Durante los años cincuenta del siglo pasado, el antropólogo japonés Kinji Imanishi definió la cultura como una forma de transmisión conductual que no depende de la genética. Desde entonces, se ha mantenido el debate sobre si algunas manifestaciones conductuales que presentan algunos animales no humanos pueden ser legítimamente consideradas bajo el término de cultura.
La palabra cultura tiene su raíz etimológica en la palabra “cultivo”, y según la RAE se refiere al conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc., o al conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Desde esta perspectiva, el término “cultura” fue formulado específicamente para describir las diferencias que existen en el comportamiento de distintos grupos humanos, y por lo tanto, son las tradiciones humanas las que proveen el modelo de lo que comúnmente se entiende por transmisión cultural. Sin embargo, en aparente contradicción con las definiciones anteriores, existe una aproximación biológica y evolutiva de la cultura humana que no solamente se refiere al origen biológico de la misma sino que plantea que en otros animales también está presente la cultura.
En el mundo orgánico de los seres vivos el mecanismo que más peso tiene en el origen y la evolución de las especies es la selección natural. Un elemento clave de esta teoría es la herencia biológica de los caracteres de los progenitores, gracias a la cual un organismo hereda “información a modo de un plan” de sus antepasados. Hoy se sabe que esta información esta codificada en los genes y es transmitida de los padres a los hijos a través de la reproducción sexual. En esta información no solamente va un “plan” de las características físicas, cómo el color de los ojos, sino información del funcionamiento perceptual, conductual y cognitivo (procesos mentales o de pensamiento) del organismo. El asunto clave es que en muchos animales, la mayoría mamíferos, gran parte de ese plan cobra vida mientras el organismo se desarrolla en “interacción” con su medio ambiente. El período relativamente largo de inmadurez y dependencia de la madre en que tiene lugar esa interacción por parte de la cría en la mayoría de los mamíferos y especialmente en el ser humano en comparación con otros grupos de animales, como peces, aves, y reptiles, es realmente una estrategia muy arriesgada, ya que los hijos dependen por muy largo tiempo de sus progenitores para conseguir alimento y protegerse de los depredadores. Este desgaste de los padres y riesgo de las crías por un tiempo prolongado de inmadurez se compensa con la ventaja que otorga el aprendizaje y conocimiento que el animal puede adquirir en su desarrollo en interacción con el entorno, con sus padres, y en algunos organismos, con el grupo social, dando como resultado adaptaciones conductuales y cognitivas más flexibles. Esta flexibilidad es especialmente útil y permitirá adaptarse mejor a las especies que viven en distintos nichos ecológicos o en entornos muy cambiantes.
El asunto es que en algunas especies esta interacción con el entorno incluye no solamente al entorno físico, sino también al entorno social y a los cambios de su entorno físico que han sido provocados por acción de otros miembros de su especie, lo que se ha llamado “herencia cultural” y que ha dado lugar a la teoría de “la doble herencia”. Según ésta, el fenotipo de los individuos maduros de muchos animales depende de la herencia, tanto biológica como cultural, que éstos han recibido de sus antepasados.
El caso más mas frecuente citado como ejemplo prototípico de transmisión cultural en el reino animal no humano es el del “lavado de batatas (camotes)” que practican los macacos japoneses. En 1953 un grupo de investigadores proporcionó a un grupo de macacos batatas y se observó a una hembra del grupo llamada Imo lavándolas en un charco cercano para quitarles la arena que los cubría. Tres meses después se observó que su madre y dos de sus compañeros de juego, y más tarde las madres de estos, terminaron haciendo lo mismo. Transcurridos tres años, cerca del 40% de los individuos ya había adquirido este hábito, por lo que se pensó durante mucho tiempo que el hecho de que esta practica la hubieran aprendido primero los parientes e individuos cercanos a Imo sugería que la conducta respondía a lo que podíamos llamar una tradición cultural que se propagaba por “imitación” de la conducta del otro. Este trabajo llevó a varios otros, con el propósito del estudio de la posibilidad de cultura en otras especies.
Así, otros ejemplos en el reino animal los encontramos en la adquisición del canto y los dialectos de las aves, las canciones de las ballenas jorobadas, las tradiciones de caza de las orcas o la conducta de pesca cooperativa de los delfines en Brasil. Este último es un caso especialmente curioso. Son ya tres las generaciones de delfines que participan en una comunidad matrilineal de 25 a 30 miembros que cooperan con los pescadores atrayendo el pescado a las redes. Los pescadores llaman a los delfines golpeando el agua con unos trozos de madera y esperan antes de tirar las redes a que éstos acudan en su ayuda (no hay ni entrenamiento ni comandos específicos, pero ambas especies coordinan la acción). Aunque todos pertenecen a la misma comunidad, no todos los delfines forman parte de lo que podíamos llamar esta “tradición cultural”. Los propios pescadores reconocen perfectamente a los delfines “buenos” que ayudan y los “malos” que no participan en esto. El caso del uso de esponjas marinas para buscar comida que ha sido documentado en un único grupo de delfines mulares, y se parece ser transmitido de las madres a las crías, parece ser un candidato a otro ejemplo de transmisión cultural en delfines.
Si bien todos los casos hasta ahora mencionados en macacos, cetáceos y aves se refieren a la variación cultural en un único patrón de conducta, encontramos otros ejemplos animales que implican variaciones extensas y de conductas en múltiples patrones. Me estoy refiriendo al máximo representante con respecto a la cultura en el reino animal, el chimpancé, con las “tradiciones” relacionadas con la elección de alimentos y con el uso de herramientas, para el que se ha llegado a sugerir al menos tres distintas “culturas” dependiendo del tipo de herramientas y del uso que se le den a estas mismas. Así, por ejemplo, existe un grupo que se ha especializado en buscar termitas introduciendo en los montículos ramas cortas y delgadas para que éstas salgan pegadas a la varilla (área o cultura de la varilla), mientras otras poblaciones simplemente destruyen los montículos con ramas gruesas a modo de bastones y recogen las termitas a puñados (área o cultura de los bastones), siendo estos bastones también utilizados para la obtención de la miel de las colmenas. Por otro lado, los chimpancés en África occidental utilizan piedras y pedazos de madera para abrir nueces destinadas a su alimentación (área o cultura de las piedras), comportamiento que nunca ha sido observado en chimpancés que viven en África oriental. Los chimpancés no sólo usan las herramientas para conseguir un alimento, sino que también tienen la función del aseo personal. Jane Goodall afirma que los chimpancés, probablemente, transmitían sus tradiciones en el uso de herramientas de generación en generación, por medio de la observación, imitación y práctica, de manera que se puede suponer que cada población podría tener su propia cultura en el uso de herramientas.
Además de en el uso de herramientas, en los chimpancés se ha encontrado patrones conductuales de gran variabilidad, como en conductas de cortejo y acicalamiento, tanto en los lugares asociados con las mismas subespecies como entre las subespecies mismas de chimpancés, que no pueden ser explicadas por diferencias ecológicas, lo que refuerza el argumento en favor de la transmisión de los comportamientos no de forma genética sino a través de la cultura.
Dicho todo esto y mostrados todos estos ejemplos de manifestaciones culturales en animales no humanos, el problema es que no en todos estos casos está tan claro si realmente han sido comportamientos adquiridos por aprendizaje social y, de serlos, tampoco está claro qué mecanismos psicológicos o modos de transmisión cultural son los que realmente han intervenido. Por ejemplo, en el caso más citado de los macacos japoneses lavadores de batatas, en años posteriores se ha visto que la conducta de lavar era mucho menos rara de lo que anteriormente se creía, ya que quitar la arena de los alimentos es algo que estos macacos y otros primates hacen espontáneamente; incluso macacos criados en cautividad pueden aprender por sí solos a lavar sus alimentos. Además, su adquisición por parte del grupo fue lenta ya que duró más de dos años, y si hubiese habido realmente imitación la propagación debería haber sido exponencial, conforme aumenta el número de modelos, lo que podría sugerir más bien un caso de aprendizaje individual por ensayo y error y no de transmisión social. Por otra parte, si aceptamos como válidos estos casos, y algunos animales, con los chimpancés a la cabeza, son capaces de aprender de su grupo social nuevos comportamientos a través de la observación y la imitación y dado que nuestras manifestaciones culturales no tiene parangón en el reino animal, ¿qué es lo que realmente caracteriza a la cultura humana frente a los demás ejemplos de transmisión cultural encontrados en otros animales? ¿Cuál fue el/los mecanismo/s que catapultaron a la cultura humana sobre las demás?
Tanto los artefactos tecnológicos como los conocimientos que usted posee fueron adquiridos, en su inmensa mayoría, a través de la cultura a la que pertenece. En sus genes no venía la información exacta de cómo crear y operar un televisor, cómo inventar y utilizar el lenguaje de las matemáticas o la música, cómo hablar y escribir en español y a qué ser o seres rezar. Es usted, por definición, un animal cultural. Es el resultado de su herencia biológica (sus genes) y su herencia cultural (su cultura) con un peso tal, de esta última, que sin ella poco o nada tendría usted de “ser humano”. Como decía Vygotsky, lo que distingue la inteligencia humana de otros primates es el grado en que ésta depende de la cultura. Por mucho que existan ejemplos de tradiciones culturales en los chimpancés y otras especies, la inteligencia de la especie no depende de la participación cultural en el sentido en que esto ocurre en nosotros los humanos.
Con independencia de si nos inclinamos a creer que los demás animales poseen cultura o que el fenómeno de la cultura es específicamente humano, nadie negaría que la cultura humana engloba un conjunto de capacidades, conductas y artefactos de una complejidad muy superior a la de otras especies, por lo que en el proceso de la evolución humana una o múltiples adaptaciones han debido ser las responsables de este salto sustancial. Si bien estas capacidades o logros no han podido surgir de la nada, teniendo sus raíces en capacidades compartidas con otras especies, no deja de sorprender el tremendo salto en tan poco espacio de tiempo. Los 6 millones años que separan a los seres humanos de nuestro ancestro común con el chimpancé, constituyen un tiempo muy breve en términos evolutivos como para dar lugar al desarrollo de las diferencias que tenemos con nuestros parientes más cercanos en las capacidades psicológicas. Si sumamos a esto el hecho de que compartimos aproximadamente el 99% de material genético con estos (es decir, somos tan parientes de los chimpancés como lo son los ratones de las ratas), parece evidente que el tiempo de separación a partir de nuestro ancestro común se hace insuficiente para que solamente los procesos de evolución biológica (variación genética y selección natural) hayan dado lugar a las habilidades mentales gracias a las cuales los humanos hoy en día creamos y mantenemos nuestras tecnologías, instituciones y representaciones simbólicas. Además, esta posibilidad se hace aún más escasa cuando realmente la mayoría de las capacidades mentales que nos caracterizan surgieron hace solamente 250.000 años, es decir, en un tiempo ínfimo en relación al tiempo evolutivo-biológico que se necesitaría para crearlas. Si dejamos de lado las explicaciones metafísicas de intervenciones extraterrestres y divinas hay un solo mecanismo biológico capaz de desarrollar semejantes cambios de conducta y de pensamiento en un período tan breve, el mecanismo de “transmisión cultural”.
Si bien para los científicos que tienen una aproximación biológica al estudio del comportamiento cualquier tipo de aprendizaje social en sí mismo es sinónimo de cultura, para otros con una aproximación más “psicológica”, el término de cultura quedaría reservado a la especie humana, aunque reconocen otras formas de aprendizaje social que, con diferente grado de complejidad, se dan en otras especies, además de en la humana. Los mecanismos de aprendizaje social particulares a través de los cuales llega a originarse y extenderse, por ejemplo, la practica del lavado de batatas o cómo se accede a las termitas van a determinar la rapidez y solidez con la que una determinada “tradición” arraigará en un grupo, perdurará y mejorará con el tiempo.
Podemos hablar de diferentes formas de aprendizaje social, cada una de ellas con diferente grado tanto de complejidad como de eficacia en la adquisición del conocimiento. La exposición, aprendizaje por proximidad física al estímulo o a la situación, podría ser la que explica, por ejemplo, el lavado de batatas realizado por los macacos (alguien acompaña a otro en el momento del lavado, exponiéndose al agua, y a la batata). La intensificación del estímulo, aprendizaje por la atracción por los objetos con los que otros interactúan, podría explicar el uso de varillas para sacar las termitas una vez que se ha observado el comportamiento, o el cascado de nueces de los chimpancés. La mímica, muchas veces mal entendida como la imitación, que implica la copia o reproducción del patrón conductual, ya sean sonidos o movimientos corporales, explicaría el sorprendente comportamiento de la lira.
Y finalmente, la verdadera imitación, entendida no sólo como la reproducción de la conducta, sino la persecución del objetivo, y por ende, la comprensión del mismo, sería el mecanismo por excelencia para el desarrollo y mantenimiento de la “cultura”. Y es que esta tan a veces despreciada capacidad y que parece en principio “poco inteligente” (baste como ejemplo, la expresión “imita como un mono”) no es tan despreciable, siendo considerada por algunos como el verdadero motor de la cultura y no tan presente, como parecía, en otras especies animales.
Son muchos los estudios científicos en los que se ha abordado el tema de la imitación en animales y si bien, aunque los resultados no están exentos de controversias, se ha documentado en algunas especies de primates y en otras especies como en delfines, parece que no ocurre de forma tan natural y generalizada como ocurre en el ser humano. Mientras que los niños desde muy temprana edad tienden de una forma “impulsiva” a reproducir el comportamiento de los demás, a “imitar“ a otros en la consecución de sus objetivos, esto no se da de forma tan espontánea en nuestros parientes más cercanos. Los chimpancés, por ejemplo, tienden a ser mucho más “creativos” a la hora de encontrar los medios para obtener algo que han visto conseguir a otro. Digamos que mientras los niños tienden a reproducir fielmente el patrón de conductas que llevó a otro a obtener una recompensa, los chimpancés persiguen la recompensa “a su manera”, quizá por una falta de atención en el patrón motor y una focalización hacia los resultados de la conducta.
Lo que permite la imitación es algo realmente eficiente: aprender de los otros sin necesidad de tener que reproducir todo el proceso desde el comienzo. Los productos culturales humanos no fueron inventados de una vez y para siempre por un individuo o un grupo de individuos en un momento determinado, sino que son productos acumulativos: primero se inventó una versión que fue adoptada y luego modificada o mejorada por otros individuos, que a su vez adoptaron la modificación y volvieron a mejorarla y así sucesivamente de generación en generación. Además, el trabajo en grupo (aprendizaje colaborativo) propio de la especie humana, permite generar productos fruto de una mente colectiva que no habrían surgido de una mente individual. Gracias a este proceso acumulativo, basado en una transmisión social fiel (por la capacidad de imitación) que impide el retroceso, el llamado efecto de “trinquete”, no tenemos que inventar la rueda una y otra vez para poder conducir un coche, ni el papiro para poder terminar escribiendo en un ordenador. Nuestra evolución cultural “acumulativa” es quizás una de las características más importantes de nuestra cultura y que nos diferencia de las demás especies. Así que, y curiosamente, la gran diferencia con los demás animales que poseen tradiciones culturales no radica en el componente “creativo” a la hora de resolver los problemas, sino más bien se encuentra en el componente “estabilizador” que permite la imitación y que posibilita acumular las modificaciones que con el paso del tiempo experimentan nuestros artefactos y tradiciones culturales, lo que posibilita la mejora de generación en generación.
Además de la imitación, nuestra dependencia de la cultura se manifiesta también en algo que está presente en cualquier grupo cultural humano y que, por el contrario, se da en raras ocasiones, y controvertidas, en el reino animal: la enseñanza activa. Los humanos “enseñamos” activamente a nuestros semejantes, tenemos profesores e instituciones educativas para transmitir nuestros conocimientos culturales a los nuevos integrantes de la comunidad.
Así las formas que caracterizan y podríamos decir que son exclusivas del aprendizaje social humano además del aprendizaje imitativo (con genuina imitación, es decir mímica más copia de objetivos), son el aprendizaje impartido (enseñanza) y el aprendizaje colaborativo (en grupo). Pero, ¿qué ha hecho posible el surgimiento de estas formas exclusivas o quasi-exclusivas de la especie humana? Aunque no es algo resuelto, para algunos la clave reside en un tipo particular de inteligencia social: la comprensión de que los otros miembros de nuestra especie son seres semejantes a nosotros mismos, seres que tienen una vida intencional y mental como la nuestra. Esta comprensión nos permite desde muy temprana edad, alrededor de los 9 meses de edad, ponernos en el lugar mental de otra persona, por lo que podemos aprender no solo “del otro” si no “a través” del otro. Así que podría ser que lo que realmente caracteriza a la cultura humana de los demás ejemplos de transmisión cultural encontrados en otros animales y el mecanismo que catapultó a la cultura humana por sobre las demás, sea la adaptación biológica para leer las intenciones de los demás y, por ende, aprender “a través” de los demás, permitiéndonos absorber la cultura del mundo en el que nacemos.
De esta forma, la cognición humana sería fruto de la cultura en la que nacemos, al mismo tiempo que la cultura resulta ser el producto de nuestras capacidades cognitivas particulares. La doble herencia, genética y cultural tienen su máximo exponente en la especie humana, hasta tal punto de que para nosotros, la reproducción y trascendencia cultural es tanto o más importante que la reproducción biológica, pudiendo incluso elegir no tener descendencia o sacrificar nuestra vida en pro de una idea, conocimiento o valores culturales, como lo han demostrado innumerables veces destacados científicos, filósofos y religiosos, entre otros. Y es que como dijo Konrad Lorenz, uno de los padres del estudio del comportamiento animal, “los humanos somos seres culturales por naturaleza”.
Psicólogo y músico. Doctorando en comportamiento animal (Etología). Su trabajo se enfoca principalmente en el comportamiento social de los Cetáceos (ballenas y delfines) y otros mamíferos marinos. Tratará aquí, cada día 2, de cuáles son las “pautas que conectan” el comportamiento del ser humano con los demás animales, sustentando la idea de la “interrelación” entre todo lo vivo, a partir de una integración de diversas disciplinas tales como la Etología, la Psicología y la Ecología.