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General: EL FIN
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De: Athena (Mensaje original) |
Enviado: 26/08/2012 19:22 |
El Fin
El evento de la muerte siempre es desconcertante; nuestra filosofía nunca la alcanza, nunca la posee; siempre estamos al principio de nuestro catecismo; siempre con una definición pendiente. ¿Qué es la muerte?
- Ralph Waldo Emerson
¿Qué sucede cuando morimos? ¿Concluye todo lo que somos? ¿Se pierde la conciencia para siempre? ¿O alguna chispa vital dentro de nosotros, un espíritu o un alma, continúa viviendo?
Se nos hace increíble pensar en que no tengamos una mente, que nuestra conciencia se apague como una vela. Aún así, el hecho real es que dentro de unos cien años más o menos, todos los que hoy vivimos – todos los 6 mil millones – estaremos muertos. Nada en la vida es más cierto. Más tarde o más temprano, sea lo que sea que hagamos o que realicemos, nuestros despojos físicos estarán pudriéndose en la tierra o habrán sido convertidos en cenizas. O quizá como el cerebro de Einstein, algunas partes de nosotros estarán encurtidos en formaldehído para la posteridad y la ciencia.
Buscamos a nuestro alrededor para reconfortarnos. Pero el mensaje de la línea frontal de la investigación cerebral no podía ser más sombría. No debemos crear ninguna esperanza, nos dice, de ser capaces de continuar después de la muerte. El cerebro juega, obviamente, un papel muy importante en hacernos lo que somos. Cuando sus funciones son deterioradas, por la bebida, drogas o enfermedad, “nosotros” también nos alteramos. Y cuando los altos centros del cerebro están completamente fuera de acción, por un golpe en la cabeza o por anestesia general, todo nuestro ser interior parece cerrarse temporalmente. Durante la vida, nuestros recuerdos, personalidad y estado de conciencia, parecen depender crucialmente del estado en que se encuentre esa masa bizarra interior que está entre nuestras orejas. ¿Por qué, entonces, queremos engañarnos a nosotros mismos? ¿Porqué mantener esperanzas de poder ser capaces de pensar y permanecer conscientes cuando el cerebro esté muerto, si ni siquiera podemos hacerlo en las profundidades del sueño?
Los seres humanos somos las únicas criaturas en la tierra que sabemos que vamos a morir. Pero ese presagio ha llegado apenas recientemente y se pasea a la cara de 4 mil millones de años de evolución. Esos eones nos han condicionado genéticamente para tratar de hacer todo lo posible para preservarnos a nosotros mismos y a nuestra especie. El resultado es que nos encontramos en un gran dilema. Estamos programados para sobrevivir por medio de nuestros genes y aún así estamos dolorosamente conscientes de nuestra mortalidad gracias a nuestro avanzado cerebro. Si admitimos que la muerte es inevitable, entonces nuestro deseo de sobrevivir puede quedar fatalmente debilitado. Por otra parte, si negamos la muerte, tendríamos que hacernos los ciegos ante un hecho patente del mundo real.
Sólo existe una salida posible de escape – creer en una vida después de la muerte. Con esto podemos afrontar la pesadilla a la que la muerte somete a la mente racional.
Los cultos que tratan sobre almas y la inmortalidad han surgido en todas partes, en el tiempo y el espacio del ser humano. Tan hacia atrás en el tiempo, como el Neolítico y aún posiblemente antes, el hombre ya tenía fe en la supervivencia del espíritu más allá de la muerte. Los arqueólogos han encontrado que los seres prehistóricos enterraban comida y armas con sus compañeros fallecidos para equiparlos para la vida venidera. En cuevas en Israel, los restos de Neandertal de casi 100,000 años de antigüedad han sido desenterrados en medio de evidencias de un ritual funerario. Incluyen el esqueleto de un joven de trece años encontrado en una cavidad cortada en la roca de Qafzeh. El cuerpo del joven había sido puesto sobre su espalda con el cráneo descansando en la pared de la tumba. Sus manos hacia arriba. A través de las manos y pecho había sido colocada cuidadosamente la cornamenta de un ciervo. En las cuevas de Shanidar en las montañas de Iraq, se encontró un esqueleto masculino recostado sobre su lado. Recubriendo la tumba había rastros de pétalos de flores esparcidos ritualmente.
Desde la prehistoria hasta hoy en día, nos hemos enfrentado con la brevedad de la vida terrestre y el sueño por una eternidad. Han surgido grandes sistemas religiosos para servir de puntos primordiales para nuestra creencia. Pero hoy, estas enseñanzas tradicionales y nuestra adorable creencia en un después de la muerte – lo que Sigmund Freud llamó el “más viejo, fuerte y más insistente deseo del ser humano” – se encuentran en peligro. Los dioses y las almas parecen fuera de lugar en este universo estéril y más parecido a una máquina que nos muestra la ciencia.
A medida que la creencia primaria en nuestra naturaleza espiritual se marchita, así buscamos mayores explicaciones para rechazar o volver ficticia la muerte. La muerte ha reemplazado al sexo como el gran tabú. Aún el mencionarlo, es indicativo de mal gusto, y cuando nos golpea de cerca la tratamos con indignación. Decimos, el ser querido fue “acometido por...”, como si se tratase de algo no natural el hecho de morirse. Freud indicó que cuando una muerte acontece, “Nuestra costumbre es la de hacer hincapié en la causa fortuita que causó la muerte – accidente, enfermedad, infección, edad avanzada; de esta manera realizamos un esfuerzo para cambiar la muerte, de una necesidad, a un evento casual.”
Nos distanciamos de la muerte convirtiéndola en una institución. Mientras que en épocas anteriores la mayoría de la gente pasaba sus últimos días en casa rodeados de la familia y amigos, hoy en día las cuatro quintas partes de todos nosotros somos enviados a hospitales o asilos de ancianos. Se nos oculta a los ojos de los jóvenes y de los sanos y somos atendidos por extraños. A medida que se acerca el final, se nos cambia discretamente a pabellones para los desahuciados o ya en fase final y hacia máquinas de soporte vital final. La tecnología ocupa su lugar. Y cuando eventualmente morimos, se le hecha la culpa a lo inadecuado del equipo o a los fallos en el tratamiento.
En lugar de aceptar a la muerte como un hecho natural e inevitable de la vida, estamos en peligro de convencernos a nosotros mismos, de que, si tuviéramos mejores avances médicos, seríamos capaces de alargarlo por el tiempo que deseásemos. “Algunas personas quieren obtener la inmortalidad a través de sus obras o de sus descendientes,” dijo Woody Allen. “Yo quiero obtenerlo no muriéndome.” Ahora, por vez primera, la ciencia parece estar ofreciendo una pequeña esperanza de burlar a la muerte. Ya, algunas de nuestras partes vitales pueden ser reemplazadas con substitutos naturales o sintéticos. Con el tiempo, parece, los cirujanos de trasplantes serán capaces de hacer por los humanos lo que cualquier mecánico competente, en un garaje bien equipado, puede hacer por un coche.
En otro frente distinto, continúa la investigación por encontrar las formas de disminuir o parar la constante degeneración de nuestros cuerpos. La inmortalidad sin muerte, nos hace señas. Quizá dentro del próximo siglo, nos dicen, existirán elíxires de vida en las farmacias tan a la disposición como hoy en día se venden las vitaminas. Entonces, el viejo sueño de los alquimistas se habrá hecho realidad y, junto con nuestros víveres semanales, llevaremos a casa lo necesario para disminuir, o aún invertir, nuestro proceso de envejecimiento.
Algunos de nosotros puede ser que no vivamos lo suficiente como para beneficiarnos de estos avances. Pero no importa. Por un precio, podemos arreglar que pongan nuestros restos aún frescos en congelamiento total – o todo nuestro cuerpo, o simplemente nuestra cabeza (una “neurona”), almacenados como un pepinillo en nitrógeno líquido – a esperar el glorioso día cuando la tecnología pueda regresarnos a la vida. ¿Qué tan desesperados podemos llegar a estar? Los biólogos británicos Peter y Jean Medawar expresaron cual debe de ser la opinión de un individuo que piensa racionalmente: “En nuestra opinión, el dinero gastado en estos sistemas para la conservación de la vida humana es un dinero perdido, siendo dichas sumas lo suficientemente grandes como para merecer una auto-demanda punitiva a modo de multa por credulidad y vanidad.”
Están apareciendo signos de peligro; nos estamos obsesionando por aferrarnos a la vida, evitando la muerte, a cualquier precio. Y no sólo nuestra dignidad está en juego. Hemos perdido contacto con el mundo natural y nuestras raíces espirituales. Ya no existe un sentido de participación en el ciclo de la vida, la renovación, la secuencia regenerativa de la-vida-la muerte-la vida. El hombre occidental ha vagado en un desierto espiritual donde las tradiciones de intimación con la naturaleza, el rito final de la travesía, y la creencia en una vida eterna han sido totalmente olvidadas.
Le tememos a la muerte por muchas razones. Tememos la posibilidad del dolor porque lo vemos en las caras de otros, la agonía y la angustia de un cáncer terminal. Tememos lo impredecible de la muerte, su pasmoso poder para traer en un instante el final de todo lo que hemos vivido y trabajado por ello. Tememos la muerte de los que amamos – padres, consortes e hijos. Pero por encima de todo, le tememos a la pérdida de nosotros mismos.
En las palabras de Sogyal Rinpoche, uno de los principales exponentes hoy en día del Budismo Tibetano:
...nuestro deseo instintivo es vivir y continuar viviendo, y la muerte es un fin salvaje de todo aquello que tenemos por familiar. Sentimos que cuando llegue, nos sentiremos inmersos en algo muy desconocido, o que nos volveremos en alguien totalmente diferente. Nos imaginamos que nos encontraremos perdidos y desconcertados, en lugares que nos son desconocidos. Imaginamos que será como despertar solos en un tormento de ansiedad, en un país extraño, sin conocimiento de la tierra o del idioma, sin dinero, sin contactos, sin pasaporte, sin amigos...
En tanto que creemos todo, creemos que tenemos un exclusivo, “ser” personal, un “yo” interior, que debe ser preservado a toda costa. Pero si nos atrevemos a analizar profundamente a este ser, nos encontramos que esta hecho de no más que un simple equipaje reunido durante su vida: un nombre dado, un carácter y una biografía modelados por nuestro comportamiento con otras personas, recuerdos de eventos pasados, posesiones, familia y amigos, una ciudad natal y todo lo demás con lo que nos hemos cruzado y reclamado como “nuestro.” Estas son las frágiles propiedades de las cuales dependemos y a las cuales nos aferramos desesperadamente. Tememos a la muerte por que significa un final de todo ello y, por lo tanto, a la persona con la que los confundimos. Sogyal Rinpoche puntualiza:
“Vivimos bajo una identidad asumida, en un mundo de cuento de hadas no más real de lo que pueda ser la tortuga Mock en Alicia en el País de las Maravillas. Hipnotizados por la emoción de construir, hemos alzado las casas de nuestras vidas sobre arena. Este mundo puede parecernos maravillosamente convincente hasta que la muerte colapsa la ilusión y nos expulsa de nuestro escondite.”
Dice el dicho “No puedes llevártelo contigo”. No, pero tú tampoco te puedes llevar “a ti mismo”. Y esa es la fuente primordial de nuestro temor a la muerte.
¿Qué esperanza, entonces, podemos tener para después de la muerte? Nada – absolutamente nada – si creemos lo que dicen muchos científicos. Toda la vida, argumentan, puede entenderse en términos de reacciones químicas. Cada evento, todas las maravillas de la naturaleza, pueden explicarse por el golpeteo y zangoloteo accidental de partículas. El cerebro es la mente. ¿Porqué tomarse la molestia de especular más allá, acerca de un alma inmaterial o un después de la vida?
Hemos llegado a respetar el veredicto de los científicos en casi cada cosa, por que la ciencia funciona muy bien. Hace progresos. Nos dice, con más y más detalle como se comportan los átomos ó como se ha desarrollado el universo. Nos da una visión privilegiada del guión matemático que sigue la naturaleza. Y, más visible para la persona común, nos conduce a toda clase de maravillas tecnológicas que han transformado nuestras vidas.
En efecto, la ciencia ha usurpado a la religión y los científicos se han convertido en nuestros nuevos altos sacerdotes. El problema es que cuando la ciencia trata sobre temas espirituales o morales, se vuelve un completo desastre. Para la ciencia, el ser humano no es más que una máquina complicada. ¿Y cómo puede una máquina tener alma? El respetado neurólogo Richard Restrak ha llegado hasta a realizar evaluaciones del cerebro con un escáner PET para encontrar evidencia del alma. Es innecesario decir que ha salido con las manos vacías.
Como sociedad, hemos cometido el error de pensar que como la ciencia puede responder muy bien a muchas preguntas, podría eventualmente ser capaz de contestarlas todas. Los científicos solían ser muy modestos en sus afirmaciones. Pero recientemente un buen número de ellos se han vuelto más ambiciosos, como si el poder ilusorio que les hemos otorgado hubiese afectado su buen juicio. El resultado ha sido un gran número de grandiosas pretensiones que no pueden ser ni justificadas ni cumplidas. Por ejemplo, Steven Hawking terminó su libro A Brief History of Time con la declaración de que si su teoría acerca del universo era apoyada, nos ayudaría “como la mente de Dios.” Hawking puede ser un genio, pero sus opiniones acerca de Dios no tienen más peso que las que pueda tener su vecino de la puerta de al lado. De una manera similarmente directa, el biólogo-evolucionario de Oxford, Richard Dawkins, autor de The Selfish Gene, ha dicho: “La ciencia nos ofrece una explicación de como la complejidad surgió de la simplicidad. La hipótesis de Dios no ofrece una explicación que valga la pena para nada... No podemos demostrar que no hay Dios, pero podemos concluir con seguridad de que El es muy, muy improbable de verdad.”
Dawkins puede sacar las conclusiones que él desee. Pero otros pueden pensar que su agresiva intolerancia hacia la religión destruye el mismísimo dogma que el está tan ansioso por evitar. No es difícil de ver porque el reduccionismo falla en encontrar un Dios o un alma, o inclusive un aspecto subjetivo de la experiencia humana. Todos estos aspectos están fuera de la agenda de los reduccionistas desde el propio principio.
Al tratar temas tales como la muerte y la vida después de, son esenciales una mente abierta y una tolerancia para todos los puntos de vista. Necesitamos mirar a través de los ojos del científico y del místico y aprender lo más que podamos de ambos. Al hacer esto, estaremos siguiendo simplemente las pautas de algunos de los verdaderamente más grandes pensadores del mundo.
Gente de la calidad de Niels Bohr y Alberto Einstein eran muy concientes del enlace entre su propio trabajo y las tradiciones místicas ancestrales. Bohr, el más influyente de todos los pioneros de la mecánica cuántica, dijo una vez: “Como paralelo a la lección de la teoría atómica... [Debemos darle vuelta] a esos tipos de problemas epistemológicos con los cuales ya pensadores como Buda y Lao Tzu se han enfrentado, al tratar de armonizar nuestra postura como espectadores y actores en el gran drama de la existencia.”
De igual manera, el actual Dalai Lama ve la posibilidad de un enlace entre la ciencia y formas más intuitivas de conocimiento. Escribe: “La Muerte y el Morir proporcionan un punto de encuentro entre el Budismo Tibetano y las tradiciones científicas modernas. Creo que ambos tienen mucho que contribuir entre sí al nivel de entendimiento y de beneficio práctico.”
La ciencia nunca sería una buena religión. Por su propia naturaleza, se encuentra encadenada a lo material y mensurable. Si va demasiado lejos, siempre resbalará en su propia red. Pero como consecuencia de los recientes descubrimientos acerca del mundo, los científicos están siendo animados a pensar más holísmicamente [Holismo – doctrina epistemológica]. Por ejemplo han existido algunos cambios trascendentales en la forma como la ciencia se enfrenta a sistemas complicados. Estos son sistemas que, formados por elementos que se rigen por leyes fijas, están hechos de tantos elementos que esas leyes se pierden en una tormenta de complejidades. Los organismos vivos, resulta ser, no pueden en principio comprenderse totalmente en términos de las partículas separadas de las cuales están formados. Aún a un nivel material, somos más que sólo la suma de nuestras microscópicas partes.
Los científicos también han tenido que revisar drásticamente su punto de vista en la relación del ser humano con el universo. Desde la física del mundo subatómico, la mecánica cuántica, hemos aprendido que sería insignificante hablar acerca de la existencia de partículas fuera de nuestras observaciones. Parece ser que interrogando al temperamento en su nivel más fino realmente jugamos una parte decisiva en traer algunos aspectos de la realidad a que sucedan.
El reduccionismo, había separado, efectivamente, al hombre del universo. Se había convertido en una parte del canon científico de que las experiencias del ser humano eran algo de un orden inferior a la realidad, de lo que lo eran los eventos “externos.” Pero ahora, la mecánica cuántica insiste en que no podemos aferrarnos a esa dualidad. Las partículas efímeras que aparecen en los experimentos de laboratorio, deben sus cortas vidas a los investigadores que las observan. Las partículas no están ahí siempre, esperando a ser detectadas. Su existencia está provocada por el campo cuántico donde nada es sólido ni definido. La frontera entre sujeto y objeto se ha vuelto borrosa.
También a escala cósmica, nos hemos encontrado de repente e inesperadamente lanzados al punto de atención. Resulta que vivimos en un universo irrazonablemente bien adaptado para el desarrollo de la vida. Hace alrededor de 15 mil millones de años, espacio, tiempo, materia y energía se combinaron en una explosión titánica conocida como el “Big Bang.” Nuestra presencia aquí, hoy en día, se debe a que esa explosión fue precisamente lo violenta que fue; aún un pequeño cambio en el tamaño de la explosión, habría ocasionado que el universo se deshiciera o cayese sobre sí mismo antes de que las estrellas, planetas y vida tuviesen alguna oportunidad de llegar a formarse. Otras coincidencias misteriosas se han encontrado en las fuerzas relativas a las cuatro fuerzas básicas de la naturaleza y en la localización muy particular de los niveles de energía en los átomos clave como son el carbono y el oxígeno. Donde quiera y cuando sea que miremos, nos encontramos con que la naturaleza se muestra extrañamente comprensiva a la evolución de la vida y la inteligencia.
Estas nuevas perspectivas del mundo no han traído realmente una dimensión espiritual a la ciencia. Eso sería pretender demasiado. Pero han permitido que la brecha entre lo espiritual y lo material se estreche. Comenzamos a ver que escribimos la narrativa de la naturaleza de una manera fundamental y misteriosa. La mente ya no es sólo algo existente en un vacío jugando con objetos neutrales y tratando de acomodarlos dentro de una teoría poco inteligente; más bien “pertenece” al universo. La nueva imagen científica, con sus armónicos holísticos, se asienta mejor con ideas intuitivas tales como reverencia por la tierra, el agua y el aire. Es el mantenernos con un sentido de lo sagrado y un sentimiento sin palabras, la manera en como pasamos a formar parte integral e inseparable de todo lo que existe.
La naturaleza, así lo apreciamos ahora, es una unidad elegante, ya se trate de que nos preocupemos por estudiar el macrocosmos de las estrellas y galaxias o el microcosmos del átomo. Y nosotros, parece ser, podemos tener un papel – quizá un papel muy importante – a jugar en el desarrollo de este drama. El universo en el que nos encontramos es una evolutiva red de espacio-tiempo que lo ha producido todo desde partículas hasta gente, desde cuarks a conciencias.
Ahora ha llegado el tiempo para que ampliemos nuestro campo de investigación. Al voltear la cara hacia misterios más profundos de la vida y de la muerte, necesitamos comprender no sólo lo que está fuera de nosotros, si no también lo que tenemos dentro. Como escribió Tolstoi: “La más alta sabiduría sólo tiene una ciencia, la ciencia del todo, la ciencia que explica la Creación y el lugar del hombre en ella.”
Nos preguntamos cual es el propósito de la vida y porqué tenemos que morir. Pero la ciencia nos ha enseñado que la vida y la muerte, en el más amplio sentido, están en todo alrededor de nosotros. Existimos hoy en día por que hace miles de millones de años, las estrellas gigantes “vivieron” y “murieron” en grandes explosiones que lanzaron al exterior los elementos pesados formados por la fusión, de los cuales se componen nuestros cuerpos. Sólo viviendo y muriendo han sido capaces de evolucionar las plantas y los animales en formas tan complejas como lo somos nosotros mismos. Sólo viviendo y muriendo, otras formas de vida, es como continúan proveyéndonos de alimento y oxígeno. Y sólo viviendo y muriendo, es como contribuimos de una pequeña manera al proceso de reciclado universal.
La simple verdad es que no habría un usted, y no existiría un universo viable, sin la muerte – la muerte de estrellas y la muerte de sucesivas generaciones de vida orgánica. En palabras del filósofo John Bowker:
Si usted pregunta, “¿Porqué me está sucediendo la muerte (o a cualquiera)?” la respuesta es: porque el universo le está sucediendo a usted; usted es un evento del universo; usted es un niño de las estrellas, al igual que sus padres, y usted no podría ser un niño de ninguna otra manera. Aún mientras vive, y ciertamente cuando muere, los átomos y moléculas que están actualmente encerrados en su forma y apariencia se escapan y se dispersan hacia otros aspectos y formas de construcción.
Sabemos que eventualmente nuestros cuerpos se desintegrarán. Sabemos que nuestros cerebros dejarán de trabajar. La gran pregunta permanece, en relación a si la conciencia está igualmente condenada. ¿Existe, tal y como tan desesperadamente tratamos de creer, una vida después esperándonos más allá de las rejas de la muerte? La respuesta, creo, se encuentra a nuestro alcance.
Así como algunos científicos se asoman en los más intrincados huecos del cerebro humano, otros continúan refinando nuestro conocimiento de las experiencias cercanas a la muerte. Se están dando pistas de la naturaleza y el futuro de la conciencia, en campos tan diversos como la neurología, psicología, cosmología y física cuántica. Y sumado a todo esto se encuentra un creciente sentido de que una fusión entre las más altas enseñanzas de la ciencia, religión y misticismo debería de haberse realizado hace tiempo – una gran síntesis que nos ayudará finalmente a resolver el más gran misterio en el universo.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:41 |
Visiones del Paraíso
“Las fronteras entre la Vida y la Muerte son cuanto mucho, vagas y sombrías. ¿Quién puede decir donde termina una y comienza la otra?”
- Edgar Allan Poe
En la muerte, la ciencia se enfrenta al equivalente de un agujero negro para un astrónomo: una barrera de información impenetrable. Un agujero negro está rodeado por un “horizonte de eventos” , una frontera más allá de la cual, la velocidad requerida para escapar de dicho agujero negro es mayor que la velocidad de la luz – lo más rápido a lo que cualquier objeto material puede viajar. Cuando morimos, cada uno de nosotros efectúa un vuelo en solitario a través del evento del horizonte de la muerte y renuncia en ese acto final e involuntario a toda posibilidad de enviar información de regreso de lo que nos encontramos.
O ¿lo hacemos? Se han presentado, por muchos años, reivindicaciones de que se puede establecer contacto con aquéllos más allá de la tumba, especialmente por los espiritualistas Victorianos. Muchos libros han sido escritos sobre las proezas de esos antiguos médium, que insisten en haber estado en contacto con el mundo espiritual. Pero tristemente no existe una evidencia que sea creíble para respaldarlos. Por el contrario, el campo de lo paranormal, y del espiritualismo en particular, está lleno de nombres de científicos que han sido víctimas del engaño de ilusionistas profesionales.
Uno de los primeros en sucumbir fue el brillante e innovador químico y físico Sir William Crookes. A principios de los 1870’s, mucho antes de que se convirtiera en presidente de la Royal Society, Crookes llevó a cabo experimentos con el famoso médium Daniel Dunglas Homes y atestiguó acerca de la veracidad de un fantasma llamado Katie King materializado por la joven y atractiva médium Miss Florence Cook. Su participación le proporcionó peso y respetabilidad al movimiento espiritualista en sus inicios. Pero, de hecho, Crookes no era el observador imparcial que aparentaba ser. Casi seguro que él, era el amante de Florence Cook y estando casado y con familia numerosa, se encontraba en una posición que podría haber destruido su reputación si hubiese hablado.
Al llegar a finales del siglo, el espiritualismo ya había sido desacreditado ampliamente. Médium tras médium confesó o fue exhibido como un fraude, y las mentes sobrias han de haber comenzado a pensar en como era posible qué tantas personas hubiesen caído en la parafernalia de las sesiones de espiritismo, con sus cuartos convenientemente oscurecidos y las absurdas manifestaciones. El biólogo inglés Thomas Huxley se burlaba: “Lo único bueno que puedo ver en la demostración de la verdad del ‘espiritualismo’ es el proveer un argumento adicional contra el suicidio. ¡Es mejor vivir como un barrendero aquí que morir y hacer que lo hagan a uno hablar tonterías mediante un ‘médium’, contratado por unos centavos en una sesión de espiritismo!”
Pocas cosas cambian, y aún hoy en día – especialmente hoy – no estamos inmunes a las avanzadas pretensiones de todos aquéllos que están siempre listos para aprovecharse de nuestra credulidad. Piramidología, astronautas arcaicos, el triángulo de las Bermudas, platillos voladores y todo el resto, son todos muy populares con aquéllos que buscan escapar de las banalidades del trabajo diario. El mensaje está claro: si de verdad queremos creer en algo, la imaginación llenará los huecos y logrará que el más endeble de los temas, el de evidencia más dudosa, parezca plausible.
¿Quién sabe? Quizá haya un granito de verdad en alguno de los fenómenos que hoy en día pueden llegar bajo los bordes sueltos de la ciencia o de lo paranormal. Fantasmas, ‘poltergeists’, telepatía y otros, pueden, eventualmente, encontrárseles que tengan alguna base de realidad. Pero estamos perdiendo nuestro tiempo en construir historias acerca de lo que pueden ser o de como pueden encajar dentro de un esquema más amplio de la naturaleza, hasta que realmente tengamos una evidencia más convincente al respecto.
La muerte parece ser realmente como un agujero negro. Una vez que hemos cruzado el umbral quedamos para siempre fuera de contacto con el universo al que pertenecíamos.
Y aún así, puede concebirse una manera de darle la vuelta a la censura de esta noticia. Al menos en principio, podríamos enviar una nave espacial en misión de obtención de datos hasta una mínima distancia del horizonte del evento denominado agujero negro sin realmente pasar al otro lado. De una manera similar, aquéllos individuos que llegan a estar a un paso de la muerte pero luego inesperadamente sobreviven, nos dan la oportunidad de estudiar de cerca la frontera entre la vida y lo que pueda estar más allá. Ellos actúan, efectivamente, como una sonda humana de recolección de muestras hacia la misteriosa frontera entre este mundo y el siguiente.
Para buena fortuna, y ayudados en años recientes por las técnicas mejoradas de resucitación, la gente llega ocasionalmente muy cerca de la muerte antes de continuar y lograr una espectacular y total recuperación. Puede suceder que, por períodos que duran desde unos pocos segundos hasta casos extremos de una hora y más, su respiración y pulso paren y no den señales de estar conscientes. Aún puede habérseles declarado o diagnosticado como clínicamente muertos. Sin embargo, en muchos casos, habiendo revivido, los pacientes que han estado al borde la muerte declaran que han pasado por una experiencia impresionante durante el mismísimo tiempo en que sus signos vitales no eran detectados. A pesar de todas las apariciones externas, ellos recuerdan haber estado conscientes de todo lo que sucedía a su alrededor. Más aún, hablan de haber realizado un maravilloso viaje – flotar por encima de su cuerpo, viajar a través de un túnel, repasar su vida pasada y encontrarse con una inteligencia benigna. Para muchos, de verdad, la experiencia de casi-muerte se mantiene como el testimonio más poderoso y convincente de una existencia después de la vida.
A través de la historia se han presentado muchas experiencias poco comunes respecto de la casi-muerte. San Pablo escribió acerca de la ocasión cuando el mismo se sintió arrebatado hacia un “tercer cielo”: “Si era con mi cuerpo, o fuera de él, no lo sé: Sólo Dios lo sabe”.
El explorador del siglo diecinueve David Livingstone también narró un casi-fatal encuentro:
De inicio y mirando de lado, vi al león justo en el momento en que saltaba sobre mi... Agarró mi hombro en su salto y ambos rodamos por el suelo... El golpe me produjo un estupor similar a lo que parece sentir un ratón después de la primera sacudida del gato. Me causó una especie de sopor, en la cual no había sensación de dolor ni sentimiento de terror, aunque estaba totalmente consciente de todo lo que estaba sucediendo... Esta singular condición no fue el resultado de ningún proceso mental... [Ello] es probablemente producido en todos los animales que son muertos por carnívoros; y, si es así, es una previsión misericordiosa de nuestro benevolente Creador para disminuir el dolor de la muerte.
El concepto universal de un final pacífico de la vida, aún en condiciones traumáticas, fue menos apreciado quizá, en el pasado, de lo que lo es ahora. Antes de la llegada de los métodos modernos de resucitación, mucha menos gente regresaba de la oscura zona de transición entre la vida y la muerte y probablemente sólo una pequeña parte de los que lo hacían llegaron a expresar sus experiencias. Habría sido difícil de establecer un patrón para tales encuentros esporádicos. Los fatalistas, que había en gran cantidad, advertían solemnemente acerca de la inminente “agonía de la muerte” a pesar de las réplicas de algunos cirujanos experimentados, como Sir William Osler (1849-1919), que indicaban que esto no tenía sentido.
Pero hoy en día no es nada fuera de lo común tener pacientes que han revivido después de un paro cardíaco – el llamado síndrome de Lázaro. Todos aquéllos que son capaces de recordar todo o parte del tiempo en que su corazón dejó de latir, no recuerdan ninguna sensación de dolor o angustia. Por el contrario, su aplastante impresión es la de una total quietud. Como sugirió Livingstone hace más de un siglo, parece ser que el hombre (y probablemente otros animales superiores) está equipado para cerrar la innecesaria agonía cercana a la muerte. Aparentemente, tenemos una especie de interruptor fisiológico que cuando se activa nos permite continuar hasta el final en una neblina de tranquilidad. En particular, la liberación hacia el cerebro de los compuestos opiáceos naturales denominados endorfinas se sabe que bloquean la sensación de dolor. Pero si esto es así, si estamos equipados con un mecanismo para hacer más sencilla la muerte, entonces ¿cómo sucedió esto?
La evolución no tiene compasión. Funciona sin obligación alguna de hacernos la vida más confortable para nuestra conveniencia. Simplemente, crea el desarrollo de esas características que, desde un principio, sirven para mejorar las posibilidades personales de supervivencia suficientes para poder procrear. No debe de existir un beneficio de supervivencia cualquiera en un mecanismo cuya única función es la de hacer más llevadera la muerte. Desde un punto de vista evolutivo, un individuo muriendo es irrelevante, el destino de sus genes ya ha sido sellado. Aún así, no es tan irrelevante la habilidad de los individuos para hacer frente, y por tanto sobrevivir, a grandes dolores o daños durante el curso normal de vida. Y aquí comenzamos a observar un posible origen para nuestro mejoramiento en la situación de casi-muerte.
El dolor es la forma que tiene el cuerpo de decirle al cerebro de que algo anda mal, de que se requiere una acción correctiva – rápido. Pero demasiado dolor es dañino en sí mismo. Si una parte del cuerpo está seriamente dañada, entonces podría ser contraproducente el continuar inundando al cerebro con señales de dolor. Mucho mejor, seguramente, es desconectar el dolor y permitir que un sistema, de por sí sobrecargado, tenga la oportunidad de recuperarse en paz. Aceptando que tal mecanismo de desconexión se ha desarrollado, podría ser que fuese evocado, como un asunto de rutina, durante el desenlace final e irrevocable del organismo cercano a la muerte. Los sistemas autónomos del cuerpo no “saben” que están muriendo; simplemente reaccionan ante los trastornos internos severos de la única manera que pueden hacerlo – cerrando todas las señales táctiles hacia el cerebro.
Así que ya podemos formular una hipótesis de trabajo, del porqué el proceso de la muerte debería de parecer pacífico y aún agradable por regla general. Otros aspectos relativos a las experiencias de casi-muerte, no son tan fácilmente resueltos. ¿Cómo puede ser, por ejemplo, que pacientes que externamente se muestran profundamente inconscientes, que hasta pueden haber sido declarados muertos por un renombrado doctor, sean capaces de ver y oír cada suceso que ocurre alrededor de ellos? ¿Cómo es que tal gente puede estar, aparentemente, al corriente de sus alrededores, no desde la ventajosa posición de sus cuerpos, sino desde una visión elevada, fuera de ellos mismos? ¿Y cómo podemos dar cuenta, para esas otras experiencias aún más extraordinarias asociadas con el estado de casi-muerte – el túnel, el ser de luz, y otras más? Tales experiencias no son extrañas, ni tampoco son exclusivamente un fenómeno moderno. Aún así, es sólo dentro de las dos últimas décadas, más o menos, que han llamado la seria atención científica.
La puesta en relieve de la ciencia, y la conciencia de la sociedad en general, fueron encaminadas inicialmente hacia las experiencias de casi muerte por un psiquiatra de Georgia, Raymond Moody. En su exitoso libro Life After Life, originalmente publicado en 1975, Moody presentó extractos de más de un centenar de casos de pacientes que se habían recobrado después de haber sido dados por muertos. Estos reportes parecían mostrar que hay un fondo extremadamente consistente de elementos en la experiencia cercana a la muerte. Más aún, sin ser del conocimiento de Moody antes de la publicación de su libro, otros dos investigadores se habían enfrascado en un trabajo similar y habían llegado virtualmente a las mismas conclusiones. Estos eran Ralph Noyes, un psiquiatra del Colegio de Medicina de la Universidad de Iowa, y Elisabeth Kübler-Ross, una avanzada pionera en la psiquiatría relativa a los pacientes moribundos.
Noyes había estado acumulando varios casos a través de muchos años. Después de analizarlos, determinó que había tres principales niveles en la experiencia de casi muerte. El primero, ejemplificado por una lucha por la supervivencia, que el llamó “resistencia”. Éste era seguido (segundo nivel) por la “revisión” – un episodio, por lo general acompañado por una sensación de fuera-del-cuerpo, durante el cual, la víctima veía incidencias de su pasado personal. Y el tercer nivel, o “trascendente”, involucraba una situación del ser-con-todo difícil de explicar, combinado con el movimiento hacia un destino desconocido.
En 1972, Noyes sugirió que una mejor comprensión de esta experiencia mística terminal podría ayudar a los doctores en su tratamiento de pacientes desahuciados. Podría, como parecía, quitar la espina de la muerte ofreciendo algún tipo de evidencia creíble de una vida venidera. Kübler-Ross ofreció su apoyo a esta idea, indicando que había escuchado muchos casos similares de ECM’s (experiencias cercanas a la muerte) de sus propios pacientes. Por el año 1968, reivindicó haber estado consciente del fenómeno, pero que se mostraba renuente a hablar de ello por temor al ridículo.
Juntando todas estas investigaciones de Moody, Noyes, Kübler-Ross y otros, fue posible encontrar unos temas recurrentes dentro de este tipo de experiencias. Si bien no todos ocurrían a la vez en un solo caso, si parecían agolparse una y otra vez dentro de cualquiera de los sujetos de muestra. Un típico caso “hecho y derecho” de ECM podría ser algo así:
Una paciente acaba de ser ingresada de urgencia en un hospital con un fuerte ataque al corazón. Ella se encuentra consciente de si misma en una camilla, rodeada del cuerpo médico y diversos equipos instrumentales. Experimenta un agudo dolor que va en aumento. En el instante de mayor dolor físico, escucha que está siendo declarada muerta. Inmediatamente, todo el dolor y el temor desaparecen y son reemplazados por un extraordinario sentimiento de paz y bienestar. La paciente está sorprendida de encontrarse a sí misma, aparentemente flotando varios metros por encima de su cuerpo inerme. En este estado indiferente, es capaz de escuchar y ver con inusual claridad al cuerpo médico en su trabajo. Más tarde, ella será capaz de recordar cada detalle de los procedimientos de resucitación y la conversación entre sus cuidadores. Será capaz de describir los detalles de la inyección intravenosa de drogas, el masaje al corazón y el uso del desfibrilador, aunque previamente ella no estaba familiarizada con estas técnicas.
Aparece una nueva sensación. Nuestro sujeto siente como si se estuviera moviendo a lo largo de un túnel oscuro. Adelante, al final del túnel, hay una luz blanca. Este se vuelve intensamente brillante, hasta que es increíblemente brillante pero que no ciega. Gradualmente, la luz se convierte en una forma humanoide y el sujeto se muestra maravillado por el amor y benevolencia que este ser de luz parece radiar. De alguna forma no verbal, el ser se comunica con ella y le pregunta, en efecto, si su vida ha sido bien empleada. A continuación viene una rápida revisión de la vida del sujeto, en la cual los eventos más importantes aparecen como si fueran proyectados en una gran pantalla panorámica. Aunque extraordinariamente detallada y comprensible, la revisión total parece no tomar más que unos pocos segundos.
A este nivel, el sujeto se muestra renuente a renunciar a su recién encontrado estado de paz y serenidad. Está tan contenta que no quiere regresar. Sin embargo, en el último momento, se encuentra con una barrera más allá de la cual se siente con la certeza de que no habrá perdón. El ser de luz le indica que debe regresar, y con ello el sujeto es regresado abruptamente dentro de su propio cuerpo.
Inspirado por los relatos de Moody, el psicólogo Kenneth Ring de la Universidad de Connecticut, se animó a investigar los resultados a través de su propia investigación. Después de entrevistar a 102 personas quienes a través de accidentes, enfermedad o intentos de suicidio habían estado cercanos a la muerte, publicó sus resultados en el libro Life at Death: A Scientific Investigation of the Near-Death Experience, publicado en 1980. Sólo algo más de la mitad de sus sujetos contó experiencias que se correspondían en algo o parte con los aspectos clásicos directos sobre ECM. Ring procedió a identificar cinco elementos clave de los ECM, que encontró que tendían a ocurrir en el mismo orden. Estos eran: un sentimiento de paz, una sensación de fuera-del-cuerpo, el túnel, la luz y la penetración de la luz. Cada nivel sucesivo era reportado menos frecuentemente que el anterior: paz (60 por ciento), fuera-del-cuerpo (37 por ciento), túnel (23 por ciento), luz (16 por ciento) y penetración de la luz (10 por ciento). Los resultados de Ring confirmaron y en cierta forma, legitimaron, el trabajo anterior de Moody.
En 1982, una encuesta a nivel nacional, sugirió que 8 millones de adultos americanos, o uno de cada veinte, habían pasado por experiencias de casi muerte. De los entrevistados, la mitad del total de los que habían estado en alguna ocasión al borde la muerte, reportaron haber tenido una ECM. Para los propósitos de la encuesta, la experiencia fue dividida en diez elementos (no necesariamente consecutivos), con los siguientes resultados: paz interior (32 por ciento), repaso de su vida (32 por ciento), entrar en otro mundo (32 por ciento), fuera-del-cuerpo (26 por ciento), percepción visual precisa (23 por ciento), encuentro con otros seres (23 por ciento), sonidos de voces perceptibles (17 por ciento), luz (14 por ciento), túnel (9 por ciento) y subsiguientes incidencias de precognición (6 por ciento). Las cifras de la encuesta nacional no estaban muy de acuerdo con los resultados de Ring, pero esto no es de sorprender. En un área tan subjetiva como esta, las amplias variaciones estadísticas son de esperarse.
Desde que la encuesta a nivel nacional se llevó a cabo, más y más gente se interesó en los ECM’s, existiendo hasta hoy un gran número de sociedades, revistas y grupos de ayuda personal devotos a ello. La creciente cantidad de evidencias parece descartar la posibilidad de error o de fraude. Aún así, es saludable tener una cierta cantidad de escepticismo. Cuando tan grandes cantidades de gente (incluyendo respetados científicos) se han dejado llevar por la histeria sobre el espiritualismo, y más recientemente, por platillos voladores, “el efecto Geller”, astronautas arcaicos y círculos en los campos de cosechas, vale la pena estar constantemente en guardia intelectual. Millones pueden estar equivocados. Millones pueden ser persuadidos por los diferentes medios de información y los auto proclamados expertos, de que algo es genuino, cuando, de hecho, es pura y llanamente un simple deseo.
Aún así, en el caso de los ECM’s, sería rudo negar que existe una base real para las afirmaciones. Demasiada gente, muchos de los cuales no tienen nada que ganar con el sensacionalismo, se encuentran involucrados. Demasiada gente ha sido sometida aparentemente a profundas transformaciones personales como resultado de una ECM por el simple fenómeno de haber sido rechazados de antemano.
Un estudio de 344 pacientes de ECM hecho por Peter Fenwick, eminente neuropsiquiatra del Hospital Maudsley de Londres, mostró que no menos del 86 por ciento sintió que su existencia los había vuelto más religiosos. Después de una ECM, la mayoría de gente dicen ser menos materialistas, estar más agradecidos a la vida y más preocupados por el bienestar de los demás. Melvin Morse profesor de pediatría en la Universidad de Washington, se ha enfocado particularmente a experiencias similares en niños. Comenta que los pacientes de ECM “muestran un entusiasmo por vivir que es difícil de describir”. De manera similar, Kenneth Ring ha encontrado que “Como resultado de su experiencia, a menudo muestran una alegría de vivir, un gran sentimiento de autoestima y una preocupación más compasiva para con los demás... frecuentemente desarrollan una fuerte creencia hacia Dios – aún los ateos pueden identificarse con la luz – pero tienden a alejarse de las principales creencias religiosas y ven la verdad en todas las religiones”.
¿Qué es lo que entonces vamos a hacer con las ECM’s? Tomando al fenómeno como un todo, es como si existieran algunas secuencias predeterminadas de eventos esperando a revelarse entre más cerca está una persona de la muerte. La gran pregunta es, ¿Significan realmente estos eventos una genuina vida ulterior o son de alguna manera proyecciones de un cerebro que está muriendo?
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:44 |
Puerta al Infinito
“Ahora estoy a punto de realizar mi último viaje, un gran salto hacia la oscuridad.”
-- Thomas Hobbes, muriendo.
No hay quien no tenga la esperanza de que la experiencia cercana a la muerte sea el verdadero preludio a una vida posterior paradisíaca. Pero cuando tanto esta en juego, es perfectamente correcto preguntarnos si lo que puede sentirse como una maravillosa transformación espiritual, no es de hecho una poderosa ilusión conjurada por el cerebro a medida que muere. No estamos siendo cínicos o insensibles si preguntamos: ¿Existen teorías que puedan explicar adecuadamente la ECM de una forma no espiritual?
Una de las tentativas con más imaginación en acercarse al problema de ECM’s ha sido la del astrónomo Carl Sagan. En su popular colección de ensayos, el Cerebro de Broca(Broca’s Brain), el escribió:
La única alternativa, hasta donde yo puedo ver, es de que cada ser humano, sin excepción, ha compartido ya una experiencia como las de esos viajeros que regresan de la tierra de los muertos: la sensación de vuelo, emerger de la oscuridad a la luz; una experiencia en la cual, al menos alguna vez, una figura heroica puede percibirse borrosamente, bañada de resplandor y de gloria. Hay una sola experiencia común que concuerda con esta descripción. Se le llama nacimiento.
El túnel, informa Sagan, es en realidad una memoria borrosa del canal de nacimiento; la experiencia del túnel y la de fuera-del-cuerpo son una re-vivencia del propio nacimiento; y la figura bañada en luz de un ente divino al final, no es otra que el cirujano que nos trae al brillante mundo post-amniótico. A primera vista, parecen ser notablemente paralelos. Pero los críticos han expuesto serias imperfecciones a la tesis de Sagan. El canal de nacimiento no aparecería realmente como el túnel descrito en la ECM, aún si el feto estuviese mirando al frente y con los ojos abiertos – lo cual no es el caso (sus ojos están cerrados y su cara está presionada contra la pared del útero). Más aún, el paso a través del canal apenas y si podría considerarse como agradable o sosegado. Considerando que el feto es expelido rudamente de la calurosa seguridad del útero, que es apretado y aplastado sin misericordia por varias horas, y finalmente su cráneo es doblado y deformado mientras es extraído como si fuese una pasta de dientes a través del canal, la experiencia del nacimiento es, de seguro, la mayor antítesis de tranquilidad. ¡Ni tampoco al obstetra – ese individuo que nos saca afuera pataleando y balbuceando en un áspero mundo nuevo – es posible que lo recordemos en nuestros pensamientos finales con gratitud y buena voluntad!
Ya más en serio, la teoría de Sagan parece demandar demasiadas de las capacidades cognoscitivas de la criatura antes de nacer. Estas no son tales como para recordar la experiencia del nacimiento de una manera que tuviese sentido para un adulto muchos años después. Mucho se ha hecho en años recientes con la llamada regresión en la edad por medio de hipnosis, que pretende mostrar que los sujetos pueden, realmente, recordar incidentes cercanos a la época de su nacimiento y aún prenatales. Sin embargo, algunos estudios controlados más cuidadosamente no han sido capaces de apoyar a esta pretensión. A cambio sugieren que, sin realizarlo, los pacientes con regresión simplemente inventan experiencias que parecen ser superficialmente verosímiles.
Habiendo dicho esto, la teoría de Sagan, como cualquier buena teoría científica, permanece por si misma abierta para ser comprobada. Como anotó el propio Sagan, si el túnel y las experiencias de fuera-del-cuerpo son una repetición del nacimiento, entonces debe de haber un grupo de gente que nunca las podrá tener: aquéllos que hayan nacido por cesárea. La prueba directa al grano ha sido ya hecha. La psicóloga experimental Susan Blackmore, de la Universidad de Bristol, invitó a 254 personas, de las cuales treinta y seis habían nacido por cesárea, para rellenar un cuestionario. Los resultados parecen demoler la fascinante conjetura de Sagan: ambos grupos reportaron la misma proporción de experiencias fuera-del-cuerpo y del túnel.
Una explicación alterna, favorecida por Blackmore y probablemente por la mayoría de los científicos cualificados que trabajan en este campo, es que las ECM’s pueden tratarse de una particularmente pintoresca forma de alucinación. El origen de esta teoría puede remontarse a 1926 en la Universidad de Chicago, donde Heinrich Kluver se había embarcado en una serie de investigaciones con la mezcalina, un alcaloide alucinógeno. Obtenido del cactus del peyote, esta droga se ha usado entre los grupos de los indios nativos de México como los Huicholes como una ayuda para obtener el conocimiento espiritual. El interés especial de Kluver, compartido por otros investigadores en Alemania y en los Estados Unidos en esa época, era la imagen mental inducida por tales alucinógenos. Al final, él mismo experimentó con la droga.
Lo que Kluver encontró y que ha sido confirmado desde entonces, es que entre los tipos de falsa percepción ocasionados por la mezcalina existen cuatro patrones recurrentes relativamente sencillos. Estos son el enrejado, la tela de araña, la espiral y – la estructura familiar – el túnel.
Kluver observó que estas cuatro formas constantes, los motivos estándar de la imaginación inducida por drogas, no eran sólo exclusivas de la mezcalina o aún de otros alucinógenos como el tetrahidrocanabiol (el principio activo de la marihuana y el hasish) y la dietilamina del ácido lisérgico (LSD). Surgían una y otra vez en un amplio rango de condiciones alucinatorias, cuya lista ha sido ampliada por otros investigadores para incluir la epilepsia, migraña, estados sicóticos, sífilis avanzada, privación sensorial, privación de oxígeno, hipoglucemia por insulina, quedarse dormido, caminar, meditación y aplicación de presión a ambos ojos.
¿No será el tan mencionado túnel, tan a menudo reportado por aquellos que han estado cerca de la muerte, otra cosa que lo visto por los adictos al peyote o los que sufren de migraña? Pero entonces, ¿qué es esa luz brillante en el centro del campo de visión – esa luz al final del túnel? Esto también resulta ser, que se trata de un rasgo lo suficientemente común de las alucinaciones inducidas por drogas y de los estados físicos y mentales anormales.
Para entender como pueden suceder estas alucinaciones necesitamos enfocarnos en esa parte del cerebro en el cual se forman las imágenes mentales. El córtex visual, localizado hacia la parte posterior del cerebro, se encarga tanto de la visión como de la imaginación visual. En otras palabras, es capaz de reunir imágenes ya sea por obtención sensorial directa o desde la memoria. Normalmente, la información que llega directamente de los nervios ópticos obtiene el precedente de las imágenes generadas internamente. Lo que sucede es que las neuronas que conducen la información en “tiempo real” de los nuevos datos del mundo exterior, inhiben a otras neuronas de poder llevar percepciones previas e información almacenada a nuestra atención. Esto es lo normal o estado estable del córtex visual. Durante las alucinaciones, sin embargo, el mecanismo inhibidor se bloquea, conduciendo a un estado inestable y de excitación.
Para apreciar más claramente lo que sucede, imaginémonos a un hombre frente a una ventana cerrada opuesta a su chimenea y mirando hacia fuera a la puesta de sol. Se encuentra tan absorto por la vista del mundo exterior que no percibe las débiles imágenes reflejadas en la ventana del interior de la habitación. Al tiempo que la oscuridad cae en el exterior, las imágenes de los objetos detrás de él, en la habitación, pueden comenzar a verse difusamente reflejadas en la ventana. A medida que crece la oscuridad, el fuego de la chimenea proporciona la mayor fuente de iluminación, y entonces el hombre ve un vívido reflejo del cuarto, que parece estar fuera de la ventana. La luz diurna (el dato sensorial) se encuentra reducida, mientras que la iluminación interior (el nivel general de estímulo del sistema central nervioso) permanece en una constante brillantez. Debido a esto, las imágenes que se originan dentro del cuarto (el cerebro) se perciben como si estuviesen viniendo de fuera de la ventana (los sentidos).
Entonces, las alucinaciones ocurren, cuando algún agente bloqueante interfiere con la afluencia normal de datos sensoriales. Las alucinaciones por si mismas, están siempre presentes, como un ruido de fondo en nuestra mente. Pero nos damos cuenta de ellas solamente cuando la intensidad de las imágenes externas (y de las imágenes estimuladas de la memoria, normales en los sueños nocturnos o despiertos) se disminuye.
En vista de la gran variedad de posibles condiciones que provocan alucinaciones, parece sorprendente que éstas, puedan dar lugar a un rango tan estrecho de formas básicas visuales. ¿Por qué, por ejemplo, el túnel? ¿Qué procesos dentro del cerebro podrían generar tal estructura? Y, más directos al punto, ¿Cómo podría suceder en un cerebro que está al borde de la muerte?
En 1982, Jack Cowan, un neurobiólogo de la Universidad de Chicago, proporcionó una pista muy valiosa. Dibujando una analogía de como se comportan los fluidos, el razonó que cualquier aumento repentino en la excitación cortical perturbaría el estado normal del cerebro y provocaría “rayas” de actividad que se moverían a través del córtex visual. Estas rayas serían como las crestas y los valles de ondas que se expanden a partir de un punto en la superficie de un estanque. ¿Qué clase de imágenes mentales, preguntó Cowan, podrían dar tales rayas?
Todo lo que vemos está representado primero como un patrón sensorial de barras y elementos cónicos en la retina y después como una copia fiel en diferentes partes del córtex visual. La imagen completa es dibujada desde la retina al cerebro por una función matemática compleja. Cowan demostró que debido a la naturaleza de esta función, las rayas de actividad en el córtex excitado se percibirían como si fuesen círculos concéntricos, túneles o espirales en el mundo exterior. El movimiento de las rayas produciría expansión o dilatación. Más aún, como una mayor concentración de neuronas se encuentra dedicada al centro del campo visual más que a la periferia, debería de esperarse un mayor efecto en el centro (suponiendo que todas las neuronas fuesen igualmente afectadas por la liberación de la inhibición). Esto nos proporciona una explicación natural no sólo para el túnel si no también para la luz brillante al final del mismo. La pregunta crucial continúa estando ahí: ¿Es la experiencia cercana a la muerte, simplemente una alucinación?
Uno de los grandes retos a la teoría de la alucinación es la de explicar porqué los ECM’s parecen tan extremadamente reales – muchos más reales que la imaginería falsa que se sabe es generada, por ejemplo, por drogas o por falta de oxígeno. Mucha gente está convencida de que durante los ECM’s el túnel es una conexión física entre este mundo y el siguiente. La sensación de fuera-del-cuerpo, los deja convencidos de que su espíritu se ha escapado de su cuerpo y pueden sentir y moverse sin él. El flujo de emoción positiva es tan intenso que muchos están genuinamente molestos y enojados de tener que regresar. ¿Por qué generan estas experiencias impresiones tan poderosamente realistas?
Como apuntaba el psicólogo y filósofo americano, William James: “Lo que percibimos viene tanto de dentro de nuestras cabezas como de fuera”. Lo damos por un hecho de que sea lo que sea que veamos u oigamos en nuestras mentes, como resultado de nuestros sentidos, es lo que realmente está “allí fuera”. Pero la cosa no es tan fácil. Desde el momento en que comienzan los procesos visuales y auditivos, los datos sensoriales entrantes se mezclan completamente con la información ya existente en la memoria. Todo esto es parte del proceso de sacarle un sentido útil a la cantidad de señales que nos bombardean constantemente. Fuera de la confusión, nuestros cerebros extraen y construyen formas, texturas, perspectivas, objetos, espacios y otros artefactos. Pero, siendo esto así, ¿Cómo podemos saber qué es real? ¿Cómo podemos decir qué aspectos de la imagen, que finalmente vemos en la visión mental, vinieron del exterior y cuales han sido construidas? La respuesta muy corta es, no podemos decirlo con seguridad. No obstante, el cerebro, desde un punto de vista de supervivencia, tiene que tomar una decisión en lo que piensa es real y lo que no lo es. Un supuesto razonable, discute Susan Blackmore, es que el cerebro se agarra al modelo más estable del mundo en cualquier momento dado y lo llama “realidad”. En la vida normal el único modelo en disputa, el único que tiene la estabilidad, coherencia y complejidad para parecer real, es el construido a través de percepciones sensoriales.
¿Pero qué sucede a medida que morimos? ¿Hacia dónde se vuelve el cerebro para obtener un modelo aceptable de realidad, cuando los sentidos comienzan a cerrarse y el ruido interno amenaza con abrumar a los más altos centros del sistema nervioso? Quizá en estas condiciones extremas, las rayas de actividad en el córtex visual son el modelo más estable que le queda al cerebro, así que la percepción que estas rayas producen – de moverse a través de un túnel hacia una luz – aparece inevitablemente como real.
A la vez, siendo una sublime máquina de supervivencia, puede esperarse del cerebro que luche duramente para mantenerse en contacto con los eventos que están ocurriendo en el mundo exterior. Alguna de la información requerida puede continuar filtrándose a través de los sentidos, particularmente los sonidos de voces o de los equipos de monitores y otro instrumental. Las fuertes sacudidas de los intentos de resucitación podrían proporcionar más pistas respecto de lo que “realmente” estaba ocurriendo. Empleando estos limitados datos sensoriales como punto de partida, un moribundo podría agrandar la escena con imágenes tomadas de la memoria, por ejemplo, el cuarto de emergencia de un hospital (por lo general muy realistamente mostrado en las películas). Y existe un hecho interesante respecto de modelos de memoria: por lo general son vistas a vuelo de pájaro. Así que, tenemos otra explicación natural posible para un elemento clave de ECM’s – la experiencia fuera-del-cuerpo.
Si la forma en como nuestra memoria almacena los modelos es la causa de las experiencias del fuera-del-cuerpo, entonces la gente que tiene esta experiencia deberían de tener un habilidad mejor que el promedio para imaginarse escenas desde una visión superior. Se esperaría de igual manera que esta misma gente recordase y soñase acerca de cosas desde un punto de ventaja similar. Ambas ideas han recibido el soporte en las pruebas llevadas a cabo por Susan Blackmore en Bristol, y Harvey Irwin en la Universidad de New South Wales en Australia.
Respecto del repaso detallado de nuestra vida durante los estados de ECM’s, también pueden ser parcialmente contestados. Durante el curso de operaciones realizadas en los 1950’s dirigidos a curar a gente con epilepsia severa, el cirujano canadiense Wilder Penfield utilizó una suave corriente eléctrica a través de electrodos que tocaban partes específicas del córtex visual. Los resultados fueron sorprendentes. Los pacientes (que se encontraban anestesiados sólo de manera local) recordaban de repente escenas y eventos del pasado con detalles asombrosos. La estimulación eléctrica parecía desencadenar no sólo un recuerdo normal sino una aparente vuelta a vivir del evento, completo con vistas, sonidos y olores auténticos. Tan pronto se cortaba la corriente, desaparecía de inmediato la vivencia. Pero podía ser reanudada otra vez estimulando la misma área. Interesantemente, el recuerdo no retomaba desde donde se había quedado si no que comenzaba de nuevo desde el principio, como si estuviese guardado en una cinta grabada que se rebobinase a sí misma cada vez que era interrumpida. Esto sugiere que una lista de los incidentes de nuestra vida se encuentra archivada subconscientemente con admirable lujo de detalles y que puede ser traída a nuestra atención bajo las condiciones correctas de estimulación. Concebiblemente, las ondas de actividad cortical que pueden producir la experiencia del túnel podrían igualmente disparar el rebobinado archivado de nuestras historias personales.
Finalmente, está aún por ser tratado el encuentro con otros seres, incluyendo el “Ente de Luz”. Este es posiblemente el menos problemático de todos los elementos de la experiencia. Las investigaciones de ECM’s en sujetos de diferentes antecedentes culturales, tales como los conducidos por Bruce Greyson, psiquiatra del Centro Médico de la Universidad de Michigan, nos han revelado una notable variación en el tipo de encuentros que han tenido lugar. Los de la creencia de un cristiano ortodoxo generalmente reconocen a la fuente de luz brillante como Jesús, aunque el arcángel Gabriel y San Pedro también han sido mencionados a veces. Los hindúes por lo general se encuentran con algún tipo de mensajero, quien consulta una lista de nombres. Si llega a la conclusión de que es la persona equivocada, se le otorga el aplazamiento. Un doctor africano, Nsama Mumbwe de la Universidad de Zambia, anotó este suceso de una abuela de ochenta y cinco años:
“Yo estaba sufriendo de un ataque. Durante este tiempo, sentí que me ponían dentro de una gran calabaza [una cáscara de calabaza vacía] con una gran apertura. Pero por alguna causa no podía salirme. Entonces una voz desde alguna parte me dijo, Se valiente. Toma mi mano y sal. Aún no es tiempo de que partas”.
“Después de algún tiempo de estar dentro de la calabaza me las ingenié para salir por mi misma”.
“Yo creo que alguien estaba tratando de embrujarme, pero encontró que yo era un alma inocente”.
Anotaciones como esta, son reminiscencias de cuentos contados a los niños. Y puede ser que sea eso exactamente lo que son. Si el cerebro cree que está muriendo, ¿qué no sería más natural que si en sus momentos finales recurriese a su más arraigada noción de la vida posterior – esa que se nos da cuando somos más impresionables, en nuestra temprana niñez? Jardines preciosos, gente sonriente en vestidos blancos, reunión con fallecidos a quienes amamos, un Dios paternal, que lo abarca todo – estas son las imágenes que nos han pintado nuestros padres durante nuestros años de formación. Aún los ateos declarados tienen una imagen estereotipada de San Pedro parado a las puertas de sus rejas celestiales, escondida en el ático de sus mentes. De igual forma, gente de otras culturas y religiones se encontrarán con los seres que pueblan sus mitos de después de la vida.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:45 |
Los materialistas y escépticos, entonces, no están desconcertados por la experiencia cercana a la muerte. Ellos, de hecho, discutirían persuasivamente que a una teoría basada en alucinaciones le falta mucho para explicar los misterios de las ECM’s.
Las críticas a esta teoría son similares al superrealismo de las ECM’s, lo cual las coloca aparte de todos los tipos previos conocidos de alucinación. Apuntan al efecto permanente, de transformación de vida de las ECM’s, lo cual es a menudo comparado a una conversión religiosa. Estos argumentos, sin embargo, no son del todo convincentes. Una persona cerca de la muerte se encuentra en la situación más extrema imaginable, así que cualquier percepción recibida en cualquier momento – alucinatoria o no – es de esperarse que parezca extraordinariamente intensa y memorable. Esto, combinado con la anticipación del subconsciente a algún tipo de momentos, evento final, que probablemente la mayoría de nosotros llevamos grabado en nuestros cerebros desde nuestra juventud, podría ser suficiente para producir una impresión permanente y abrumadora.
La teoría de la alucinación, además, sólo trata sobre lo que ya sabemos que es cierto, o puede ser fácilmente supuesto, acerca de la forma como trabaja el cerebro. Un principio general de guía en la ciencia, conocido como la máquina de afeitar de Occam, dice que los nuevos conceptos no deben de introducirse innecesariamente: siendo todas las cosas iguales, la teoría más simple, de entre dos, es la preferible. ¿Porqué salirnos del camino para especular acerca de que las ECM’s nos dan pruebas de vida después de la muerte si ya tenemos a nuestro alcance una buena explicación basada en fenómenos más comunes?
Con franqueza, es muy fácil persuadir a grandes masas de gente, a través de cuentos de anécdotas emotivas, de que la teoría de la vida después de la muerte es correcta – porque eso, es lo que todos quieren creer. Pero corremos el riesgo de quedar tremendamente decepcionados (como quedaron los seguidores del espiritualismo) si ponemos demasiado de nuestra parte en la interpretación de la vida después de la muerte en las ECM’s y luego descubrimos que esto está siendo socavado por investigaciones futuras.
Aún así, la idea de que las ECM’s son simples invenciones de un cerebro muriéndose, está lejos de poder darse por terminada. Dos fragmentos particulares de evidencia, debidamente comprobados, serían difíciles de reconciliar con la teoría de las alucinaciones.
Entre otros, el cardiólogo Michael Sabom, de Atlanta, ha sostenido que los pacientes han visto cosas durante los ECM’s que ellos no habrían podido reconstruir a partir de claves auditivas o de lo que ellos pudieran haber conocido previamente respecto de las técnicas de resucitación. Una de las anécdotas a las que hace referencia es acerca de un zapato visto en un borde de una ventana inaccesible, por una persona mientras que se encontraba supuestamente fuera de su cuerpo. Otras historias nos cuentan acerca de pacientes que recuerdan las posiciones de las agujas de los equipos médicos instrumentales y las apariciones detalladas de doctores y enfermeras durante el lapso del ECM. Sabom les pidió a un grupo de voluntarios que nunca habían tenido una experiencia de casi muerte, que imaginaran estar en un proceso de resucitación y que le dijeran que era lo que veían en sus mentes. Los resultados, nos indica él, no se parecían en nada a las exactas descripciones de aparatos y lecturas de instrumentos que sí reportó el otro grupo haber visto desde fuera de sus cuerpos.
La otra pieza de evidencia que parece dejar dudas sobre la teoría de las alucinaciones nos viene por los momentos en que un electroencefalógrafo, o EEG, era conectado a los pacientes durante el tiempo de su ECM. Los resultados parecen sugerir que las experiencias de fuera-del-cuerpo pueden haber ocurrido mientras que las lecturas del EEG se encontraban completamente planas, esto es, mientras que no existía ninguna clase de actividad mensurable de las ondas del cerebro. La teoría de la alucinación requiere que el cerebro se encuentre activo al generar una ECM.
¿Cómo debemos enfocar estas aseveraciones tan notables? Primero, respecto del trabajo de Sabom, existen algunos huecos en su proceso experimental. Ya que los miembros de su grupo de control no estuvieron sujetos a los mismos procesos de resucitación y acciones de los asistentes, por lo que cualquier comparación hecha entre ellos y los pacientes de ECM, tiene un valor limitado.
Se ha demostrado también hasta la fecha, lo virtualmente imposible de confirmar o negar cualquiera de las historias mencionadas muy a menudo por pacientes que veían cosas mientras que supuestamente estaban fuera-del-cuerpo. Investigadores como Susan Blackmore han buscado, pero sólo para encontrarse con que las pistas se han enfriado. Los pacientes de aquél entonces o se han muerto o estaban muy confusos respecto de los detalles exactos de sus experiencias; los doctores y enfermeras estaban igualmente inciertos de lo que realmente había sucedido, y existían muy pocos registros de lecturas instrumentales o de los procedimientos llevados a cabo en el momento. Esto no es para implicar que todos han tratado de engañar, solamente que las historias deben de tomarse con grandes precauciones. Muchos de los grandes libros de éxito acerca de ECM’s están llenos de tales hechos no verificables, como si su repetición fortaleciese el caso para una interpretación de la vida después de la muerte. No es así.
Existen problemas formidables en confrontar la información subjetiva dada por pacientes con datos precisos y creíbles de la escena. En primer lugar, nadie puede predecir cuando va a ocurrir un ECM, y obviamente no es viable para un doctor y los ayudantes (los cuales no son indispensables en un ECM de todas maneras) el estar en un alerta constante para dicho momento. La principal preocupación de los ayudantes, en cualquier caso, es la de revivir al paciente, no la de tomar notas acerca de las circunstancias del evento. Y finalmente, después de que un ECM ha sido reportado, es imposible decir exactamente cuando sucedió ya que el paciente que ha sufrido dicha experiencia no tiene acceso a un reloj. En breve, en el caso de cada ECM descrita a la fecha, tenemos poco más que información de segunda- o tercera mano y datos no reproducibles.
En lo referente a la evidencia de los EEG’s, hay un problema de índole general con la sensibilidad de estas máquinas, especialmente a bajos niveles de actividad cerebral. Los EEG’s reciben ocasionalmente señales falsas (vía interferencia) aún cuando no están conectados a un cerebro viviente. En una prueba, por ejemplo, Jell-O dio lecturas positivas. Por el contrario, han habido ocasiones en que los EEG’s no descubrieron ningún patrón de ondas en pacientes que, por las indicaciones de otros signos vitales, se sabía que estaban vivos. La actividad cerebral puede estar llevándose a cabo a un nivel tan profundo que los electrodos en la superficie del cuero cabelludo fallan en detectarla. Y, así otra vez, existe la dificultad de relacionar el período del trazo lineal con el tiempo durante el cual el ECM tuvo lugar.
Los doctores y psicólogos que han escrito sobre la experiencia de cerca de muerte, hablan mucho del túnel, la sensación de fuera-del-cuerpo y especialmente del Ser de Luz. Estos efectos, según hemos podido ver, no son imposibles de explicar en términos de procesos universales que suceden en un cerebro muriendo.
Sin embargo, hay un aspecto de la ECM sobre el cual aún no hemos tratado pero que presenta un enorme problema para el materialista. Es difícil de describir para la persona que lo siente. Parece ir más allá de nuestras palabras. Pero aparentemente en lo que consiste es en una extraordinaria profundización y ampliación de conciencia a medida que la vida ordinaria llega a su fin. Unido a este aumento en una conciencia total viene una disminución progresiva de la propia conciencia. A medida que la experiencia se despliega, los sujetos, parece ser, se tornan más y más conscientes de todo excepto de ellos mismos.
Este es el quid del enigma de la ECM. ¿Cómo puede ser que ha medida que el cerebro muere, la consciencia se expanda? ¿Y cómo puede ser que a medida que la conciencia se expande, la propia conciencia desaparezca?
Esto es cierto: para aquéllos que han hecho el viaje a las cercanías de la muerte, el efecto es profundo. Cualquiera que sea lo que hay más allá de la ECM – ya sea si es evidencia de vida después de la muerte o un mero artefacto del cerebro muriendo – no hay diferencia en una importante consideración. La ECM transforma la vida. Por un momento, al menos, otros mundos aparecen en un mismo nivel con el nuestro – tan reales como esa realidad familiar que nosotros sentimos como única. El cuerpo tiene poca importancia, y para algunos que pasan por el proceso, todo el sentimiento de ser un individuo se pierde. En efecto, la ECM revela algo sorprendentemente asombroso acerca de la condición humana. Ofrece una desconcertante visión a la naturaleza artificial del ser y del mundo: ninguno puede parecer tan substancial otra vez.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:50 |
Pensamientos Egoístas
“Si usted trabaja en su mente con su mente, ¿Cómo puede evitar una inmensa confusión?”
-Seng Ts’an, filósofo chino.
¿De dónde vino “usted”? ¿Qué fue lo que condujo a este extravagante arreglo de polvo estelar – que es usted mismo – que puede imaginar y fundir sus pensamientos al pasado o al aún desconocido futuro, que puede prever su propio final y aún especular en aquello que puede existir más allá de las fronteras de la muerte?
La sustancia de que todos estamos hechos, nos lleva en sus orígenes hacia atrás al mismísimo Big Bang. En este evento único, creen los cosmólogos, toda la materia que pudo llegar a tener el universo explotó a partir de un punto más pequeño que el que aparece al final de esta frase. Fue el truco de la invocación final. Fuera de esa pequeñísima semilla creció la totalidad del cosmos que vemos hoy en día, participando juntos cientos de miles de millones de galaxias y diez mil trillones de estrellas.
Sólo los dos elementos más ligeros, el hidrógeno y el helio, se formaron después de la primera secuela del Big Bang. Todo el resto, hasta e incluyendo el hierro, tuvieron que esperar a ser cocinados muy en el interior dentro de los núcleos ardientes de las estrellas gigantes. Estos grandes soles explotaron espectacularmente como súper novas (creando pequeñas cantidades de núcleos aún más pesados) y arrojaron su despojo lejos en el espacio. Después de decenas de millones de años, parte de estos restos dispersados, se enlazaron con todos los elementos más pesados que se encontraban en su forma natural hasta el uranio, y encontraron su camino en crecientes nubes de gas y polvo de las cuales eventualmente se formarían nuevas estrellas – una de ellas, el sol.
De lo que quedó de la polvorienta nube que giraba alrededor del naciente sol se formaron los planetas del sistema solar. Y de los átomos de uno de estos mundos, con el tiempo, llegamos nosotros mismos. No en balde algunas veces miramos hacia la noche estrellada e imaginamos nuestro futuro allá afuera, entre las estrellas, cruzando los años-luz. Ya hemos hecho el viaje anteriormente.
Aún así, fue aquí, en tierra, que por vez primera nos tornamos conscientes de nuestra ascendencia – y de nuestra herencia. Aquí comenzó la vida, creemos, a medida que los lejanos rayos ultravioleta del sol y las potentes descargas eléctricas hacían estallar complejas reacciones dentro del rico caldo químico de los mares primordiales de la Tierra.
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Los orígenes nos fascinan. Nuestras mentes tienen un hábito incurable de investigar los momentos decisivos. ¿Cuando comenzó el Universo? ¿Cuando apareció la vida por primera vez? Somos como el personaje en el poema de Robert Frost:
Tu estás buscando, Joe
Cosas que no existen.
Y digo comienzos
Finales y comienzos
Finales y comienzos – no existen tales cosas
Sólo hay medios.
Estamos siempre dividiendo al mundo y poniéndole nombres. Estamos siempre a la expectativa por lo que creemos podría ser una crisis o transiciones de manera que podamos alegar que algo nuevo ha aparecido – y después le colgamos una etiqueta. Y de esta manera hablamos acerca de “eventos” como el “origen de la vida”. Pero es necesario sacudirnos de vez en cuando y recordar que nuestras etiquetas son total e incondicionalmente artificiales. “Vida” y “no vida” son categorías formadas como todas las demás que le imponemos al mundo. En la realidad no existen tales distinciones.
Las cosas vivas, como nosotros las conocemos convencionalmente, crecen, respiran, comen, eliminan desechos. Lo más importante, se reproducen. Para estar vivo, decimos, un organismo debe de ser capaz de hacer copias fieles de sí mismo, generación tras generación. Parece ser una definición que funciona bien para las cebras, las abejas y los humanos. Pero la pregunta de qué vive y qué no, comienza a volverse más problemática tan pronto como nos alejamos de los “medios”.
Tomemos a las estrellas, por ejemplo. Crecen a medida que se forman. Ingieren cualquier cosa que caiga en su superficie. Excretan vientos estelares y flamas. Hasta se reproducen en el sentido de que el material de que están hechas es reciclado en nuevas estrellas. Así que, ¿por qué no está viva una estrella?
Quizá lo está. Si mañana estuviéramos todos de acuerdo en que las estrellas están vivas, estarían vivas. “Vida” es una invención nuestra, así que podemos hacer con ella lo que nos plazca. Sólo tenemos que hacer unos cambios en nuestra visión del mundo con el consentimiento global para que las estrellas vivas pasen a formar parte de nuestra realidad inventiva. Si usted hubiese crecido en una cultura que enseñase que las estrellas (y quizá también los planetas, rocas y átomos) están vivas, entonces eso es exactamente lo que usted creería. Cualquiera que sea la perspectiva cósmica, cualquiera que sea el sistema de etiquetado al que seamos conducidos a aceptar como “verdadero”, eso define para nosotros el tipo de naturaleza que es.
Pero todo es una ficción. Vida, muerte, estrellas, objetos y eventos de todo tipo, son convenientes mentiras – recibidas, pero faltas de sabiduría. Lo que a nosotros nos parece como ciertos hechos, son meramente acuerdos entre nosotros dentro de un marco de interpretación. Cambio, permanencia e indivisibilidad son las verdaderas cualidades del universo. Y entre más pronto nos pongamos al corriente con ello, más pronto podremos entender lo que somos realmente y hacia donde vamos.
Las cosas abundan en el universo humano. La manera como nuestros cerebros han evolucionado los ha vuelto analizadores compulsivos y clasificadores. Vemos objetos por todas partes. Y vemos límites en todas partes, porqué un límite define al objeto dentro de ella.
Si hay un límite, tal y como lo percibimos, entonces hay un individuo. De esta manera hablamos de una estrella individual una roca o un microbio. ¿Cómo es, pues, que de estos sólo el microbio esta considerado como vivo? Olvídese de detalles como genes y cromosomas – podemos imaginarnos vida con una base física diferente. La verdadera razón por la que decimos que el microbio está vivo es que nos parece que actúa con determinación. Se comporta así, no en el sentido en que piensa, sino en el más limitado sentido de que controlalo que pasa a través del límite entre sí mismo y el mundo exterior. Y nótese que al hablar de vida en esta forma, hemos agregado otra etiqueta – sí mismo.
Para ser un “si mismo”, tal como lo vemos, es conocer lo que es bueno para uno. Reconocer alimentos, evitar el peligro y conocer la diferencia entre lo que forma parte de uno mismo y lo que no son habilidades elementales que debe tener cualquier forma que aspire a tener vida. Estar vivo es, en la mismísima forma que lo definimos, tener un cierto grado de sí mismo. El “conocimiento” del ser puede ser expresado a un nivel muy bajo por los procesos físicos y químicos que ocurren dentro de un animal unicelular primitivo. Pero es conocimiento suficiente. Mucho antes de que se desarrollasen los cerebros y los sistemas nerviosos, ya había organismos buscándose sus propias necesidades. A la par que comenzó la vida, así también fue el ser.
¿Y la conciencia? Eso parece ser una propiedad mucho más presuntuosa. Generalmente decimos que marca la diferencia entre los humanos y otros animales “superiores”, de las formas de vida inferiores. Aún una cosa tan complejamente maravillosa como una mosca, por lo general no es considerada un ser consciente bajo ningún aspecto. ¿Y aún así, no fue precisamente la habilidad de un organismo para percibir algunos aspectos de su alrededor y reaccionar de manera que mejorasen sus oportunidades de supervivencia, el punto de partida para justo obtener la conciencia? Cada ser vivo debe de tener esta habilidad o morirá rápidamente antes de que pueda lograr una continuidad para sus genes. La vida, aparentemente, implica algún grado de sí mismo, el cual a su vez, implica un cierto grado de conciencia: los tres han de haber crecido juntos.
En vista de ello, la “conciencia” de un microbio no es mucho. A lo más, parece envolver una baja sensibilidad e inclinación a reaccionar respecto a lo que sucede en el ambiente. ¿Pero acaso un electrón no “siente” y “reacciona” cuando es golpeado por otra partícula? ¿Acaso no podríamos decir que un electrón -- una de las más pequeñas partículas en la naturaleza – está también vagamente conciente? Y si es así, ¿no implica esto que cada pequeña parte del universo está conciente en alguna manera?
Una imagen muy diferente de la realidad comienza a surgir, entonces, a medida que desafiamos algunas de las caracterizaciones ortodoxas de la ciencia. De hecho, hay una verdad más profunda más allá de la ciencia, más allá de forma alguna de racionalización, que ha sido conocida por la raza humana por un largo tiempo. Es una forma intuitiva, directa de conocimiento y que no necesita ser demostrada. Como dijo Max Planck: “La ciencia no puede resolver el último misterio en la naturaleza. Y es por que en el último análisis, nosotros mismos somos parte del misterio que estamos tratando de resolver”.
Mil quinientos años antes Buda expresó un pensamiento similar: “En la búsqueda de la verdad hay ciertas preguntas que no son importantes. ¿De qué material está construido el universo? ¿Es el universo eterno? ¿Hay o no hay límites para el universo?... Si un hombre tuviese que posponer su búsqueda hacia la Iluminación hasta que tales preguntas fuesen resueltas, moriría antes de encontrar el camino”.
Vivimos nuestras vidas totalmente dentro de una ilusión – una realidad virtual mucho más convincente que cualquiera creada todavía por cualquier computadora. Estamos con tal mesmerismo por ello que tenemos una enorme dificultad en imaginarnos de que el mundo podría ser de otra manera. En cualquier parte que miremos encontramos objetos, eventos y fenómenos, de los sucesos más triviales de nuestra vida diaria hasta la creación del universo. Aún así todo es un espejismo, una invención fabulosa. Y la parte más extraordinaria y convincente de ello somos nosotros mismos. ¿De dónde exactamente, vinimos “nosotros”?
En una forma convencional, la vida comenzó como un producto animado de moléculas que se golpeaban las unas a las otras y ocasionalmente uniéndose entre sí. Eventual y quizá inevitablemente, un grupo específico de moléculas que se unió, tuvo la propiedad poco común de hacer copias de sí misma. Estas copias proliferaron en más de su misma clase, y así continuó. Muy pronto, las aguas ancestrales de la tierra se encontraron pobladas de “formas de vida” elementales que se auto-reproducían. Los cambios en el medio ambiente, algunos ocasionados por la nueva presencia de vida, otros no, estimularon el desarrollo de especies más específicas de organismos. Comenzó la competencia. Existían ventajas de supervivencia por tener, entre otras cualidades, los sentidos perfeccionados.
Así, con el tiempo, surgieron criaturas con ojos primitivos y orejas y otros órganos con los cuales percibir de una mejor manera su medio ambiente. Siglo tras siglo, los desarrollos eran insignificantemente pequeños. Pero a través de muchos millones de años, mediante la combinación de la presión ambiental y la variación genética al azar, el crecimiento de formas de vida más avanzadas se vio estimulado. Manojos de fibras nerviosas se auto-organizaron convirtiéndose en una central biológica tosca, que a su vez se convirtió en el prototipo de los primeros cerebros rudimentarios.
Algunos investigadores, como Richard Dawkins, escogieron ver la evolución como una batalla por la supremacía entre genes rivales. Los organismos, según esto, son únicamente las fuentes inconscientes a través de las cuales se expresan los genes por sí mismos, compiten con otros de su clase y ven de asegurar la transmisión a nuevos huéspedes. El paradigma del “gen egoísta” nos ofrece una visión interior nueva y refrescante de la forma en que la complejidad biológica y la diversificación pueden haber llegado a suceder. Pero poder ver al desarrollo de la naturaleza desde muchos niveles y perspectivas diferentes.
Al final de la escala desde los genes, podemos ver a la evolución como un cambio general no premeditado hacia cada vez más altos niveles de auto conciencia. Entre más claro puede verse a sí mismo un organismo en ser un agente del mundo interno que construye, mejores son las oportunidades de ser más listo y anticiparse a sus competidores. Esto no quiere decir que cada criatura tiene el don de volverse más inteligente. Cuando una especie se ha adaptado totalmente a un estrato particular, ya no se desarrolla más allá a menos que algo nuevo se presente y lo requiera. Siempre habrá medusas y siempre serán estúpidas. Los buenos cerebros sólo son necesarios para los animales que compiten por cierto tipo de lugares complejos y no especializados – lugares que aparecieron sólo después de que los existentes a un nivel más elemental fueron siendo ocupados. Y aún así, son estas criaturas cerebrales las que, a partir del influenciado punto de vista humano, parecen definir la frontera principal de la evolución.
A través del ascendente de la vida en la Tierra, el “ser” se ha convertido en un muy importante factor en aumento. Pero sólo es recientemente que su desarrollo ha sido tan dramáticamente acelerado. Hace unos 300 millones de años, el estar consciente de uno mismo se encontraba aún a un nivel muy bajo. Los primeros vertebrados terrestres, reptiles primitivos, apenas acababan de completar su escape de los océanos; y el cerebro de un reptil es un asunto muy poco versátil y escaso. De las tres principales regiones de que consta cada cerebro de los vertebrados – posterior, medio y frontal – un reptil esta dotado de sólo las primeras dos. En términos humanos, apenas y si tiene un ápice de cerebro.
El mundo sensorial de un reptil estaba (y está) centrado principalmente en la visión. Pero a diferencia de nuestro propio sistema visual, que nos permite interpretar, manipular y hacer conjeturas sobre lo que vemos, la habilidad de un reptil para detectar y procesar información visual se encuentra restringido dentro del circuito de sus ojos y su cerebro medio. Por lo mismo, un reptil es un esclavo, más que un experto, de su medio ambiente – un autómata biológico muy sofisticado.
Hace 200 millones de años, sin embargo, apareció un avance neurológico muy importante. Aparecieron los primeros mamíferos con cerebros cuatro a cinco veces más grandes en relación a su peso corporal, de lo que tenían sus contrapartes los reptiles. Casi todo el aumento se debió a la dramática aparición del córtex cerebral, una delgada “capa pensante” de celdas grises encima del cerebro frontal que le daban a su dueño una nueva facultad sin precedentes para construir modelos internos del mundo. ¿Pero por qué se desarrollo tan rápidamente el cerebro en este tiempo?
Lo que está claro es que los primeros mamíferos, que eran nocturnos, habrían hecho muy mal uso de la vista de los reptiles. Siendo pequeños y de sangre caliente, necesitaban constantemente de reabastecerse de comida, así que buscaban comida entre la basura, virtualmente todo el tiempo que permanecían despiertos. Esto significaba tener que buscar insectos activamente y otras presas escurridizas durante las horas nocturnas. La vista tan solo no era suficiente para ellos. Requerían de sentidos mejorados para el olfato y el oído y por lo mismo sistemas olfatorios y auditivos más sofisticados. Desarrollar tales sistemas forzó una reestructuración radical del sistema nervioso. Los reptiles tenían suficiente con el equivalente, en términos de computación, al manejo de datos visuales basados en enfoque ROM – de acceso no programable. Pero la tarea mucho más elaborada, de extraer información espacial tridimensional y temporal a partir de sonidos y olor, requería de una maquinaria, en el cerebro, capaz de procesar la información sensorial a un nivel mucho más elevado. Simplemente hilvanar en una masa de celdas nerviosas en la periferia del sistema nervioso, como los reptiles habían hecho con sus ojos, estaba fuera de toda posibilidad; no había suficiente espacio.
Este contraste tan notorio con las exigencias de relleno del sistema visual de los reptiles era, de acuerdo a Harry Jerison de la Universidad de California en Los Ángeles, uno de los dos principales factores que motivaron el relativo crecimiento del tamaño del cerebro en los mamíferos iniciales. El segundo surgió por un beneficio mayor en tener un sistema procesador centralizado: la oportunidad de integrar las señales sensoriales de la vista, sonido, olfato y tacto para crear una imagen mental más detallada y artificial del mundo.
Con sus nuevos córtices, los mamíferos iniciales estaban mucho mejor equipados para generar su propia realidad interna de lo que lo estaban los reptiles. Tenían mejor percepción y eran más capaces de responder más flexiblemente al mundo que veían.
Una vez establecidos. El cerebro de los mamíferos se mantuvo en un tamaño relativo por lo menos 100 millones de años. Después vino otro período explosivo de crecimiento. A continuación de la repentina desaparición de los dinosaurios, hace unos 65 millones de años, los mamíferos modernos empezaron a desarrollarse a una velocidad prodigiosa. En los siguientes 30 millones de años sus cerebros aumentaron hasta cuatro y cinco veces, coincidiendo los mayores desarrollos con la aparición de los ungulados (mamíferos con pezuñas), carnívoros y los primates. La mayoría de este nuevo crecimiento, replica Jerison, fue debido probablemente a la invasión diurna de los espacios que habían dejado vacantes los dinosaurios y sus parientes. Habiéndose adaptado a una forma de vida nocturna, ahora los mamíferos tenían que readaptarse a la visión diurna. Como era imposible retroceder al viejo arreglo de los reptiles, el sistema visual reajustado tenía que ser incorporado dentro del cerebro frontal junto con las nuevas conexiones de los centros nerviosos que se encargaban del manejo del oído y del olfato. En consecuencia, el córtex volvió a expandirse enormemente, y con ello la capacidad de obtener un modelo más novedoso del mundo.
En un grupo en particular de mamíferos, los primates, la proporción tamaño-de-cabeza-cuerpo, o cociente de encefalización (EQ en inglés), se volvió especialmente grande. Para su tamaño, los monos y los simios tienen cerebros dos a tres veces mayores que los de un mamífero promedio moderno, mientras que el ser humano tiene un EQ probablemente tres veces mayor que un chimpancé. ¿Por qué es que nuestro cerebro ha crecido tanto?
No existen respuestas sencillas, pero hay dos teorías populares. Algunos investigadores, como John Allman del Instituto California de Tecnología, apuntan a un enlace entre el tamaño agrandado del cerebro y la evolución de mejores estrategias para asegurarse una fuente estable de alimento y de otras necesidades. Los ancestros del hombre tenían que explorar un área muy grande desde su base y hacer uso de su inventiva respecto de cualquier cosa que tuvieran a la mano en su búsqueda de alimento para ampliar su dieta. Esto, a su vez, dice Allman, requería de unas habilidades cognoscitivas mejoradas.
Robin Dunbar, profesor de antropología biológica en el University College de Londres, se encuentra entre los que están en el campo rival de los teóricos. El defiende el comportamiento social complejo de los primates como la fuerza motora que está detrás de los cerebros mayores. En 1992, completó una investigación de treinta y ocho géneros de primates, incluyendo gorilas, chimpancés y seres humanos, y encontró que esas especies que convivían en grandes grupos sociales, tales como los chimpancés y los mandriles, presentaban proporcionalmente mayores cortezas cerebrales. Los grupos de primates mayores, concluye Dunbar, tienen la necesidad de una mayor cohesión social y por lo tanto más habilidades avanzadas respecto de la comunicación y de mantener la información de las relaciones del grupo. Esto explicaría, entre otras cosas, nuestra obsesión con las “comidillas” sociales en las páginas de revistas y el porqué los chismes acerca de las relaciones se toman tanta parte de nuestras conversaciones.
Para encontrar que tan importante es la chismorrería, Dunbar y sus colegas monitorearon conversaciones en la cafetería de una universidad, anotando el tópico cada medio minuto. Aún en un medio ambiental supuestamente tan académico, las pláticas acerca de las relaciones sociales y las experiencias personales correspondieron a casi el 70 por ciento de las pláticas, con la mitad de ellas relacionadas con chismes acerca de personas no presentes. Los varones, sin embargo, tendían a enfocarse más en sus propias relaciones y experiencias, mientras que las mujeres hablaban primordialmente acerca de otras personas.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:55 |
¿Podría esto significar, como Dunbar había especulado, de que el lenguaje había evolucionado principalmente como un vehículo por el cual las hembras comunicaban las noticias dentro del grupo – una especie de comidilla social que era vital para la estabilidad del grupo? La línea social antropológica creció en el contexto de las relaciones hombre – hombre, como un medio, por ejemplo, de coordinar la cacería o la defensa. Pero la idea de que los intercambios sociales inter-femeninos puedan haber sido el estimulante principal del desarrollo lingüístico, casa bien con otra observación – de que en las sociedades de primates-no-humanos, las relaciones hembra-hembra son del todo muy importantes. De cualquier forma, le da al hombre moderno en algo en que pensar. La próxima vez que se queje respecto de la propensión de su pareja por contar chismes, podrá considerar que sin eso, quizá el mismo se hubiese quedado sin habla.
Sin duda alguna una ola de factores entretejidos, medio ambientales y sociales, ayudaron a crecer al cerebro del primate. Pero en los antecesores de nuestra propia especie este desarrollo simplemente continuó y continuó. En menos de 3 millones de años, el cerebro triplicó su tamaño y desarrolló un córtex que, en el hombre moderno, representa un sorprendente 70 a 80 por ciento del volumen del cerebro.
Un cerebro humano promedio contiene de 10 a 15 mil millones de neuronas con hasta diez veces más de celdas conectantes. El número posible de formas de combinar todas estas celdas juntas es mucho más grande que todos los átomos en el universo. Pero el hecho insólito es, que parece como si tuviésemos un cerebro mucho mayor de lo que estrictamente necesitamos para pensar y comportarnos tal y como lo hacemos.
El tamaño cerebral, solamente, no es una guía representativa de la inteligencia. Algunas personas retrasadas mentales, tienen cerebros más grandes que el promedio, mientras que entre aquellos de sorprendente inteligencia, el tamaño del cerebro puede variar hasta por un factor de dos. No hay muchos individuos eminentes a quienes se les haya pesado el cerebro, pero entre los que ostentan el actual récord, esta el escritor ruso Ivan Turgenev, cuyo cerebro puso la báscula en 2,012 gramos, o sea más de 4 libras. (El cerebro de un adulto típico pesa tres libras). Como contraste, el novelista francés Anatole France, (ganador en 1921 del premio Nóbel de literatura) apenas y si tenía un cerebro de 1,017 gramos (casi dos libras). Otros dotados neuronales de los pesos livianos eran Franz Gall, irónicamente el fundador de la frenología (el estudio de los relieves craneales), y Walt Whitman, cuyo genio poético emanó de un cerebro de sólo 1,282 gramos.
Uno podría suponer que hay un límite a qué tan pequeño puede ser un cerebro antes de que los efectos comiencen a notarse. Por lo general, esto es cierto. Los denominados microcefálicos tienen cerebros muy pequeños y correspondientemente poca inteligencia. Los más extremosos de todos, son los anencefálicos – bebes con cráneos vacíos, quienes mueren poco después de su nacimiento.
Sin embargo, la regla de que a cerebro pequeño / inteligencia muy baja, no siempre aplica. A mediados de los 1960s, el mundo supo (y desde entonces lo ha olvidado) del sorprendente caso de ciertos hidroencefálicos. Las noticias aparecieron publicadas en la revista Developmental Medicine and Child Neurology escrita por John Lorber de la Universidad de Sheffield, Inglaterra. Describía a dos infantes con agua no “en el cerebro” sino que en lugar del cerebro. Tenían fluidos donde el cerebro debería de haber estado. Una luz irradiada dentro de sus cráneos habría mostrado el desconcertante fenómeno de transiluminación – los rayos habrían pasado limpiamente a través de un lado hasta el otro. Aún así, lo que era tan sorprendente era de que aunque ninguno de los dos infantes mostrase evidencia alguna de tener un córtex cerebral, el desarrollo mental de cada uno parecía perfectamente normal. Uno de ellos subsecuentemente murió a los tres meses. El otro continuaba con buena salud y se seguía desarrollando como un niño normal un año después.
El informe de Lorber fue reportado, brevemente y sin demasiado alboroto en las revistas de ciencia popular de la época y luego se perdió de vista. ¿Por qué? Quizá porque alzó mucha polémica o estaba muy lejos de la trillada senda de la ciencia convencional del cerebro. En cualquier caso, el trabajo continuó en silencio y otros individuos, externamente normales, pero hidroencefálicos fueron encontrados. Uno era un hombre con un IQ de 126 que se había graduado en la Universidad de Sheffield con honores de primer grado en matemáticas. Era brillante, convencional en apariencia y comportamiento, pero no tenía un cerebro detectable.
Una pareja de gemelas idénticas con flagrante hidro-encefalopatía fueron estudiadas. Ambas tenían IQs superior al promedio. En otro caso, un joven que había muerto de repente se le hizo la autopsia y se encontró una ínfima corteza de tejido cerebral. Tratando de consolar a los familiares, el forense expresó su pesar expresando con descanso que un chico con tan profundo retraso mental había encontrado finalmente el descanso. Asombrados, los padres le dijeron al forense que su hijo había estado trabajando hacía tan sólo dos días antes del accidente.
Los hidro-encefalopáticos no cometen tonterías con su inteligencia neurológica que han recibido – otra posible razón por la cual son ignorados tan conspicuamente. Con cerebros que en ocasiones son menores de una quinta parte de una pulgada de grueso, tienen sesos más pequeños que el de un conejo, y aún así actúan como seres humanos perfectamente normales. ¿Cómo? La única respuesta posible es que ellos están utilizando de la mejor manera posible cualquier capacidad de proceso que ellos tienen. Pero esto ocasiona una pregunta, ¿si sólo necesitamos cerebros tan pequeños, porqué la evolución nos ha dado cerebros que son tan grandes? Parece ser que, como anotase el naturista británico Alfred Russel Wallace, “un instrumento ha sido desarrollado por adelantado en previsión de las necesidades de su poseedor”.
Como otras partes del cuerpo, el cerebro, aparentemente, incluye un alto grado de redundancia. Nosotros podemos vivir con menos del 10 por ciento del tracto digestivo, una cuarta parte de un riñón y una pizca de hígado. Ahora nos encontramos que el cerebro también, tiene una cantidad enorme de capacidad sobrante. Su enorme conjunto luce impresionante pero la mayor parte de él – quizá 90 por ciento o más – es un buffer de seguridad construido en la corteza a través de millones de años de desarrollo. Esto no quiere decir de ninguna manera que podamos perder nueve décimas partes de nuestro cerebro y seguir tan normales. Aún el más modesto daño a una parte estructural es suficiente para privarnos de la vista o el habla o la memoria. Pero aparentemente utilizamos una pequeña fracción del potencial total del cerebro. Como hizo hincapié el escritor Arthur Koestler: “Es el único ejemplo en que la evolución proveyó a una especie con un órgano que no sabe como usarlo; un órgano de lujo, que le tomará a su dueño miles de años en aprender a sacarle provecho – si es que alguna vez lo hace”. Una pista inicial, quizá, de lo que la raza humana puede llegar a ser capaz algún día.
Nuestros antecesores comenzaron a verse vagamente humanos mucho antes de que pudiesen pensar como tales. La evidencia genética y de fósiles sugiere que los primeros proto-homínidos aparecieron alrededor de entre 7.5 y 5 millones de años atrás. Se han encontrado esqueletos parciales de 3.5 millones de años de antigüedad, de una criatura pequeña denominada Australopitecos afarensis que claramente caminaba erecto – hasta dejó pisadas – pero cuyos EQ parecen no haber sido más grandes que los de un chimpancé. Fuimos bípedos antes de ser cerebrales. Un millón de años después, sin embargo, el córtex volvió a movilizarse. Alrededor de esa época el clima del mundo comenzó a cambiar, volviéndose más fresco y seco. Áreas de África que alguna vez estuvieron densamente pobladas de bosques se convirtieron en sabanas. Estos cambios del medio ambiente dispararon una compleja secuencia de eventos entre los cuales surgió el primero de nuestros antepasados, Homo habilis, u “Hombre Hábil”.
No puede ser una coincidencia que las primeras herramientas de piedra, el enfriamiento global y los restos más antiguos de H. habilis sean todos de más o menos el mismo período de tiempo. El Hombre Hábil recibe su nombre por haber sido el primer ser en utilizar herramientas. ¿Pero fue él, el instigador del lenguaje humano? ¿Podría este hombre haber sido capaz de dominar los rudimentos de una lengua hablada, o ese desarrollo tuvo lugar mucho después?
Observando más de cerca los cráneos fosilizados, Dean Falk en la Universidad Estatal de Nueva York, en Albany, ha llegado a la conclusión de que el lenguaje hablado comenzó a desenvolverse entre hace 2 y 3 millones de años en la insipiencia del género Homo. Él menciona un cráneo famoso de 1.9 millones de años de antigüedad encontrado al este del Lago Turkana en el norte de Kenya. Muestra una pequeña protuberancia en el lado izquierdo cerca de la sien que correspondería a lo que en el cerebro del hombre moderno sería el área de Broca – una región que se cree juega un papel clave en la vocalización.
Los estudios de la forma como la caja vocal se ha ido desarrollando también dan creencia a que el lenguaje surgió muy pronto durante nuestra evolución. Los humanos somos únicos en tener una laringe baja en el cuello, una disposición que deja un espacio mayor de aire por encima y de esta manera expande el rango de posibles sonidos que pueden hacerse. La posición de la laringe se refleja en la forma de la parte inferior del cráneo, o base del cráneo. En los chimpancés, esta es relativamente plana, mientras que en los humanos forma un arco. Desafortunadamente no se ha logrado obtener intacta ninguna base craneal del Homo habilis. Sin embargo, los restos de un Homo erectus (hombre erecto) de 1.6 millones de antigüedad, han sido encontrados con una base craneal flexionada en una posición intermedia entre la de un mono y la de un humano moderno. Ya que el H. erectus se encuentra en línea directa entre nosotros y nuestro remoto ancestro “habilis”, es tentador especular en relación a que el lenguaje hablado pudo haber comenzado su largo y lento desarrollo hace al menos 2 millones de años.
Otros lo ven de diferente forma. Probablemente el lingüista más importante del mundo, Noam Chomsky, del Instituto de Tecnología de Massachussets, insiste en que el lenguaje natural es único para nuestra especie particular, el Homo sapiens. Esto remontaría los orígenes del habla humana hacía no más allá de hace 250,000 años. Su explicación está basada en una comparación de los cerebros de humanos contemporáneos y de monos. Ninguna estructura relativa al lenguaje en el córtex de los monos, tiene semblanza alguna con la base neural del habla en el humano. No obstante, investigadores como Steven Pinker del MIT y Paul Bloom de la Universidad de Arizona han tomado parte con Chomsky en esto. Ellos indican que nuestros parientes vivos más cercanos, los monos africanos, han pasado a través de 5 millones de años de evolución independiente desde que compartimos un antecesor común. El lenguaje humano es tan complejo, insisten, que tanto éste propio como su herramienta neural que lo subtienden deben de haberse desarrollado gradualmente a partir de los precursores similares a los monos.
Una interesante pieza de evidencia arqueológica parece favorecer también a un modelo temprano para el lenguaje. Viene del estudio de algunos de los más antiguos utensilios de piedra conocidos, realizado por Nicholas Toth de la Universidad de Indiana. Toth ha establecido a partir de patrones de escamas que los fabricantes más antiguos de utensilios de piedra eran principalmente diestros, en casi la misma proporción que en la población moderna. La preferencia por el uso diestro es única de los humanos y está asociada con la acción lateral, la tendencia de las dos mitades del cerebro en concentrarse en diferentes aspectos de cognición. En los humanos modernos, el control del lenguaje y los movimientos motrices están más fuertemente enfocados en el lóbulo izquierdo – una indicación, quizá, que el uso de la mano y el lenguaje se desarrollaron casi al mismo tiempo.
Existen razones más circunstanciales, también, para sospechar que la fabricación de herramientas y el habla fueron desarrolladas conjuntamente. Ambas están relacionadas con aspectos de manipulación del ambiente, la primera físicamente y la última simbólicamente. Con ambas, herramientas y lenguaje tomamos al mundo aparte, vemos su fibra interior y llegamos a considerarlo como una colección de objetos en el espacio y el tiempo. Para nuestra conveniencia, y para el propósito de nuestra supervivencia, hacemos lo continuo discontinuo.
El lenguaje se formó como un sistema de mutuo acuerdo en el cual las cosas comunes del mundo exterior eran identificadas por sonidos específicos. Estos se delineaban en el cerebro y después eran mentalmente asociados con imágenes apropiadas y otras impresiones sensoriales. Al principio, las palabras más importantes o entonaciones pueden haber sido aquéllas relativas a señalar diferentes clases de peligro – al igual que las hay en muchos lenguajes animales. “¡Cuidado!” es aún una de las señales útiles más inmediatas que podemos expresar.
Tan pronto como comenzaron los rudimentos del verdadero lenguaje hablado una selección comenzó a entrar en juego. Esos individuos, que fueron provistos con cerebros fortuitamente por sus genes, estaban mejor capacitados para reconocer y producir sonidos vocalizados y tenían una ventaja de supervivencia. Mejores cerebros indicaba áreas mayormente conectadas e integradas y más densamente asociadas, en la parte pre-frontal del cerebro. El crecimiento de este córtex pre-frontal se sumó a la riqueza de la reconstrucción de la naturaleza interna del hombre y a su percepción de las relaciones entre diferentes facetas de sus alrededores. Esto, a su vez, habría estimulado el desarrollo de sus habilidades lingüísticas, su talento para clasificaciones más específicas y su facultad para analizar y controlar su medio ambiente.
A través del lenguaje el hombre fue capaz de manipular mentalmente lo que veía, ya que el lenguaje transformaba al mundo “exterior” en un rico dominio interno de equivalentes simbólicos. Un objeto físico, como un tronco, podría ser difícil o imposible para una persona el poder moverlo. Pero el concepto catalogado “tronco” podía ser utilizado a voluntad – y oportunamente. Podía ser colocado en nuevas posiciones, concebido como un rodillo o un puente o una barca. El símbolo, el icono mental, tenía una libertad de la que el objeto mismo carecía. Más aún, una vez adquirida, cada nueva palabra unía al resto del floreciente vocabulario del hombre de manera que podía ser visto en yuxtaposición con otros equivalentes simbólicos abstraídos del propio mundo real.
En algún punto, este proceso de etiquetado alcanzó su clímax. A medida que los humanos aprendieron a imitar el mundo en símbolos, debe de haber existido un momento cuando el individuo construyó un símbolo significativo para sí mismo. Quizá el cambio de un “amplio escenario” de conciencia empírica a un conocimiento centrado en el ser, se llevó a cabo lentamente, y hasta quizá muy recientemente. Una posibilidad es que el cerebro, de repente (en términos biológicos), saltó hacia un modo estable nuevo que gravitaba alrededor de su representación simbólica interna de sí mismo. Otro escenario es que la conciencia del ser creció sólo incrementalmente, a través de cientos de miles o aún millones de años. Cualquiera que sea la verdad, podemos estar seguros que el sentimiento de ser un individuo particular trajo con ello considerables beneficios de supervivencia, de otra manera nunca hubiera llegado a ser así.
Todos somos descendientes de esos primeros organismos “egoístas” que lucharon en el océano terrestre primigenio y, más tardíamente, de los homínidos que se reunían en cacerías y en cuyas mentes las sombras de la propia conciencia seguramente comenzaban a avivarse. Visto desde este contexto, el surgimiento de la identidad ha sido un proceso continuado dentro de un ámbito muy complejo. El reto de la continuidad de la presente existencia, nos conduce hacia atrás a través de generaciones ancestrales hasta los albores de la humanidad – y más allá, al nacimiento de la tierra, el sol y el propio universo.
Sin embargo en un nivel más parroquial, su desarrollo comenzó en los ovarios y testículos de sus padres. Aquí, durante sus propias vidas embriónicas y fetales en los úteros de sus abuelas, ésas células destinadas a formar óvulos y esperma fueron en su inicio dejadas de lado como una línea germinal especial. Subsecuentemente, estas células se especializaron, convirtiéndose claramente en las precursoras de los óvulos y del esperma. Muy temprano, en la vida fetal de su madre, los cromosomas dentro de las células precursoras de óvulos comenzaron un intrincado proceso de rearreglo genético. Esto eventualmente culminó en la producción de los óvulos, cada uno de los cuales tenía solamente la mitad de cromosomas habituales, cada mitad siendo única en el patrón y combinación de genes que contenía. El mismo tipo de proceso se llevó a cabo en el desarrollo de la distribución de cromosomas de su padre, no obstante después de su nacimiento en lugar de antes.
En el momento de su concepción, su programa genético exclusivo se formó, en efecto, por un lanzamiento de los dados por parte de la naturaleza, y después siguió corriendo. Guiado por sus genes, aún en la neblina del líquido amniótico de la preconciencia, usted se desarrolló en sólo 40 semanas a partir de una sola célula, rica en información, en un feto que contenía un cerebro con alrededor de 100mil millones de neuronas – efectivamente, el complemento de un adulto humano completo. Las células del cerebro no son reemplazadas como otras del cuerpo, ni tampoco son aumentadas después del nacimiento. Sin embargo, las dendritas que forman las conexiones entre las células del cerebro – alrededor de mil de ellas por neurona – sí continúan cambiando y reconfigurándose a través de sus vidas. Estas ramificaciones delgadas y la sinapsis nerviosa (las uniones microscópicas con señales químicas que influencian a las células vecinas) son cruciales en la formación y funcionamiento de los mapas internos del cerebro – los mapas que nos ayudan a darle sentido al mundo y a nosotros mismos.
Mucho del entramado de su cerebro ocurrió mientras usted se encontraba aún en el útero. Una célula típica del cerebro fetal retoña un tronco principal, o axón, el cual luego comienza a crecer y a buscar a tientas la localización de un objetivo específico en alguna parte del cerebro. Realiza esto mediante una especie de olfateo molecular. Cada nuevo axón tiene una punta especializada, llamada cono de crecimiento, que puede reconocer el sendero químico dejado por otras células a lo largo del camino. El objetivo mismo puede liberar señales químicas para informar al axón de cuando ha llegado. Pero este no es el final de la historia. Habiendo alcanzado el objetivo correcto, un axón aún necesita encontrar una “dirección” particular, de otra manera su conexión sería defectuosa. Sin embargo, a diferencia de la selección de caminos y objetivos, la selección de dirección es mucho más de atinar-y-fallar. De hecho, los axónes tienen que afinar sus conexiones mediante pruebas y errores después del nacimiento, basados en la exposición a las señales del mundo exterior.
Aún mientras se encuentra en el útero, sus genes han tenido muy poco que ver en como estaba interconectado su cerebro. El enorme número de células del cerebro y el grandísimo número de formas en las cuales se pueden unir, representa una imposibilidad para el preciso control genético de cada movimiento de un axón y ramificación de dendritas. Gerald Edelman, laureado Nóbel y director del Instituto Rockefeller de Neurociencias en Nueva York, ha expuesto una analogía entre el cerebro y un bosque tropical lluvioso, su vasta flora de frondas microscópicas, enredaderas y emparrados irrepetiblemente complejos y únicos.
Porque usted y yo tenemos miles de pequeñas diferencias entre nuestros genes, los diagramas del circuito de nuestros cerebros están destinados a ser diferentes. Pero son muchísimo más inconfundibles por las maneras impredecibles en las cuales se desarrollarán cada neurona individual y cada grupo de neuronas, antes y después del nacimiento.
Durante su desarrollo inicial, el número masivo de circuitos y de señales potenciales en su sinapsis, representaba una especie de catálogo de todas las habilidades potenciales humanas. Este catálogo ha sido construido y puesto a la disposición de todos nosotros (con variaciones) a través de la evolución de las especies. Y es a partir de esta gran riqueza de posibilidades de donde su propio medio ambiente específico y experiencia ha hecho la elección. Una falacia común es la de suponer que las conexiones del cerebro comienzan a posarse muy al principio después del nacimiento. De hecho, lo contrario parece ser lo cierto. Existen muchas más conexiones entre las células nerviosas en un infante que en un adulto. El desarrollo es más un asunto de poda que de proliferación.
Después del nacimiento, las conexiones entre sus neuronas que eran estimuladas frecuentemente, sobrevivió y creció más fuerte; otras se atrofiaron o se cambiaron a otras tareas. Expuestas a las circunstancias particulares de su niñez, las orquestaciones especiales de células se favorecieron dentro del colosal repertorio de posibilidades. Gerald Edelman ve un paralelo entre este proceso y la selección Darvinista en el mundo. De acuerdo con esta idea, el cerebro se parece menos a una computadora programada rígidamente que un hábitat ecológico que imita la evolución de la vida misma.
Alguna investigación reciente en el desarrollo de los niños, apoya a esta nueva idea controversial de la evolución dinámica de los grupos neuronales. Esther Thelsen, en la Universidad de Indiana, ha investigado como aprenden los niños a alcanzar algo. Encontró una amplia variedad entre los infantes en la manera en como mueven sus brazos y piernas para asirse de un objeto. A través de varios meses estos patrones parecían entrar en competencia. Finalmente surgió un número de estrategias exitosas. Estas estrategias eran siempre únicas y estaban adaptadas a las circunstancias individuales de cada niño.
El mismo proceso de éxito sucede con el lenguaje. Durante su primer año de vida o por ahí, un bebe balbucea sus andanzas casi a través de cada sonido en cada lenguaje. Más adelante, no obstante, pierde la habilidad de hacer sonidos que no sean en su propia lengua nativa. Un enorme rango de patrones de sonidos está disponible desde nuestro nacimiento, al igual que una gran variedad de otras habilidades potenciales esperando a desarrollarse entre una innumerable ramificación de circuitos en nuestro prístino cerebro. Al final, aprendemos a utilizar sólo unos pocos de ellos. Pero es fascinante especular qué más seríamos capaces de hacer, si tuviéramos la crianza apropiada.
La imagen que surge es que los cerebros individuales y los patrones de comportamiento están gobernados mucho menos por nuestros genes de lo que previamente se había sospechado. Pudiera ser que, en diferentes personas, los mapas fetales neuronales lleven una predisposición para aptitudes tales como el tocar un instrumento musical o matemáticas ó una fuerte coordinación entre mano-y-vista. Pero si nuestros cerebros subsecuentemente se desarrollaron en estilo Darviniano, el desarrollo de tales cualidades dependerían en un alto grado de las experiencias vividas por un niño. Cada uno de nosotros, entonces, es con mucho un individuo, moldeado más por la crianza que por la naturaleza – una creación única en un mundo altamente creativo.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 19:58 |
La “I” de Ilusión
“A menos que usted sepa lo que es, yo nunca voy a ser capaz de explicárselo”.
- Louis Armstrong, sobre jazz
Tenemos un abrumador sentido del ser, de ser algo particular, el foco permanente de la existencia. Nuestra experiencia está poderosamente centrada en el “Yo” – (nota del traductor:en inglés “I” es yo, de ahí el uso de ésta en el título del capítulo para hacer juego con la palabra Ilusión en inglés). Creemos saber implícitamente lo que es este “Yo” y, de ahí que preguntas tales como: ¿Sobreviviré a la muerte? Sean significativas y deban de tener una respuesta (aunque todavía desconocida) definitiva.
Pensamos del “Yo” dentro de nosotros como algo central y trascendente, como lo hacía Descartes, porque esta es la manera en que se experimenta. Una única voz interior parece darle forma a nuestros pensamientos, a establecer opciones y pasar juicios. Nos convence de que existimos como individuos. Somos nosotros, nuestros egos personalizados, el observador que flota libremente dentro del cerebro. Y aún así, puede tratarse también de una extraordinaria ilusión.
“Pienso, luego existo”, declaró Descartes. Sin embargo, unos experimentos dramáticos recientes, como los obtenidos por Benjamin Libet, un fisiólogo de la Universidad de California, en Los Ángeles, retan la noción de que haya un observador Cartesiano, un “Yo” localizado dentro de nuestras cabezas, vigilando y controlando todo lo que hacemos.
A través de la última década, Libet ha estado regularmente acumulando evidencia que sugiere que puede tomar hasta medio segundo para que nuestras impresiones conscientes del mundo se formen. La sensación que tenemos de vivir en el presente, de hecho, puede tratarse de una treta muy perspicaz, y sólo podemos saber de los eventos, aún sobre aquéllos de que estábamos seguros de que habíamos ejercido un control consciente, hasta después de que realmente han sucedido.
Uno de los experimentos de Libet involucraba el conectar personas a un EEG (electro encefalograma) y pedirles que flexionasen su muñeca espontáneamente en cualquier instante en que sintieran la presión. Encontró que estos sujetos mostraban un potencial de disposición – una caída drástica en la actividad eléctrica en el cerebro que sirve para remover el paso a un evento neuronal – un medio segundo completo antes de que ocurriese cualquier flexión de la muñeca. Aún más sorprendente, este potencial de disposición se mostraba unos buenos trescientos milisegundos antes de que los sujetos reportasen el experimentar conscientemente cualquier impulso recibido para realizar un movimiento.
En una segunda prueba, un ligero contacto en la mano del sujeto, fue seguido por un segundo estímulo, un impulso eléctrico, directo a la parte del cerebro que planifica las sensaciones del tacto. Libet encontró que si el impulso directo venía cuatrocientos milisegundos después del contacto, los dos estímulos se fusionaban y eran experimentados como una simple respuesta intensificada. Crucialmente, no sólo no era notado el lapso de tiempo entre los dos eventos, si no que el evento combinado se sentía como si hubiese ocurrido medio segundo antes. Desde el punto de vista de los sujetos, la experiencia había sido calculada al momento en que la mano era tocada en vez de cuando el cerebro era estimulado directamente.
Libet resume estos asombrosos resultados de esta manera: “El cerebro parece tener la capacidad de compensar por el retraso en su procesado. Puede remitir todo lo que sucedió hacia atrás en el tiempo al momento en que [el estímulo] primero llegó al cerebro de manera que, subjetivamente, se percibe como si estuviésemos viviendo en el presente inmediato”.
Evidentemente, los eventos en el cerebro se llevan un tiempo inesperadamente largo en bullir y formar una imagen coherente. Mucho de nuestros pensamientos, reacciones y toma de decisiones ocurren a un nivel subconsciente, pareciendo que la conciencia realice todo el trabajo y sólo parezca actuar en concierto con los estímulos y respuestas.
El trabajo de Libet se vincula con la experiencia de los atletas cuyos deportes requieren de decisiones precisas en fracciones de segundo. Los tenistas hablan frecuentemente de estar “concentrados”, cuando sus mentes alcanzan una inexpresable concentración tipo Zen y sus tiros fluyen con toda gracia. Lo que ellos aparentemente están haciendo, es bloquear el parloteo de distracción del pensamiento conciente, colocándolo concientemente en descanso y permitiendo que sus cerebros se den totalmente al proceso subconsciente.
El apoyo a esta idea viene de un experimento en la Universidad de California en Berkeley realizado por el psicólogo Arthur Jensen. El le pidió a un grupo de voluntarios que deliberadamente retrasasen sus respuestas, en un ensayo reacción-tiempo, durante el intervalo más corto posible que pudiesen. Se encontró que sus tiempos de reacción no sólo aumentaban marginalmente si no que daban un gran salto – de 250 milisegundos hasta 600 ó 700 milisegundos. Aparentemente, la necesidad de esperar a que la conciencia tome una decisión es lo que causa este retraso desarticulado, un resultado que sugiere que el permitirle a la conciencia tomar el control de una acción especializada, como es devolver la pelota en el tenis, dará como resultado una respuesta torpe y mal dada. Parece que la ciencia ha encontrado la respuesta a otro de esos grandes misterios del deporte – por qué aún un profesional de grandes torneos puede perder al sacar violentamente la pelota fuera del campo o estrellarla contra la red. Con la pelota en el aire (en el saque) por tanto tiempo, la conciencia tiene tiempo de ponerse a la par con los eventos y entonces, como un novato receloso, se apresura al saque y lo convierte en un fallo garrafal, lo que de otra manera habría sido la más fácil de las victorias.
En un nivel más profundo, los resultados de Libet descubren el fallo fatal en el dicho de Descartes “Cogito...” – esto es, la creencia de que existe un “Yo” pontificio esperando en algún lugar específico del cerebro. El neurólogo Daniel Dennett, director del Centro para Estudios Cognoscitivos de la Universidad Tufts, ha atacado esta moción como “la más mala y tenaz idea embrujando nuestros intentos para pensar respecto de la conciencia”. La investigación como la de Libet muestra que no hay un instante preciso de cuando el cerebro se da cuenta del estímulo. Esta falla, dice Dennett, destruye el concepto sostenido por tanto tiempo de un “Yo” Cartesiano habitando en el cerebro.
¿Cómo pueden existir una serie de “hombrecillos” fantasmales privilegiados vigilando desde adentro de la maquinaria-cerebral si no pueden programar siquiera cuando “saben” respecto a un evento de forma que puedan decidir avisarle al cerebro que decir o hacer en respuesta? Nueva investigación sobre la generación del lenguaje pone dudas sobre la teoría que dar por asentado la existencia de un “representante” central que decide lo que “Yo” pienso y después le ordena a la boca a expresar las palabras deseadas. El novelista E. M. Forster llegó ahí primero cuando soltó a escondidas, “¿Como se qué pienso hasta que no veo lo que digo?”
Dennett defiende el sistema de conexión como la clave para un progreso más avanzado. El sistema de conexión (¿conexionismo?) argumenta que el cerebro es una enorme máquina procesadora paralela y compleja. En cualquier momento, muchas redes neuronales se encuentran simultáneamente trabajando en el manejo de información entrante. Diferentes redes toman prioridades en diferentes momentos a medida que suenan los timbres de alarma. Efectivamente, es como si unas hordas de hombrecillos diminutos estuvieran clamando y compitiendo por llamar la atención, cada uno especializándose en un aspecto diferente de percepción. A medida que realizan sus labores, se coordinan unos con otros y forman coaliciones, produciendo borradores de los datos burdos que reciben. El proceso continúa incesantemente: la información que entra en el sistema nervioso se encuentra en constante revisión editorial, de manera que en cualquier punto en tiempo existen múltiples borradores de fragmentos de narración a varios niveles de editado desparramados por el cerebro. Por fin, dice Dennett, “nosotros” sentimos esto como una sola narrativa – un torrente unificado de consciencia coherente – en la misma manera que nuestros ojos parecen traernos una imagen uniforme y clara del mundo aunque estén meneándose hacia todos los lados como cámaras sostenidas en la mano.
El “ser” podría ser una prestidigitación del cerebro. Pero eso no lo hace menos importante desde un punto de vista subjetivo. Una silla queda reducida a una nube casi vacía de partículas a nivel sub-atómico pero evidentemente es lo suficientemente sólida para sentarnos en ella. ¿Quién puede decir cuando una cosa es más real que otra? El “Yo” dentro de nosotros existe en el sentido de que innegablemente nos sentimos como individuos, distintos y diferentes de todos los demás. Quizá Descartes debería de ser parafraseado: “¡Yo pienso como si yo fuera, por lo tanto soy!”
Cuando preguntamos si hay vida después de la muerte, por lo general queremos decir “¿Continuará el ego, el “verdadero yo”, de alguna manera? En otras palabras, ¿puede la experiencia, de la conciencia del ser, persistir después de que el cerebro deje de funcionar – después de que literalmente “se despida de su alma?” Esto, señala nuestro matemático y filósofo Martin Gardner, es el meollo del debate en lo que a mucha gente concierne. “La personalidad inmortal”, ha escrito, “no tiene nada que ver con la continuidad de vida a través de los descendientes y amigos, o viviendo en futuros expedientes del pasado. No tiene nada que ver con sobrevivir a través de logros científicos, literarios, musicales o arte... Una persona no adquiere inmortalidad por identificarse a si misma con la raza humana, aún si uno hace la dudosa suposición de que la raza nunca llegará a extinguirse.” La inmortalidad, insiste Gardner, requiere continuidad de conciencia de la identidad personal y de los recuerdos personales.
Una de las marcas de pureza de la conciencia es que parece estar fuertemente localizada en el individuo. “Yo” me voy a dormir en mi cuerpo-de-cuarenta-y-un-años en el norte de Inglaterra, rodeado por gente familiar y cosas, y me despierto sintiéndome, como siempre, como “yo”, en más o menos el mismo modo. Nunca me encuentro a mí mismo en el cerebro de un indio de una tribu del Amazonas o un cantinero de Islandia, viendo al mundo desde una perspectiva totalmente distinta. Nunca veo a través de ojos de otro, o (conscientemente al menos) comparto los pensamientos de los demás. Parezco estar firmemente enclavado dentro de este cuerpo y cerebro en particular.
¿Pero, qué pasa con gemelos idénticos? Desde una edad temprana, captamos el significado de identidad y diversidad en el mundo exterior y en nuestras propias personas. Llegamos a reconocer nuestra exclusividad como individuos. Aún así en el caso de gemelos idénticos, la identidad y la diversidad coinciden. ¿Podría ser que tales personas, en un sentido, experimentasen una superposición de conciencia más que ser dos seres totalmente separados?
Los gemelos idénticos muestran una fascinante simetría de imagen. Si uno de los gemelos tiene una marca de nacimiento en la mejilla derecha, el otro, a menudo, la tiene en el izquierdo; si el ojo derecho de uno es ligeramente más oscuro que el izquierdo, lo contrario aplica para su gemelo; ser diestro en uno de ellos implica ser zurdo el otro. Aún así los paralelismos parecen extenderse más allá de la mera equivalencia física, con resultados maravillosos ocasionalmente.
El 11 de Marzo de 1979, el periódico Chicago Tribune reportó en relación a la reunión de unos gemelos quienes, habiendo sido adoptados desde su nacimiento, habían sido criados por separado y habían vivido separados durante treinta y nueve años. A pesar de no haberse visto en todo ese tiempo, cada uno de ellos se había casado con una mujer llamada Linda y después se había divorciado; cada uno llamó a su hijo James Allan; cada uno, más adelante, se casó con una mujer de nombre Betty. Sus pasatiempos – letras y carpintería – eran los mismos; su centro de vacaciones favorito era la misma playa en el área de San Petersburgo en la Florida; sus empleos eran similares.
Cuando nos fijamos en otra gente, vemos seres que se parecen obviamente en muchas maneras a nosotros y quienes en muchas ocasiones, la razón insiste, han de tener pensamientos similares. Un gemelo idéntico, sin embargo, no sólo ve similitud pero también se ve a sí mismo – como si el estuviera “detrás de sí mismo”, su conciencia compartida.
Mark Twain resumió el dilema de los gemelos con su habitual percepción y agudeza. Platicando con un reportero, comentó que el había nacido como un miembro de un par de gemelos. La tragedia les había llegado pronto, cuando uno de los hermanos, que había sido dejado solo en la tina del baño, se ahogó. Como los dos hermanos eran casi indistinguibles, hasta los padres tuvieron dificultad en decir quien había muerto y quien estaba vivo. Años después, Twain indagó en las circunstancias del evento y fue a examinar los datos del hospital. Ahí encontró que el médico de turno había encontrado una marca de nacimiento en la espalda de su hermano. Ahora, ya que él, Mark Twain, sabía de la existencia de una marca de nacimiento en su propia espalda, el se encontró llevado a una conclusión mental. “Es el quien sobrevivió”, declaró Twain. “Yo me ahogué”.
Un experimento mental pone a la paradoja filosófica de los gemelos dentro de un relieve aún más notorio. Imaginemos – algún día podría llegar a ser técnicamente posible – que se crea a una persona que sea idéntica a usted en todos los aspectos. Esta criatura no sólo se ve como usted, pero cada partícula de su cuerpo, hasta el último de los átomos, se encuentra en la misma posición relativa y estado. Cada memoria, cada pensamiento de su gemelo simétrico es el mismo al instante de creación que los que usted tiene. El momento en que el gemelo aparece, ¿cómo sería esto para usted? ¿Continuaría estando consciente de su viejo ser viendo al mundo desde su vieja posición ventajosa? ¿O tendría usted una especie de doble conciencia, un conocimiento emanando desde dos lugares físicos diferentes?
Una reacción inicial podría ser la de suponer de que usted no se sentiría afectado por la aparición del gemelo. Usted simplemente vería una copia exacta de sí mismo, estaría algo sorprendido ante la experiencia, pero después encogería sus hombros y seguiría con su vida como si nada adverso hubiera pasado. Su copia, mientras tanto, tendría su propia conciencia distinta que, aunque pudiera sentirse igual a la de usted, sólo sería experimentada por el.
El relato falla, sin embargo, en hacerle justicia al problema. El hecho es ¡qué la réplica de usted, sería tan “usted” como usted mismo! Para conservar una identidad absoluta, podríamos arreglárnoslas para que el gemelo se materializara instantáneamente de cara a usted en el centro de un cuarto simétrico vacío. Su primera experiencia sensorial sería entonces la misma que la de usted hasta el último detalle. No existirían diferencias entre los dos a pesar de todo. Ni podría usted reclamar para tener algún privilegio de que usted estuvo ahí primero; la verdad inescapable es que usted estaría en igualdad de condiciones desde el momento en que el gemelo apareciese. Dadas estas condiciones, si usted insiste en que aún sería el “anterior usted” y de que su gemelo idéntico debería tener una conciencia separada propia (de la cual usted no estaría al tanto), entonces la responsabilidad recae en usted para explicar como sería esto posible. Lógicamente, como no habría diferencias entre usted y su duplicado, no debería de existir diferencia en la sensación del ser; usted sería el y el sería usted. La implicación es que su conciencia estaría duplicada junto con su cerebro y cuerpo. Usted efectivamente residiría en dos personas a la vez.
Enteramente como se sentiría esto, es muy difícil de decir ya que se trataría de una experiencia única en la historia humana. Pero quizá las uniones mentales compartidas, a menudo reportadas, de gemelos verdaderos, puedan ofrecernos algunas pistas. Los gemelos idénticos parecen conocer frecuentemente, por intuición, qué es lo que le está sucediendo al otro, especialmente si uno de los dos se encuentra en peligro mortal. Existen casos de dolor físico sentido por un gemelo que simultáneamente es experimentado por el otro aún estando a gran distancia. Esta experiencia de conciencia compartida no es necesariamente exclusiva de los gemelos. Existen reportes de gente que han sentido con precisión la muerte de miembros cercanos de su familia o de amigos, a distancias de miles de millas, y no son insólitos. Por muy anecdóticos que puedan ser estos reportes, evidentemente son proporcionados de buena fe y suceden con cierta regularidad como para no ser tomados seriamente.
Regresando a nuestro experimento, ¿qué sucedería a continuación, si los dos idénticos “usted” tuvieran que salir de la habitación por diferentes puertas y entrar en un mundo exterior que fuese altamente asimétrico? Digamos que uno de los gemelos es conducido en un taxi y después vuela a las Bahamas, mientras que el otro se va a unas oficinas de trabajo en la ciudad. De ahí en adelante viven vidas totalmente diferentes. Desde el momento de la partida del cuarto simétrico, las experiencias de los gemelos comienzan a divergir de forma que sus estados mentales y recuerdos recientemente formados comienzan a separarse. ¿Cómo se sentiría ahora el ser usted? Varias posibilidades se presentan por si mismas, cada una con sus problemas.
La primera es que usted termina siendo ambos gemelos. Su conciencia, en otras palabras, es la suma de las conciencias de ambos individuos. Esto se continúa de nuestra lógica anterior, pero parece caer en crecientes dificultades entre más tiempo estén separados los gemelos. Las experiencias distintas moldearán a los gemelos de diferentes maneras, de forma que se vuelven más y más distinguibles en su apariencia y comportamiento. ¿Cómo pueden los gemelos ser diferentes personas y la misma persona al mismo tiempo?
La segunda posibilidad es que usted sea uno sólo de los gemelos, o sea, lo que era usted se convierte nuevamente localizado dentro de un solo cuerpo. El problema aquí es que su relación respecto de cada uno de los gemelos al salir de la habitación es exactamente similar. Debido a esto no existen bases para decir que usted es uno más bien que el otro.
La tercera opción es que usted no sea ninguna de las personas resultantes. Pero esta quizá sea la menos aceptable de todas porque implica que al crear una copia de usted mismo, ¡usted destruyese el original!
En resumen, estamos inclinados a admitir que la primera posibilidad – la que dos usted sean creados – es la más viable. Sin embargo, por divertido que sea posible duplicar una propia conciencia, hemos comenzado sutilmente a alterar el concepto de la naturaleza del ser y de la conciencia como un todo.
Tomemos otro caso. Imaginémonos que en algún tiempo lejano, mucho después de su muerte, una copia exacta de usted en su estado actual, leyendo este libro, es fabricado. ¿Sería ese “nuevo usted” realmente usted? ¿Se sentiría como si usted simplemente despertase después de haber “caído en un sueño” en el momento de la muerte? Evidentemente no, ya que este nuevo usted sólo tendría sus memorias presentes y las conexiones neuronales y ninguna de aquellas que usted acumulará (o perderá) entre ahora y su muerte. Entonces, la continuidad de conciencia, quedaría descartada. ¿Se sentiría, en cambio, el nuevo usted igual que se siente hoy? Esto tampoco parece muy correcto. El viejo usted vivió su vida y murió. ¿Cómo puede crearse una nueva versión de usted, a través de la cual pueda vivir nuevamente con su conciencia “rebobinada” en algún punto arbitrario?
Estos extraños experimentos del pensamiento no dejan de tener una correlación práctica. Para aquéllos que han optado ser congelados a su muerte, la pregunta de quien va a estar dentro de sus cabezas cuando y si algún día son revividos es probablemente preocupante. Dejando de lado los monstruosos problemas técnicos de reparar o reemplazar cientos de millones de células cerebrales seriamente dañadas, no existe un tema más delicado de lo que pasaría si la persona que se vuelve consciente cuando el cerebro congelado no es la misma que la que manejó su póliza de seguro con la compañía criogénica. ¿Podrían los descendientes de la criogénica demandarlo? Y si esta persona reanimada demuestra no ser la misma que murió, ¿entonces exactamente quien es él? ¿Que sería para él o ella estar de repente consciente, sin un pasado real y, aparentemente, una identidad con la que identificarse?
Nuestra apariencia, habilidades, memorias, valores y opiniones, contribuyen en conjunto a hacernos el individuo único que somos. Pero existen otros aspectos cruciales en ser un “ser”: una impresión de continuidad almacenada y una conciencia de existir en un solo momento de movimiento hacia adelante en el tiempo – el eternamente presente ahora.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:00 |
“Nosotros” estamos cambiando constantemente. Crecemos, envejecemos, sumamos y restamos recuerdos, alteramos nuestras opiniones, nos volvemos más sabios o más tontos. Aún las mismísimas partículas de que estamos hechos están siendo continuamente reemplazadas – todas son ahora probablemente diferentes de lo que eran, digamos, hace unos diez años atrás. Pero no son estas cualidades objetivas que descansan en el corazón del misterio. Es el lado subjetivo, la experiencia del ser que se demuestra tan perpleja.
A los cuarenta, yo miro y pienso de forma diferente de cuando tenía cuatro o catorce. Aún así no sólo soy reconocido por otros como la misma persona, si no que yo me siento interiormente el mismo. Mis recuerdos se extienden hacia atrás en el tiempo uniéndome con la sucesiva cadena de jóvenes y niños que, aunque distintos en muchas maneras, eran en sí “yo mismo”.
Me voy a dormir y la auto-conciencia (excepto en algún grado en los sueños) se desconecta. Pero nuevamente está ahí cuando me despierto. Porque “yo” no estoy ahí cuando mi conciencia está ausente, fallo en notar el paso del tiempo. Pasan ocho horas mientras estoy en la cama, pero son como si nada.
No tememos el perder la conciencia si podemos estar razonablemente confiados de continuar en donde nos habíamos quedado cuando volvamos a estar conscientes. A este respecto, tanto el sueño, en el cual pasamos casi una tercera parte de nuestras vidas, como la anestesia general son aceptables. Pero, si pudiera arreglarse, ¿cómo nos sentiríamos acerca de convertirnos en nuestros pasados o futuros “mismos”? Entonces la perspectiva sería más desalentadora. En tal situación, no seríamos capaces de conservar nuestra actual carga de memorias o lo que es más importante, nuestro presente sentimiento del ser. Podría ser como convertirse en un extraño – y eso es atemorizador, porque convertirse el alguien diferente es perderse a uno mismo.
Eso es precisamente el porqué estamos temerosos de morir. La muerte amenaza en disolver nuestros “yos” permanentemente, una posibilidad que simplemente no podemos acabar de aceptar. ¿Cómo se sentiría el no ser nada? El filósofo griego Lucrecio apuntó el camino a una respuesta desde principios del siglo primero a. C. La eternidad después de la muerte, el dijo, es simplemente la imagen del reflejo de la eternidad antes del nacimiento.
Nadie encuentra preocupante contemplar el estado prenatal, así que ¿por qué deberían de preocuparse de la eternidad por llegar? Quince mil millones de años habían ya pasado antes de que usted apareciese en escena. Pero la espera no era atemorizante, porque para el “no-usted”, no había espera. De igual manera, si usted deja de existir permanentemente en varias décadas más de tiempo, usted no estará por aquí para preocuparse por los miles de millones de años del futuro por venir. En lo que a usted respecta, el periodo restante del universo terminará en un instante. Séneca lo resumió así: “¿Qué es la muerte? Es una transición o un final. No tengo miedo de llegar a un final, por ser esto lo mismo que no haber comenzado nunca, tampoco una transición, porque nunca estaré en un confinamiento tan apretado en ninguna otra parte a como lo estoy aquí”.
Y ¿qué tal acerca del proceso mismo de la muerte, la transición real de la vida a la muerte? ¿Es algo de temer? Como razonó el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein: “La muerte no es un evento en la vida; nosotros no experimentamos la muerte”.
Entonces, de hecho, no existe una base racional en lo absoluto para nuestro temor a la muerte. Nosotros o permaneceremos conscientes de alguna manera o no sentiremos absolutamente nada. ¿Y qué es lo que hay de temer en todo esto? Aún así, al igual que alguien que rehuye ser consolado en la sala de espera de un dentista, la mayoría de todos nosotros tenemos un miedo enorme. Estamos aterrorizados de lo desconocido y en lo que podrá ser no tener un sí mismo.
Creamos la imagen dentro de nosotros de ser algo tremendamente importante, un sólido y seguro eje alrededor del cual nuestras vidas pueden desenvolverse. Y aún así qué fácil puede derretirse este sentimiento de uno mismo. Ponga algo de su música favorita, o mejor aún, tóquela. Vea una buena película, pasee de aquí a allá, haga el amor, medite. ¿En donde se encuentra el sentido de su ser en medio de cualquiera de estas distracciones? El “ser” se disuelve mil veces al día, sólo para ser reconstruido rápidamente de los recuerdos almacenados y una especie de proceso neuronal del propio medio; así que el cerebro trabaja duro para mantener la narrativa o flujo de conciencia que fluye suavemente, convenciéndonos de la continuidad de nosotros mismos.
¿Qué pasa, no obstante, cuando esa continuidad queda hecha pedazos, por lesión, muerte o desorden psicológico? Entonces nuestro mundo conocido parece colapsarse o fragmentarse.
Pruebas documentales como Las Tres Caras de Eva, Sybil y Las Mentes de Billy Milligan mostraron la condición extraordinaria conocida como personalidad múltiple, a los ojos del gran público. A través de traumas psicológicos y físicos, tales como abuso extremo desde niño, parece ser que pueden separar la personalidad del ser, de manera que, efectivamente, más de un individuo puede compartir el mismo cerebro. En el pasado, muchos psiquiatras descartaron “múltiples” como actuaciones astutas o diagnosticaron mal su condición de esquizofrenia. Pero ahora parece claro que el disturbio, aunque muy raro, es indisputablemente real.
La primera evidencia sólida de que las varias personalidades de un enfermo están asociadas con distintos patrones genuinos de actividad cerebral llegó en 1982. Frank Putnam, un psiquiatra que trabajaba para el Instituto Nacional de Salud Mental en Bethesda, Maryland, midió el “potencial invocado”, la respuesta del cerebro un estímulo visual específico, para cada una de las cuatro personalidades de diez pacientes. Encontró que mientras que todos los patrones de onda cerebrales de cada paciente, caían dentro del rango normal, eran tan diferentes la una de la otra como los patrones de dos sujetos humanos distintos.
A menudo nos preguntamos que sería sentirnos alguien diferente, el “meternos” dentro de la cabeza de otra persona. Aquéllos que son lo suficientemente desafortunados de albergar múltiples personalidades lo saben – aunque desde su punto de vista la experiencia esta muy lejos de ser deseable.
En una ocasión, por ejemplo, “Sybil” estaba esperando un elevador en la sala de la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, para encontrarse a sí misma, aparentemente en el siguiente instante, afuera, muy tarde por la noche, en un barrio poco hospitalario de la ciudad que en un principio no reconoció. Habían pasado cinco días sin su conocimiento y estaba en Filadelfia con la llave de un hotel en su bolso, que nunca antes había visto. Se había cambiado de su propio y agotado centro, en una de sus quince personalidades alternas y había regresado y no sabía absolutamente nada del tiempo en que “ella” había estado fuera.
Esto, entonces, es lo que se sentiría el ser una persona totalmente distinta – nada. Si usted fuese otra persona, entonces “usted” no estaría ahí para compartir o recordar la experiencia. Al volver a ser uno mismo otra vez, sería como si el tiempo no hubiese transcurrido. No podemos saber desde el punto de vista subjetivo de otra persona que es lo que se siente ser él.
Las víctimas del desorden de personalidad múltiple pueden recibir tratamiento psiquiátrico para ayudarlos a superar su condición. Con el tiempo, los diversos fragmentos partidos en dos del individuo, pueden ser reconstruidos en conciencia común y consolidada otra vez. De esta manera, el ser de la persona puede nuevamente quedar completo. El daño físico al cerebro, sin embargo, es casi siempre irreparable.
En El Hombre con un Mundo Destrozado (The Man with a Shattered World), el psiquiatra A. R. Luria contó la asombrosa y profundamente inquietante historia de Lyova Zasetsky, un estudiante que fue telefoneado a continuación de la invasión alemana a la Unión Soviética. Durante la batalla de Smolensk, a principios del 1943, Zasetsky fue tocado en la cabeza por una bala de ametralladora. La herida y las complicaciones posteriores destruyeron grandes partes de su cerebro. Al principio no podía acordarse de nada, ni siquiera su nombre, ni podía leer o escribir o reconocer a nadie. “Yo parecía”, comentó más tarde, “ser alguna clase de recién nacido que sólo miraba, escuchaba, observaba, repetía, pero aún no tenía una mente propia”.
Luria escribió: “Ya no tenía ninguna sensación de espacio, ni podía juzgar las relaciones entre las cosas y percibía al mundo como roto en mil pedazos separados”. Era como si Zasetsky, el hombre interior hubiera cesado de existir. Escribió escalofriantemente en su revista: “Me mataron el 2 de Marzo de 1943”.
Una apoplejía u otra condición más insidiosa como es la enfermedad de Alzheimer, pueden permanentemente robarle al cerebro funciones cruciales, poniéndonos a la deriva de nuestro futuro y nuestro pasado. En algunos casos, cuando algunas partes altamente específicas del cerebro se ven afectadas, los resultados pueden ser insólitos.
Una condición rara denominada agnosia de cara afecta a la disposición del enfermo para reconocer a las personas o sus caras, dejando todas las otras funciones intactas. El neurólogo Antonio Damasio, del Colegio de Medicina de la Universidad de Iowa, ha pasado los últimos veinte años investigando estos casos. El recuerda, por ejemplo, los apuros de una paciente que había sufrido una apoplejía la noche anterior y se despertó en la mañana incapaz de reconocer a su esposo o a su hija. Aunque ella sabía quienes eran por sus voces y sus modales, sus caras eran como las de unos completos extraños para ella. Damasio comprobó sus poderes para razonar, memoria, habilidad de visión y de lectura, y los encontró perfectamente normales. Aún así no podía identificar las caras de sus parientes o de amigos que había conocido por años.
Utilizando técnicas de escáner avanzadas, Damasio y su esposa, Hanna, neuróloga y anatomista, han localizado con precisión las áreas afectadas del cerebro. Estas áreas las bautizó Damasio como “zonas de convergencia” – regiones en las cuales los circuitos de neuronas procesando información vital se juntan con otras corrientes de datos sensoriales, tales como el sonido de la voz de alguien, el tono percibido de su piel o la apariencia de sus gestos. Las zonas de convergencia, a su vez, están unidas a centros más altos en la parte que maneja las funciones y el almacenamiento del cerebro.
Los diversos niveles de conexiones actúan normalmente en concierto para producir esa sensación total de familiaridad que sentimos cuando miramos a alguien que conocemos. Pero en las víctimas de agnosia de cara, el circuito de reconocimiento está dañado en alguna unión clave. Esta gente aún retiene el concepto general de la cara y la habilidad de entender y responder apropiadamente a tales expresiones como enojo, tristeza y alegría. “La depresión”, dice Damasio,”está a un nivel excepcionalmente único”.
Para probar sus conclusiones, Damasio utilizó un instrumento parecido a un detector de mentiras, para medir las respuestas de la conductancia de la piel en cuatro pacientes que sufrían de agnosia de cara crítica. Les mostró a sus pacientes una serie de fotos de gente que conocían muy bien. En cada caso, los pacientes reaccionaron de una manera que demostró que algún tipo de reconocimiento estaba ocurriendo a nivel subconsciente, aunque no podían decir en voz alta a quien pertenecían las caras.
Damasio cree que dicha actividad subconsciente, puede ser el gatillo que, en la mayoría de nosotros, comienza una reacción en cadena de respuestas orquestadas que da como resultado final el que nosotros identifiquemos la cara. “El reconocimiento en su verdadero sentido debe de ser consciente”, asevera.
En una condición más extrema, conocida como “ceguera visual”, las víctimas reportan no tener ningún sentido de la visión. Sin embargo, las pruebas han revelado que no sólo sus ojos se encuentran funcionando perfectamente, sino que los finos manojos de neuronas que unen las retinas a las regiones apropiadas en el córtex visual están correctamente en su sitio. Nuevamente, el rompimiento en el sistema parece encontrarse a un nivel de integración mayor donde los diferentes aspectos del campo visual se unen antes de ser presentados, limpiamente empacados, a nuestro conocimiento. Misteriosamente, los enfermos de ceguera visual pueden ver, pero no lo saben.
Entre más aprendemos respecto del cerebro, más parece que “nosotros” estamos en el papel de pasajeros más que en el de pilotos. ¡Tanto se lleva acabo automáticamente sin “nuestra” participación! Las últimas técnicas de exploración revelan que el cerebro es como una sociedad de especialistas cuya existencia, normalmente, nunca llegaríamos a sospechar. Una región en particular, del tamaño de una uva, trata sólo con verbos regulares, otra con los irregulares. El grado de especialización es así de grande. Sin embargo, después de muchos niveles de conexiones cruzadas y convergencia, todos estos diversos aspectos de procesado y percepción son llevados juntos como una conciencia unificada. Y ahí, por encima de la jerarquía, vigilando, está nuestro “yo”. Tenemos esta impresión desde dentro, de ser una entidad que se sienta por separado de los trabajos cerebrales como un espectador que va a un juego de pelota. El ser, como un observador fijo central es una ilusión, un espectro que a través de un mal funcionamiento de su estructura de soporte puede verse disminuido o aniquilado.
Una parte importante de nuestra experiencia del ser es nuestra habilidad de proyectarnos hacia atrás en el tiempo, el recostarnos y acceder a recuerdos a voluntad. Pero, ¿qué sucede cuando esa habilidad de recuerdo se pierde?
Clive Wearing gozó en alguna ocasión de una reputación internacional como especialista en música del Renacimiento. Pero en 1985 fue atacado por una rara infección cerebral ocasionada por herpes simple, el mismo virus responsable de los resfriados. Como resultado, un gran número de neuronas, especialmente en sus lóbulos hipo-campales, fueron eliminadas. Muy profundo dentro del cerebro, el hipo-campo (estructura neuronal compleja) trabaja para consolidar la información adquirida recientemente, convirtiendo memoria de corto plazo en memoria a largo plazo. Desposeído de esta vital estación intermedia entre el córtex y las regiones más primarias del cerebro, Clive Wearing perdió su sentido del tiempo pasado. Como explica su esposa: “El mundo de Clive consiste ahora de un momento, sin pasado al cual anclarlo y ningún futuro hacia el cual ver”. Cada minuto de cada día está bajo la ilusión de acabar de despertarse de un profundo sueño – una situación que su diario nos revela gráficamente:
9:04 A. M. Ahora estoy DESPIERTO
10:00 A. M. AHORA ESTOY DESPIERTO
11:28 A. M. REALMENTE ESTOY DESPIERTO POR PRIMERA VEZ en años
10:54 A. M. Ahora estoy despierto por la primera vez.
Clive Wearing sufre del síndrome de Korsakoff, una condición documentada por primera vez por el médico ruso de ése nombre en 1887. En su estado de pesadilla, las víctimas pierden la habilidad de deponer nuevos recuerdos y como resultado, quedan directamente atrapados en el tiempo. Las consecuencias pueden ser extrañas, como lo describe Oliver Sacks en su libro El Hombre que Confundió a su Esposa con un Sombrero (The Man Who Mistook His Wife for a Hat). Por ejemplo, estaba el caso del “Sr. Thompson”: “No se acordaba de nada por más de unos pocos segundos. Estaba totalmente desorientado. Debajo de el, se abrían continuamente abismos de amnesia, pero podía evitarlos, a menudo con fluidas confabulaciones y ficciones de todas clases. Para el no eran ficciones, pero de la manera que veía o interpretaba el mundo... [El] debió literalmente hacerse a sí mismo y a su mundo a cada momento”.
Casos como estos hablan de algo más que la frágil y elaborada naturaleza del ser. Levantan serias preguntas respecto a la naturaleza del tiempo y de esa delicada conexión entre el tiempo psicológico y la realidad física. ¿Será que el tiempo, como el ser, es nada más que un producto de la forma en que pensamos?
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:02 |
¿Alguien para el Te?
“En cualquier intento para unir los dominios de la experiencia pertenecientes a los aspectos espirituales y filosóficos de la naturaleza, el tiempo ocupa una posición clave”.
---Sir Arthur Stanley Eddington
El ingenuo concepto Cristiano del cielo parece idílico a la vista de ello. Después de la muerte, su alma privada con su propia-identidad es libre de vagar en paz alrededor de bellos jardines y grandes matorrales de hojas encontrando a gente feliz y sonriente. No hay crimen, no hay riesgos de accidente, todo montado. Imagínese además a todos los grandes seres del pasado (y del futuro) con los que puede encontrarse – Einstein, Lincoln, Shakespeare, Bach – a pesar de que la gran mayoría de los huéspedes celestes serían personas menos favorables, como usted o yo. Como dijera alguna vez George Bernard Shaw, “En el cielo un ángel no es nadie en particular”.
Si, sería maravilloso estar en el paraíso – por un rato. El problema es, que no terminaría nunca. Los días se alargarían a semanas, las semanas a años y los años a siglos. La novedad, parece, estaría obligada a gastarse. Aún así, estaría forzado a permanecer en este lugar tranquilo y confortable poblado de almas generosas como usted. Y los siglos se convertirían en milenios y los milenios se volverían millones y billones y trillones de años, porque esta es la vida eterna – el interminable molino giratorio del después. En nuestra desesperación por una pizca de emoción, de temeridad, casi estaríamos tentados en ponernos del lado de Mark Twain: “El cielo para el clima, el infierno para los amigos”. El problema es – tiempo; hay demasiado de él en la eternidad.
En la Tierra, por comparación, el tiempo siempre nos parece escaso. Vamos montados en la cúspide de la cresta del ahora entre el inalcanzable y conocido pasado y el alcanzable y desconocido futuro, prisioneros del presente. Pero el presente está moviéndose siempre, conduciéndonos al desamparado futuro para alcanzar nuestro destino – y finalmente, nuestra muerte.
Vivimos en una sociedad obsesionada por el tiempo. Levantarse, vestirse, tragarnos el desayuno, correr al trabajo, hacer el trabajo, tratar de evitar las horas punta de regreso a casa y finalmente colapsarnos por un-del-todo-breve rato antes de irnos a la cama, listos para comenzar un nuevo ciclo. Para la mayoría de nosotros, el día, la semana, el año, toda nuestra vida, está planeada por nosotros por la necesidad de mantenernos al paso con el resto del mundo. El reloj en nuestra muñeca, el reloj de la pared, la alarma del contestador o del buscador nos avisa que la siguiente cita ya está aproximándose rápidamente. Y todo el tiempo, los segundos de la historia de nuestra vida se van pasando despiadadamente. Dos mil quinientos millones de ellos, o por ahí, al nacimiento, reduciéndose por 86,400 con cada día que pasa.
Y preocupantemente el tiempo acumula su paso, o parece hacerlo, entre más progresan nuestras vidas.
En la juventud, un cálido día de verano puede parecernos interminable, mientras que a mediana edad nuestros cumpleaños parecen comenzar a correr con alarmante rapidez. Lo mismo notamos en unas largas vacaciones; los primeros días nos parecen más duraderos, mientras que los días posteriores pasan volando.
Puede ser, en parte, de que nuestro cerebro derive su medición subjetiva del tiempo por qué tan a menudo hacemos nuevas adiciones a su memoria. Cuando somos jóvenes y todo es nuevo, los días parecen alargarse porque son llenados con eventos “memorables” nuevos. Pero a medida que envejecemos, se establece la rutina y el cerebro, con muchas menos experiencias frescas que archivar, comprime el tiempo y de esta manera acelera el aparente paso de nuestra vida.
También existe la evidencia de que nuestro reloj biológico interior – el mecanismo hormonal regulador responsable de los ritmos de nuestro ciclo diario de actividades – se vuelve más lento con la edad. Menos frecuentes “tic-tac’s” del metrónomo de nuestro cuerpo crean la ilusión de que el tiempo pasa más rápido.
Otros factores pueden afectar la velocidad a la cual parece fluir el tiempo. El LSD acelera la percepción del tiempo (al igual que causa enormes distorsiones de espacio); los tranquilizantes la retardan. El tiempo parece fluir con una variabilidad peculiar en los sueños y, similarmente, bajo condiciones de hipnosis, los sujetos pueden ser influenciados a percibir el tiempo como si pasara más rápido o menos rápido. Durante las experiencias, muy comunes, de “repaso de la vida” en las situaciones de casi-muerte, el tiempo puede parecer reducido a la nada, mientras que otras luxaciones extremas temporales están asociadas con cierto tipo de desórdenes mentales y enfermedades del cerebro.
Los cambios radicales en la percepción del tiempo son descritos muy frecuentemente en pacientes sicóticos. Por ejemplo, los esquizofrénicos pueden subestimar enormemente su edad o el lapso de su encierro. Efectivamente, sufren una pérdida temporal de conciencia.
El daño cerebral, ocasionado por accidente o enfermedad, puede igualmente tener unos efectos devastadores. Una pérdida aguda de memoria a corto plazo y otras funciones cerebrales pueden cortar los lazos de un individuo con el pasado o el futuro. Para ellos, es como si el tiempo hubiese dejado de fluir.
Todo esto sugiere que, al menos, existe un componente psicológico muy fuerte en nuestra experiencia de movernos a través del tiempo. Nuestra habilidad para crear y acceder a las memorias y especular acerca de nuestro futuro, juega un papel crucial en nuestra percepción del flujo del tiempo. Una vez que estos enlaces se rompen, cada momento aparece en aislamiento como un solo cuadro del mundo en el cual el tiempo, como lo conocemos, ya no existe.
Parece que el tiempo y la mente están inextricablemente ligados. ¿Podría ser qué, en ausencia de todo control de resultados, observadores conscientes tal como nosotros mismos, el universo fuese completamente eterno? En otras palabras, ¿es el tiempo que pasa una simple fabricación de la habilidad de nuestro cerebro para darle sentido a eventos distintos o tiene en realidad una base cierta e independiente?
Los orígenes nuevamente. La evolución del lenguaje humano y el desarrollo de nuestro sentido del ser, como ya vimos anteriormente, ocurrieron probablemente de la mano, alimentándose el uno con el otro. El lenguaje le permitió al hombre internarse y racionalizar al mundo de una manera notablemente nueva – como un complejo montaje de objetos y eventos discretamente clasificados. Pero el flujo de hechos e imágenes discordantes que esta nueva visión de la naturaleza puso a la disposición, debe de haber envuelto al cerebro con una sobrecarga y un caos. Se necesitaba una poderosa agencia organizadora para permitir a nuestros antepasados que le encontraran sentido a los pedazos de universo que gradualmente les estaba siendo revelado. Y en respuesta, el tiempo pudo haber entrado dentro de la conciencia humana.
Fluyendo suavemente, el tiempo unidireccional es la forma por la cual el cerebro del hombre ordena sus memorias. A medida que el lenguaje alcanzó su preeminencia, el tiempo se convirtió en el objeto secuencial por el cual los eventos subjetivos codificados verbalmente y las experiencias pudieron ser clasificados y almacenados coherentemente. El tiempo nos dio un plano con el cual encontrar nuestro camino en la confusión del espacio reduccionista.
Pero, casualmente, el tiempo enfatizó al individuo. Hizo esto porque concienciar al ser depende de tener un claro sentido de continuidad personal a través de una sucesión de diferentes estados de conciencia. El lenguaje y la percepción subjetiva del flujo del tiempo y la auto conciencia son mutuamente interdependientes, de manera que inevitablemente deben de haber ocurrido al mismo tiempo.
No todas las culturas humanas, sin embargo, han percibido el tiempo de la misma manera. El flujo y reflujo de las mareas, la repetición de las estaciones y el movimiento circundante del sol, la luna y las estrellas dio la poderosa impresión de que la naturaleza gira sin final en un círculo completo. Debido a esto, el hombre primigenio y las civilizaciones tempranas casi que podemos asegurar que consideraron al tiempo como cíclico. Sabemos que los mayas de Centro América, por ejemplo, creían que la historia se repetiría cada 260 años, el llamado lamat, un hecho que los conquistadores españoles no tardaron en explotar a la hora de su invasión. En la cosmología hindú, se piensa que el universo entero tiene ciclos entre el nacimiento, muerte y renacimiento cada 4,320,000,000 años, o un kalpa, un espacio de tiempo sumamente impresionante, aún hoy en día, bajo los estándares astronómicos contemporáneos (y cercano, por cierto, a la edad de la Tierra).
Los filósofos y cosmólogos griegos, también se incluyeron dentro del concepto de repetición perpetua. Como escribió Aristóteles en su gran obra Física, “Hay un círculo en todas las cosas que tienen movimiento natural y llegan a nacer y a fallecer... Aún del tiempo se piensa que sea un círculo”.
Las enseñanzas judaicas y las cristianas, sin embargo, despedazaron el concepto de este antiguo ciclo de tiempo. El mito de la caída del Edén habla de un inicio único de la historia y de los tiempos que-no-se-repetirá-jamás, el momento en que el hombre, habiendo probado del Árbol prohibido de la Sabiduría, aprende la verdad amarga acerca de su mortalidad. Así, envuelto en esta parábola para las masas está el relato de la forma como el tiempo pasó de circular a lineal.
La cristiandad, con su énfasis en el nacimiento y muerte de Cristo y la crucifixión como eventos únicos, acentúa aún más la noción del tiempo como un camino recto que se estira desde el pasado hasta el futuro. De esta manera la mente del hombre Occidental le dio la máxima importancia a la idea del progreso y la evolución – una idea que, paradójicamente, condujo al cisma eventual entre la religión, con sus enseñanzas espirituales sempiternas y la ciencia, con su progresiva investigación de la verdad física.
Para la persona media en la Edad Media de Europa, el progreso de cualquier clase debe de haber sido duro de discernir. En medio de un sistema de castas tan firmemente atrincherado, en una jerarquía estática desde el más bajo de los siervos hasta el monarca, la vida de un campesino era infaliblemente la misma año tras año. El psique de un hombre común, ligado como estaba a la tierra y a los ritmos de las estaciones, habría retenido aún mucho del sentir ancestral respecto de los inacabables ciclos orgánicos de la naturaleza.
Pero todo eso estaba a punto de cambiar. Con el despertar del Renacimiento y la llegada de la Era de las Exploraciones en los siglos dieciséis y diecisiete, comenzó una gran búsqueda por nuevos mercados y materias primas. Poco después, en la Inglaterra de mediados del siglo dieciocho, la generación de la máquina de vapor impulsó a la Revolución Industrial, de manera que en poco más de una generación las vidas de incontable número de gente en el evolucionado Oeste se vieron alteradas más allá del reconocimiento. El enfoque de la sociedad cambió bruscamente de la agricultura a la industria y el comercio. El sentido encerrado de la repetición, con el tiempo, basado en la reaparición anual de plantas, se desvaneció rápidamente de la corriente principal de la conciencia para ser reemplazado por un insaciable deseo de crecimiento y de cambio. Mientras que las instituciones agrícolas pueden permanecer estáticas, aquellas que están centradas en el comercio se nutren del crecimiento como un medio para generar nueva riqueza. El Capitalismo había llegado y con él, el ansia por la adquisición de materiales y de progreso. En el despertar de la Revolución Industrial, la idea del cambio por la familia y uno mismo se convirtió en algo natural y necesario. En esta nueva sociedad industrializada, ya no existían las rígidas barreras del crecimiento.
También el Protestantismo estaba en marcha, con sus morales de trabajo duro y auto-mejoras. Así, llevada por una marea de desarrollos seculares, la religión Occidental se volvió aún más fuertemente unida a la noción del tiempo lineal. Así como el Catolicismo se aferró a rituales menos formales y repetitivos de lo que lo hizo el Judaísmo, así el Protestantismo abandonó muchas de las cíclicas y rígidas tradiciones prescritas por Roma.
Para el siglo diecinueve, la idea en el Oeste de la sucesión temporal vino a asumir aún una mayor importancia en la vida diaria y el pensamiento. Los frutos de la Revolución Industrial se veían por todas partes, mientras que, en un frente distinto, la teoría de Charles Darwin sobre la evolución a través de una selección natural hizo del tiempo lineal el telón para el desarrollo de la vida misma. No es una coincidencia que la misma era viese la rápida evolución de la novela y la autobiografía.
Ni tampoco ha disminuido esta prisa hacia el futuro desde entonces. Hoy, más que nunca, estamos perpetrados en una política de progreso material acelerado, de cambio y desarrollo, con escasa consideración para nuestro crecimiento espiritual.
Vivimos nuestras vidas diarias en un entorno de causalidades, con un pasado y un futuro gobernados por el reloj. Aquí, en este dispositivo ubicuo, esta el verdadero prototipo de linealidad y secuencia. Dentro del reloj, los ir y venir de la rotación del engranaje o las vibraciones de un cristal son transformadas en suaves movimientos de las manecillas. Entre más constante el mecanismo interno, mejor, ya que un segundo debe definirse como el igual de cualquier otro en tiempo lineal verdadero. De acuerdo con el reloj, un evento sigue al otro en estricta e invariable secuencia; las cuatro siempre van después de las tres y preceden a las cinco. La consistente secuencia de un movimiento tras el otro, del reloj del tiempo es ya una parte normal percibida que aceptamos partiendo directamente de la manera en como el tiempo “es realmente”.
Ciertamente, nuestra percepción del tiempo lineal secuencial funciona en términos de lograr las cosas en nuestro tipo de sociedad. Nos permite planear para el futuro y coordinar nuestras vidas sociales e individuales. Es la base para programar con precisión los eventos en cualquier averiguación científica.
Pero la aceptación acumulada en el Oeste de la base lineal del tiempo, ha tenido también un efecto profundamente negativo. Ha fortalecido aún más nuestro sentido de separación y de conciencia egoísta. Consecuentemente, la muerte se ha convertido en algo que temer porque marca un acontecimiento único, a-no-repetirse-jamás – la potencial extinción de nuestro ser. Ya no encontramos consuelo en la noción de regeneración o re-nacimiento, ahora que la rueda del tiempo se ha inmovilizado. Nuestro divorcio de los ciclos cósmicos ha dado como resultado una pérdida de comunión con la naturaleza. Y el efecto de esto ha sido devastador para nuestra psique colectiva.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:03 |
En esta etapa de nuestra historia, en un grado aún mayor que antes, construimos agudas barreras entre nosotros y el resto del mundo. Desde temprana edad somos encauzados a vernos de diferente manera que los demás, con nuestra propia personalidad y habilidades. Entre más somos tratados como un individuo, más nos convertimos en uno porque nuestro sentido del ser está basado en la forma en como otros se relacionan y reaccionan con nosotros. Cuando niños somos libres, inocentes en nuestras limitaciones en tiempo y espacio. Un niño vive cada momento como si fuera a ser el único. Pero a medida que nos hacemos mayores, las fronteras de nuestro ego incesantemente nos encierran protegiéndonos de nuestros alrededores. Coincidentemente, nos damos cuenta de que cada día es diferente, de que la muerte existe y de que nos movemos inexorablemente hacia ella.
Hemos alcanzado, parece, un punto de crisis en nuestro desarrollo cultural. Nuestro cerebro razona, ve hacia adelante y nos dice que la muerte es inevitable. Aún así, mientras que en las edades previas el individuo se vio a si mismo como una simple parte del ciclo regenerativo de la naturaleza, ahora nos encontramos que ya no existe esa conceptual red de seguridad. Hemos alimentado la importancia de nuestro ser, mientras que a la vez nos hemos vuelto subjetivamente desacoplados de los ciclos globales de la vida. Nos sentimos solos, en un vasto y aparentemente despreocupado universo, encadenados a nuestros egos que están aterrorizados de morir. Y lo que es peor, hemos perdido la fe en las religiones que alguna vez nos ofrecían la promesa de una vida eterna. ¿Qué nos queda? Podemos mirar hacia la ciencia médica para encontrar alguna forma de alargar la vida y retardar el día fatal. O podemos encerrarnos en esa clase de tonterías pseudo-científicas que hoy en día se ofrecen de puerta en puerta como un sustituto de la verdadera religión.
Pero siempre, en nuestros pensamientos internos, está la certeza de la muerte y la amenaza constante de la disolución personal. Ahora también sabemos, que ese aparentemente fuerte “ser” dentro de nuestras cabezas puede alterarse o desaparecer, o destruirse completamente por cambios físicos en el cerebro. Nuestro sentido del ser, nos lo dice la neurología moderna, es un simple artefacto del córtex humano – nada más. El ser no es al alma; no existe un alma inmortal personal, nos dicen los nuevos grandes sacerdotes de la ciencia. Descartes y los otros dualistas y teólogos Cristianos estuvieron siempre equivocados. Cuando el cerebro muere, el ser muere. Y cuando el ser muere, morimos nosotros. “Debemos aceptarlo”, dice Gerald Edelman, “que la muerte significa la irrevocable pérdida de un individuo y del ser de ese individuo”. La mayoría de los neurólogos contemporáneos estarían de acuerdo. En palabras de Daniel Dennett: “El materialismo de una clase o de otra es ahora una opinión admitida, llegando a la casi unanimidad”.
Tristemente, nuestra respuesta a esta moderna negativa del alma, aún pone las cosas peor. Enterramos el problema manteniéndonos ocupados, trabajando más duro, tratando de adquirir mayores riquezas, “seguridad” y posiciones de poder. Competimos con nuestros compañeros desde temprana edad por posesiones y un estatus. Pero al hacer todo esto, sólo fortalecemos y extendemos nuestras fronteras de nuestro egoísmo. Lo que poseemos y aún aquéllos a quienes conocemos, se convierten, en un sentido, en parte de nosotros mismos. Perder a alguien o algo querido es un trago amargo y doloroso, no tanto porque sintamos que se haya ido (aunque pueda ser cierto), sino que sentimos que nosotros mismos hemos disminuido – una pequeña parte de nosotros a muerto. Paradójicamente, debido a esto, entre más fuerte y extensivo se vuelva nuestro ego, nos sentiremos más vulnerables e inseguros.
No estamos solos entre los seres vivientes que tienen prolongaciones de si mismo. La araña tiene su tela, el caracol su concha y existen infinidad de animales y plantas cuyos “seres” se prolongan más allá de sus cuerpos físicos. En el caso de un insecto social como la hormiga, podríamos ir tan lejos como considerar a toda la colonia de criaturas, que individualmente son incapaces de sobrevivir, como un superorganismo sencillo – una especie de ser corporativo que abarca a millones de unidades biológicas.
Pero con el hombre moderno la escala del fenómeno “egoísta” ha alcanzado niveles desproporcionados. Un individuo rico puede ser dueño de muchas casas impresionantes, coches y muchas otras cosas de su propiedad, junto con una gran riqueza monetaria, todo lo cual se absorbe dentro del ser extendido y nada de ello es estrictamente necesario para la supervivencia. El rico, sin embargo, muere cuando le toca igual que el pobre.
Las posesiones se han convertido en nuestras maniobras para distanciarnos o negar a la muerte. Esto es, al asociar a nuestro vulnerable ser biológico con objetos más durables, intentamos apagar la luz de la naturaleza corruptible de nuestro cuerpo. Desafortunadamente, la estrategia se vuelve contra nosotros y la luz aún luce más brillantemente sobre el frágil proveedor de la ilusión. El resultado es que nos atrapamos aún más en la prisión del ego y lo que es peor, con el tiempo, dejamos nuestras cosas materiales a aquéllos que más amamos para perpetuar la tontería. Sogyal Rinpoche explica esto desde la perspectiva Budista:
En tibetano al ego se le llama dak dzin, que significa “agarrarse del ser”. Ego se define como los movimientos incesantes para asirse a una noción ilusoria del “Yo” y “mío”, ser y otro, y todas las ideas, deseos y actividades que sustentarán esa falsa construcción... El hecho de que necesitamos asirnos a todo... muestra que en el fondo de nuestro ser conocemos que el “ser” inherentemente no existe. De este conocimiento secreto y desmoralizador, surgen todas nuestras inseguridades y temores.
Sólo un cambio radical en nuestra perspectiva de la vida curará nuestras ansiedades. Debemos de comenzar a ver al mundo y nuestra relación con el, en una forma totalmente distinta.
Al menos a nivel material, los físicos lo han venido haciendo por más de un siglo. Para su sorpresa, han tenido que llegar a un acuerdo con el hecho que los componentes físicos básicos de la naturaleza – materia, energía, espacio y tiempo – no son realmente lo que parecen ser desde nuestra intermitente perspectiva humana. La materia es la mayoría de las veces espacio vacío. Energía y materia son libremente intercambiables. Y espacio y tiempo, que generalmente pensamos que son distintos, son en realidad aspectos inseparables de una sola entidad, espacio-tiempo. Hermann Minkowski, compañero de Einstein, escribió: “La visión de espacio y tiempo que deseo presentar ante ustedes ha surgido de las bases de la física experimental, y ahí es donde radica su fuerza. Es radical. De aquí en adelante, el espacio por sí mismo, y el tiempo por sí mismo, están destinados a desvanecerse en sombras y sólo una forma de unión de los dos conservará una realidad independiente”.
Los dos mayores descubrimientos de la física contemporánea, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, requieren que las tres dimensiones familiares del espacio se fundan en una simple dimensión del tiempo para formar una cuarta dimensión continua del espacio-tiempo. Mantenga en mente que esta unificación no es sólo una conveniencia matemática o una pieza de pastel-celeste intelectual. Es, según dicen nuestras mejores teorías físicas, una verdad básica del mundo en que vivimos.
Desde esta perspectiva 4-D, emerge un sorprendente punto de vista de la realidad. Si el tiempo es simplemente otra dimensión similar al espacio, entonces toda la historia del universo desde el principio hasta el final es (y siempre ha sido) trazado a lo largo de la línea del tiempo. A lo que normalmente nos referimos como el “pasado” aún existe, al igual que lo hace esa parte de la línea del tiempo que llamamos “futuro”. Nuestra percepción humana de un presente eterno que parece viajar en dirección al futuro es una ilusión, fabricada por nuestra conciencia. Como lo dijo el matemático Hermann Weyl, “El mundo objetivo simplemente es, no sucede”.
Parece que nuestra percepción del tiempo está fuera de lugar con la realidad. Y aún así, no deberíamos de estar tan sorprendidos de ello. Como lo había enunciado el filósofo alemán Immanuel Kant, miramos hacia el mundo con un aparato intelectual y de sentidos humanos únicos. Inevitablemente lo que vemos está influenciado profundamente por el con qué lo vemos. Y con lo que vemos, a su vez, ha sido condicionado y moldeado por la necesidad biológica durante el largo curso de la evolución de la vida. Hemos sido moldeados genéticamente por miles de millones de años para ser unos sistemas efectivos para la supervivencia y la reproducción, y parte de este desarrollo ha involucrado el darnos cuenta de esa pequeña noción de realidad relacionada con las necesidades de nuestra especie. En 1793 el poeta William Blake escribió: “Si las puertas de la percepción se puliesen, todo nos aparecería como es, infinito”. Pero el problema es que tal visión de envolvimiento habría sido catastrófica para un homínido lento y sin poder que se encontraba tratando de salir adelante en las secas planicies de África. Nos encontramos atrapados por nuestra estrecha y particular formación de los órganos del sentido y nuestra particular actitud subjetiva sobre el mundo, por eso, como vino a resultar, es lo que mejor nos sirvió en la lucha por permanecer vivos.
Entre nuestras múltiples adaptaciones está la habilidad peculiar de nuestras mentes para percibir al tiempo como algo que fluye, de manera que nos sentimos estar viajando a lo largo de su curso. Hablamos respecto de nuestras experiencias refiriéndonos al presente, el único instante sin tiempo del “ahora” y observamos las cosas que van sucediendo a medida que entran a nuestra conciencia presente. Pero el momento del “ahora” y la noción de “volverse” no tienen significado fuera de la esfera de la mente centrada en el ego. El físico francés Louis de Broglie, quien tuvo una importante participación en establecer las bases de la teoría cuántica, resumió la paradoja del tiempo de esta manera: “En el espacio-tiempo, todo lo que para nosotros constituye el pasado, el presente y el futuro es dado en bloc... Cada observador, a medida que pasa su tiempo, descubre, por así decirlo, nuevas piezas de espacio-tiempo que se le aparecen como aspectos sucesivos del mundo material, aunque en realidad en ensamble de eventos que constituyen el espacio-tiempo existen a priori de su conocimiento de ello”.
Veamos una analogía, imagínese que esta sentado en un avión que está esperando para el despegue. Los motores rugen, el avión comienza a moverse y usted ve las luces laterales de la pista pasando en secuencia, al igual que usted experimenta el tiempo un momento después del otro. Después de que el avión ha despegado, sin embargo, usted puede mirar hacia abajo y ve todas las luces juntas – “al mismo tiempo”. La impresión de que las luces estaban pasando era una ilusión creada por nuestra posición particular en relación al objeto que estábamos observando. El matemático de Oxford, Roger Penrose ha escrito:
La conciencia es... ¡el único fenómeno que conocemos de acuerdo al cual el tiempo necesita “fluir” permanentemente! La forma en como es considerado el tiempo en la física moderna no es esencialmente diferente de la forma en como es considerado el espacio... el “tiempo” de las descripciones físicas realmente no “fluye” para nada... El ordenamiento temporal que nosotros “parecemos” percibir es... algo que imponemos sobre nuestras percepciones de manera de darles sentido a ellas...
Tenemos un fuerte sentido de ser un “ser”. Y tenemos una poderosa impresión de este ser moviéndose a través del tiempo. Sin embargo ambos, ser y tiempo parecen ser quimeras del cerebro. “Nosotros” somos ficciones atrapadas dentro de una ficción de nuestra propia fabricación. Y nosotros, que no somos más que tipos de hacer-creer, nos preguntamos si existirá un libro de cuentos de un cielo en el cual podamos vivir todos felizmente para siempre.
Debemos tratar de deshacernos de este sueño – o pesadilla. Si pudiéramos cesar lo suficientemente de nuestro que hacer diario, de construir las altas las murallas de la prisión de nuestro ego, podríamos ver un mejor curso hacia delante. Albert Einstein, el maestro arquitecto de nuestra nueva visión 4-D del cosmos, nos mostró el camino:
Un ser humano es parte del todo, llamado por nosotros “Universo”; una parte limitada en tiempo y espacio. Se siente a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto – una especie de fijación óptica de su conciencia. Esta fijación es una prisión para nosotros, restringiéndonos a nuestros deseos personales y al cariño por unas pocas personas cercanas a nosotros. Nuestra tarea debe de ser la de librarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza. Nadie es capaz de alcanzar esto completamente pero la lucha por este logro es, en sí mismo, una parte de la liberación y fundación de una seguridad interior.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:06 |
Mente Fuera del Tiempo
“La gente por lo general coloca a la realidad en diferentes compartimentos y por lo mismo son incapaces de ver la interdependencia de todos los sucesos. Para ver a uno en todos y a todos en uno es romper a través de la gran barrera que estrecha la percepción que uno tiene de la realidad...”
--- Thich Nhat Hanh, maestro Zen
No es ningún secreto que la experiencia mental humana se encuentra bruscamente dividida. Existe la experiencia familiar de hechos, objetos, eventos, memorias y el ser – nuestro modo analítico – que parece ocurrir contra un telón de fondo del tiempo. Y está el otro, el sentimiento trascendental de la conciencia pura en la cual el tiempo se disuelve y el perceptor y lo percibido se unen en un todo indivisible.
En el Occidente, hemos llegado a venerar y a depender incrementalmente de los aspectos del pensamiento ligados al tiempo. Pero muchos grupos humanos, no tan preocupados por el “progreso”, muestran una forma diferente de ver la vida que es menos materialista y menos precipitada. Una cultura hindú en particular, utiliza el “tiempo de hervir el arroz” (unos trece minutos) como su medida de tiempo más pequeña – no tienen necesidad de nada más preciso. Los nativos de las Islas Trobriand, lejos de Nueva Guinea y los indios Hopi del noreste de Arizona, parecen no tener ningún sentido del tiempo lineal en absoluto. Lo de ellos es una manera continua de simultaneidad y de estar centrados en el presente. En lugar de ver los eventos como una corriente casual arreglados en orden, uno después del otro, los Trobriandanos y los Hopis tienden a considerar a los eventos como un patrón total, con toda la acción dibujada en una sola pincelada. Esto se refleja en el lenguaje de los Hopis, en el cual los verbos extrañamente adolecen de cualquier forma de tiempo. Un evento que sucedió hace mucho tiempo es considerado como “muy lejano”; las distancias en el espacio, en otras palabras, son igualadas con distancias en el tiempo.
Las dos maneras diferentes de conciencia humana – lo que podrían llamarse “estrecha –radiación” y “amplia-radiación” – tienen un paralelo psicológico en las dos diferentes mitades del cerebro. El interés en las diferencias entre los hemisferios de la mente fue muy intenso a la vuelta del siglo, pero después dio muestras de desvanecerse. Volvió a surgir intensamente sin embargo, en los l960’s y 70’s como resultado de unas serie de investigaciones de Roger Sperry y sus colegas en el Instituto de Tecnología de California.
Los sujetos de estos experimentos eran gente que habían sido sometidos a alguna forma de cirugía radical en un esfuerzo para aliviar una epilepsia muy severa. Este procedimiento involucraba hace un corte total a través del corpus callosum (cuerpo calloso), que es la lámina de tejido nervioso que conecta los dos hemisferios cerebrales. Como cura para una epilepsia grave fue un sorprendente éxito. Pero el paciente quedaba, efectivamente, con dos cerebros y por cierto muy diferente el uno del otro.
Las pruebas en estos pacientes con “cerebros-partidos” mostraron que la mayoría del pensamiento analítico humano tiene lugar en el hemisferio cerebral izquierdo. Incluidos dentro de esta categoría están nuestras habilidades de los lenguajes y nuestra habilidad para dividir al mundo en pequeños objetos y eventos. El cerebro izquierdo domina nuestras decisiones, provee nuestra voluntad y motivación y nos convierte efectivamente en quienes somos. En contraste, el hemisferio derecho es un experto en el razonamiento espacial y en ver el mundo de un solo golpe a la vez, como un sistema interconectado. Si tuviéramos que caracterizar a la sociedad en estos términos, podríamos decir que el desarrollado Oeste tiene un tipo de conciencia principalmente cerebro-izquierdista, mientras que otras culturas más centradas en la naturaleza hacen un mayor uso de los modos de pensamiento del lado derecho.
Los seres humanos individuales, por supuesto, dependen de ambos lados de su cerebro. Hasta el más confinado de los racionalistas utiliza su hemisferio derecho para controlar el lado izquierdo de su cuerpo así como muchas otras tareas que involucran a la memoria y a los procesos sensoriales. Pero esta advertencia no nos quita del hecho de que existe una división funcional definitiva entre las dos mitades del cerebro.
En las situaciones de día a día, el hemisferio izquierdo tiende a ser dominante. Debido a que tiene la mayoría de los centros clave del lenguaje, puede comunicarse elocuentemente y de esta manera actúa como la parte parlante del cerebro. Procesa las cosas una después de la otra, de lo que se intuye que debe de ser la fuente de nuestra familiar noción del tiempo en el reloj. Más significativo, es la ubicación de nuestra persistente inseguridad sobre nosotros mismos. La experiencia subjetiva del hemisferio izquierdo es literalmente “nosotros”. Es el hábitat de nuestra propia conciencia.
Esto conlleva a una intrigante situación, por no decir potencialmente explosiva, dentro de nuestra cabeza. El lado izquierdo está ansioso de no perder el control permanente, de no renunciar al sentimiento cuidadosamente mantenido del “ser” al que da lugar. Debido a que también crea la ilusión del tiempo linear secuencial y puede prever su propio fin, modela mitos y se agarra de cualquier evidencia, por frágil que esta parezca, para tratar de convencerse a si mismo de que la inmortalidad es posible. Pero la ciencia habla claramente en contra de la supervivencia del “ser” después de la muerte. De manera que el lado izquierdo del cerebro se encuentra en un dilema.
Mientras tanto, hecha una mirada a través de su silencioso compañero en las sombras y mira a sus obras desenfocadas con una sospecha casi paranoica. El lado derecho del cerebro tiende a ser menos juicioso respecto del raudal de datos que recibe a través de los sentidos. Está más inclinado a tomarse las cosas tal y como le llegan, sin desglosarlas o interpretar lo que ve. Esto lo lleva a respaldar estados de conciencia muy diferentes de nuestra conciencia enfocada de una manera normal. Si el lado izquierdo del cerebro es un científico y un pragmático, el lado derecho es muy místico.
Debido a que controla el lenguaje y el razonamiento, el cerebro izquierdo tiende a hacerse cargo la mayor parte del tiempo. Aun a pesar de esto, parecería como si tuviésemos una poderosa e innata obligación de experimentar los estados radicalmente diferentes del sentimiento involucrando al lado derecho del cerebro.
Los niños pequeños utilizan regularmente técnicas alteradoras de la conciencia en sí mismos y unos con otros cuando creen que los adultos no los están observando. Giran sobre sí mismos hasta llegar al vértigo y se colapsan al suelo. Se hiperventilan y hacen que otro niño les salte sobre el pecho para producir estado de inconsciencia. Se zarandean del cuello hasta causar desmayos. Tales prácticas se pueden encontrar en todas partes del mundo y están presentes en tan tempranas edades -- como los dos o tres años de edad – que la condición social no puede ser un factor.
A medida que los pequeños crecen, aprenden que tales experiencias pueden alcanzarse químicamente, por ejemplo inhalando los vapores de solventes volátiles que hay en las propias casas. En sus años juveniles, gran cantidad de jóvenes buscan inducir químicamente cambios de conciencia a través de una variedad de drogas ilícitas y médicamente desaprobadas. Virtualmente, todas las culturas a través de la historia han hecho lo mismo. Una rara excepción son los Inuit, o esquimales, que tuvieron que esperar a que la gente de afuera les llevara el alcohol ya que ellos no podían cultivar nada por su cuenta.
En América del Norte, los indios Atabascos del Noroeste del Canadá mastican goma de abedul para entrar en trance. De acuerdo con John Bryant de la Universidad de Alaska, esto podría explicar el propósito del más antiguo pedazo de goma de mascar, encontrado en 1993 al sur de Suecia. Tres paquetes de abedul masticado de nueve-mil-años de antigüedad fueron encontrados en el piso de una cabaña utilizada por cazadores en la Isla de Orust. Expertos dentales concluyeron que las marcas en una de las piezas eran provenientes de un adulto cuyos dientes aún no se habían desgastado por el estrés de la Edad de Piedra – lo más probable que fuese un joven. Aunque la goma pudo haber sido utilizada con fines medicinales, Bryant sospecha de que el masticador lo estaría utilizando como el equivalente de una junta de la edad Neolítica.
El psicólogo y filósofo William James se sorprendió de la inefable naturaleza de una experiencia inducida por drogas. Después de una sesión en la cual el inhaló una mezcla de óxido nitroso (gas hilarante) y éter, escribió: “Profundidad tras profundidad de la verdad parece ser revelada al inhalador. La verdad se desvanece, sin embargo, o escapa, en el momento en que llega; y si cualesquiera palabras permanecen en las que pudiera arroparse a sí misma, nos demuestran ser un mismísimo disparate”.
Sin embargo, el continuó, “Sé de más de una persona que esta persuadida de que en el trance del óxido nitroso tenemos una genuina revelación metafísica”.
Dominada como está por el lado pensante izquierdo del cerebro, nuestra sociedad está preocupada por las gentes que entran en trances e intoxicaciones alucinógenas. El cerebro izquierdo se siente retado por experiencias místicas porque estas conllevan al menos una pérdida temporal y posiblemente una alteración permanente del sí mismo. Una persona que utilice drogas puede “regresar” cambiado – de hecho, ser un extraño para nosotros. Tememos su influencia sobre otros, en especial sobre nuestros hijos. Así que, tenemos leyes contra la posesión de drogas primero que nada para disuadir a la gente a que se droguen.
El alcohol y la nicotina, por supuesto, son las dos excepciones. Aún necesitamos nuestro arreglo legal del cerebro derecho. La paradoja es que, mientras que nosotros consideramos a casi todas las substancias alteradoras de la mente como moralmente corruptoras, el alcohol está tan socialmente aceptado que muy a menudo brindamos a la salud de unos y otros con él, gastamos grandes sumas en su publicidad y lo consumimos copiosamente en público. James alabó sus efectos positivos: “La embriaguez expande, une y dice si... Lo hace (a una persona) por un momento a uno con la verdad”.
Psicoactivos más potentes, como el LSD, han sido visualizados como las puertas a una nueva fase de la evolución humana. Muchos antes de que proliferaran los niños de las flores en la California de los sesentas, los campesinos medievales de la Europa ya habían sentido extraños efectos del “ácido” por comer pan de centeno rancio. En 1943, un químico suizo aisló al producto químico responsable – ácido lisérgico – después de un ataque de alucinación mientras llevaba a cabo investigaciones en un hongo que encontró en las plantas del centeno. El uso de la droga se popularizó pronto. Aldous Huxley experimentó tanto con LSD como mezcalina, y en Las Puertas de Percepción (The Doors of Percepcion) alabó que las drogas que expanden la conciencia podrían utilizarse como una vía corta para tener una experiencia mística. De acuerdo con Huxley, el género humano trabajaba bajo la carga del cerebro – una “válvula reductora” que distribuía el flujo de experiencia. Las drogas, dijo él, podían relajar esa válvula. Fiel a su creencia, Huxley tomó LSD en su lecho de muerte, poco después de completar su utópica novela Island – el libro que inspiró a Timothy Leary a establecer sus “comunidades transcendentales”.
Como millones pueden testificar hoy en día, los alucinógenos tienen un efecto capital en la percepción del mundo y de nosotros mismos. Pero ¿cuándo es que un viaje con ácido se convierte en un estado alterado y cuándo un estado alterado se vuelve una experiencia mística? Las drogas pueden tener el desafortunado efecto de ir pudriendo permanentemente el cerebro al igual que aclararlo. Si llegan a tener algún valor duradero en total, podría ser en llevar al verdadero buscador de la verdad por el camino correcto.
Para muchos, ese camino “correcto” es la meditación. Como comentó un practicante después de realizar varios viajes con ácido y con la ayuda de un doctor amigo de el, “Nosotros los místicos estamos acostumbrados a cosas más fuertes que eso”.
Los escépticos indicarán el extravagante modo de vida del guru de la meditación más renombrado, el Yogi Maharishi Mahesh. Un místico con una sorprendente agudeza para los negocios, su embaucador estilo envuelto de la meditación trascendental (MT), promiscuamente adaptado de las enseñanzas del filósofo Shankara del siglo diecinueve, surgió en escena en la era del Sargento Pepper y ahora reclama tener 3.5 millones de adeptos en todo el mundo.
Para hacerlo más llamativo para los Occidentales, la MT está disfrazada como una clase de ciencia. Pero la velada ceremonia hindú que precede a cada iniciación (a la cual se solicita al novicio que lleve una pieza de fruta y una flor – junto con un cheque) revela su verdadera significación religiosa. Después de ofrendar una plegaria Védica, el introductor de la MT le pide al sujeto que se siente y se relaje con los ojos cerrados. Después se ofrece el mantra, o palabra cantada. Al iniciado se le dice que esto ha sido seleccionado especialmente para él o ella y que debe mantenerlo confidencial para que resulte efectivo. Sin embargo, esto es una decepción. La razón de tratar de mantener los mantras secretos es que sólo existe un puñado de ellos, que cualquiera puede encontrar y por lo tanto evitarse el gasto de las sesiones de MT, la mayoría de las cuales son rellenadas con tonterías pseudo científicas.
Habiendo pasado ya el mantra, al iniciado se le indica que lo repita despacio y en voz alta. Gradualmente, el instructor pide que la velocidad de repetición se incremente y que el volumen disminuya hasta que literalmente el mantra se convierte en un jadeo respiratorio. Esto es intencional, pero muy pocas personas se dan cuenta que lo que se está haciendo es qué están siendo hiperventilados. Los iniciados en MT expresan frecuentemente que su primera experiencia fue la más profunda, con zumbidos en sus oídos, un gran espacio abriéndose delante de ellos y una sensación de flotar. De hecho, esto es debido mucho menos a la influencia del mantra místico que lo es a los efectos físicos de demasiado bióxido de carbono, un conocido alucinógeno.
Durante la hiperventilación – respiraciones rápidas y profundas – el cuerpo no puede absorber más oxígeno del que necesita. A la vez, el nivel de bióxido de carbono en la sangre aumenta. El lóbulo temporal del cerebro es muy sensitivo a las concentraciones de oxígeno y de bióxido de carbono y cuando estas cambian, varios efectos subjetivos pueden suceder: una sensación de paz y amor omnipresente, una aparente separación de la mente y el cuerpo y una visión de vacío o un túnel acompañado de una luz muy brillante. Son los muy conocidos temas de las experiencias inducidas por drogas o de las experiencias de casi-muerte.
La hiperventilación es una manera común y fácil de alcanzar estados alterados de conciencia. Los famosos bailarines de Sufi, o derviches giratorios, ruedan su camino hacia un alto nivel de bióxido de carbono y una sensación de la unificación de todas las cosas. Como escribiera Rumi el filósofo-poeta Sufi del siglo trece: “He alejado a la dualidad. He visto que los dos mundos son uno. Uno que busco, Uno que conozco, Uno que veo, Uno que llamo”.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:07 |
La gente joven de hoy en día ha hecho el mismo descubrimiento, de que bailando hasta quedar exhaustos moviendo sus cabezas frenéticamente o con música disparatada (a menudo ayudados por alucinógenos tales como el Éxtasis), se altera la conciencia y el “ser” es liberado temporalmente. Mucho de la música, arte, danzas y poesía tiene esta meta, llegar directamente al cerebro derecho y disolver la barrera del ego creada por el pensamiento racional. Como ya remarcó Aldous Huxley:”La urgencia para trascender la máscara de la auto-conciencia es... un apetito principal del alma”.
En las raíces de cualquier pensamiento místico está la idea de que el ser y el mundo tal y como nosotros lo vemos normalmente es una ilusión. Sobre imponemos una falsa imagen de la realidad, debido a una básica mal interpretación de la naturaleza de las cosas. Los neurólogos modernos se verían obligados a estar de acuerdo. Pero el misticismo va más lejos, enfatizando la importancia de un estado mental que transciende la dimensión de lo racional. Como dicen los textos más antiguos del Hinduismo, los Upanisads: “El [Brahma, o lo que podamos pensar como una conciencia cósmica] viene al pensamiento de aquéllos que lo conocen más allá del pensamiento, no de aquéllos que imaginan que puede llegarse a él por el pensamiento. El es desconocido para el erudito y conocido por el común”.
La misma idea de alcanzar una instrucción moral meditante el hecho de colocarse en un estado receptivo de inocencia ya fue enfatizado por el místico ruso George Gurdjieff, cuya filosofía cuasi-religiosa ayudó a florecer a la cultura moderna de la Nueva Era. Y, por supuesto, Jesús también predicó que “A menos que te conviertas y te vuelvas como un niño, no entrarás en el Reino de los Cielos”.
La meta final del misticismo es descubrir la unidad del Ser y del absoluto – que “Usted Es Ese”, como dicen los Upanisads. Aquí, seguramente, existe más que una efímera semejanza con el modelo del mundo interconectado de la 4-D concebido por la ciencia moderna. Singularmente, a través de simple contemplación, los místicos han alcanzado un entendimiento de la profunda estructura de la realidad física que la ciencia Occidental apenas ha comenzado a comprender.
El pensamiento Oriental no ve el tiempo en la misma manera en que lo ve la tradición Judeocristiana – como una progresión linear a través de un mundo separado de Dios a un mundo posterior o cielo (o infierno). En la visión Oriental, el tiempo, como el ser, no es real. El mundo tal cual lo vemos no es real, ni tampoco está evolucionando lentamente hacia algún estado de perfección; es perfecto en cada momento, si sólo fuésemos capaces de darnos cuenta de ello. La verdad existe en lo eterno y el Ahora universal, la eternidad de cada instante – el bloque de universo del espacio-tiempo del físico.
Hemos impuesto una división dualista sobre la realidad. Sólo por percepción directa, el místico cree que nosotros podemos ver la verdad de que el observador y el observado son uno sólo. Así como los científicos experimentan, los místicos meditan, como una manera de acercarse a la verdad que existe detrás del mundo. La meditación viene en muchas formas, como diferentes carreteras. Pero todas conducen al mismo destino – instrucción, libertad de la ilusión del “ser”, una fusión con el todo.
La clasificación más simple divide a la meditación en dos formas: Concentrada y atenta. Los métodos de concentración involucran enfocarse sin estrés en un objeto particular a la vista, una idea, o en el caso de la MT en un mantra – un sonido especial, repetido regularmente (generalmente en silencio). La meta es alcanzar una sensación de uno mismo con el foco de atención y excluir a todo lo demás.
En la meditación abierta o atenta, el enfoque es exactamente el opuesto: todo esta permitido que fluya dentro del sentimiento del sujeto pero sin intentos de discriminar entre pensamientos, visiones y sonidos. El resultado que se persigue en este caso es un sentido de flujo de existencia indiferenciado; en lugar de desaparecer, el mundo parece fresco y nuevo, como si se viera por vez primera.
En ambas meditaciones, los pensamientos extraviados no son reprimidos ni se resisten sino que simplemente se dejan ir. La meta, al menos a corto término, es la de simplemente tranquilizar a la mente y controlar su hábito de estar tratando constantemente de racionalizar todo lo que ve. Los pensamientos y sentimientos, que de otra manera distraerían, son permitidos que se deslicen sobre el meditante como suaves olas que se desvanecen y desaparecen al igual que llegan.
Con el tiempo, a medida que aumenta su habilidad, el practicante puede notar nuevas experiencias, “más altos” estado de conciencia. Estos estados conllevan sensaciones de flotar, gran alegría y aceptación de las cosas tal y como son. Los niveles más avanzados de todos, se dice que coinciden con una total pérdida de auto-conciencia y un incambiable sentido de objetividad.
La meditación, por tratarse de una experiencia personal y subjetiva, es difícil de penetrar por parte de los científicos con sus instrumentos de medición. ¿Cómo podemos saber si lo que el meditante dice que siente es real? Y, en todo caso, ¿Qué significa la “realidad”? Todo el punto de la meditación es el de tratar de romper la barrera entre el observador y el observado, ver las cosas en su forma natural. Por lo tanto, podría discutirse que la mística experiencia de “todo en uno” es mucho más real que el mundo científico construido por la mente y proyectado hacia el exterior. Aún así, sería interesante, al menos, conocer más acerca de la meditación desde nuestro familiar punto de vista analítico. Y ya en este punto podríamos preguntarnos si la meditación se distingue por sus propios modos característicos de actividad cerebral como por ejemplo, lo son el dormir y el pensamiento de despertar normal.
En el cerebro despierto, la frecuencia de actividad eléctrica varía muy ampliamente. Pero las frecuencias bajas – menos de catorce ciclos por segundo – aparecen más cuando el cerebro está relajado que cuando está activo y alerta. Uno de los patrones más distintivos es el ritmo alfa, con una frecuencia entre ocho y trece ciclos por segundo, la cual está presente normalmente cuando una persona se encuentra en reposo con sus ojos cerrados. Las primeras investigaciones con EEG’s mostraron que los meditantes producen una gran cantidad de ondas alfa aún con sus ojos abiertos.
Normalmente, el ritmo alfa es bloqueado y reemplazado por ondas beta de más
alta frecuencia si hay una repentina perturbación del exterior. Para mucha gente, ningún intento por tratar de ignorar, digamos un golpe o un destello de luz, hará que desaparezcan las ondas alfa. Pero si la persona es continuamente expuesta al mismo estímulo, la actividad alfa continua a pesar de la perturbación. El bloqueo de las ondas alfa, en otras palabras, parece ser una respuesta a los sucesos que son inesperados.
En 1957, los EEG’s se habían convertido en lo suficientemente portátiles para que dos investigadores, B. K. Bagehi y S. Wenger de la Universidad del Estado de Iowa, llevasen sus equipos hacia las remotas cuevas de la India. Allí ensayaron con yoguis que eran muy hábiles en una forma concentrada de meditación.
Los yoguis estuvieron de acuerdo en meditar mientras que los científicos hacían todo lo que estaba a su alcance por distraerlos. ¡Sonaron platillos tras los oídos de los yoguis, destellaron linternas ante sus ojos y pusieron sus pies dentro de agua helada! No sólo permanecieron externamente calmados, los acosados sabios si no qué sus ondas alfa se mantuvieron en un ritmo constante a pesar del violento ataque. Los resultados sugirieron que habían logrado una casi total abstinencia sensorial.
En 1966, Akira Kasamatsu y Tomo Hirai de la Universidad de Tokio, probaron con cuarenta y ocho sacerdotes Zen Budistas y estudiantes que habían estado meditando entre uno y veinte años. Estos budistas practicaban el zazen, una meditación alerta, pasiva llevada a cabo con los ojos abiertos. A medida que comenzaban a relajarse, generaban ondas alfa. Gradualmente, estas subieron en amplitud y cayeron en frecuencia hasta que, en algunos casos, llegaron tan bajo como seis o siete ciclos por segundo, o sea, en el rango conocido como las ondas theta. Los meditadores más adelantados mostraron la mayor actividad theta. Interesantemente, la clasificación de los maestros Zen de sus estudiantes, en habilidades, bajas, medias y altas se corresponde muy de cerca con los resultados de los EEG’s y no necesariamente con los años de práctica.
Los investigadores también trataron de distraer a los monjes por medio de la repetición de un chasquido cada quince segundos. En este caso, a diferencia de los yoguis hindúes, los budistas Zen si bloquearon sus ondas alfa. Pero mientras que un grupo de control de no meditadores se aburrió y se habituó al sonido, no mostrando, eventualmente, ninguna respuesta a él, los meditadores reaccionaron al chasquido igual de fuerte cada vez. Cada estímulo era percibido como si fuese el primero.
Estos descubrimientos encajan extremadamente bien con las experiencias subjetivas de las dos formas de meditación – una excluyendo al mundo sensorial y la otra observándolo sin comentario como si fuese infinitamente nuevo.
Nos ha llegado evidencia más reciente, de Peter Fenwick en el Hospital Maudsley en Londres, de que algo fuera de lo común sucede cuando la gente medita. En un experimento, Fenwick tomo electroencefalogramas de media docena de meditadores a largo plazo. En cada caso encontró que mientras los sujetos estaban meditando, había un aumento muy preciso en actividad en el hemisferio derecho. Conectando el EEG a una computadora, transformó los datos de cada sujeto en diagramas ovales, uno para cada tipo de onda cerebral, mostrando donde y que tan grande era la actividad. Para cada uno de los meditadores, se mostraba una región brillante poco común, en el lado derecho frontal del cráneo. “Si viésemos ese grado de asimetría en alguien que pasase por la calle”, comentó uno del equipo de Fenwick, “nos preocuparía de que algo muy anormal estaría sucediendo”.
Resultados aún más dramáticos resultaron al estudiar a un maestro Zen. Estos resultados mostraban que para trabajos tales como categorizar objetos, para lo cual la mayoría de la gente utiliza su hemisferio izquierdo, el maestro utiliza el derecho. Más aún, el maestro era sorprendentemente resistente a los efectos del acondicionamiento clásico. “Esto parece darle apoyo”, dijo Fenwick, “a su pretensión de que vive totalmente en el presente, respondiendo a cada cosa en el momento en que se presenta”.
Los científicos no pueden ir más lejos para confirmar los que los meditadores dicen. Ellos pueden medir las correlaciones físicas del estado de meditación. Pero para progresar más, deben de aceptar lo que los meditadores les dicen o tratar de experimentarlo por ellos mismos.
Siempre existirá una brecha entre lo que la ciencia puede medir y lo que los seres humanos sienten. Aún así todo lo que sabemos respecto de la manera como trabajan los dos hemisferios del cerebro, todo lo que la psicología nos ha enseñado respecto de la naturaleza construida del mundo y todo lo que nos dicen aquéllos que han tenido experiencias místicas, apunta en la misma dirección. No hay un ser persistente ni ningún sentido real por el cual “nosotros” existimos independientemente en sucesivos momentos de tiempo. Ambos el ser y “ahora” son invenciones conjuradas a través del viaje de la evolución humana – invenciones convenientes en lo que a supervivencia se refiere, pero sin un significado perdurable.
A la luz de esta conclusión, nuestras perspectivas a largo plazo podrían parecer más sombrías que nunca. Al ser, al cual teníamos esperanza de que sobreviviera a la muerte, no se le concede sustancia alguna durante la vida. No puede haber un de aquí en adelante para “nosotros”, tanto la ciencia como el misticismo están de acuerdo, ya que “nosotros” nunca existimos realmente para empezar.
Y aún así, a la vista de esta dura realidad, no toda la esperanza está perdida. Aún queda ese hecho muy curioso e inesperado – en situaciones en las cuales el ser se parte, se encuentra que el conocimiento se expande.
Los hindúes lo llaman samadhi, los budistas nirvana. En las enseñanzas budistas, el ser y la realidad se dice que son como el viento soplando encima de la superficie del agua. Mientras el viento sopla, la superficie del agua es alterada, la “realidad” refleja imágenes distorsionadas continuamente partidas en mitades e imágenes confusas. Pero cuando el viento cesa, la superficie del agua se calma y se aplana, convirtiéndose en un espejo del mundo tal cual es. De ahí el nirvana – “más allá del viento”.
En la escuela Rinzai del Zen, la experiencia buscada es satori – una repentina y espontánea aclaración cuando el ser se desvanece y todo el universo toma su lugar. El Zen Rinzai utiliza koans para ocasionar corto circuito a las mentes racionales. Los koans sor textos tersos enigmáticos o diálogos entre maestro y estudiante cuya “solución” queda más allá de las fronteras del pensamiento analítico. A través de la contemplación de un koan, el practicante puede pasar a través de la naturaleza concebida de las percepciones a una realidad verdadera. Y cuando esto sucede, la conciencia sin el ser comienza.
Los maestros del Zen y otros que han alcanzado este estado trascendental son incapaces de relatar como se siente. Las palabras y descripciones no pueden explicarlo. Como dijo el filósofo chino, Lao-tzu: “Aquél que sabe no habla; aquél que habla es que no sabe”. Sólo por participación personal directa podremos realmente conocer que es lo que se siente ser iluminado. Y la mayor parte de nosotros no podemos pasarnos el resto de nuestra vida meditando. Tenemos trabajos que hacer, hijos que cuidar y citas que cumplir.
Aún así, podremos algún día saber que representa el perdernos a nosotros mismos y ser uno con el universo. Podremos ver algún día caer las murallas de la prisión de nuestros egos y las vendas que nos tapan los ojos serán descubiertas. Podremos hacer esto sin realizar ningún esfuerzo especial. Por el simple hecho de que todos moriremos algún día.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:08 |
La Verdad, Toda la Verdad
“Y miremos, no más tiempo deslumbrados por nuestros ojos”
-Rupert Brooke
La mayoría de nosotros muere sólo una vez. Pero el proceso de la muerte, ahora nos damos cuenta, es complejo, gradual y, en algunos casos, reversible. Aquéllos que han estado muy cerca de la muerte nos ofrecen una experiencia de observación de lo que debemos esperar cuando nos llegue nuestro día. Y esa visión es de algo realmente sorprendente.
Tanto se ha dicho y escrito acerca de las experiencias de casi muerte en los años pasados que su aspecto más notable es pasado por alto muy a menudo. No se trata del túnel, la luz o la sensación de fuera del cuerpo. No es tampoco la reunión con las figuras espirituales o la visión de los campos Elíseos. Todos estos pueden ser detalles periféricos que pueden explicarse muy bien sin mirar detrás de lo que sucede dentro del cerebro a medida que fallan los sentidos y las alucinaciones y las imágenes mantenidas en la memoria se apresuran a tomar sus lugares. No, la gran sorpresa, el misterio central de las experiencias de casi muerte es la expansión del sentimiento de conciencia reportada a medida que la vida se interna hacia la muerte.
Justo en el momento en que deberíamos esperar que el conocimiento se cerrase, a medida que los sistemas de soporte corporales se colapsan y las funciones cerebrales se van deteriorando progresivamente, los que llegan a un estado de casi muerte dicen que experimentan una cognición asombrosamente intensificada. Para ellos, la realidad parecía más real y la percepción más intensa que nunca. En palabras de un individuo que pasó a través de esta transformación terminal extraordinaria: “Sentí como si estuviese despierto por primera vez en mi vida”.
Combinado con este repentino crecimiento de conciencia va un sentimiento de pérdida total del ser y del tiempo, todo-a-la-vez. Estos sujetos luchan por capturar en palabras lo que les sucedió. Uno de ellos, hablando en la televisión de Australia, dijo: “No puedo describírselos exactamente, pero todo estaba ahí. Estaba todo allí a la vez. Quiero decir, no una cosa a la vez, encendiéndose y apagándose, sino que era todo, todo de una sola vez”. Durante el mismo programa, un científico de nombre John recontó: “Es como si todo estuviera ahí y todos estuvieran ahí; el sentimiento fue de cumplimiento total y absoluto. Pero la cosa más asombrosa es que yo no estaba ahí; John desapareció en ese momento”.
Claramente, algo trascendental e imprevisto está pasando en estas situaciones. Somos educados en Occidente, hoy en día, a creer que el cerebro es el creador del pensamiento, un productor – o al menos un agente en la producción – de la conciencia. Somos indoctrinados hacia la creencia materialista de que el mundo mental es puramente superficial, casi una consecuencia superflua de lo físico. Pero ahora, a la luz de los ECM’s, forzosamente debemos de cambiar esa visión. De aquéllos que han llegado a las faldas de la muerte nos llega esta nueva y extraordinaria evidencia sugiriendo que la cognición puede realmente ampliarse y volverse más profunda exactamente en el momento en que el cerebro deja de trabajar. ¿Cómo es esto posible?
Un creciente número de científicos y filósofos están tratando de “explicar” hoy en día, como ocurre la conciencia. Entre ellos se encuentran personas influyentes como los neurólogos Daniel Dennett y Gerald Edelman, el filósofo John Searle, el matemático Roger Penrose y el biólogo molecular Francis Crick. Estos investigadores están batallando duramente para explicar la conciencia puramente en términos de lo que sucede dentro del cerebro. En sus esfuerzos se han metido sobre ideas de sectores tan diversos como la ciencia de la computación, la mecánica cuántica y la evolución de Darwin. Por ejemplo Penrose, cree que la conciencia puede provenir de ciertas propiedades inusuales de partículas subatómicas. Crick, de fama en el ADN, ha argumentado que la conciencia emerge del efecto unificador de las oscilaciones eléctricas en nuestras neuronas. Todas son teorías ingeniosas. Pero al final todas fallan completamente en lo que se disponen a hacer – un puente en el vacío entre los estados del cerebro y los sentimientos. ¿Cuál de estas supuestas explicaciones puede decir porqué un cerebro no debería de comportarse exactamente como lo hace en un nivel físico y aún así estar totalmente inconsciente? ¿Por qué es que “nos” sentimos como algo?
No es simplemente que los científicos hayan fallado en explicar la conciencia, han fallado (en la mayoría) en ver de que tal explicación ni siquiera es posible. El punto de vista que prevalece hoy día de que las experiencias subjetivas surgen espontáneamente cuando ciertos sistemas físicos (tales como el cerebro y quizás las computadoras) se tornan lo suficientemente complicados está fundamentalmente mal encaminado. Brota de nuestro hábito de ver al mundo de una manera dualista – como teniendo aspectos subjetivos y objetivos separados. Pero en la realidad no existe tal separación.
Tratar al universo como si estuviera dividido, sí tiene una gran ventaja. Nos permite aislar esas partes de la naturaleza que pueden ser exploradas con lógica. Los científicos del Renacimiento como Galileo se dieron cuenta de esto hace más de tres siglos. Pero al hacer esta distinción, un prejuicio se incorporó que le dio prioridad a las cualidades “primarias” (objetivas o mensurables) sobre las “secundarias” (subjetivas o sensuales). A partir de ese punto, se quedó incorporado en nuestro punto de vista occidental, de que los aspectos materiales de la naturaleza eran de alguna manera más importantes, más básicos y más “reales” que los sentimientos. De ahí parte, hoy día, la creencia materialista de que la parte subjetiva de la realidad proviene de la objetiva. Más particularmente, hemos llegado a creer que a medida que los cerebros se desarrollaron dieron lugar, en algún punto, a la conciencia de calidad “secundaria”. No puede dejar de enfatizarse lo suficiente de qué esta creencia está basada en una idea falsa.
La ciencia tiene su lugar. Ha enriquecido la vida humana y librado a muchos de enfermedades, dolor y trabajos pesados. Continuará revelando más y más acerca de las relaciones matemáticas y físicas que existen en la naturaleza. No hay necesidad de desacreditar a la ciencia como pasatiempo. Pero hay una necesidad hoy día, como nunca la hubo antes, de reconocer sus últimas limitaciones. Si la ciencia investiga al universo – como así es – para buscar cierto tipo de verdades, entonces éstas, inevitablemente, serán las únicas que encontrará. Todas las demás se resbalarán a través de la red.
La ciencia parte de la suposición de que existe una lógica conocible para el universo – la que claramente existe. Después, separa todos los aspectos del mundo que la lógica no puede desglosar y los llama subjetivos. No hay nada de malo en ello – la ciencia no podría progresar de ninguna otra manera. El error radica en asumir que esta separación entre lo objetivo y lo subjetivo, que nosotros escogemos hacer, refleja como son realmente las cosas. Y no es así. Y este mal entendido se está volviendo muy claro a medida que los científicos van más allá de sus direcciones y tratan de explicar la conciencia como un derivado de una función cerebral. Su fallo no es una sorpresa,
La conciencia no es un efecto secundario, o epifenómeno, del mundo objetivo. Es una parte integral e irreducible de la realidad. La conciencia es el aspecto subjetivo de todas las cosas – la siempre-presente “mente” del universo.
¿Simple opinión? Sí – pero entonces también lo es cualquier cosa en la que creamos que se encuentre encima del mundo racional. Nadie puede probar que el dualismo está equivocado, porque la prueba requiere lógica. Y la experiencia subjetiva, por su propia naturaleza, cae fuera de los dominios de la lógica. Tampoco el lenguaje es de gran ayuda para resolver el más básico de los problemas metafísicos. El lenguaje florece de la ilusión de que el mundo puede ser dividido en objeto y sujeto y por tanto no es un vehículo por el cual podamos entonces mostrar que el objeto y el sujeto realmente no existen.
No, no puede ser probado que el punto de vista dualista está equivocado, como tampoco puede ser probado que está correcto. Pero suspendamos el juicio. Aceptemos que al menos puede ser igualmente válido el pensar que el universo es una unidad verdaderamente indivisible. ¿A dónde nos lleva esta radical revaloración de la realidad?
Si aceptamos que todo en el universo tiene un aspecto subjetivo, entonces el cerebro surge bajo una extraordinaria nueva luz. El cerebro comienza a verse más como un regulador o un editor de conciencia – una “válvula de reducción”, como lo llamó Huxley. A primera vista, esto puede parecernos totalmente insólito, tan familiar tenemos la idea del cerebro como un creador de pensamiento. Y así casi, si no es que todos, los mayores órganos del cuerpo son reguladores. Los pulmones no elaboran el aire que necesitan nuestros cuerpos; el estómago e intestinos no son productores de alimentos. Así que, si no fabricamos ni el aire que respiramos ni la comida que comemos, ¿por qué suponemos que nosotros creamos, en lugar de regular, lo que pensamos?
Entre aquéllos que especularon sobre esto está William James. El adquirió el conocimiento del filósofo de Oxford Ferdinand Schiller, quien su libro Riddles of the Sphinx (Adivinanzas de la Esfinge) escribió:
La materia es una maquinaria admirablemente calculada para regular, limitar y moderar la conciencia, a la cual envuelve. La materia no es la que produce conciencia, si no lo que la limita. Es una explicación que ninguna evidencia en favor del materialismo puede afectar. Por que si un hombre pierde la conciencia tan pronto como su cerebro es lastimado, es tan buena explicación decir que la herida al cerebro destruyó el mecanismo por el cual la manifestación de la conciencia era hecha posible, como decir que destruyó el asentamiento de la conciencia.
El filósofo francés Henri-Louis Bergson también estaba inclinado a la idea de que la conciencia está toda alrededor de nosotros. Para él, era una fuerza que la inteligencia aplica para la evolución. En una línea similar, el controvertido biólogo-escritor Rupert Sheldrake ha argumentado que la conciencia existe en la forma de un campo propagado a través del espacio. Las mentes individuales, sugiere, pueden sintonizar con este campo y así “resonar” el uno con el otro.
Sheldrake asemeja al cerebro humano con un aparato de TV. Un extraterrestre que nunca hubiese visto televisión se volvería loco tratando de adivinar de donde provino la imagen en la pantalla puramente en términos del hardware del aparato. Nosotros, que sabemos como funciona el asunto, reconocemos que la TV simplemente recoge y selecciona el rango completo de señales de transmisión. También sabemos, que aunque apaguemos este aparato o se destruya, las señales continúan.
Visto como una válvula de reducción, el cerebro es una bendición. Sin el, los seres humanos no hubieran evolucionado. El cerebro nos protege desde una conciencia de cada pequeña cosa, dejando pasar sólo aquéllas experiencias que son relevantes para nuestra supervivencia. Por otra parte, el cerebro nos previene de entrar en contacto directo con la realidad. Es la barrera que se interpone entre nosotros y el ilimitado potencial del universo.
El cerebro es la propia razón por la qué pensamos de nosotros como individuos. “Nosotros” somos lo que queda después de que el cerebro ha terminado de tamizar y procesar todas las experiencias disponibles – es la estatua que queda después de que hemos desbastado todo el mármol. El cerebro es el creador del ser y por lo tanto, de la ilusión de que el universo esta dividido – sujeto, del objeto; sentimientos, de los hechos.
Podrá parecer modestia, pero quizá deberíamos comenzar a pensar acerca de nosotros como si estuviéramos desposeídos en lugar de ser privilegiados debido a nuestro elevado nivel de razonamiento. Podemos estar predominantemente conscientes de nosotros mismos, pero por esta misma razón nuestra conciencia de la realidad es sorprendentemente limitada.
Como apuntó Lynn Margulis, profesora de biología de la Universidad de Massachussets:
Debido a que estamos intensamente conscientes de los signos y símbolos de otra gente, pensamos que estamos conscientes de todo. Pero estamos escasamente conscientes... Los sistemas sensoriales de todas las 30 millones de especies con las que compartimos este planeta son todos considerablemente mayores de los pocos que nosotros disfrutamos. Los microbios responden profundamente al oxígeno, metano, ácidos, azúcares, sales, lípidos... Las bacterias fototrópicas y otras perciben la luz ultravioleta y los infrarrojos que nosotros no podemos ver.
Cerebros mayores y más poderosos puede ser la respuesta para conjurar ilusiones complejas – elaborados mundos de ensueño multicolores que convenzan al dueño del cerebro de su autenticidad. Pero hacen exactamente lo opuesto en cuanto a hacernos más conscientes que nuestras otras especies. La verdad es que nuestros grandes cerebros sirven para bloquear y distorsionar la conciencia. Todas las demás criaturas vivientes son más conscientes que nosotros, si con esto queremos decir que interfieren menos con la totalidad de la experiencia disponible para ellos. Un microbio, por ejemplo, coloca sólo los obstáculos más rudimentarios y dispositivos de filtración entre el y el mundo exterior. Esto lo coloca en contacto íntimo con su medio ambiente – formando casi uno con el. Las rocas, átomos, estrellas y tales no oponen ninguna resistencia. Con objetos inanimados, la distinción entre el individuo – el ser – y la unidad del todo se rompe totalmente. Así que la desconcertante paradoja emerge respecto de que la materia inerte puede ser considerada más consciente que cualquier cosa que viva, mientras que ¡los seres humanos son las criaturas menos conscientes de todas!
Tal conclusión parece poco razonable. Pero sólo es porque va en contra de la imagen totalmente falsa del mundo que normalmente mantenemos. Nosotros somos los que inventamos el mito de los objetos y los fenómenos, de la separación y de la propiedad. Nada de esto existe realmente. Todo lo que experimentamos a través de nuestras mentes racionales es una ilusión. Así que, ¿qué es lo que significa decir que una roca es más consciente que una persona? Simplemente que lo que representa ser una roca es lo mismo de lo que representa ser todo el universo, porque fuera de la mente humana no existe diferenciación.
Nosotros, en contraste, somos extremadamente auto-conscientes. Nuestros cerebros fabrican a los seres más comprensivos y convincentes del universo conocido. Pero eso implica necesariamente de que estamos más separados, más alejados, que el resto de la naturaleza de la realidad que está bajo nuestros pies fuera de nosotros mismos. Nuestros cerebros, lejos de ser prerrequisitos para un pensamiento consciente, reducen el torrente permanente de experiencias subjetivas totales a un moderado chorrito. Condensan el infinito e inquebrantable cosmos en un amigable y extraordinario mundo parroquial que parece dar vueltas alrededor del individuo.
Visto desde una perspectiva unificada, la evolución de la vida se centra mucho alrededor de la evolución del ser. A medida que las formas de vida se desarrollaron, la tendencia fue siempre a construir mayores y más selectivas barreras entre el individuo y el mundo exterior. Hoy en día, esta larga saga del ser emergente es vuelta a contar a medida que nos desarrollamos desde el nacimiento hasta la infancia elocuente.
Margaret Donaldson, una psicóloga de la Universidad de Edimburgo, ve varios niveles distintos o “modos” en el crecimiento de nuestra mente. El más primitivo es el modo de partida, ocupando los primeros dos o tres meses de vida, cuando la atención esta centrada en el aquí y ahora. Siguiendo a este breve período de inocencia nos movemos más y más lejos del estado de conciencia no-juicio-mental. Alrededor de los ocho meses viene este modo de línea, en el cual la atención puede ser dada para recordar eventos seleccionados en el pasado e imaginar eventos en el futuro. Nuestra facilidad por etiquetar y para organizar nuestro mundo alrededor de la ilusión del paso del tiempo, comienza a tomar firmeza en nuestras vidas. Después, a eso de los dieciocho meses, viene el modo de construcción de fondo – la habilidad de conceptuar el propio ser, de formar creencias generales no ligadas a una percepción particular y el construir nuestro propio carácter por nosotros mismos. Nuestras ilusiones crecen, la separación del ser de la realidad se ensancha. Final y gradualmente, adquirimos la capacidad de razonar y de separar al mundo en nuestra muy particular manera humana.
En retrospectiva, la fase simbólica de evolución del ego personal, tal y como ha culminado espectacularmente en el hombre hoy en día, parece inevitable. ¿Cómo pudo llegar a realizarse, el penetrante rayo de inteligencia, esa maniobra de supervivencia tan crucial para nuestra especie, sin eventualmente conducir a una extrema racionalización del mundo y a un firme sentido personal de observación y auto conciencia?
En todo esto, el desarrollo del lenguaje ha sido una parte central. Aún así su efecto ha tenido un doble filo. Por un lado, el lenguaje libera nuestras mentes a conjeturas y especulaciones – a preguntarnos sin fin, “¿Y sí...?” Por el otro, nos atrapa, separándonos del universo verdadero y sin fronteras, aprisionándonos en un mundo de falacia de nuestro propio diseño.
El cerebro construye modelos. Después, estos modelos son proyectados al exterior, creando la apariencia de “cosas” y “sucesos” más allá de los sentidos. Pero estos fenómenosno son objetivamente reales. Vemos sólo nuestras propias confabulaciones – falsedades sofisticadas que incluyen elementos de experiencias tan fundamentales como nuestros seres, nuestras percepciones del tiempo en movimiento y nuestra ansiedad ante la expectativa de la muerte.
¿Por qué nos juega la naturaleza estos juegos? ¿Por qué han surgido los cerebros y los sistemas nerviosos si sólo sirven para ahogar la conciencia y crear fantasías? Seguramente, si el universo es y siempre ha sido, “consciente cósmicamente”, la última cosa que necesita es un selección de filtros biológicos y embudos mediante los cuales disminuirlo localmente.
Sin embargo las preguntas enmarcadas como las anteriores, implican que el universo, de alguna manera, piensa y planea acerca de lo que hará después. Pero hasta donde sabemos, el universo sólo sucede. Las estrellas suceden, los planetas suceden. Y en la superficie de al menos un planeta, las moléculas sucede que se han unido juntas en forma tal de qué lo que nosotros conocemos como vida surgió eventualmente. Comenzó la competencia. Las formas de vida equipadas en ciertas maneras especiales sobrevivieron y así tuvieron la oportunidad de transmitir sus exitosos programas genéticos. La evolución continuó. Los cerebros se desarrollaron, porque tal como resultó ser, tenían un valor de supervivencia. Pero los cerebros no fueron “inventados” como una forma de generar conciencia. No fueron dispuestos de forma que “nosotros” pudiéramos disfrutar mejor del mundo y saborear sus sensuales deleites. Los cerebros mejoraron las oportunidades de supervivencia de las estructuras orgánicas que los envuelven. Nos asisten con cuatro ‘ar esenciales – pelear, escapar, alimentar y aparear. Y hacen todo esto sólo restringiendo y rescribiendo la conciencia a esa más mínima forma requerida para maximizar nuestras necesidades de permanecer vivos.
Los humanos hemos sido sorprendentemente exitosos en las apuestas de supervivencia y adaptación, no sólo porque somos altamente conscientes pero precisamente por la razón inversa. Nosotros, virtualmente, no somos conscientes de nada fuera del mundo ilusorio de nuestras auto-centradas mentes. De todas las ilimitadas ofertas de experiencias, de todo lo que el universo “conoce”, nosotros estamos al tanto de un solo fragmento del tiempo y de un extraordinariamente angosto rango de impresiones sensoriales.
Toda nuestra vida cojeamos por la estrecha mentalidad de nuestro cerebro. Estamos engañados por imaginaciones falsas, obsesionados con la importancia de nuestros seres antes que nada. Tratamos de acumular y luego nos agarramos, de nuestras posesiones, de los seres amados, de la posición social, creencias y vida. “Nosotros” – nuestro sentimiento interno del ser – estamos desesperados para continuar en nuestra forma actual. ¿Y luego qué? De todas maneras morimos y encontramos, suficiente extrañamente, de que al fin estamos realmente vivos.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:09 |
La Muerte y más Allá
“¿Qué sabremos de esta vida en la tierra después de la muerte? La disolución de nuestras formas de unión con el tiempo en la eternidad no nos trae una pérdida de significado. Más bien, ¿se sabe el meñique de sí mismo que él es parte de la mano?”
n Carl G. Jung
Estamos en el umbral de un nuevo entendimiento. Si podemos reajustarnos a la idea de que la conciencia existe sólo afuera del mundo mental del cerebro, entonces la muerte ya no aparece como la tragedia final. Aún puede ser un evento importante – el más importante de nuestra vida. Pero no es el final de todo. No es una gran pérdida. La muerte, no importa cuan conmovedora, es simplemente la eliminación de la “válvula reductora” en nuestra cabeza. Con el cerebro fuera del camino, la barrera entre nosotros y el universo desaparece.
La muerte es el rompimiento de un encanto, el andar desde un sueño. En este paradigma alterno, la conciencia está ahí todo el tiempo, alrededor de nosotros – en los árboles, la tierra, el cielo, el vacío del espacio. Está ahí esperándonos para unirnos de nuevo. La conciencia es como el mundo fuera de la burbuja. Desde dentro de la burbuja todas las imágenes parecen rotas y distorsionadas. Sólo cuando la burbuja se rompe es cuando se revela la verdadera apariencia de las cosas. A la muerte es como si “nosotros” nos moviésemos de un lado al otro de nuestros sentidos – desde el mundo altamente filtrado y procesado dentro de nuestro cerebro hasta el verdadero universo sin fronteras, donde se funden lo subjetivo y lo objetivo. Salimos de la inmensa neblina de la introvertida percepción humana al aire claro de la realidad.
Aquellos que han estado cerca de la muerte han asomado sus narices dentro del gran mundo más allá de la vida humana. Han sentido, brevemente, incompletamente, lo que se siente estar libre de uno mismo en contacto con la naturaleza absoluta de las cosas. Ninguna alucinación o ataque de delirio podría generar tal experiencia. Más bien, es la vida ordinaria la que, por comparación, comienza a tomar un aire irreal. Los que han pasado ECM no necesitan ser convencidos de que hay vida más allá de la existencia humana porque, por un pequeño lapso durante esta vida, han sido parte de esa otra. Ellos saben la verdad de una manera más íntima que cualquiera que aún no haya pasado por esa transformación – mejor que cualquier materialista que insiste en pruebas experimentales o en la lógica. Tenemos que darnos cuenta de que hay algunas verdades que trascienden lo racional, que pierden su esencia si empujamos demasiado fuerte para tener debates y encontrar explicaciones.
Para comprender nuestra naturaleza y destino reales debemos de hacer caso omiso de la mente analítica. La muerte consigue esto con estilo, simplemente eliminando al cerebro de golpe. Pero pueden llegarnos destellos de la verdad interior en cualquier instante si somos capaces de desconectar el mecanismo de la interpretación. A través de la meditación podemos aprender a poner un alto temporal al pensamiento analítico. Este ha sido el sistema utilizado por los místicos a través de todos los tiempos, quienes han luchado por ver a través de la ilusión de la mente racional el fondo eterno de la existencia.
El misticismo es un anatema para el pragmático duro de cabeza. Aquellos que practican religiones occidentales pueden oponerse a ella, comparándolo con toda clase de creencias paganas. Pero de hecho, el misticismo ha sido la semilla del germen de las creencias de todas las religiones, orientales y occidentales. Cristiandad, Judaísmo e Islam, todas tienen un núcleo interior místico. Simplemente sucede que en el este, las técnicas místicas son practicadas más abiertamente y han sido desarrolladas más sistemáticamente. Grandes grupos de conocimiento, equivalentes en autoridad a aquéllos de la ciencia occidental, han crecido alrededor de tradiciones como el Budismo tibetano y el Zen japonés. Ahora, en el oeste, la gente está redescubriendo estas enseñanzas y tratando de encajarlas dentro de un esquema más amplio que incluye nuestro propio punto de vista más material del universo.
El objetivo simple y sencillo de todo el misticismo es la iluminación, un estado que va más allá del pensamiento racional hasta los cimientos del universo. Como una vez dijera Louis Armstrong acerca del jazz, “A menos que sepa lo que es, yo nunca voy a ser capaz de explicárselo”. Ninguna explicación del misticismo, ninguna exposición a su naturaleza y metas pueden propiamente llegar a su corazón. Jung escribió: “El occidente falla frecuentemente en penetrar con exactitud en las profundidades de la mente oriental, ya que el misticismo en su propia naturaleza desafía el análisis de la lógica y la lógica es el rasgo más característico del pensamiento occidental. El este es sintético en su método de razonamiento; no se preocupa tanto por la elaboración de los detalles como por un entendimiento total del todo y esto intuitivamente”.
Por medio de prácticas regulares de meditación, el místico busca liberar las cadenas que nos unen a nosotros mismos, a disolver la barrera que separa al individuo del todo. Esta meta trascendental ha sido expresada una y otra vez por grandes científicos, filósofos y líderes religiosos a través de los siglos.
El místico cristiano del siglo trece, Meister Eckhart dijo: “El conocedor y lo conocido son uno. La gente sencilla imagina que ellos deberían ver a Dios si se parase ahí y ahí están. Esto no es así. Dios y yo, somos uno en conocimiento”.
El filósofo chino Sen T’sen explicó: “Cuando las Diez Mil Cosas son vistas en sus unos, regresamos al Origen y permanecemos donde siempre hemos estado”.
Y en el Mundaka Upanishad está escrito: “Así como los ríos fluyen al mar y al hacerlo pierden nombre y forma, aún así el hombre sabio, liberado de nombre y forma, llega al ser supremo, el que brilla por sí mismo, el Infinito”.
El mensaje esta claro: si podemos aprender ahora a ver a través de la ilusión del ser, en esta vida, entonces el “yo” que puede morir dejar de existir. La muerte queda privada de su víctima, de manera que la base para el temor y la tristeza por la muerte quedan eliminadas. Nos volvemos parte de un proceso mucho más grande – la totalidad de ser – que no tiene principio ni final.
El científico dentro de nosotros puede estar en desacuerdo y reclamar, “¿Cómo puede existir cualquier clase de vida después de la muerte? ¿Cómo puede existir la conciencia sin un cerebro?” Pero ahora podemos ver que estas preguntas parten de un fallo en comprender la verdadera naturaleza de la conciencia y del cerebro. Sería más acertado preguntar, “¿Cómo puede existir conciencia con un cerebro?”
Aún así, el científico dentro de nosotros puede que no esté convencido: “Quitemos los ojos, oídos y otros sentidos, quitemos todo el sistema nervioso, incluido el cerebro – y ¿qué es lo que nos queda para poder ver y entender la experiencia del universo? Sin estos instrumentos, ¿dónde está lo necesario para que la realidad pueda saber acerca de sí misma?
Pero, nuevamente, al hacer la pregunta en esta forma, hemos caído en la trampa. Encontramos muy difícil salirnos de nuestra manera de pensar parroquial auto-centrada. Es muy cierto que no podemos experimentar nada sin el cerebro, porque “nosotros” somos el producto principal del cerebro. Pero también es cierto que, mientras el cerebro vive, no podemos estar propiamente conscientes. La conciencia comienza sólo cuando el cerebro y el ser han muerto.
Pensemos en el ojo – ese fabuloso producto de la bioingeniería natural. Recibe rayos de luz y los enfoca, formando una imagen en la retina. Entonces, vía el nervio óptico, conduce la información de esta imagen al cerebro. Pero el ojo no agrega a lo que ya hay ahí – le quita. El ojo interfiere con los rayos de luz que caen dentro de él. Primero los curva de sus caminos originales y después los destruye completamente mediante su absorción. De manera que el ojo no nos ayuda a volvernos más conscientes del universo. Más bien niega cualquier posibilidad de saber como es realmente, alterando y bloqueando en su fuente a todo aquello que llega en contacto con ellos. No podemos estar conscientes de cualquiercosa que entra por la vista porque todos los aspectos del universo están irrevocablemente cambiados o finalizados en el proceso de “mirar”. ¡Al momento que creemos que conocemos acerca de las cosas que estamos viendo, éstas ya no existen ahí!
Lo mismo aplica a nuestros otros sentidos. Al escuchar, destruimos cualquier sonido que llega a nuestros oídos. Al tocar una superficie alteramos sin darnos cuenta el estado de cada átomo o molécula que entra en contacto con nuestra piel. Y aún esta descripción no hace justicia a la profundidad de nuestra mala interpretación porque “rayos de luz”, “sonidos”, “átomos” y “moléculas” son sólo artefactos de la mente clasificadora. No tenemos la más mínima idea respecto de la verdadera naturaleza de cualquiera de estas cosas.
Toda vez que el cerebro comienza a trabajar, las posibilidades de algún nivel significativo de conciencia quedan más lejanas. Las señales relacionadas con los aspectos del universo que ya no existen (porque los sentidos les han dado fin a ellos) se filtran, procesan y trabajan en todo tipo de formas complicadas hasta que una imagen interna emerge de lo que pensamos que es el mundo exterior. Sobre esta imagen es superpuesta la más maravillosa de todas las fabricaciones – nosotros mismos. De manera que lo que percibimos al final no guarda punto de comparación con lo que es la realidad. Vivimos en un medio ambiental mental artificial que ha sucedido puramente para el propósito de supervivencia.
Se necesita al cerebro para producir conciencia, suponemos. Pero entre más cerca vemos esta idea, más extravagante nos parece. ¿No es lo “qué es ser un rayo de luz” tanto más que lo “que es ser una memoria distorsionada de ciertos aspectos de un rayo de luz que ya no existe?” ¿Cómo es qué suponemos que nuestros cerebros comiencen siquiera a entender una media-verdad acerca del universo a menos que se estén formando en un mayor conocimiento y experiencia que ya existe más allá de nuestros sentidos?
No podemos evitar el pensar en la realidad en pedacitos. Elefantes, electrones, planetas, gente –“vacía”, abunda en el espacio humano. El lenguaje no puede ser usado en ninguna otra manera más para enfatizar y reconfirmar esta ilusión dividida del todo, aun cuando esté siendo utilizado para discutir el misticismo.
Debido a nuestro falso concepto de la realidad, creemos que nosotros que percibimos al mundo y los objetos de nuestra percepción, son completamente distintos y separados. No obstante, la naturaleza inferior de la mente ni es el sujeto interior perceptivo ni los objetos externos percibidos. Ni siquiera es una combinación de los dos, porque eso es simple dualismo escondido. En el curso de separarnos de lo que percibimos, partimos la unidad esencial de la realidad y proyectamos sobre de ella nuestras propias imágenes mentalmente construidas, al igual que una película se proyecta sobre una pantalla.
Vemos al mundo como si estuviera lleno de objetos relativamente estables, tales como árboles, piedras y nosotros mismos. Pero de hecho no hay estabilidad en parte alguna, ni siquiera por un microsegundo. Sólo nuestras mentas crean esa ilusión. No hay árboles, sólo un proceso árbol-aire-tierra-sol-cosmos que nunca esta quieto. No hay gente, sólo un proceso gente-aire-alimento-cosmos que está respirando por siempre, digiriendo y creciendo, lastimándose y curándose a sí mismo. No hay cosas ni objetos en lo absoluto, sino sólo un gran sistema interconectado que es la realidad completa. Todo el mundo es un movimiento viviente y dinámico; el continuo movimiento y la no permanencia son sus únicas características genuinas.
Qué ironía que el cerebro humano, al cual tenemos en tan gran estima, deba ser la razón por la que “nosotros” no podamos nunca estar conscientes. Lo que consideramos una realidad es solo una película de fantasía que pasa dentro de nuestras cabezas, con nosotros como el actor principal. Por un buen rato la película continuará, antes de que se termine y el héroe desaparezca. Inevitablemente esto sucederá y vemos con pavor el momento cuando el cerebro deberá morir.
Y aún así, nuestro temor es infundado. La muerte puede ser derrotada. Puede ser superada, aquí y ahora, si nos enfrentamos a lo que significa el fin de la vida humana para cada uno de nosotros personalmente. En términos totales, debemos de mirar dentro de la cara del cuerpo que existe en nuestro interior. Y entonces debemos ir más allá de la máscara, mirando más hacia el profundo interior, de manera que nos relacionemos íntimamente con la no permanencia de nuestro ser y la verdadera naturaleza de la mente y la realidad.
“Estoy envejeciendo. Me estoy desmoronando. Y es muy interesante”, escribió William Saroyan. Todo lo de “nosotros” – nuestra construcción, al igual que nuestros cuerpos – eventualmente se desmoronará. No podemos evitarlo. La única pregunta es si escogemos comenzar ese proceso de autodisolución de buen grado hoy o nos esperamos a que suceda por contumacia cuando muramos. Mientras estamos vivos, tenemos una oportunidad – entre la muerte (o disminución) del ser, lo cual implica el principio del conocimiento, o la continuación del ser, que significa prolongar el sueño.
Aún sin esfuerzo especial alguno de nuestra parte, existen momentos en que el ser desaparece de vista. Quizá mientras estamos absortos en una pieza musical o estamos llevando a cabo un acto compasivo para otros, podemos temporalmente olvidarnos de nuestro sentido del ser. Por un rato, aparece una visión diferente de un mundo más amplio en el cual “nosotros” no estamos ahí. “Nosotros” desaparecemos también, o nos unimos a un todo mayor, durante los actos más íntimos de una comunión – con otra persona; con la tierra, en ver que cada cosa que hacemos afecta al delicado balance de Gaia; y con el cosmos como un todo, en el profundo “conocimiento” de que todos estamos hechos de polvo de estrellas enfriado, el cual provino de la materia prima del propio génesis.
Estos momentos tan trascendentales, sin embargo, son hechos a un lado tan pronto como la mente racional se reinstala. Entonces se olvidan. Para aferrarse a una apreciación de lo que significa la muerte, necesitamos darnos cuenta más a menudo y más profundamente de la infinita y desinteresada mente dentro de nosotros. Debemos soltarnos, aflojar nuestro aferre a la parte material de la vida.
Esto puede parecernos aterrador. Nuestra tendencia es la de resistir al cambio, de luchar contra la no permanencia y la inseguridad. Mantener nuestro trabajo, proteger nuestra casa y familia; el guardar celosamente todo lo que “nos” pertenece – especialmente nosotros mismos – se ha convertido en una obsesión dentro nuestro. ¿Cómo poder dejarnos ir, tranquilizarnos y aceptar simplemente que los cambios y las separaciones son hechos de la vida? Pues esto es lo que debemos de hacer si queremos ver a través de las ilusiones que nos rodean. La muerte nos confortará con la única verdadera realidad al final. Pero tenemos la oportunidad de transformar nuestra visión del mundo aquí y ahora.
Todas las mayores religiones del mundo ponen gran énfasis en los actos desinteresados. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” es el tema central tanto en las teologías occidentales como en las orientales. La meta común de todas estas grandes tradiciones es la de limitar el egoísmo y así prepararnos para la separación final de nuestro ser ligado al tiempo en el punto de la muerte. No es una coincidencia, que el comportamiento que la gente en todas partes consideran como intrínsicamente bueno – generosidad para con los demás, trabajar en beneficio de otros, valorar todas las formas de vida – sirva también para disminuir nuestra preocupación por el “yo” y así alienta a darnos cuenta de que somos parte de una unidad total. Sólo cuando no queda nada del “yo”, es cuando no puede morirse.
Puede parecer que nuestros esfuerzos por penetrar los misterios que envuelven a la vida y a la muerte nos han llevado lejos de la ciencia y del pensamiento analítico. Pero eso es inevitable y no debemos sentirnos molestos o culpables por ello. La ciencia sola no puede decirnos que pasa cuando morimos porque está ciega a demasiados aspectos fundamentales de la realidad. Esto no es un problema, siempre y cuando nos demos cuenta de que la ciencia es simplemente una parte de una empresa mucho mayor en búsqueda de la verdad. La debilidad perenne de la ciencia es la de confundir el mapa por el territorio.
Cada uno de nosotros tiene una raya muy fina que pisar si queremos evitar, por una parte, el volvernos demasiado enamorados del reduccionismo y por la otra, caer en la contra cultura de una nueva era de irracionalismo. Nadie, desde pontífices a profesores, tiene un monopolio sobre la verdad. Al final, todos somos viajeros – ni científicos, ni místicos, ni cualquier otra marca de pensadores. Por naturaleza, somos científicos y místicos, reduccionistas y holistas, de cerebro izquierdo y derecho, criaturas mezcladas tratando de obtener un ocasional vistazo de la verdad. Lo mejor que podemos hacer es ser tolerantes de ambos lados de nuestra naturaleza – conociendo que éstos reflejan los aspectos gemelos del universo – y aprender de cualquier sabiduría que se nos ofrezca.
En un contexto más amplio, existe una necesidad para aquellos que profesan la ciencia de estar lo suficientemente abiertos de mente para admitir a la teología y al misticismo como aliados en su búsqueda de una manera más comprensiva de ver el mundo. Similarmente, aquéllos que buscan la verdad en su interior deberían de estar preparados para reconocer el valor de un planteamiento científico más riguroso. Necesitamos una actitud mental positiva y terminar con esta rivalidad dualista de tantos siglos. Como dijo alguna vez Alfred North Whitehead: “Un choque de doctrinas no es un desastre; es una oportunidad”.
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:12 |
El Principio
“¿Solitarios? Porqué habría él pensado eso... Por que eso era lo único que podrían volver a ser jamás. Sólo los individuos pueden ser solitarios – sólo los seres humanos. Cuando las barreras bajaron al fin, la soledad desaparecía a medida que la personalidad se desvanecía. Las incontables gotas de lluvia se habrían unido con el océano”.
--Arthur C. Clarke, Childhood’s End
La muerte nos aguarda, pero ya no con la amenaza de la extinción. La muerte puede significar el final del cuerpo, del cerebro y del “yo”. Pero, precisamente por eso, marca el principio de nuestra íntima reunión con la naturaleza – nuestro regreso a una conciencia más amplia e interminable. A la luz de este conocimiento todo temor desaparece. Ya que el “yo” es una ilusión, su pérdida no significa nada. Sólo aquellos aspectos de nosotros que son altruistas – cualidades que podríamos agrupar bajo el titular de “amor” – perdurarán.
No hay necesidad de estar temerosos por enfrentarnos solos a la muerte. La soledad existe sólo cuando estamos bajo el encantamiento del “yo”, mientras permanecemos encajonados en nuestros esqueletos, separados de otras mentes, prisioneros solitarios de nuestro mundo privado interior. La muerte debe ser bienvenida, cuando se acerque a su debido tiempo, ya que con ella quedaremos liberados de nuestro terrible aislamiento. Es el único acontecimiento que vuelve a juntarnos completamente, de regreso a la única verdadera mente del universo. La muerte no es un fracaso o una finalidad, sino un triunfo y el comienzo de una experiencia que a duras penas si podemos comenzar a imaginar en nuestra forma actual.
Tan pronto como la verdadera naturaleza de la muerte sea reconocida ampliamente en nuestra cultura, seremos capaces de cambiar nuestra actitud hacia el proceso de la muerte en otros. Como ha escrito Elisabeth Kübler-Ross: “No deberíamos señalar el umbral al que muere entre dos estados de conciencia. No deberíamos prolongar su vida con medicamentos, inyecciones y máquinas de sustento de vida. Deberíamos dejarlo partir. No está yendo hacia la nada. Está entrando en otro estado de ser. Debemos dejar a nuestros muertos ir hacia ese mundo”.
Una vez que el temor por la muerte ha desaparecido por el conocimiento de que la conciencia continúa hacia el otro lado, nuestro comportamiento total en el cuidado de los que mueren se verá transformado permanentemente. No desearemos recurrir a toda esa parafernalia de equipos de prolongación de la vida, a menudo dolorosos, para recluir a tanta gente a pasar sus últimos días rodeada de tubos y cables unidos a una masa de tecnología sin corazón. Al moribundo se le permitirá desaparecer tranquila, pacífica y hasta alegremente. Y podemos desearles lo mejor para el viaje que van a iniciar, sabiendo que la única y verdadera parte de ellos que ha existido siempre continuará viviendo, al igual que vive dentro de nosotros hoy en día.
Pero podemos ir más allá que sólo cambiar nuestra actitud mental hacia la muerte de otros. Podemos y deberíamos, comenzar las preparaciones para nuestra propia muerte hoy mismo. Eso no significa ir corriendo a hacer testamento, reservar un lugar en el campo santo o seleccionar nuestros himnos favoritos para el funeral – aunque cualquiera de estos preparativos materiales podría ser utilizado como punto de partida para pensar profundamente acerca de lo que nuestra propia muerte supone. La preparación espiritual adecuada para la muerte involucra una búsqueda consagrada por la verdadera naturaleza de la realidad. Y eso, a su vez, requiere de un largo viaje de descubrimientos dentro de la conciencia sin el “yo”.
¿Cómo alcanzar este estado interior del “no-yo”? ¿Cómo sentir, a medida que el “yo” se desvanece, la conciencia trascendental que pertenece no a “nosotros” o “ahora” sino a todo a través del espacio y tiempo?
Todos nosotros, en algunos momentos clave de nuestras vidas, hemos alcanzado brevemente el infinito – corriendo, girando libremente en el viento como niño, sentado solo en lo alto de una montaña o en mil y una otra situaciones que simplemente suceden. El materialismo y la esclavitud del trabajo día a día pueden matar la memoria de tales experiencias y volvernos cínicos hacia el puro deseo de las sensaciones eternas y desinteresadas. Aún así, ahí están para que cualquiera las disfrute en cualquier momento si tan sólo recordamos la manera de realizarlo.
Cada quien a lo suyo. Existen muchas formas de atravesar el mundo ilusorio de la mente racional. Oración, caridad, música, poesía – un millón de caminos diferentes.
Un enfoque que podría mencionarse, no necesariamente porque sea “mejor” que cualquier otro, sino porque está tan extraordinariamente planeado y detallado, es el método preparatorio para la vida y la muerte establecido por el Budismo Tibetano. El Libro Tibetano de los Muertos es, en efecto, un manual que nos dice como podemos morir conscientemente.
Esto puede parecer una pretensión extraordinaria – que a medida que una persona pasa a través de los diferentes estados de la muerte, puede permanecer alerta, profundamente consciente de lo que le está sucediendo. Podríamos inclusive estar tentados de burlarnos de ello. Pero considerando nuestra profunda ignorancia acerca de lo que sucede a medida que el cerebro muere, el criticar a otros puntos de vista en el mundo podría ser un aspecto algo apresurado. Tenemos mucho que aprender respecto de la muerte – y ¿porqué no comenzar con la sabiduría que se ha construido a través de muchos siglos por gente que han dedicado sus vidas al estudio profundo de la naturaleza de la mente y de la realidad?
Cada rama de la enseñanza, desde la física a la filatelia, tiene su propia y peculiar terminología. En el Budismo, la vida y la muerte son consideradas como cambios de lo que se le llama la “Luz Clara”. El nacimiento es cuando la “Luz Clara” aumenta, la muerte cuando declina. A medida que pasamos el proceso de la muerte, nuestras mentes cambian de un nivel basto a un nivel más sutil. Esto es similar a caer en un sueño profundo en donde no hay sensación de escucha, visión, olor y lo demás. Después de un rato de estar dormidos la mente se vuelve menos sutil y comenzamos a tener sueños. Esta actividad de la mente va creciendo y creciendo hasta que nos despertamos y nuestro sentido total de conciencia comienza a funcionar. De la misma manera, la mente en la muerte se vuelve incrementalmente sutil y todas las sensaciones bastas y las memorias se disuelven.
Lo que sucede a continuación puede parecernos fantástico. De acuerdo a la creencia Budista, después de un rato en una especie de estado de limbo (conocido como el Bardo), la mente de una persona se asocia con una unión de células en el útero de una madre. A medida que el feto se desarrolla, la mente se torna incrementalmente grande a medida que se asocia con los sentidos corporales. En otras palabras, hay reencarnación.
¿Cual es nuestra respuesta a esta pretensión? ¿Con gritos de “no científico”, “no-Cristiano”, “improbable”? Quizá. Pero ya hemos discutido situaciones en las cuales algo escasamente distinguible de la reencarnación podría llegar a suceder por medios técnicos. ¿Qué sucedería si, en el futuro, una persona que fuese idéntica a usted en todos los aspectos fuese traída a la vida? ¿Significaría que usted, en alguna manera, habría sido reencarnado? En cambio, ¿Podría usted reencarnarse teniendo sus memorias y procesos de pensamiento descargados en una computadora sofisticada?
Ni siquiera tenemos que recurrir a tales escenarios. El hecho es que existiría muy poca diferencia entre el efecto del estilo Budista de reencarnación y el surgimiento, después de su muerte, de alguien cuya experiencia interna del “yo” fuera muy similar a la suya. Hasta podríamos definir a su “yo” reencarnado como el recién nacido después de su muerte cuyo desarrollo de la conciencia se continuó en parecerse lo más posible a la suya propia. Inevitablemente, existiría tal persona (aunque no pudiéramos decir quien era) y esa persona sería el único ser humano en el mundo que, como fuera, habría tomado el relevo de usted.
Aún en la tradición Budista, la reencarnación no es vista como una continuación directa de una persona en particular o alma. En otras palabras, no es realmente usted quien regresa, sino un “diferente usted”. Como ha explicado el actual Dalai Lama: “Las existencias sucesivas de una serie de renacimientos no son como las perlas de un collar, que se mantienen unidas gracias a un cordón, el ‘alma’, que pasa a través de todas ellas; más bien son como dados, apilados uno encima del otro. Cada dado está separado, pero sostiene al que está encima, con el cual está conectado funcionalmente. Entre los dados no existe identidad, sino condicionalidad”.
Al igual que con las ECM’s (experiencias de casi muerte), sin investigar cada caso personal y exhaustivamente, es difícil establecer conclusiones firmes. De manera similar no hay forma de saber si los infantes, que son “encontrados” como reencarnaciones de maestros Budistas fallecidos (incluido el propio Dalai Lama), tienen alguna relación real con gente que ahora está muerta. ¿Cómo podríamos confirmar jamás tales pretensiones? Tampoco sabemos si existe algún mecanismo por el cual fragmentos o trazas de memoria puedan ser pasados a través de las vidas. Estos son problemas – problemas importantes – que esperan una ciencia metafísicamente más inquisitiva.
* * *
Finalmente, regresamos a la pretensión de que es posible permanecer consciente a medida que el cuerpo, los sentidos y el “yo” se disuelven durante la muerte. En el Budismo Tibetano esto es considerado de suprema importancia si la persona que muere debe evitar otra reencarnación o, por lo menos, regresar en alguna forma no deseable y posiblemente no humana. El proceso de separación puede practicarse todos los días a través de la meditación, de manera que las diferentes fases de la muerte pueden ser reconocidas y tratadas a medida que ocurren.
Asombrosamente, El Libro Tibetano de los Muertos está destinado a leerse en voz alta a una persona hasta por siete semanas después de que la medicina occidental lo hubiera dado por muerto. Se cree que las enseñanzas del libro ayudarán a guiar a la persona a través de cada paso de su separación y a la transformación final de su consciencia.
Se ha reportado muy a menudo que los cadáveres de maestros Tibetanos Budistas permanecen frescos y viéndose curiosamente saludables por días y aún semanas después de que han dejado de respirar. La sombra de la vida hacia la muerte parece estar dibujada a un grado extraordinario, con los mayores exponentes del arte de la muerte siendo capaces, aparentemente, de ejercer un increíble control sobre lo que les está sucediendo.
Sogyal Rinpoche recuerda un incidente asombroso que siguió a la aparente muerte del Lama Tseten, un viejo maestro Budista, en 1959. Apenas y si había acabado de respirar Tseten, cuando Jamyang Khyentse, el propio maestro espiritual de Sogyal Rinpoche, entró en la carpa donde reposaba Tseten, como si hubiese presentido lo que había pasado. Según Rinpoche, Jamyang Khyentse miró a la plácida faz del hombre y se rió entre dientes.
“La Gen [viejo Lama],” dijo Jamyang Khyentse, “¡no permanezcas en ese estado!”
El podía ver, ahora lo entiendo, de que el Lama Tseten estaba practicando una meditación muy particular en la cual el practicante une la naturaleza de su mente con el espacio de la verdad.
“Usted sabe, La Gen, que cuando se hace esta práctica, algunas veces pueden surgir obstáculos sutiles. Vamos. Yo lo guiaré”.
Trasfigurado, observé lo que sucedió a continuación y si no lo hubiese visto por mí mismo nunca lo habría creído. El Lama Tseten volvió a la vida. Entonces mi maestro se sentó a su lado y lo condujo a través... de la práctica para guiar a la conciencia en el momento de la muerte.
Podemos hacer de esto lo que queramos. Ya sea que escojamos profundizar más en lo que tienen para ofrecernos las tradiciones Budistas o bien si deseamos optar por un camino diferente, sea místico, religioso o científico, eso ya depende de nosotros. No hay guías mejores o peores, no hay un camino correcto – sólo una meta común.
En nuestras vidas atravesamos por muchos rituales de travesía: nacimiento, primer día de clases, primera relación sexual, casamiento, nacimiento de los hijos, retiro, muerte. Cada uno es un examen, un momento titubeante de crisis, una etapa de una manera de ser a otra. Pero de todas ellas, la muerte es la más importante.
Con la muerte llega un final cierto para el cuerpo y el cerebro. Con la muerte, todo lo que obtuvimos es abruptamente despojado de nosotros dejando... ¿qué? Nada, excepto eso que realmente importó durante todo el tiempo. La muerte rasga a través de la membrana que separa el “yo” del universo total sin diferencia.
La verdad a la que debemos de llegar, tarde o temprano, queramos o no, es que no sobreviviremos más allá de la tumba. Pero entonces, ¿quién creímos que éramos durante toda la vida? No sobrevivimos sin cambio aún de un momento al siguiente. La persona que se despertó está mañana no es la misma que está leyendo ahora estas palabras. Y, más al punto, la persona que usted es ahora no es más que un ingenioso desliz de su mente orientada a la supervivencia.
Por mucho énfasis que hagamos en la importancia del “yo” y busquemos atracar nuestra conciencia del ego, la muerte continuará aterrorizándonos con su amenaza de separación. En todos los sentidos es egoísta estar temeroso de la muerte. Sólo aspirando a un curso de vida que disminuya nuestra obsesión por el “yo”, las emociones materiales de los “mis”, podremos obtener las visiones profundas necesarias para enfrentar la muerte con ecuanimidad. Un maravilloso futuro se presenta frente a nosotros, a continuación del juicio de la muerte, pero no como individuos. A la espera hay nada menos que una gran reunión con la realidad, una expansión de la conciencia que sólo puede ser vista ocasionalmente a través de los portales atenuados de nuestros sentidos y cerebro.
Quedan muchas preguntas. Pero lo que sigue está muy claro: la muerte no es el final o un vacío sin mente. No es una puerta que conduzca al olvido. Es el principio. Después de la muerte, al fin estaremos todos juntos – excepto que, en otro sentido, “nosotros” seremos los únicos que no estaremos ahí. Lo que nosotros fuimos habrá vuelto a fundirse nuevamente con el irrompible océano del conocimiento. Habremos regresado al lugar del cual vinimos. Estaremos nuevamente en casa – y libres.
“He ahí mi verdad; ahora dígame la suya”.
--Friedrich Nietzsche
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De: Athena |
Enviado: 26/08/2012 20:17 |
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