2010, de mal en peor
Entramos en un año que, para los trabajadores y los sectores populares de todo el mundo, traerá aún más dificultades, penurias y desgracias. Las ganancias de los bancos y las bolsas no quieren decir que la crisis ha terminado, sino que su salvataje a costa de los contribuyentes mantuvo la burbuja financiera, lo cual hace que la inversión en ese sector especulativo sea más atractiva que invertir en la producción de bienes industriales. Las políticas de reanimación industrial que aplica la primera potencia mundial –Estados Unidos– agravan la crisis misma. En efecto, mantener y aumentar la producción subsidiada de automóviles equivale a un mayor despilfarro de materias primas, con un aumento de la producción de gases con efecto de invernadero que agravará el recalentamiento global. Y tanto la producción de energía nuclear como la de biocarburantes ejercerán una presión mucho mayor sobre los recursos hídricos, cada vez más escasos y amenazados por la privatización y a eso habrá que agregar sus costos en destrucción de suelos, en competencia con la alimentación o en contaminación por los residuos radioactivos. Enteros países africanos enajenarán sus tierras –como lo hace ya Etiopía– a China, Corea del Sur, India, que sembrarán en ellos los alimentos que necesitan, por supuesto a costa del hambre de los países huéspedes. La imposibilidad de llegar a un acuerdo en Copenhague sobre el problema climático debido a que cada potencia defiende a sus capitalistas a costa del futuro humano (incluida China) tendrá también enormes consecuencias pues la subida de los mares amenazará a todas las zonas y ciudades costeras (tanto en los países menos industrializados como en las metrópolis), la desertificación de enteras regiones y la creciente carencia de agua estará unida en otras zonas con grandes inundaciones y aumentarán la intensidad y el número de los cada vez más destructivos huracanes tropicales.
Por otra parte, continuará la debilidad del dólar pero todos aquellos que viven anunciando el fin del billete verde y su remplazo por otro equivalente, así como los que creen en un derrumbe del sistema capitalista, son pésimos analistas y no tienen en cuenta ni los hechos ni la historia. China, en efecto, está buscando desesperadamente un acuerdo a largo plazo con Estados Unidos, a cuya economía sostiene con sus compras de bonos y sus inversiones y de cuyo mercado depende para sus exportaciones. Estados Unidos, además, tiene un poderío militar que duplica con mucho el de todos sus competidores (China, Rusia, India, Japón, Unión Europea, Brasil) reunidos y, aunque desde la Segunda Guerra Mundial ha perdido (o empatado) todas las guerras (Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán), sigue subordinando a su política bélica a los europeos, como lo demuestra la transformación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), nacida para enfrentar a la Unión Soviética, en un aparato militar que actúa en el Medio y en Extremo Oriente en función de la geopolítica de Washington. La hegemonía estadunidense está en crisis pero no está en cuestión y China, que necesita crecer económicamente al menos al 8 por ciento anual para mantener sus puestos de trabajo, siente ya los efectos de la crisis en Estados Unidos y Europa (sus mercados de exportación), a los que está estrechamente ligada y comienza a tener problemas sociales agudos, de modo que ni puede ni quiere aspirar a ser el nuevo Hegemon. En cuanto al BRIC (Brasil-Rusia-India-China), no hay que ver las etiquetas made in China o feito em Brasil sino quiénes producen y exportan. Robert Reich, ex ministro de Trabajo de Bill Clinton, escribió al respecto en El trabajo de las naciones que “el ciudadano estadunidense que, por ejemplo, compra un auto General Motors entra sin saberlo en una transacción internacional. De 10.000 dólares pagados a GM, unos 3.000 van a Corea del Sur por montaje, 1.750 a Japón por componentes avanzados, motores, árboles de transmisión, electrónica; 750, a Alemania por la proyectación estilística; 400, a Taiwan y Singapur por los pequeños componentes; 250, al Reino Unido por servicios publicitarios y marketing y 50, a Irlanda y las Barbados por la elaboración de datos”. No exportan, en efecto, los países sino las grandes trasnacionales que en ellos explotan la mano de obra de modo que no es posible ignorar ni la lucha de clases entre explotados y oprimidos y sus victimarios capitalistas ni la lucha de las trasnacionales con los gobiernos y el capital nacional.
Ése es el gran problema: el capitalismo no se derrumbará si nadie lo entierra y si sus víctimas no son capaces de utilizar la crisis para unirse en orden cerrado, para enfrentarlo en escala regional, continental, internacional, para romper con la política criminal de seguir produciendo lo mismo para los mismos consumos despilfarradores, a costa de todo y de todos, y si no pueden, en cambio, imponer directamente, en autonomía, una producción alternativa y un consumo socialmente responsable. Más desocupación –para el capitalismo– significa más oferta de mano de obra barata, menos sindicatos, más desunión de los trabajadores. O sea, poder elevar la tasa de ganancias para salir de esta crisis, hasta la próxima. Por eso no basta con preservar las actuales fuentes de trabajo: si queremos salir del desastre, además, hay que reorientar la producción y los consumos y luchar por construir otro sistema social.
Guillermo Almeyra
La Jornada