa de armas en la región ha despertado algunas sospechas en el Pentágono. Sin embargo, los gobiernos de centro-izquierda que han comprado estas armas lo han hecho principalmente por razones prácticas, especialmente porque el armamento ruso implica menos compromisos y vínculos que las armas y equipamiento de los EE UU.

Para empezar, estos países tienen tan poco arsenal y tan obsoleto que su modernización está lejos de suponer una nueva carrera armamentística o de amenazar remotamente el super poder de EE UU en el área. Aunque el conflicto en Ucrania hizo sonar las alarmas de una nueva Guerra Fría, Latinoamérica se ha convertido en una potencia autónoma a nivel global y es perfectamente capaz de resistirse a desempeñar el terrible papel de escenario para nueva nueva Guerra Fría.

Estos países han aprendido la dura lección de cómo un esquema de alianzas al estilo de la Guerra Fría atrae la intervención de los EE UU, con las sangrientas y trágicas consecuencias de las guerras sucias y las dictaduras de los años 70 y 80.

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