¿Por qué guardaba mamá una cadena de cartulina en la caja de los adornos navideños?
Es Año Nuevo y hemos pasado en familia otra maravillosa temporada navideña. Una ligera nevada ha empezado a borrar las huellas dejadas ayer por mis hijos, que hicieron ángeles de nieve, se deslizaron cuesta abajo por la loma del jardín de su abuelo y se cubrieron de una mágica escarcha de la cabeza a los pies.
Después del desayuno, mamá empieza a desarmar el árbol de Navidad, tarea de todos los años que prefiere hacer ella sola. Va retirando uno por uno los adornos, y contempla por un instante aquellos que hicimos sus hijos cuando éramos pequeños. Después, mientras canturrea sus villancicos preferidos, envuelve cada objeto y lo coloca con delicadeza en una vieja caja de cartón.
Como una chica que estuviera comiendo una torta recubierta con su crema preferida, deja para lo último la pieza que corona el árbol: una estrella sencilla, no por ello menos preciada, que apunta al cielo y nos recuerda a todos que la luz de Cristo, representada por la estrella de Belén, ilumina la Navidad en nuestro hogar. Este es el último adorno que se envuelve, y el que queda más arriba en la caja, para que el año próximo sea la primera luz de Navidad que se encienda.
Pero hay otro adorno: una cadenita de cartulina, de eslabones rojos y verdes que son tiras unidas a mano por sus extremos. Apenas alcanza para rodear la punta del árbol, y sus eslabones arrugados y descoloridos, reparados con cinta adhesiva y pegamento, revelan años de uso.
Mamá aún no lo sabe, pero una vez, hace muchos años, estuve observándola desde el otro cuarto mientras retiraba la cadena del árbol con sumo cuidado, eslabón por eslabón. Después de mirarla unos instantes, la colocó en una cajita blanca, aseguró la tapa con cinta adhesiva y dijo con emoción: "Todavía no termino de guardarte y ya quiero verte otra vez".
Guardó la cajita blanca dentro de la más grande, dejando el espacio preciso para la estrella, y luego puso ésta a su lado. Por último selló la caja grande y la arrastró hasta el pie del árbol para que alguien se la llevara después al sótano. En ese momento entré en el cuarto y me ofrecí a bajarla yo.
-Sí, gracias -me respondió-. Ya está lista, pero no se te vaya a caer.
Al mirarla a los ojos me di cuenta de que había contenido las lágrimas, y una leve sonrisa aún le iluminaba el rostro.
Bajé la caja al sótano y en seguida puse manos a la obra para descifrar el misterio que había presenciado. Quité la cinta adhesiva que sellaba la caja y, rápido para que nadie me descubriera, saqué la cajita blanca para que le diera la luz.
Allí estaba la respuesta a mi curiosidad, el motivo de tantos cuidados, el espacio reservado junto a la estrella y, sobre todo, el sentido de la navidad en nuestro hogar. Sobre un costado de la caja, una manita de cinco años había escrito a lápiz, con letra despareja: "Erick".
Mi hermano menor, Erick, no llegó a vivir lo suficiente para ver su sexta Navidad ni su adorno colgado en el árbol, pero mamá reserva para él un sitio junto a la estrella todos los años. Lo conserva en buen estado, como a toda la familia, y con manos cansadas y un amor del que sólo es capaz una madre, mantiene unidos los eslabones de la cadena.
Ahora que he llegado a adulto y soy padre, finalmente entiendo lo que significa "unión".
(Mark Slater - cuento extraído de Selecciones del Readers Digest)