Es un mundito rojizo con una mancha clara en forma de corazón. Un planetita de apenas 2.370 kilómetros de diámetro, que cabría holgadamente entre Bogotá y La Paz. Está acompañado de cinco satélites naturales, con los que forma su propio miniuniverso, allá donde en el colegio nos decían que acababa nuestro sistema solar. (Lea también: El hombre alcanzó hoy su mayor aproximación a Plutón)
Pero sucede que esa lejana esfera de roca y hielo no solo abre la puerta a una nueva clase de planetas, los planetas enanos (que algunos prefieren llamar ‘menores’), sino que está redefiniendo nuestro anticuado concepto de la arquitectura del sistema solar en que vivimos. Gracias a lo que nos está enseñando, Plutón, al que alguna vez herimos en su amor propio al cambiarle de estatus, es ahora objeto de nuestro renovado ‘amor plutónico’.
En efecto, las imágenes enviadas por la sonda espacial New Horizons hace unos días están demostrando por qué la Nasa es la mejor marca-país que tiene Estados Unidos: de la noche a la mañana transformó lo que durante décadas fue una bola pixelada en un mundo real, lleno de complejidad, diversidad y textura, con el potencial de cambiar paradigmas. Lo hizo tras 9 años y medio de viaje con la nave espacial más veloz en la historia de la exploración en el momento de su lanzamiento (14 kilómetros por segundo), diseñada y construida en tiempo récord (4 años); a un costo mínimo, en comparación con otras (728 millones de dólares); sus 7 instrumentos, alimentados con menos energía que la que necesita un bombillo, y que alcanzó su primer destino sin un solo rasguño.
Estas fotos son apenas la crema sobre el bizcocho. Nos llegan desde una distancia de 4,8 mil millones de kilómetros, en forma de señales de radio, a través del sistema Deep Space Network, una red de enormes antenas en Madrid, Canberra y California. El resto de la torta arribará dentro de 16 meses, pues la velocidad de descarga es de dos kilobytes por segundo.
Pero ya están revelando un montón de cosas. “Descubrimos que Plutón es un poco más grande de lo que pensábamos”, dice Alan Stern, el director científico de la misión, un astrofísico cuya tenacidad y empuje con la exploración planetaria lo colocaron en la lista de la revista Time de las 100 personas más influyentes del mundo.
“Escogimos un trozo de la imagen en la parte inferior izquierda del ‘corazón’ para analizarla en detalle, y eso ha sido como estar en una juguetería. Por ejemplo, estamos fascinados de ver que parte de esa superficie, que está cubierta de una delgada capa de hielos de nitrógeno, metano y dióxido de carbono, es lisa. Debería tener cráteres de impacto, porque Plutón es constantemente bombardeado por otros objetos, pero no los tiene –explica Stern–. Eso significa que debe haber actividad geológica en el interior, que ha ido regenerando la superficie. También vemos montañas de hasta 3.500 metros de altura, y creemos que están hechas de roca y hielo de agua (H2O). Estamos muy seguros de que hay agua congelada en abundancia en Plutón”.
Por primera vez, sostiene Stern, “vemos un mundo helado (su superficie ostenta -223 °C) que no está orbitando alrededor de un planeta gigante; todos los otros mundos gélidos que hemos visitado hasta ahora son lunas de planetas gigantes”. Todas esas lunas tienen la superficie craquelada y deformada por la atracción poderosa de la gravedad de su planeta padre. Y eso hace que por dentro tengan calor, causado por la constante fricción entre sus capas de piel. Pero Plutón no tiene al lado ningún cuerpo gigante que lo esté deformando.
“Eso nos dice que un mundo pequeño no necesita estar al lado de otro grandote para tener actividad por dentro. Es un descubrimiento importante, que mandará a los geofísicos a la mesa de trabajo a hacer borrón y cuenta nueva –explica Stern–. La geología plutoniana es tan distinta y tan llena de variedad que no la podemos comparar con ningún otro planeta conocido”. Pero además está la atmósfera: “Cada hora, 500 toneladas de moléculas de nitrógeno escapan al espacio”, continúa Stern. “Eso es equivalente a una capa de hasta 3 kilómetros de atmósfera perdida desde la formación del planeta. Esta es otra razón para que pensemos que debe haber una actividad interna, que se manifieste en géiseres, grietas, criovolcanes, o algo por donde se esté saliendo ese gas. ¡Hay que buscarlos!”.
Sorpresas anatómicas
Alan Stern (izq.), el director científico de la misión, al celebrar el martes pasado, junto con su equipo de la Nasa, la aproximación histórica a Plutón. Foto: EFE.
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La luna mayor, Caronte, no se queda atrás. Es grisácea y está llena de sorpresas anatómicas. Tiene cañones y cráteres, y una cabeza roja. Los científicos piensan que eso es culpa de Plutón, que es rojo: podría ser que parte de la atmósfera que escapa de él se le esté pegando a Caronte. Además, Caronte y Plutón forman el único sistema binario verdadero que conocemos dentro del sistema solar. Es decir, dos objetos que bailan un tango, muy cerca uno del otro. Es distinto del sistema Tierra-Luna porque el centro de masa de Plutón-Caronte está fuera de Plutón. Al mismo tiempo, las cuatro motitas de lunas que orbitan este sistema –Hidra, Nix, Estigia y Cerberos– van a revelar cómo se forman los planetas alrededor de los sistemas de estrellas binarias. Y puesto que la sonda Kepler está comenzando a descubrir estos últimos, ahí tenemos a Plutón y compañía para ir aprendiendo sobre el terreno.
El corazón plutónico brilla desde la distancia como un faro. Ojalá no rompamos ese corazón siendo indiferentes a lo que nos está enseñando.
Cinturón de Kuiper: la casa del planeta rojizo
Imagen detallada de la superficie de Plutón que permite apreciar montañas de hasta 3.500 metros de altura. Foto: EFE.
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New Horizons se halla hoy a unos 5 millones de kilómetros de distancia del sistema plutoniano, alejándose de este a una velocidad de 14 km por segundo. Está en pleno cinturón de Kuiper, una nube de miles de cuerpos congelados más allá de Neptuno, recientemente reclasificada como la Tercera región del sistema solar. Esa es la casa de Plutón.
La mayoría de esos objetos, también llamados transneptunianos, son rocas informes de varios tamaños. Les habría encantado unirse para hacer un planeta. Pero no tuvieron tiempo de hacerlo, y entonces están condenados a orbitar las faldas del sistema solar. Justamente por eso están hechos de hielo y de la materia original, sin alteraciones, que formó el resto del sistema. Ciertas teorías sugieren que hasta podrían haber traído el agua a nuestro vecindario.
Algunos son más evolucionados que simples rocas. Son esferas chiquitas, muy nuevas para la ciencia, micromundos salidos de El principito, de nombres geniales: Sedna, Eris, Makemake, Haumea, Quaoar, Orcus, Vanth. Plutón es el más grande de ellos.
Son increíblemente diversos. Algunos tienen satélites, otros no. Algunos poseen atmósferas y otros no. Los hay grises, rojos, rosados, amarillos y azules. Los científicos no se explican por qué. Lo único que saben es que estamos en medio de una especie de revolución copernicana. Un cambio de paradigma del siglo 20 en cuanto a nuestro entendimiento de lo que son los sistemas solares.
“Este otoño, la Nasa va a decidir si la misión será extendida para visitar uno de los objetos propuestos dentro de Kuiper, escogidos previamente según la trayectoria de New Horizons, de tal manera que la nave no tenga que desviarse mucho porque una limitante es la hidracina, el combustible para realizar maniobras –que es diferente del sistema que le da propulsión–”, dice Adriana Ocampo, ejecutiva del programa de las misiones New Horizons y Juno (este último llegará a Júpiter en julio del 2016).
Vale aclarar que en una misión espacial de la Nasa, el rol del ‘ejecutivo de programa’ es diferente de aquel del ‘científico principal’. Ocampo, quien es geóloga planetaria, tiene la llamada “responsabilidad del éxito de la misión”. Es decir, hacer cumplir los requerimientos técnicos, mitigación de riesgos, mantenimiento de margen de tiempo y presupuesto, desde que se planea el vuelo hasta que se cumple el objetivo.
“De ser aprobado el plan de seguir adelante con New Horizons, inmediatamente tendremos que realizar la maniobra de cambio de trayectoria, para continuar hacia ese objeto y llegar a él en el 2019”.
Después de eso, New Horizons seguirá su camino, cruzando la extraña nube de Oort y saliendo del sistema solar, como lo hicieron las naves Voyager antes de ella. Nunca podrá alcanzar a Voyager 1 porque este último recibió un empujón, cortesía de Saturno y Titán, y siempre le llevará la delantera.
ÁNGELA POSADA-SWAFFORD*
Especial para EL TIEMPO
* Escribe sobre temas de ciencia desde EE. UU.