12 de enero de 2010; 22.53horas; España se sienta frente al televisor; al otro lado del planeta, un terremoto de 7,3 grados en la escala de Richter azota a los países caribeños. Haití es el más afectado, al situarse a tan sólo quince kilómetros del epicentro. En apenas sesenta segundos, la ciudad de Puerto Príncipe queda destruida.
El país “más pobre de América”, sufre “la peor catástrofe de América Latina en 200 años”. Y “la devastación”, “el pillaje”, “la muerte” y “el infierno” se convierten en sinónimos de un país aún hoy desconocido. ¿Cómo era Haití antes del terremoto? ¿Qué sistema político determina la organización social de la vida? En definitiva, ¿cómo se vivía? Ninguna de las informaciones publicadas en el diario El País podría ayudarnos a encontrar las respuestas a estas preguntas.
El tiempo todo lo cura, o eso dice el refrán. Pero lo cierto es que hace falta mucho más que tiempo para reconstruir Haití, un país que, tras quedar devastado por un seísmo, volvió a ser noticia seis meses después con el fin de denunciar que la caótica distribución de la ayuda humanitaria había convertido la supervivencia (que no la reconstrucción) en el principal problema de los haitianos. Pero por mucha autocrítica que se haga ahora, ningún artículo ni reportaje será capaz de reflejar lo que allí está ocurriendo, al igual que no fueron capaces de reflejar lo que pasó.
Quizás porque el enfoque sensacionalista en las catástrofes naturales donde además hay víctimas vende más que la narración aséptica de los hechos; quizás porque la falta de tiempo y la sobreabundancia de información no les permitió indagar, contrastar o profundizar; quizás porque la elaboración de la información en los medios esté determinada por una serie de intereses ajenos al servicio público que deberían desempeñar.
Todo ello vendría a justificar la desinformación que reinó una vez más entre las informaciones publicadas sobre el terremoto. Tras haber analizado lo publicado por el diario El País entre el 13 de enero y el 13 de febrero de 2010 llegamos a una primera conclusión: el espacio y tiempo dedicados a las acciones humanitarias llevadas a cabo por instituciones y organismos estadounidenses, a los testimonios de los supervivientes españoles (convertidos en héroes) y a las repetitivas crónicas de los enviados especiales (más melodramáticas que informativas), no dejaron lugar a otras informaciones que hubieran ayudado al lector a entender lo que estaba sucediendo, como la ayuda humanitaria prestada por países latinoamericanos, los testimonios directos de los ciudadanos de Puerto Príncipe, de Leogane o Cité Soleil, o datos sobre la situación socio-política y económica del país antes del seísmo. ¿No hubo tiempo?
Lo que se dijo y lo que no
Varias informaciones fueron publicadas de forma reiterada en los primeros treinta días de cobertura tras el terremoto, mientras que otras brillaron por su ausencia. Una de esas informaciones que ocupó portadas en la prensa española contribuyó a crear la imagen de Estados Unidos como “salvador” de los países que, además de pobres, son destruidos por catástrofes naturales. No había día en que no fuese noticia la ayuda humanitaria enviada por EE UU o la tan “esperada” llegada de los soldados para imponer el orden y organizar todo el contingente de ayuda humanitaria que llegaba al aeropuerto de Puerto Príncipe y que no se repartió hasta bastante tiempo después.
Un ejemplo de todo ello se puede observar en los siguientes titulares: “EE UU despliega 6000 militares”, “Obama se vuelca con Haití”, “Obama une a Bush y Clinton para salvar a Haití de la devastación”, “Los marines desembarcan en el infierno”, “EE UU llega para imponer el orden”, “Las tropas de EE UU asumen el control para garantizar la ayuda”, o “EE UU asegura la ayuda humanitaria”. De este modo, son los estadounidenses, y no otros, los héroes capaces de hallar vida entre los escombros; y, por tanto, serán los estadounidenses los únicos capaces de reestablecer el orden y reconstruir la ciudad. Además, se hace especial hincapié en que los propios haitianos también comparten esta idea.
Por el contrario, aparece mucha menos información con respecto a la ayuda prestada por la Unión Europea, destinada la mayoría de las veces a un lugar secundario. Nada se dice sobre la ayuda prestada por otros países como Nicaragua. Únicamente se hace referencia a la ayuda prestada por el país fronterizo, República Dominicana, sobre todo en la recepción de heridos, o la apertura aérea que autorizó Cuba para disminuir el trayecto entre EE UU y Haití en la repatriación de afectados. No obstante, sí que ocuparía las portadas el escándalo que se levantó al encontrarse en Facebook unas fotos de médicos puertorriqueños que estaban prestando su ayuda en Haití en una actitud poco “ética”: armados y brindando con soldados. Los medios no tardaron en demonizar a los médicos que se divertían mientras la cifra de muertos aumentaba, a la vez que obtenían beneficios económicos de la actitud por ellos censurada. Y es que ningún diario se planteó si la reproducción de esas imágenes era ética.
Otro tema tratado de forma repetitiva fue el de los rescates de supervivientes sepultados bajo los escombros. De los 146 que se llevaron a cabo en los días posteriores al terremoto, sólo algunos casos ocuparon un espacio en El País. Fueron los protagonizados por cooperantes españoles, como el caso de Redjeson, un niño de dos años rescatado por un bombero valenciano, y de otros países europeos, como el protagonizado por Yuri, miembro de un equipo de ayuda ruso que rescató a una joven de 15 años once días después del terremoto. En cambio, no se dice nada de los rescates llevados a cabo por los propios haitianos. Sólo en una ocasión se menciona el testimonio de una mujer que, tras hacer un llamamiento a través del único medio de información que siguió emitiendo durante la catástrofe, la emisora Signal FM, consiguió que numerosos ciudadanos se personaran en el lugar indicado para rescatar a su marido, aún vivo. Es el único caso en el que son los haitianos los protagonistas del rescate de un conciudadano y, por ende, de su propio país.
Sin embargo, priman los testimonios en los que los haitianos aparecen como simples zombis que deambulan por la ciudad, cuando no como “ladrones” que intentan hacerse con cualquier objeto que sustraen de las tiendas medio derruidas. Los haitianos, ¿son sólo eso? Ésta es una de las distintas formas de comparar, de manera descaradamente simple, al civilizado, a “nosotros”, a los héroes estadounidenses y europeos que están allí salvando vidas, con el bárbaro, con “los otros”, los haitianos, quienes se dedican a robar mientras “nosotros” salvamos su país. ¿Es ésta una manera subliminal de justificar su pobreza?
Precisamente, son las informaciones sobre el pillaje y los robos que se cometían otro de los temas al que más espacio se le dedicó, también en imágenes. Desde el tercer día tras el terremoto se suceden titulares de este tipo: “La desesperación da paso a la ira en Haití por la falta de ayuda”, “La falta de ayuda transforma la angustia en ira”, “La anarquía impone su ley” o “La violencia por la falta de comida deja las primeras víctimas en Haití”. Son titulares que dan paso a informaciones sobre los enfrentamientos (con víctimas mortales) que se sucedían entre una multitud de haitianos, personas que buscaban hacerse con cualquier objeto de valor de entre las ruinas, y la policía haitiana.
Días después, cuando surge la duda sobre dónde está la ayuda que supuestamente ya ha llegado, destaca un titular: “La escalada de la violencia frena el reparto de ayuda”. ¿Era ésta una forma de disfrazar la ineficacia en la distribución de los alimentos por parte de los encargados de “salvar” el país? ¿Por qué no se relaciona la violencia con la falta de alimentos? Los propios textos empiezan a contradecirse. Diez días después aparecerá otro titular digno de mención: “Comienza la ‘feria’ de la compasión”, una información que denuncia la necesidad de organizar la ayuda internacional para que tenga efecto a medio y largo plazo.
Denuncias
En su papel de agente social, El País haría uso de su tribuna para denunciar lo que probablemente estaba sucediendo (o lo que dejaba de suceder) en Haití. La principal de las denuncias era la constatación de que la ayuda humanitaria no llegaba. Desde el primer día se informaba de que los paquetes con comida, agua y medicamentos se encontraban en el aeropuerto del país sin distribuir entre la población. Treinta y un días después, se seguía denunciando la ineficacia e insuficiencia en la distribución de los alimentos que se repartían entre la población haitiana.
Otra de las denuncias era la cantidad de cadáveres que seguían yaciendo en las calles varios días después del terremoto, y cómo son los propios vecinos los que acababan por quemar los cuerpos en las esquinas para reducir el olor a putrefacción. Numerosas imágenes en las que se podían ver cuerpos sin vida amontonados acompañaban titulares similares a éste: “Miles de muertos se amontonan en las calles de Puerto Príncipe”.
De la misma forma, se critica tanto el mal estado en el que viven los refugiados que se han desplazado hasta los campamentos levantados en distintas zonas del país como la inoperancia del gobierno haitiano. Ésta última denuncia se realiza de forma indirecta y a través de declaraciones de terceras personas que centran su queja en la dejación de sus funciones por parte del presidente, René Preval, desaparecido los primeros días tras la catástrofe.
Los protagonistas
Según el sujeto del que se habla, podemos dividir la información analizada en dos grupos distintos: el haitiano y el no haitiano, siendo éste segundo el que predomina. Y es que prácticamente todos los discursos giran en torno a las labores realizadas por los cooperantes, a las historias de los extranjeros que han sobrevivido o fallecido y a las acciones llevadas a cabo por distintos gobiernos de otros países.
La chica que es rescatada de entre los escombros, el hombre al que atienden en un hospital o la mujer que deambula junto con sus hijos buscando comida o un lugar donde pasar la noche no parecen formar parte del presente de Haití. Los periodistas describen la situación del país la mayoría de las veces desde Puerto Príncipe y a partir de sus propias experiencias, es decir, de lo que han visto en el día a día, predominando las escenas melodramáticas de niños llorando, gente durmiendo en la calle, cadáveres, etc.
No tratan de profundizar en una historia concreta, sino en muchas y de forma superficial, de ahí que el lector tenga dificultades para empatizar con los haitianos y la situación que viven. Los relatos de vida de estas personas innominadas son a veces tan parecidos que parecen haber salido de la imaginación del periodista. Sin embargo, los no haitianos tienen nombre y apellidos y se les pone rostro. De esta forma, de los desaparecidos, supervivientes o víctimas españolas y de otras nacionalidades, se cuentan historias personales apelando a las emociones que despiertan situaciones límites como ésta.
Dentro de la información que se ofrece sobre los haitianos, las noticias son tratadas de forma simple, ofreciendo una visión bastante reducida del colectivo sobre el que se habla. Así, al hablar de víctimas, la información suele reducirse a dos colectivos vulnerables: mujeres y menores. Sobre las mujeres, El País reduce la información a un artículo que versa sobre las embarazadas, que mueren por la falta de atención médica para que le hagan un seguimiento de su estado de gestación u optan por dar a luz en sus casas porque ignoran que la asistencia al parto es gratuita. A esto reduce el diario la imagen de las mujeres haitianas. En el resto de las informaciones el papel de la mujer se queda en el deambular de un lado para otro con el hijo en brazos o en que son las destinatarias de los vales que organizaciones como la ONU reparten para canjearlos por comida. Pero nada se dice del papel de la mujer en la sociedad haitiana: cuál es su situación, qué profesiones suele ocupar, qué valores determinan sus roles dentro y fuera de la familia, etc.
Lo mismo ocurre con la información dedicada a los menores, que se reduce, por un lado, a un caso de adopción que llevaban a cabo cuatro familias catalanas y cuyo trámite estaba a punto de finalizar antes del terremoto; y, por otro, al supuesto secuestro de 33 menores por parte de un grupo baptista estadounidenses. Una vez más observamos cómo en el poco espacio informativo dedicado a los niños no son ellos ni su situación los protagonistas, sino los españoles que adoptan o los estadounidenses que secuestran. Nada se dice sobre las tasas de natalidad, mortalidad o alfabetización, ni se nos informa sobre el sistema educativo. Asimismo, llama la atención el uso de las imágenes de niños, no sólo por ser numerosas, sino por el impacto visual que provocan (uno con gran parte de la cabeza vendada [1], otro menor que yace muerto en una pila de cadáveres envueltos en mantas ensangrentadas). No obstante, lo inaceptable de todo esto es el uso indiscriminado que los medios hacen de las imágenes de menores para ilustrar textos que ni siquiera están relacionados con la temática representada en las fotografías. ¿Qué se busca con ello? ¿El uso del niño como reclamo ante las emociones que provoca la muerte? ¿Dónde quedan, por tanto, los derechos del menor?
Más de seis meses después del terremoto, la situación en Haití no parece haber mejorado. El mundo sigue sin saber dónde está Haití, cuál es su historia o qué sucedió realmente con la ayuda internacional que llegó. He aquí las razones por las cuales el tratamiento informativo del terremoto de Haití en El País es un ejemplo más de desinformación.
Beatriz Hidalgo es estudiante de 5º de Periodismo de la Universidad de Sevilla.
Este artículo ha sido publicado en el nº 44 de la Revista Pueblos, septiembre de 2010.
http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1975
Notas
[1] Ver, por ejemplo, las páginas 4 y 5 de El País del viernes 15 de enero de 2010. Se pueden consultar las noticias en www.elpais.com.
Beatriz Hidalgo
Pueblos