Como si se iniciara un nuevo ciclo y terminara otro, en uno de esos partidos en los que las leyendas -incluido Messi- se tienen que rendir al nacimiento de una estrella, Mbappé regaló una exhibición que situó a Francia en cuartos y terminó con Argentina, con su loable hinchada y quien sabe si con la carrera internacional del azulgrana. La derrota traerá cola y deja una cuestión indiscutible: Messi, el mejor jugador de la historia para muchos, volvió a decepcionar en un Mundial. Pensar en que podrá retirarse alzando este trofeo es ya casi una utopía.
Mbappé eclipsó a Messi
Messi, como todos los argentinos, se topó con un rayo de 19 años que va para jugador grande, si no lo es ya. Fue una barbaridad lo de Mbappé. En la historia de los Mundiales cuesta recordar una cabalgada como la suya en la jugada del primer gol. El extremo francés se convirtió en una mezcla de Ronaldo Nazario y Usain Bolt. Fue avanzando como un velocista de 400 metros con una zancada exultante, se quitó de encima al abuelo Mascherano y sólo Rojo pudo frenarlo cometiendo penalti. Griezmann lo transformó, ante el asombro suyo y del mundo entero por la estampida de 70 metros protagonizada por su compañero.
Para entonces Francia ya había dado algún aviso, especialmente un lanzamiento al larguero del propio jugador del Atlético. La sensación de superioridad parecía abrumadora. Mbappé era imparable, al igual que Matuidi, Pogba y Kanté inexpugnables. Messi se enmarañó entre ellos hasta encerrarse en un túnel. No pudo y no quedó claro si quiso. El equipo de Sampaoli llegó a estar noqueado, al borde del abismo.
La magia de Di María alumbró a Argentina
Pero esta Argentina de la moneda al aire permanente, de la ruleta rusa como concepto, es indescifrable. Para lo malo y también para lo bueno. Así, cuando más sudaba Mascherano y menos Messi, apareció Di María para colocar un zambombazo en la misma escuadra de Lloris que niveló el encuentro y disparó la pasión argentina. Esa excitación argentina que le salva en los peores instantes apareció de nuevo para ponerla inesperadamente por delante. Un córner mal botado y un tiro mordido de Messi los hizo bueno Mercado, que pasaba por ahí. Un espejismo, en realidad.
Lo demás, como en casi todo el partido, lo hizo Francia. Necesitaba respuestas ante la adversidad y Mbappé se las dio. El partido era de varios rombos y el inexperto equipo de Deschamps tuvo arrestos para volver a nivelarlo. Pavard, ese joven de pelo rizado y toque de balón exquisito, empató con un tanto magnífico en lo plástico y también en lo anímico, pues salvó a los galos de una difícil gestión final de partido.
La tarde estaba reservada para Mbappé. Su figura penetrante volvió a aparecer para sembrar el pánico en la defensa argentina, que tuvo que sacar la bandera blanca ante él. Suyo fue el tercer tanto, vertiginoso de nuevo. Ese cambio de ritmo dentro del área no concuadra con su angelical rostro, igual que su velocidad al espacio. De esta forma anotó el cuarto y dio la puntilla a Argentina, pese a su reacción final. Sampaoli hizo cambios e introdujo a Agüero, suplente inexplicable. Messi se activó algo y entre ambos fabricaron el 3-4, muy al final, con un cabezazo del Kun que soprendió a Lloris. Pero no era el día de Messi ni su Mundial. Era el día, y quien sabe si el torneo, de Mbappé, una nueva estrella que fue capaz de hacerse grande a ojos incluso de un Messi apagado, un Messi que probablemente alcanzase la situación de no retorno con Argentina.