El mito de la multitarea y la competencia digital
Hace tres años Sherry Turkle publicó un artículo en la revista Forbes en el que comentaba: “vivimos una contradicción: insistimos en que nuestro mundo es incrementalmente complejo y, sin embargo, hemos creado una cultura de la comunicación que ha hecho decrecer el tiempo de que disponemos para nosotros, para sentarnos y pensar, de manera ininterrumpida. Estamos preparados para recibir mensajes rápidos a los que se supone que debemos responder rápidamente. Los niños que están creciendo de esta manera quizás no conozcan nunca otra alternativa”. El artículo se titulaba “Can you hear me now?“, en un desesperado y último intento de confrontar la voz de los padres con la de la miríada de objetos digitales parlantes que compiten por acaparar la mermada atención, la degradada concentración, de los adolescentes.
Los experimentos que vienen sucediéndose en esta década todavía en curso son taxativos y unánimes al respecto: la compaginación o el intercambio de tareas motivado por las continuas llamadas de atención de diversos medios digitales solamente es posible mediante una alarmante degradación de su ejecución o su desempeño. En un estudio aparecido en el año 2005, “A teacher in the living room“, cuyo subtítulo aludía al tema de esta entrada, “Educational Media for Babies, Toddlers, and Preschoolers”, se constataba, sin embargo, que el uso simultáneo de dispositivos digitales era un hecho irreversible y que los adolescentes habían tomado ya la decisión de sacrificar la concentración y la comprensión a la liviandad de la comunicación simultánea: de un cuarto a un tercio de los jóvenes entre 8 y 18 años dijeron que utilizaban simultáneamente otros medios mientras escuchaban música, usaban el ordenador, leían o veían la televisión. Además de eso, el 60% de los jóvenes entre 12 y 18 años, “hablaban por teléfono, enviaban mensajes instantáneos, veían la televisión, escuchaban música o navegaban por la web por mera diversión” mientras realizaban sus tareas escolares. Mientras utilizaban el ordenador, al menos el 62% utilizaban otro medio y el 64% realizaba otras tareas simultáneas en su computadora.
Puede que el consumo masivo de cafeína nos predispusiera favorablemente a la multitarea, pero el Journal of Computing in Higher Education no es de la misma opinión: en “The laptop and the lecture: the effects of multitasking in learning environments” se cuenta el experimento en el que se permitió a la mitad de los estudiantes de una clase utilizar sus ordenadores portátiles mientras transcurría la lección habitual. La memorización, comprensión y, en consecuencia el aprendizaje, fue diametralmente distinto del de aquéllos que atendieron la lección sin la intromisión de medios digitales. Lo mismo nos dice la revista Trends in cognitive science: en un estudio acometido por la Universidad de Exeter sobre los efectos cognitivos de la multitarea, el procesamiento simultáneo de los problemas o tareas que se plantearon a la muestra estudiada condujeron a respuestas más lentas y erróneas que las que se obtuvieron mediante el procesamiento sucesivo.
La cuestión es, dice Mark Prensky en “Digital natives, digital immigrants“, ¿cómo reconciliar los descubrimientos de las ciencias cognitivas que revelan cómo la multitarea degrada de manera constante nuestro desempeño con las referencias o los informes que revelan que la multitarea no es solamente un hábito sino una preferencia fervorosa de la generación adolescente?”.
¿Cómo introducir, como comentaba la semana pasada, las virtudes de la lectura profunda tradicional en dispositivos analógicos en las aulas digitales y en la experiencia multitarea de las jóvenes generaciones?
Joaquín Rodríguez
Los futuros del libro