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Cada noche, de lejos, reconstruyo
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a martillo y escoplo tu escultura,
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porque entre sombra y soledad te intuyo
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con más exactitud, más galanura;
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sólo tus propias formas te atribuyo,
- teñidas de tu audacia y mi locura;
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y una vez concluída, sobre el lecho,
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en qué incompleta desnudez te estrecho.
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Antes de conocerte
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Antes de conocerte, era presencia cada noche en tu lecho; tú, voraz como llamas en el bosque, rumorosa, envolvente como el viento. Antes de tú saberlo, lo sabías, pero te lo negabas; yo durmiendo al borde de tu piel, pero tus manos restringidas al marco de tu cuerpo. Entre tus propias sábanas, gemías. Tanto calor, tanto sudor, el techo transformado, a la luz de tus arranques, en Capilla Sixtina de ágil sexo. Yo te miraba, sin lograr tocarte, tan a tu lado, y a la vez tan lejos. Coberturas al aire, tu desnudo, lúbrico, dionisíaco, geométrico, era la máquina sensual que vibra, y se estremece al arrancar; tus dedos la bisectriz canalizada al vértice de los muslos abiertos. Y yo, mirando, sin lograr tocarte, tan a tu lado, y a la vez tan lejos.
Antes de conocerte, eras presencia cada noche en mi lecho. Tú, inmóvil, a mi vera, y yo en efervescencia. Mi aposento también a media luz, tibia, poblando de eróticos perfiles el espejo. Ah, si hubieras traído tu equipaje integral de carne y hueso. En tu forma incorpórea no conseguí adentrarme; sobre el pecho llevabas senos de aire, y era tu vientre triángulo de sueño. Y ni tu mano acompañó a la mía, ni percibí tu aliento. Tú me mirabas, sin lograr tocarme, tan a mi lado y a la vez tan lejos.
Ah, pero hoy he llegado a conocerte, y ambas formas acoplan movimientos.
Los Angeles, 4 de agosto de 2009
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