La ambición tiene varias causas, y una de
ellas es eso que se llama miedo. El humilde
muchacho que en los parques de las lujosas
ciudades limpia el calzado de los orgullosos
caballeros, podría convertirse en ladrón si llegase
a sentir miedo a la pobreza, miedo a sí mismo,
miedo a su futuro.
La humilde modistilla que trabaja en el
fastuoso almacén del potentado, podría convertirse
en ladrona o prostituta de la noche a la mañana si
llegase a sentirle miedo al futuro, miedo a la vida,
miedo a la vejez, miedo a sí misma, etc.
El elegante mesero del restaurante de lujo o
del gran hotel, podría convertirse en un gangster,
en un asaltante de bancos o en un ladrón muy fino,
si por desgracia llegase a sentir miedo de sí mismo,
de su humilde posición de mesero, de su propio
porvenir.
El insignificante insecto ambiciona ser elefante.
El pobre empleado de mostrador que
atiende a la clientela y que con paciencia nos
muestra la corbata, la camisa, los zapatos,
haciendo muchas reverencias y sonriendo con
fingida mansedumbre, ambiciona algo más, porque
tiene miedo, mucho miedo a la miseria, miedo a su
futuro sombrío, miedo a la vejez, etc.
La ambición es polifacética. La ambición
tiene cara de santo y cara de diablo, cara de
hombre y cara de mujer, cara de interés, cara de
virtuoso y cara de pecador.
Existe ambición en aquel que quiere casarse
y en aquel viejo solterón empedernido que aborrese
el matrimonio.
En el conglomerado social se necesitan
todos los trabajos, todos los oficios; ningún trabajo
honrado puede jamás ser despreciable.
En la vida práctica cada ser humano sirve
para algo, y lo importante es saber para qué sirve
cada cual.
Es deber de los maestros y maestras descubrir
la vocación de cada estudiante y orientarle en
ese sentido.
Aquel que trabaje en la vida de acuerdo con
su vocación, trabajará con amor verdadero y sin
ambición.
El amor debe reemplazar a la ambición. La
vocación es aquello que realmente nos gusta,
aquella profesión que con alegría desempeñamos
porque es lo que nos agrada, lo que amamos.
En la vida moderna por desgracia las
gentes trabajan a disgusto y por ambición, porque
ejercen trabajos que no coinciden con su vocación.
Cuando uno trabaja en lo que le gusta, en
su vocación verdadera, lo hace con amor porque
ama su vocación, porque sus aptitudes para la vida
son precisamente las de su vocación.
Ese es precisamente el trabajo de los maestros:
saber orientar a sus alumnos y alumnas,
descubrir sus aptitudes, orientarles por el camino
de su auténtica vocación.