Las plantas se parecen a las
almas
Fíjate bien, ¡y verás cómo las plantas se parecen a las
almas!
Hay arbustos fuertes, erguidos, desafiantes… pero ante los días de
lluvia, de fuertes ciclones, de tormenta, caen despedazados, inertes, incapaces de retoñar jamás.
Los hay menos corpulentos, menos ostentosos, menos llamativos, pero que parecen hechos de una sola pieza… raíz desde lo profundo hasta la
copa. Afrontan la tormenta, se tambalean, se desgajan y
pierden hojas, pero permanecen en pie, esperando mejor tiempo para
reconstruirse. ¡Y si se parten, por esa misma herida
empiezan a florecer cuando llega la primavera!
Los hay siempre enredados en otros, acaparando, ahogando, absorbiendo la savia que circula y los jugos que los nutren.
Y suben, cada vez más alto, pero siempre trepados,
enredados.
Y los hay libres, escogidos, que necesitan estar solos con su
tierra, su humedad, los rayos dorados del sol. Eso les
basta!
Unos que se inclinan al paso de cualquiera, perfuman siempre y tal
parece que viven arrullando.
Otros, en cambio, son tan
ásperos, tan duros, tan punzantes, que acercarse es un peligro… y si lo
haces sin pensar, pronto habrá que lanzar un quejido
desgarrador.
Los hay con bellos frutos, pero necesitan abono, rayos tibios, su
propia tierra, agua refrescante y cristalina. Si los
transplanta, mueren… y cando no mueren, languidecen.
Otros casi no necesitan nada para dar muestras de su
presencia… y al huequito de sol que les sale al paso
dirigen su gajos y se asoman al mundo. Causa admiración
que casi sin cuidado, sin esmero de nadie, presenten una fronda tan viva y
tan hermosa.
Los he visto que se ocultan, se cierran de noche, se refugian en
cualquier cosa que los ampare. Son suaves,
aterciopelados… como los sueños. A ellos llegan las
abejas, las mariposas, ¡todo el que está ávido de calor, paz y
dulzura!
Cuando se cuajan de frutos, algunos los bajan, para que los
disfrute todo el mundo; otros los suben, los rodean de tanto follaje que
acaban por pudrirse solos… acaso con unos picotazos de pájaros que luego los
desprecian.
¡Es la viña del Señor! Son las almas de los
hombres. Alcanza para nutrirnos a todos… Y para todos hay
en este vasto campo una rosa de felicidad.
¿Por qué no sabemos encontrarla?
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