Un tipo estaba parado a la orilla de la carretera pidiendo aventón, en
medio de una tremenda tormenta, en una oscura y tenebrosa noche.
Pasó un tiempo pero nadie se paraba. La tormenta era tan fuerte que
apenas si se alcanzaba a ver a unos 3 metros de distancia. De pronto,
ve que un extraño carro se acerca lentamente y al final se detiene.
Sin dudarlo, por lo precario de su situación, se sube al auto y cierra
la puerta. Voltea y se da cuenta, con asombro, de que nadie va
manejando el carro.
El vehículo arranca suave y pausadamente. El tipo mira hacia la
carretera y ve, con horror desorbitado, que adelante está una curva;
asustado, comienza a rezar e implorar por su salvación al advertir su
trágico destino. El fulano no ha terminado de salir de su espanto
cuando, justo antes de llegar a la curva, entra una mano tenebrosa por
la ventana del chofer y mueve el volante, lentamente pero con firmeza.
Paralizado de terror y sin aliento, se aferra con toda sus fuerzas al
asiento; inmóvil e impotente ve como sucede lo mismo en cada curva del
tenebroso y horrible camino, mientras la tormenta aumenta su fuerza.
El sujeto, sacando fuerzas de donde ya no quedaban, se baja del carro
y se va corriendo hasta el pueblo más cercano.
Deambulando, todo empapado, se dirige a una cantina que se percibe a
lo lejos; entra y pide dos tequilas. Temblando aún, les empieza a
contar a todos los parroquianos la pavorosa experiencia que acababa de
sufrir.
Se hizo un pesado silencio ante el asombro de todos los presentes. El
miedo asomaba por todos los rincones del lugar. Como a la media hora,
llegan dos hombres todos mojados y le dice uno al otro, en tono
molesto:
"¡Mira Juan, allá está el hijo de la chingada que se subió al carro
cuando lo veníamos empujando!"