
Reflexiones antes de dormir
Cae la noche envolviendo con sus sombras todo a su paso. Las calles se llenan de agua que lloran grises nubes. Los transeúntes corren para escapar de ella, como algunos tratamos de escapar de la conciencia. Poco a poco, las aceras van quedando desiertas. La lluvia se escucha monótona, constante, el silencio grita ausencias, lejanías, 191 kilómetros que se dilataron hasta volverse insalvables.
- Como estás? - Bien :)
No es un extracto. Fue todo. Eso fue todo. Después de la puñalada trapera, las heridas no sanan con mil “lo siento”. Fue muy profunda la lesión. Debe pasar tiempo para desterrar para siempre esos sinsabores.
Una oruga, encerrada en sí misma, cansada de arrastrarse, quiere volar. Pero para hacerlo necesita alas. Y para tener alas debe convertirse en crisálida, oscura, inmóvil, ausente… debe dar el espacio…
Cae la noche, los truenos resuenan mientras iluminan momentáneamente el horizonte. Un flash que dura milésimas de segundo, sin embargo, nos acongoja a todos.
Querer escapar de la ciudad no es suficiente, los puentes hacia ese retiro están a punto de colapsar. Querer escapar de sí mismo es imposible, donde quieras que vayas tu sombra te persigue, tus culpas, tus miedos, tus karmas. Quisiera poner más distancia, pero el inesperado “niño” me lo impide. Sin embargo, comprendo esta lección de San Pedro:
«Lloverá y lloverá sobre el litoral ecuatoriano para dejarte ahí mismo donde estás. ¡A que no te conectas al Msn!»
Y no lo haré. Basta de pasar la vida frente al monitor. Basta de dejar pasar la vida…
Esta oruga se retira. A la oscuridad del capullo, en silencio, metamorfizando. Haciéndome alas enormes y resistentes. Debo volar muy alto, mis alas deberán ser mejores que las de Icaro, pues el laberinto en el que me hallo está muy intrincado y ni Ariadna ha podido sacarme. Y a ella le debo tanto…
Agoniza la noche, al fin tengo sueño.
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