En los años 90, después de la autodestrucción de la URSS, los Estados Unidos ya se habían convertido, desde hacía algún tiempo, en señores del triángulo. De hecho, Rusia rechazó una estrategia geopolítica independiente y China todavía no había entrado a proteger activamente sus intereses en el escenario mundial: los chinos optaron por fortalecer primero su musculatura y extender, gradualmente, su influencia en el mundo.
Las relaciones de China y Rusia con EE UU todavía se mantuvieron, en general, mejores que las de Pekín y Moscú, pero el motivo principal de ello ya no fue un enfrentamiento entre Rusia y China, sino la orientación prooccidental de la mayor parte de la élite rusa. Los movimientos impulsivos de Borís Yeltsin a la hora de acercarse al gigante asiático no convencieron demasiado a los chinos, quienes veían en las intenciones sinceras de Rusia un pensamiento geopolítico muy dependiente del Gobierno ruso y de sus acciones abiertamente prooccidentales.
Pero en los últimos 15 años, Rusia y China realmente han comenzado a construir las bases de una asociación estratégica. Lo más fácil fue echar abajo las fronteras y colocar armamento ruso en China. Se necesitaron muchos más años de negociaciones para los proyectos energéticos a largo plazo. Y, si con el petróleo todo acabó con la firma de un contrato, en lo que se refiere al gas desde hace ya mucho no logran ponerse de acuerdo sobre el precio.
No se entiende del todo cómo hay que hacerlo para que Asia Central se convierta en un área de enlace entre los dos territorios y no un escenario de competencia, aunque este problema se se resuelva con la construcción de un nuevo orden eurasiático. Lo más importante es que ambos países tiene la intención común de cambiar el orden mundial, de tal modo que se prive a EE UU de la posibilidad de dictar sus propias condiciones para el mundo.
Intereses geopolíticos
Los intereses geopolíticos de China – EE UU y Rusia – EE UU se contradicen fundamentalmente entre sí, y estas diferencias no pueden ser eliminadas bajo el modelo actual de orden mundial.
Estados Unidos quiere reafirmar su liderazgo a nivel mundial poniendo freno a Rusia y China, pero no tiene fuerza suficiente. Por supuesto, les gustaría retrasar el inicio de una dura confrontación con China y ganar tiempo para contener a Rusia; y, para ello, en principio, estarían dispuestos incluso a hacer algunas concesiones a Pekín.
Sin embargo, el problema es que China no quiere concesiones en cuestiones secundarias: para los chinos lo importante son asuntos fundamentales como la presencia militar estadounidense en la región. Además, Washington no sólo no concede nada sino que, por el contrario, trata continuamente de reforzar a los opositores de la República Popular China y formar una línea de contención.
En su intento de contener a China en el Pacífico y, a Rusia, en Eurasia, los EE UU no sólo se imponen a sí mismos una quimera, sino también la aceleración de su propio declive geopolítico. Así lo entienden incluso algunos analistas estadounidenses que instan a Washington a, por lo menos, seleccionar quién es el enemigo principal.
Además, Pekín ha captado a la primera la táctica la de EE UU (que consiste en enfrentarse a Rusia para, a continuación, emprender contra China) y, por supuesto, no sólo no va a jugar a su juego sino que, por el contrario, aumentará su presión en la región del Pacífico, al darse cuenta de que Estados Unidos ya no tiene poder suficiente para controlar la situación de forma simultánea en tres frentes: Oriente Medio, la estresada Europa y el Pacífico.
La línea de defensa antichina
Cada cierto tiempo EE UU habla de la necesidad de involucrar a China en el cerco a Rusia, como si se olvidara de que China se considera a sí misma la principal amenaza a la política a Estados Unidos. El viaje de Barack Obama por los países de la región del Pacífico no hace más que confirmar las sospechas de Pekín.
La razón es simple. En Pekín consideran el viaje de Obama un esfuerzo por fortalecer la alianza antichina en la región. En el contexto de la crisis de Oriente Medio de los últimos tres años y los acontecimientos de Ucrania (que ya se han alargado seis meses), pocos han prestado atención al deterioro de la situación en el Pacífico. Las disputas territoriales en torno a las islas y las zonas marítimas son sólo la manifestación visible de una tensión que, en esa zona, se respira en el aire.
China no está preparada para una confrontación militar, aunque incrementa constantemente la presión hacia sus vecinos, tratando de obligarlos a hacer concesiones sobre cuestiones territoriales y, en general, debilitar su relación con Estados Unidos. En respuesta, EE UU intenta encontrar un equilibrio entre su apoyo a los aliados y la preservación de la paz con China, pero éste es un juego que no puede durar eternamente.
Artículo publicado originalmente en ruso en Vzgliad.