Las “amenazas” china e iraní
El levantamiento por la democracia en el mundo árabe es comparado a veces con Europa Oriental en 1989, pero sobre la base de motivos dudosos. En 1989, el levantamiento por la democracia fue tolerado por los rusos, y apoyado por potencias occidentales siguiendo doctrinas estándar: se ajustaba claramente a objetivos económicos y estratégicos, y por lo tanto era un logro noble, muy honorado, a diferencia de las luchas al mismo tiempo “por defender los derechos humanos fundamentales” en Centroamérica, en palabras del asesinado arzobispo de El Salvador, uno de los cientos de miles de víctimas de fuerzas militares armadas y entrenadas por Washington. No hubo ningún Gorbachov en Occidente durante todos esos horrendos años, y no hay ninguno ahora. Y el poder occidental sigue siendo hostil a la democracia en el mundo árabe por buenas razones.
Las doctrinas del Gran Área siguen siendo aplicadas a crisis y confrontaciones contemporáneas. En los círculos que toman las decisiones políticas y en el comentario político occidentales, la amenaza iraní es considerada como la que plantea el mayor peligro para el orden mundial y por lo tanto debe ser el enfoque primordial de la política exterior de EE.UU., y Europa sigue el rastro cortésmente.
¿Cuál es exactamente la amenaza iraní? Una respuesta fidedigna es suministrada por el Pentágono y los servicios de inteligencia de EE.UU. Informando el año pasado sobre la seguridad global, dejan en claro que la amenaza no es militar. Los gastos militares de Irán son “relativamente bajos en comparación con el resto de la región”, concluyen. Su doctrina militar es “estrictamente defensiva, diseñada para desacelerar una invasión e imponer una solución diplomática a hostilidades”. Irán tiene solo “una capacidad limitada de proyectar fuerzas más allá de sus fronteras”. Respecto a la opción nuclear: “El programa nuclear de Irán y su disposición a mantener abierta la posibilidad de desarrollar armas nucleares es parte central de su estrategia de disuasión”. Todo citas.
El brutal régimen clerical es indudablemente una amenaza para su propio pueblo, aunque difícilmente supera a aliados de EE.UU. en ese terreno. Pero la amenaza yace en otra parte, y es ciertamente de mal agüero. Un elemento es la capacidad de disuasión de Irán, un ejercicio ilegítimo de soberanía que podría interferir con la libertad de acción de EE.UU. en la región. Salta a la vista por qué Irán buscaría una capacidad disuasiva; una mirada a las bases militares y las fuerzas nucleares en la región basta para explicarlo.
Hace siete años, el historiador militar israelí Martin van Creveld escribió que “El mundo ha presenciado cómo EE.UU. atacó Iraq por, como resultó, ningún motivo. Si los iraníes no trataran de producir armas nucleares, estarían locos”, en especial cuando están bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de la ONU. Queda por ver si lo están haciendo, pero tal vez sea así.
Pero la amenaza de Irán va más allá de la disuasión .También trata de expandir su influencia en los países vecinos, destacan el Pentágono y los servicios de inteligencia de EE.UU., y “desestabilizar” de esta manera la región (en términos técnicos del discurso de política exterior). La invasión y ocupación militar de vecinos de Irán es “estabilización”. Los esfuerzos de Irán por extender su influencia a ellos es “desestabilización”, por lo tanto son evidentemente ilegítimos.
Semejante costumbre es rutinaria. Por lo tanto el destacado analista de política exterior, James Chace, utilizó correctamente el término “estabilidad” en su sentido técnico cuando explicó que a fin de lograr “estabilidad” en Chile fue necesario “desestabilizar” el país (derrocando al gobierno elegido de Salvador Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet). Es igualmente interesante explorar otras preocupaciones sobre Irán, pero tal vez esto baste para revelar los principios guía y su estatus en la cultura imperial. Como subrayaron los planificadores de Franklin Delano Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, EE.UU. no puede tolerar “ningún ejercicio de soberanía” que interfiera con sus designios globales.
EE.UU. y Europa están unidos en el castigo a Irán por su amenaza a la estabilidad, pero es útil recordar cuán aislados están. Los países no alineados han apoyado vigorosamente el derecho de Irán a enriquecer uranio. En la región, la opinión pública árabes incluso favorece vigorosamente las armas nucleares iraníes. La principal potencia regional, Turquía votó contra la última moción de sanciones iniciada por EE.UU. en el Consejo de Seguridad, junto con Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia condujo a una fuerte censura, no por primera vez: Turquía había sido amargamente condenada en 2003, cuando el gobierno siguió la voluntad de un 95% de la población y se negó a participar en la invasión de Iraq, demostrando así su débil comprensión de la democracia al estilo occidental.
Después de su fechoría en el Consejo de Seguridad el año pasado, Turquía recibió la advertencia del máximo diplomático de Obama para asuntos europeos, Philip Gordon, de que debe “demostrar su compromiso con la cooperación con Occidente”. Un experto en el Consejo de Relaciones Exteriores preguntó: “¿Cómo mantener en línea a los turcos?” siguiendo órdenes como buenos demócratas. Lula de Brasil fue amonestado en un titular del New York Times diciendo que su esfuerzo con Turquía por proveer una solución para el problema del enriquecimiento de uranio fuera del marco del poder de EE.UU. era una “Mancha en el legado del líder brasileño”. En breve, haz lo que te decimos, o ya verás.
Un aspecto colateral, efectivamente suprimido, es que el acuerdo Irán-Turquía-Brasil fue aprobado por adelantado por Obama, presumiblemente en la suposición de que fracasaría, suministrando un arma ideológica contra Irán. Cuando tuvo éxito, la aprobación se convirtió en censura, y Washington impuso en el Consejo de Seguridad una resolución tan débil que China la aprobó sin problemas – y ahora es reprendida por ajustarse a la letra de la resolución pero no a las directivas unilaterales de Washington – por ejemplo, en la nueva edición de Foreign Affairs.
Aunque EE.UU. puede tolerar la desobediencia turca, aunque con consternación, cuesta más ignorar a China. La prensa advierte que “inversionistas y comerciantes chinos llenan ahora un vacío en Irán mientras empresas de muchos otros países, especialmente en Europa, se retiran”, y en particular, está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas de Irán. Washington reacciona con un toque de desesperación. El Departamento de Estado advirtió a China de que si quiere ser aceptada en la comunidad internacional –un término técnico que se refiere a EE.UU. y a quienquiera esté de acuerdo con este último– no debe “eludir y evadir responsabilidades internacionales, [que] son obvias”: es decir, que siga órdenes de EE.UU. No es probable que China sea impresionada.
Hay mucha preocupación por la creciente amenaza militar china. Un reciente estudio del Pentágono advirtió que el presupuesto militar de China se acerca a “un quinto de lo que el Pentágono gastó para operar y realizar las guerras en Iraq y Afganistán”, una fracción del presupuesto militar de EE.UU., por supuesto. La expansión de las fuerzas militares chinas podría “imposibilitar la capacidad de barcos de guerra estadounidenses de operar en aguas internacionales frente a su costa”, agregó el New York Times.
O sea frente a la costa de China; falta solamente que propongan que EE.UU. debiera eliminar fuerzas militares que impidan el acceso al Caribe a barcos de guerra chinos. La falta de entendimiento de China de las reglas de civilidad internacional es además ilustrada por sus objeciones a los planes de que el ultramoderno portaaviones a propulsión nuclear George Washington se una a ejercicios navales a unos pocos kilómetros frente a la costa de China, con una supuesta capacidad de atacar Beijing.
Al contrario, Occidente comprende que semejantes operaciones de EE.UU. son todas emprendidas para defender la estabilidad y su propia seguridad. El liberal New Republic expresa su preocupación porque “China envió diez barcos de guerra por aguas internacionales frente a la isla japonesa de Okinawa”. Evidentemente es una provocación – a diferencia del hecho, no mencionado, de que Washington ha convertido esa isla en una importante base militar a pesar de vehementes protestas de sus habitantes. No es una provocación, sobre la base del principio estándar de que somos dueños del mundo.
Dejando de lado la profundamente arraigada doctrina imperial, hay buenos motivos para que los vecinos de China estén preocupados por su creciente poder militar y comercial. Y aunque la opinión árabe apoya un programa iraní de armas nucleares, ciertamente no deberíamos hacerlo. La literatura de política exterior está repleta de propuestas sobre cómo contrarrestar la amenaza. Pocas veces mencionan una manera obvia: trabajar para establecer una zona libre de armas nucleares en la región (NWFZ). El tema fue presentado (de nuevo) en la conferencia del Tratado de No Proliferación (TNP) en la sede de las Naciones Unidas en mayo pasado. Egipto, como presidente de las 118 naciones del Movimiento de No Alineados pidió negociaciones para una NWFZ en Medio Oriente, como había sido aceptado por Occidente, incluido EE.UU., en la conferencia de revisión del TNP en 1995.
El apoyo internacional es tan abrumador que Obama lo aceptó, formalmente. Es una excelente idea, informó Washington a la conferencia, pero no ahora. Además, EE.UU. dejó en claro que hay que exceptuar a Israel: ninguna propuesta puede pedir que el programa nuclear de Israel sea colocado bajo los auspicios del Organismo Internacional de Energía Atómica o que se publique información sobre “las instalaciones y actividades nucleares de Israel”. Y que no se hable más de este método de encarar la amenaza nuclear iraní.
Privatizando el planeta
Aunque la doctrina de la Gran Área sigue prevaleciendo, la capacidad para implementarla ha disminuido. El pico del poder de EE.UU. fue después de la Segunda Guerra Mundial, cuando literalmente poseía la mitad de la riqueza del mundo. Pero eso declinó naturalmente, cuando otras economías se recuperaron de la devastación de la guerra y la descolonización emprendió su tormentoso camino. A principios de los años setenta, la parte de EE.UU. en la riqueza global había disminuido a cerca de un 25%, y el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa, y Asia del Este (entonces centrada en Japón).
En los años setenta también hubo un abrupto cambio en la economía de EE.UU., hacia la financialización y la exportación de la producción. Una variedad de factores convergió para crear un ciclo cruel de concentración radical de la riqueza, sobre todo en el 1% superior de la población – sobre todo directores ejecutivos, gerentes de fondos de alto riesgo, etc. Eso lleva a la concentración del poder político, de ahí a políticas estatales de aumentar la concentración económica: políticas fiscales, reglas de gobierno corporativo, desregulación, y muchas cosas más. Mientras tanto, los costes de campañas electorales aumentaron enormemente, llevando a los partidos a los bolsillos del capital concentrado, cada vez más financiero: los republicanos por reflejo, los demócratas –ya eran como los que solían ser republicanos moderados– no se quedaron muy atrás.
Las elecciones se han convertido en una charada, dirigida por la industria de las relaciones públicas. Después de su victoria de 2008, Obama ganó un premio de la industria por la mejor campaña de mercadeo del año. Los ejecutivos estaban eufóricos. En la prensa empresarial explicaron que habían estado mercadeando candidatos como otras mercancías desde Ronald Reagan, pero 2008 fue su mayor logro y cambiaría el estilo en los consejos corporativos. Se espera que la elección de 2012 cueste 2.000 millones de dólares, sobre todo en fondos de las corporaciones. No es de extrañar que Obama esté seleccionando a hombres de negocios para las máximas posiciones. El público está enojado y frustrado, pero mientras prevalezca el principio Muasher [“Siempre y cuando la gente esté tranquila y pasiva, vamos a hacer lo que queramos”. N. del T.] Eso no importa.
Mientras la riqueza y el poder se han concentrado fuertemente, para la mayoría de la población los ingresos reales se estancaron y la gente se las ha arreglado con más horas de trabajo, deudas, e inflación de los activos, destruidos regularmente por las crisis financieras que comenzaron cuando el aparato regulador fue desmantelado desde los años ochenta.
Nada de esto es problemático para los muy ricos, que se benefician de una póliza de seguro del gobierno llamada “demasiado grande para caer”. Los bancos y firmas de inversión pueden hacer transacciones riesgosas, con grandes beneficios, y cuando el sistema se derrumba inevitablemente, pueden ir corriendo donde papá Estado a pedir un rescate con dineros públicos, aferrados a sus copias de Friedrich Hayek y Milton Friedman.
Ése ha sido el proceso regular desde los años de Reagan, cada crisis más extrema que la anterior –es decir, para la población general. Ahora mismo, el verdadero desempleo está a niveles de la Depresión para gran parte de la población, mientras Goldman Sachs, uno de los principales arquitectos de la actual crisis, es más acaudalado que nunca. Acaba de anunciar tranquilamente 17.500 millones de dólares en compensaciones por el año pasado, y su presidente ejecutivo, Lloyd Blankfein, recibió una bonificación de 12,6 millones mientras más que triplica su salario base.
No tendría sentido concentrar la atención en hechos semejantes. Por lo tanto, la propaganda tiene que tratar de culpar a otros; en los últimos meses: los trabajadores del sector público, sus inmensos salarios, exorbitantes jubilaciones, etc.; todo fantasía, basada en el modelo de la imaginería reaganita de madres negras conducidas en sus limusinas a cobrar sus cheques de la asistencia social – y otros modelos que sobra mencionar. Todos tenemos que apretarnos los cinturones; es decir, casi todos.
Los maestros constituyen un objetivo particularmente bueno, como parte del esfuerzo deliberado por destruir el sistema de educación desde la guardería infantil hasta las universidades, mediante la privatización – de nuevo, bueno para los ricos, pero un desastre para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía, pero es una de las externalidades que es dejada de lado mientras prevalezcan los principios del mercado.
Otro excelente objetivo, siempre, son los inmigrantes. Ha sido así durante toda la historia de EE.UU., aún más en tiempos de crisis económica, exacerbada ahora por un sentido de que nos están quitando nuestro país: la población blanca se convertirá pronto en una minoría. Se puede comprender la cólera de individuos agraviados, pero la crueldad de la policía es estremecedora.
¿Quiénes son los inmigrantes en cuestión? En el este de Massachusetts, donde vivo, muchos son mayas que huyeron del genocidio en las tierras altas guatemaltecas realizado por los asesinos favoritos de Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del NAFTA de Clinton, uno de esos raros acuerdos gubernamentales que se las han arreglado para dañar a la gente en los tres países afectados. Cuando el NAFTA fue aprobado bajo presión por el Congreso en 1994, pasando por alto las objeciones populares, Clinton también inició la militarización de la frontera entre EE.UU. y México, que antes era bastante abierta. Se comprendió que los campesinos mexicanos no pueden competir con la agroindustria estadounidense altamente subvencionada, y que las empresas mexicanas no pueden sobrevivir a la competencia con las multinacionales de EE.UU., que deben recibir “trato nacional” bajo los mal bautizados acuerdos de libre comercio, un privilegio otorgado solo a personas corporativas, no a las de carne y hueso. No es sorprendente que esas medidas hayan llevado a una inundación de refugiados desesperados, y a provocar una histeria contra los inmigrantes por parte de las víctimas de las políticas estatales-corporativas dentro del país.
Parece que en Europa sucede lo mismo, donde es probable que el racismo sea aún más desmandado que en EE.UU. Uno puede quedarse pasmado al ver que Italia se queja del flujo de refugiados de Libia, escena del primer genocidio posterior a la Primera Guerra Mundial, en el ahora liberado Este, a manos del gobierno fascista de Italia. O cuando Francia, que sigue siendo actualmente el principal protector de las brutales dictaduras en sus antiguas colonias, se las arregla para olvidar sus horrendas atrocidades en África, mientras el presidente francés Nicolas Sarkozy advierte sombríamente contra el “flujo de inmigrantes” y Marine Le Pen objeta que no hace nada para impedirlo. No necesito mencionar a Bélgica que podría ganar el premio por lo que Adam Smith llamó “la salvaje injusticia de los europeos”.
El ascenso de partidos neofascistas en gran parte de Europa sería un fenómeno aterrador incluso si no recordáramos lo que sucedió en el continente en el pasado reciente. Hay que imaginar la reacción si judíos estuvieran siendo expulsados de Francia hacia la miseria y la opresión, y luego se presencia la falta de reacción ante lo que sucede a los roma, también víctimas del Holocausto y la población más brutalizada de Europa.
En Hungría, el partido neofascista Jobbik obtuvo un 17% de los votos en elecciones nacionales, lo que tal vez no sea sorprendente dado que tres cuartos de la población piensa que les va peor que bajo el régimen comunista. Podríamos sentirnos aliviados de que en Austria el ultraderechista Jörg Haider haya obtenido solo un 10% de los votos en 2008 – si no fuera por el hecho que el nuevo Partido de la Libertad, desbordándolo por la extrema derecha, obtuvo más de un 17%. Es escalofriante recordar que, en 1928, los nazis obtuvieron menos de un 3% de los votos en Alemania.
En Inglaterra el Partido Nacional Británico y la Liga Inglesa de Defensa, en la derecha ultra-racista, son fuerzas importantes. (Lo que pasa en Holanda, lo sabéis demasiado bien.) En Alemania el lamento de Thilo Sarrazin de que los inmigrantes están destruyendo el país fue un enorme éxito de ventas, mientras la canciller Angela Merkel, aunque condenó el libro, declaró que el multiculturalismo había “fracasado del todo”: los turcos importados para hacer el trabajo sucio en Alemania no se convierten en rubios de ojos azules, verdaderos arios.
Los que tengan sentido de la ironía recordarán que Benjamin Franklin, uno de los personajes principales de la Ilustración, advirtió que las colonias recién liberadas debieran tener cuidado al permitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; los suecos también. Llegado el Siglo XX, mitos ridículos de pureza anglosajona eran comunes en EE.UU., incluso entre presidentes y otras personalidades destacadas. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad flagrante; mucho peor en la práctica, sobra decirlo. Es mucho más fácil erradicar la poliomielitis que esa horrenda plaga, que regularmente se vuelve más virulenta en tiempos de penuria económica.
No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que es desestimada en sistemas de mercado: la suerte de las especies. Un riesgo sistémico en el sistema financiero puede ser remediado por el contribuyente, pero nadie acudirá al rescate si se destruye el medioambiente. Que tiene que ser destruido es casi un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que realizan campañas de propaganda para convencer a la población de que el antropogénico calentamiento global es un engaño liberal saben perfectamente cuán grave es la amenaza, pero tienen que maximizar los beneficios a corto plazo y su penetración en el mercado. Si no lo hacen, algún otro lo hará.
Este ciclo vicioso puede resultar letal. Para ver cuán grave es el peligro, basta con analizar el nuevo Congreso en EE.UU. llevado al poder por la financiación y propaganda de las empresas. Casi todos sus miembros son negadores del cambio climático. Ya han comenzado a recortar los fondos para medidas que podrían mitigar una catástrofe ecológica. Peor todavía, algunos son verdaderos creyentes; por ejemplo, el nuevo jefe de un subcomité sobre el medioambiente explicó que el calentamiento global no puede ser un problema, porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio.
Si cosas semejantes estuvieran ocurriendo en algún país pequeño y remoto, podríamos morirnos de risa. No cuando suceden en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes de reír, también podríamos considerar que la actual crisis económica puede ser rastreada en gran medida a la fe fanática en dogmas como ser la hipótesis del mercado eficiente, y en general a lo que el premio Nobel Joseph Stiglitz, hace quince años, llamó la “religión” que mejor conocen los mercados – que impidió que el banco central y la profesión económica notaran una burbuja de la vivienda de 8 billones [millones de millones] de dólares que no tenía ninguna base en fundamentos económicos, y que devastó al país cuando estalló.
Todo esto, y mucho más, podrán continuar mientras prevalezca la doctrina de Muasher. Mientras la población general sea pasiva, apática, desviada hacia el consumismo o hacia el odio a los vulnerables, los poderosos podrán hacer lo que les dé la gana, y los que sobrevivan tendrán que contemplar el resultado.
Noam Chomsky
Noam Chomsky es profesor emérito del Instituto en el Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Es autor de numerosas obras políticas que son éxitos de venta. Sus últimos libros son una nueva edición de Power and Terror, The Essential Chomsky (editado por Anthony Arnove), una colección de sus escritos sobre política y lenguaje desde los años cincuenta hasta el presente, Gaza in Crisis, con Ilan Pappé, y Hopes and Prospects. Es artículo ha sido adaptado de una conferencia dada en Amsterdam en marzo.
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