Ideal para las élites y su régimen que esos acontecimientos sean mirados de reojo por la mayoría, sin detectar su enorme significado para los pueblos y, particularmente, sin evaluar el mentís que para las políticas estratégicas de las clases dirigentes del continente significan.
Por lo menos cinco acontecimientos recientes ponen en evidencia los anteriores enunciados: la multitudinaria protesta ciudadana del 9 y el 10 de septiembre en Bogotá y otras ciudades del país; la contundente minga de las comunidades indígenas entre el 14 y el 21 de octubre, en conjunto con la jornada nacional sindical y popular de este día en Colombia; el arrollador triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en la elección presidencial cumplida en Bolivia el 18 de octubre; la apabullante votación por una nueva Constitución en Chile el 25 del mismo mes, y la consolidación del proceso comicial para la renovación de la Asamblea Nacional en Venezuela, que se cumplirá el 6 de diciembre de este 2020.
Aunque las miradas imperantes en Colombia los muestran como hechos completamente aislados, unos de acá y otros de allá, lo pertinente es verlos en sus concatenaciones para la sociedad y los poderes en Colombia y en América.
El régimen uribista de Iván Duque se caracteriza, entre otras posiciones, por su desembozado odio hacia los procesos políticos independientes, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua y hacia las resistencias anti oligárquicas donde se den, empezando por las que están en marcha en Colombia desde el portentoso Paro Nacional del 21 de noviembre de 2019 y continuando con las de Chile y Bolivia.
En correspondencia con lo anterior, el régimen de Duque ejecuta una política exterior de absoluta sumisión a los intereses de la Casa Blanca y, de manera especial, a los de su regente actual, el ignorante y ultragodo Donald Trump.
Política al servicio del imperio
Esa línea ha conducido a que la política exterior del Estado colombiano sea totalmente dependiente de la del imperio estadounidense y a participar de manera directa en la conspiración y la agresión contra la República Bolivariana de Venezuela.
Para ello entrega la soberanía nacional permitiendo la presencia de tropas norteamericanas en nuestro territorio, incluso saltando tramposamente lo ordenado por la Constitución Política; arropa a centenares de mercenarios de la extrema derecha venezolana comandados por contratistas gringos; facilita burocracia y recursos del Estado para mantener en el país a los cabecillas de la conspiración, y se hace el de la vista gorda con los terroristas que incursionaron desde Colombia en las costas venezolanas de Macuto y Chuao en la llamada Operación Gedeón y fueron derrotados por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, a principios de mayo de 2020.
En esa tarea Duque, el Ministerio de Defensa, la Cancillería y el aparataje de Migración Colombia han estado al servicio de lo peor de la extrema derecha venezolana, y han participado de manera obsecuente en el llamado Grupo de Lima, al lado de Sebastián Piñera y de otros de su especie. El desastroso andamiaje intervencionista montado en la frontera colombo-venezolana el 22 y 23 de febrero de 2019 por el dúo Duque-Piñera así lo demuestra.
Esa hermandad conspiradora explica el hecho de que el Gobierno colombiano jamás condenó la espantosa violación de los derechos humanos por parte de Piñera contra las diarias y multitudinarias manifestaciones del pueblo chileno que reclamaba desde octubre de 2019 condiciones dignas de vida, represión que dejó más de 40 muertos, centenares de heridos y miles de detenidos por los herederos del dictador Augusto Pinochet.
Y explica también el porqué, en cambio, Duque fue el primero en reconocer la dictadura de Jeanine Áñez, puesta en la Presidencia de Bolivia en noviembre de 2019, mediante una maniobra burda, por Luis Almagro, el tirano de la Organización de Estados Americanos (OEA) y por los golpistas internos financiados por el Gobierno norteamericano, en medio de otra represión brutal.
Paralelamente, a medida que avanza el tiempo de su oscuro mandato, Duque cierra cada vez con mayor cinismo los resquicios de “democracia”, desvertebra la hipotética “separación” de poderes, emula con una de las peores épocas del autoritarismo post Frente Nacional en Colombia, el Gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-1982) y su nefasto Estatuto de Seguridad, al tiempo que busca implementar las políticas de su patrón, Álvaro Uribe, y su violenta Seguridad Democrática, eufemismo con el que se encubrió lo que realmente ocurrió en el mandato uribista (2002-2010): crímenes de Estado.
En desarrollo de esa política, Duque se negó a atender los reclamos de las movilizaciones sociales prominentes de 2019, las enfrentó con la maquinaria más avezada en la violación de los derechos humanos y ciudadanos, el Esmad de la Policía, y no dudó, sin ninguna vergüenza, en excusar las brutales acciones de esa fuerza en la represión de la indignación popular del 9 y el 10 de septiembre de 2020, desatada luego del asesinato vil a manos de dos agentes del régimen de un indefenso abogado en Bogotá. La masacre oficial dejó 13 jóvenes asesinados.
Su política de arrogancia y exclusión frente a los sectores populares ha quedado en evidencia con la estigmatización descarada contra la minga indígena, a la que sus funcionarios le hicieron todo tipo de señalamientos y a la cual, con evidente racismo y odio de clase, se negó a atender no solo en el Cauca y Cali, sino en Bogotá.
Las derrotas de Duque
Pero la demostración de organización dada por el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) que dirigió la Minga, y la clara confrontación política que ella significó contra y frente al régimen constituyó la primera derrota para Duque.
El triunfo de Luis Arce y David Choquehuanca, candidatos del MAS, con una votación mayor en las presidenciales de Bolivia de 2020 (54 por ciento) en comparación con la obtenida por Evo Morales en 2019, echó por tierra la ardid tramposa del cabecilla de la OEA en el sentido de que había fraude hace un año, y puso sobre la palestra la derrota de todos los que se solazaron con el golpe de Estado de extrema derecha que derrocó a Evo, empezando por el Gobierno de Duque.
Ocho días después vino el demoledor triunfo del pueblo chileno contra el gran aliado sureño de Duque en la conspiración contra Venezuela, Sebastián Piñera: una votación de casi el 80 por ciento de los participantes en el plebiscito contra la pétrea Constitución heredada de la dictadura de Pinochet dejó la tercera gran derrota a la derecha continental, incluidos en ella Duque y su jefe, Donald Trump.
Ahora se avecina la cuarta derrota para el régimen uribista, la de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en Venezuela, que se cumplirán a pesar del sabotaje, los montajes y las maniobras injerencistas del cerco orbital impuesto por Estados Unidos, con la participación en primera línea del servil Gobierno de Duque. Ninguna de las acciones contra este ejercicio democrático, que dejará totalmente sin piso político al monigote montado por Trump (Guaidó), ha fructificado.
Así, pues, el injerencismo exterior del régimen colombiano está sufriendo derrota tras derrota a manos de los pueblos latinoamericanos contra los cuales se ha confabulado con Estados Unidos, como fiel mandadero suyo, más en estos días en los que esperaba ayudar a Trump a permanecer en la Presidencia a pesar de su desastroso mandato, y todo indica que fracasará de nuevo.
Y en el plano interno, subrayo, la Minga también derrotó a Duque retándolo en su propio terreno, así éste haya huido a dar una vuelta por el malecón de Quibdó, en el Chocó, para eludir el eco del reclamo indígena, a 50 metros de la Casa de Nariño. Un reclamo que sigue retumbando y se multiplicará este 21 de noviembre de 2020.