Basta con echar una mirada a su historia reciente para comprobar que la sede
mundial del catolicismo apostólico romano es un hervidero de intereses,
intrigas, secretos, conspiraciones y muertes extrañas, así como campo de
batalla de distintas sociedades secretas y sectas infiltradas. No sólo se
inmiscuye en asuntos de tipo social, sino que intenta influir en la política
interna de los países, ya sean democracias o dictaduras. Para la jerarquía de
este «Gran Reino de Enlil», es necesario imponer las mismas normas morales a
las sociedades modernas que a las antiguas, mientras que en ciertos altos
cargos de la Iglesia, todo vale para obtener sus fines que no son otros que el
poder y el control sobre la gente.