Para llegar a la madurez, es preciso haber desarrollado la facultad de hacerse responsable de la propia vida, independiente de los padres u otras personas que aparecen como elementos protectores. A medida que va creciendo, la persona adquiere autonomía, así como criterios, valores y principios propios. Cuando la infancia es muy prolongada, especialmente en familias donde el cuidado protector es excesivo, se desarrolla la tendencia a depender demasiado de los demás. Muchas madres cultivan la dependencia de los hijos, cuando más bien deberían modelar su independencia. Se encuentran muchos casos de personas que dependen casi totalmente de otras para pensar o decidir y esto es fatal.
Una persona puede crecer mucho físicamente o puede crecer su bolsillo, su fama, su conocimiento en una profesión determinada o su grado de santidad. Pero nada de eso significa que la persona crece integralmente. Por lo tanto, no es una persona madura. Una actitud característicamente infantil es el afán de recibir todo lo que se desea, lo cual es la puerta de entrada para las emociones mezquinas. A medida que estas personas se hacen mayores, ya no consiguen lo que recibían en la infancia, pero continúan pensando que les corresponde ser obsequiados. Este deseo de ser complacido siempre los coloca en un callejón sin salida en el que se estrellan con un desencanto profundo. Estas personas suelen obrar según lo que piensan obtener. Sus emociones tensas y agarrotadas por la frustración de estar siempre esperando recibir en vez de dar se reflejan en su continua falta de salud. Muchas personas cultivan y promueven la actitud infantil de la egolatría, aún a los 30, 40 ó 50 años y jamás pierden esa fijación de egoísmo y rivalidad, resultando difícil convivir con ellas porque siempre se enfrentan a todo el mundo. Las personas que cultivan ese espíritu de rivalidad exacerbada son desgraciadas porque las domina constantemente la envidia, el orgullo herido, la hostilidad contra sus semejantes y contra sí mismos. Es triste encontrar personas con enfermedades emotivas serias por estar demasiado llenas de este espíritu de rivalidad para llegar a la cumbre, sin importarles pisotear, avasallar o atropellar con tal de subir. Hay que procurar llegar a la meta de las aspiraciones compitiendo con uno mismo y llegar a ser lo máximo que uno pueda de acuerdo con sus posibilidades.
Las personas que despliegan emociones agresivas hostiles, como la cólera, el odio y la crueldad, lejos de ser fuertes demuestran inmadurez, debilidad, miedo y fracaso. En el fondo son como niños que se sienten débiles, dependientes e inseguros, y cuando ven contrariados sus deseos, reaccionan agresivamente. En cambio, las personas verdaderamente fuertes saben ser dulces y amables.
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