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Socio-Política: ¿Es el mundo demasiado grande para caer?
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De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 25/04/2011 06:43

¿Es el mundo demasiado grande para caer?

Introducción del editor de Tom Dispatch

Bases militares “R”-US. Así parece. Después de la invasión de 2003, el Pentágono comenzó rápidamente a construir una serie de bases monstruosas en Iraq ocupado, del tamaño de pequeñas ciudades estadounidenses y con la mayoría de las comodidades que existen en ellas. Fueron hechas para una guarnición proyectada de entre 30.000 y 40.000 soldados estadounidenses que los altos funcionarios del gobierno de Bush esperaban podrían quedarse en ese país por una eternidad armada. Al final, se construyeron cientos de bases. (Y ahora, cientos han sido cerradas o entregadas a los iraquíes y en algunos casos saqueadas). Con el presente contingente estadounidense de unos 47.000 y menos (sin contar a los mercenarios), los responsables estadounidenses están prácticamente rogando a un gobierno iraquí que se acerca cada vez más a los iraníes para que permita que algunas fuerzas estadounidenses puedan permanecer en unas pocas bases gigantes más allá de la fecha oficial de retirada de fines de 2011.

Mientras tanto, después de 2003, EE.UU. se lanzó desenfrenadamente a construir (o expandir) bases en el Golfo Pérsico, reforzando y ampliando instalaciones en Kuwait, Qatar, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, y Bahréin, “hogar” de la Quinta Flota de EE.UU. En ese reino insular, el gobierno de Obama, que predica “democracia” en otros sitios, se ha visto frente a una feroz campaña bahreiní-saudí de represión con un movimiento mayoritario chií por más libertad. Mientras tanto, para que no lo superaran, el Departamento de Estado decidió construir un moderno zigurat en Iraq y por ello supervisó la construcción de la mayor “embajada” de la Tierra en Bagdad, una ciudadela con puesto de comando que debe albergar a miles de “diplomáticos” y sus protectores armados. Ahora está construyendo una instalación similar en Islamabad, Pakistán, mientras expande una tercera en Kabul, Afganistán.

En los hechos, en los años después de la invasión de Afganistán, como Nick Turse informó en este sitio, se lanzó a una verdadera juerga de construcción de bases en ese país, en el que construyó por los menos 400, desde micro-puestos avanzados a monstruos como las bases aéreas Bagram y Kandahar, completas con gimnasios, supermercados, cibercafés, y negocios de comida chatarra. Ahora, en el décimo año de una desastrosa guerra, es obvio que el gobierno de Obama negocia frenéticamente para conseguir que por lo menos algunas de ellas sean permanentemente nuestras después de la tan pregonada partida de las tropas de “combate” estadounidenses en 2014. Como en Iraq, los responsables estadounidenses evitan cuidadosamente la palabra “permanente”. (En 2003, el Pentágono llamó “campos duraderos” a las bases iraquíes, y en febrero de este año la secretaria de Estado Hillary Clinton presentó la siguiente descripción de la situación afgana: “De ninguna manera debe malentenderse nuestro compromiso duradero como el deseo de EE.UU. o de nuestros aliados de ocupar Afganistán contra la voluntad de su pueblo… No buscamos ninguna base militar permanente de EE.UU. en su país.”)

Y sin embargo, a pesar de todas las bases construidas en el Gran Medio Oriente y todo el poder de fuego que tienen, EE.UU. se ha visto, de una manera bastante embarazosa, frente a una región que se escapa cada vez más rápido a su control. Tal vez, al recordar nuestros complejos de bases igualmente gigantescos en Vietnam –las pirámides de su época– y su suerte después de la guerra, los funcionarios estadounidenses simplemente decidieron evitar la palabra “permanente” como precaución razonable contra la realidad. Después de todo, ¿qué es permanente? No nosotros. Considerad, por ejemplo los comentarios del notable Noam Chomsky, autor de Hopes and Prospects, en una adaptación posterior de una reciente conferencia en Amsterdam sobre el tema de lo que es demasiado grande en este mundo para caer. Tom

¿Es el mundo demasiado grande para caer?

Los contornos del orden global

Noam Chomsky

Los levantamientos por la democracia en el mundo árabe han sido demostraciones espectaculares de valor, dedicación, y compromiso por fuerzas populares – que coincidieron, fortuitamente, con un notable levantamiento de decenas de miles en apoyo a los trabajadores y la democracia en Madison, Wisconsin, y otras ciudades de EE.UU. Si las trayectorias de protestas en El Cairo y Madison se cruzaron, sin embargo, iban dirigidas en direcciones opuestas: en El Cairo hacia el logro de derechos elementales negados por la dictadura, en Madison hacia la defensa de derechos que fueron logrados después de largas y duras luchas y que ahora sufren un duro ataque.

Cada una es un microcosmo de tendencias en la sociedad global, que siguió cursos diversos. Es seguro que lo que está ocurriendo tendrá consecuencias trascendentales tanto en el corazón industrial decadente del país más rico y poderoso en la historia humana, y en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó “el área más estupenda de poder estratégico del mundo” – “una fuente estupenda de poder estratégico” y “probablemente el premio económico más rico en el campo de la inversión extranjera”, en boca del Departamento de Estado en los años cuarenta, un premio que EE.UU. quería conservar para sí y para sus aliados en el Nuevo Orden Mundial que se revelaba en esos días.

A pesar de todos los cambios ocurridos desde entonces, hay muchos motivos para suponer que los responsables políticos de la actualidad se adhieren básicamente a la opinión del influyente consejero del presidente Franklin Delano Roosevelt, A.A. Berle, de que el control de las incomparables reservas de energía de Medio Oriente producirían un “control sustancial del mundo”. Y respectivamente, esa pérdida de control amenazaría el proyecto de dominación mundial que fue claramente articulado durante la Segunda Guerra Mundial, y que ha sido sostenido frente a los principales cambios en el orden mundial desde entonces.

Desde el inicio de la guerra en 1939, Washington previó que terminaría con EE.UU. en una posición de abrumador poder. Funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado y especialistas en política exterior se reunieron durante los años de la guerra para preparar planes para el mundo de posguerra. Delinearon una “Gran Área” que sería dominada por EE.UU., incluyendo el hemisferio occidental, Lejano Oriente, y el antiguo imperio británico, con sus recursos energéticos de Medio Oriente. Cuando Rusia comenzó a aplastar a los ejércitos nazis después de Stalingrado, los objetivos de la Gran Área se ampliaron a una parte tan grande de Eurasia como fuera posible, por lo menos su centro económico en Europa Occidental. Dentro del Gran Área, EE.UU. mantendría un “poder incuestionable”, con “supremacía militar y económica”, mientras aseguraba las “limitaciones de todo ejercicio de soberanía” por Estados que pudieran interferir con sus designios globales. Los cuidadosos planes de tiempos de guerra fueron pronto implementados.

Siempre se reconoció que Europa podría preferir un camino independiente. En parte la OTAN tuvo el propósito de contrarrestar esa amenaza. En cuando desapareció el pretexto oficial para la OTAN en 1989, ésta fue expandida hacia el este en violación de compromisos verbales con el líder soviético Mijail Gorbachov. Desde entonces se ha convertido en una fuerza de intervención dirigida por EE.UU., de largo alcance aclarado por el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, quien informó a una conferencia de la OTAN que “las tropas de la OTAN tienen que proteger ductos que transportan petróleo y gas dirigido hacia Occidente”, y más generalmente proteger rutas marítimas utilizadas por buques cisterna y otra “infraestructura crucial” del sistema energético.

Las doctrinas de Gran Área permiten claramente intervenciones militares a voluntad. La conclusión fue claramente articulada por el gobierno de Clinton, que declaró que EE.UU. tiene derecho a utilizar la fuerza militar para asegurar “el acceso desinhibido a mercados clave, suministros de energía, y recursos estratégicos”, y tiene que mantener inmensas fuerzas militares “en posiciones avanzadas” en Europa y Asia “a fin de conformar las opiniones de la gente sobre nosotros” y “conformar eventos que afectarán nuestra subsistencia y nuestra seguridad”.

Los mismos principios rigieron en la invasión de Iraq. Cuando se volvía inconfundible el fracaso de EE.UU. en la imposición de su voluntad, ya no fue posible ocultar los verdaderos objetivos de la invasión detrás de hermosa retórica. En noviembre de 2007, la Casa Blanca publicó una Declaración de Principios exigiendo que las fuerzas de EE.UU. debieran permanecer indefinidamente en Iraq y comprometiendo a Iraq a privilegiar a inversionistas estadounidenses. Dos meses después, el presidente Bush informó al Congreso que rechazaría legislación que pudiera limitar el estacionamiento permanente de fuerzas armadas de EE.UU. o “el control por EE.UU. de los recursos petrolíferos de Iraq” – demandas que EE.UU. tuvo que abandonar pronto frente a la resistencia iraquí.

En Túnez y Egipto, los recientes levantamientos han logrado victorias impresionantes, pero como informó la Fundación Carnegie, aunque han cambiado, los regímenes subsisten: “Un cambio en las elites gobernantes y del sistema de gobierno sigue siendo un objetivo distante”. El informe discute barreras interiores para la democracia, pero ignora las externas, que siempre han sigo significativas.

Es seguro que EE.UU. y sus aliados occidentales harán todo lo que puedan por impedir una auténtica democracia en el mundo árabe. Para comprender el motivo, basta con considerar los estudios de la opinión árabe realizados por agencias de sondeo de EE.UU. Aunque apenas se ha informado al respecto, son ciertamente conocidos por los planificadores. Revelan que en su abrumadora mayoría, los árabes consideran a EE.UU. e Israel como las mayores amenazas que enfrentan: EE.UU. es considerado de esa manera por un 90% de los egipcios, en la región generalmente por más de un 75%. Algunos árabes consideran que Irán es una amenaza: un 10%. La oposición a la política de EE.UU. es tan fuerte que una mayoría cree que la seguridad mejoraría si Irán tuviera armas nucleares – en Egipto, un 80%. Otras cifras son similares. Si la opinión pública influenciara la política, no sólo EE.UU. no controlaría la región, sino sería expulsado de ella, debilitando principios fundamentales de dominación global.

La mano invisible del poder

El apoyo a la democracia cae dentro de la competencia de ideólogos y propagandistas. En el mundo real, la aversión hacia la democracia de la elite es la norma. La evidencia de que la democracia es apoyada solo mientras contribuya a objetivos sociales y económicas es abrumadora, una conclusión aceptada renuentemente por los eruditos más serios.

El desdén de la elite por la democracia fue revelado dramáticamente en la reacción a las revelaciones de WikiLeaks. Las que recibieron más atención, con eufóricos comentarios, fueron los cables que informaron sobre el apoyo de los árabes a la posición de EE.UU. sobre Irán. Se referían a dictadores en el poder. No se mencionaban las actitudes del público. El principio guía fue articulado claramente por el especialista de la Fundación Carnegie Medio Oriente Marwan Muasher, ex alto funcionario del gobierno jordano: “No hay nada malo, todo está bajo control”. En pocas palabras, si los dictadores nos apoyan, ¿qué otra cosa podría importar?

La doctrina Muasher es racional y venerable. Para mencionar un solo caso que es muy relevante en la actualidad, en una discusión interna en 1958, el presidente Eisenhower expresó preocupación por “la campaña de odio” contra nosotros en el mundo árabe, no por los gobiernos, sino por el pueblo. El Consejo Nacional de Seguridad (NSC) explicó que existe una percepción en el mundo árabe de que EE.UU. apoya dictaduras y bloquea la democracia y el desarrollo para asegurar el control sobre los recursos de la región. Además, la percepción es bastante exacta, concluyó el NSC, y es lo que deberíamos hacer: basarnos en la doctrina Muasher. Estudios del Pentágono realizados después del 11-S confirmaron que lo mismo sigue siendo válido.

Es normal que los vencedores tiren la historia al cubo de la basura, y que las víctimas la tomen en serio. Tal vez puedan ser útiles algunas breves observaciones sobre este importante tema. Ésta no es la primera ocasión en la cual Egipto y EE.UU. enfrentan problemas semejantes, y se mueven en direcciones opuestas. Lo mismo fue válido a principios del Siglo XIX.

Historiadores económicos han argumentado que Egipto estaba bien colocado para emprender un rápido desarrollo económico al mismo tiempo que EE.UU. Ambos países tenían una rica agricultura, incluido el algodón, base de la temprana revolución industrial – aunque, a diferencia de Egipto, EE.UU. tuvo que desarrollar la producción de algodón y una fuerza laboral, mediante la conquista, el exterminio, y la esclavitud, con consecuencias que ahora mismo son evidentes en las reservaciones para los sobrevivientes y las prisiones que se han expandido rápidamente desde los años de Reagan para albergar a la población superflua dejada por la desindustrialización.

Una diferencia fundamental fue que EE.UU. había logrado la independencia y por ello estaba libre para ignorar las prescripciones de la teoría económica, suministrada entones por Adam Smith en términos bastante similares a los que predican actualmente a los sociedades en desarrollo. Smith instó a las colonias liberadas a producir productos primarios para la exportación y a importar manufacturas británicas superiores, y ciertamente a no intentar el monopolio de bienes cruciales, sobre todo algodón. Cualquier otro camino, advirtió Smith, “retardaría en lugar de acelerar el aumento en el valor de su producción anual, y obstruiría en lugar de promover el progreso de su país hacia la verdadera riqueza y grandeza”.

Después de lograr su independencia, las colonias pudieron ignorar su consejo y seguir el camino de Inglaterra en el desarrollo guiado por el Estado independiente, con altos aranceles para proteger a la industria contra exportaciones británicas, primero textiles, después acero y otros, y para adoptar numerosos otros instrumentos a fin de acelerar el desarrollo industrial. La república independiente también buscó la obtención de un monopolio del algodón para “colocar a todas las demás naciones a nuestros pies”, particularmente al enemigo británico, como los anunciaron los presidentes jacksonianos mientras conquistaban Texas y la mitad de México.

Un camino comparable para Egipto fue bloqueado por el poder británico. Lord Palmerston declaró que “ninguna idea de ecuanimidad [hacia Egipto] debiera ser un obstáculo para intereses tan grandes y superiores” de Gran Bretaña como la preservación de su hegemonía económica y política, expresando su “odio” hacia el “ignorante bárbaro” Muhammed Ali quien se atrevió a buscar un camino independiente, y el despliegue de la flota y el poder financiero de Gran Bretaña para terminar con la busca de independencia y de desarrollo económico de Egipto.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE.UU. desplazó a Gran Bretaña como el hegemón global, Washington adoptó la misma posición, dejando en claro que EE.UU. no suministraría ayuda a Egipto a menos que adhiriera a las reglas estándar para los débiles – que EE.UU. siguió violando, imponiendo altos aranceles para excluir el algodón egipcio y causando una debilitante escasez de dólares. La interpretación usual de los principios del mercado.

No es muy sorprendente que la “campaña de odio” contra EE.UU. que preocupó a Eisenhower se haya basado en el reconocimiento de que EE.UU. apoya a los dictadores y bloquea la democracia y el desarrollo, tal como lo hacen sus aliados.

En defensa de Adam Smith, habría que agregar que reconoció lo que pasaría si Gran Bretaña seguía las reglas de la economía sensata, llamada ahora “neoliberalismo”. Advirtió que si los fabricantes, comerciantes, e inversionistas británicos se volvían hacia el extranjero, podrían beneficiarse pero que Inglaterra sufriría. Pero pensó que se guiarían por un sesgo nacional, de manera que una mano invisible ahorraría a Inglaterra los estragos de la racionalidad económica.

Es difícil dejar de ver el pasaje. Es la única aparición de la famosa frase “mano invisible” en La Riqueza de las Naciones. El otro importante fundador de la economía clásica, David Ricardo, sacó conclusiones semejantes, esperando que la inclinación por el interior llevaría a las personas acaudaladas a “estar satisfechas con la baja tasa de beneficios en su propio país, en lugar de buscar un empleo más ventajoso de su riqueza en países foráneos”, sentimientos que, agregó, “lamentaría que se debilitaran”. Dejando de lado sus predicciones, los instintos de los economistas clásicos eran sanos.



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De: Marti2 Enviado: 25/04/2011 06:45

Las “amenazas” china e iraní

El levantamiento por la democracia en el mundo árabe es comparado a veces con Europa Oriental en 1989, pero sobre la base de motivos dudosos. En 1989, el levantamiento por la democracia fue tolerado por los rusos, y apoyado por potencias occidentales siguiendo doctrinas estándar: se ajustaba claramente a objetivos económicos y estratégicos, y por lo tanto era un logro noble, muy honorado, a diferencia de las luchas al mismo tiempo “por defender los derechos humanos fundamentales” en Centroamérica, en palabras del asesinado arzobispo de El Salvador, uno de los cientos de miles de víctimas de fuerzas militares armadas y entrenadas por Washington. No hubo ningún Gorbachov en Occidente durante todos esos horrendos años, y no hay ninguno ahora. Y el poder occidental sigue siendo hostil a la democracia en el mundo árabe por buenas razones.

Las doctrinas del Gran Área siguen siendo aplicadas a crisis y confrontaciones contemporáneas. En los círculos que toman las decisiones políticas y en el comentario político occidentales, la amenaza iraní es considerada como la que plantea el mayor peligro para el orden mundial y por lo tanto debe ser el enfoque primordial de la política exterior de EE.UU., y Europa sigue el rastro cortésmente.

¿Cuál es exactamente la amenaza iraní? Una respuesta fidedigna es suministrada por el Pentágono y los servicios de inteligencia de EE.UU. Informando el año pasado sobre la seguridad global, dejan en claro que la amenaza no es militar. Los gastos militares de Irán son “relativamente bajos en comparación con el resto de la región”, concluyen. Su doctrina militar es “estrictamente defensiva, diseñada para desacelerar una invasión e imponer una solución diplomática a hostilidades”. Irán tiene solo “una capacidad limitada de proyectar fuerzas más allá de sus fronteras”. Respecto a la opción nuclear: “El programa nuclear de Irán y su disposición a mantener abierta la posibilidad de desarrollar armas nucleares es parte central de su estrategia de disuasión”. Todo citas.

El brutal régimen clerical es indudablemente una amenaza para su propio pueblo, aunque difícilmente supera a aliados de EE.UU. en ese terreno. Pero la amenaza yace en otra parte, y es ciertamente de mal agüero. Un elemento es la capacidad de disuasión de Irán, un ejercicio ilegítimo de soberanía que podría interferir con la libertad de acción de EE.UU. en la región. Salta a la vista por qué Irán buscaría una capacidad disuasiva; una mirada a las bases militares y las fuerzas nucleares en la región basta para explicarlo.

Hace siete años, el historiador militar israelí Martin van Creveld escribió que “El mundo ha presenciado cómo EE.UU. atacó Iraq por, como resultó, ningún motivo. Si los iraníes no trataran de producir armas nucleares, estarían locos”, en especial cuando están bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de la ONU. Queda por ver si lo están haciendo, pero tal vez sea así.

Pero la amenaza de Irán va más allá de la disuasión .También trata de expandir su influencia en los países vecinos, destacan el Pentágono y los servicios de inteligencia de EE.UU., y “desestabilizar” de esta manera la región (en términos técnicos del discurso de política exterior). La invasión y ocupación militar de vecinos de Irán es “estabilización”. Los esfuerzos de Irán por extender su influencia a ellos es “desestabilización”, por lo tanto son evidentemente ilegítimos.

Semejante costumbre es rutinaria. Por lo tanto el destacado analista de política exterior, James Chace, utilizó correctamente el término “estabilidad” en su sentido técnico cuando explicó que a fin de lograr “estabilidad” en Chile fue necesario “desestabilizar” el país (derrocando al gobierno elegido de Salvador Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet). Es igualmente interesante explorar otras preocupaciones sobre Irán, pero tal vez esto baste para revelar los principios guía y su estatus en la cultura imperial. Como subrayaron los planificadores de Franklin Delano Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, EE.UU. no puede tolerar “ningún ejercicio de soberanía” que interfiera con sus designios globales.

EE.UU. y Europa están unidos en el castigo a Irán por su amenaza a la estabilidad, pero es útil recordar cuán aislados están. Los países no alineados han apoyado vigorosamente el derecho de Irán a enriquecer uranio. En la región, la opinión pública árabes incluso favorece vigorosamente las armas nucleares iraníes. La principal potencia regional, Turquía votó contra la última moción de sanciones iniciada por EE.UU. en el Consejo de Seguridad, junto con Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia condujo a una fuerte censura, no por primera vez: Turquía había sido amargamente condenada en 2003, cuando el gobierno siguió la voluntad de un 95% de la población y se negó a participar en la invasión de Iraq, demostrando así su débil comprensión de la democracia al estilo occidental.

Después de su fechoría en el Consejo de Seguridad el año pasado, Turquía recibió la advertencia del máximo diplomático de Obama para asuntos europeos, Philip Gordon, de que debe “demostrar su compromiso con la cooperación con Occidente”. Un experto en el Consejo de Relaciones Exteriores preguntó: “¿Cómo mantener en línea a los turcos?” siguiendo órdenes como buenos demócratas. Lula de Brasil fue amonestado en un titular del New York Times diciendo que su esfuerzo con Turquía por proveer una solución para el problema del enriquecimiento de uranio fuera del marco del poder de EE.UU. era una “Mancha en el legado del líder brasileño”. En breve, haz lo que te decimos, o ya verás.

Un aspecto colateral, efectivamente suprimido, es que el acuerdo Irán-Turquía-Brasil fue aprobado por adelantado por Obama, presumiblemente en la suposición de que fracasaría, suministrando un arma ideológica contra Irán. Cuando tuvo éxito, la aprobación se convirtió en censura, y Washington impuso en el Consejo de Seguridad una resolución tan débil que China la aprobó sin problemas – y ahora es reprendida por ajustarse a la letra de la resolución pero no a las directivas unilaterales de Washington – por ejemplo, en la nueva edición de Foreign Affairs.

Aunque EE.UU. puede tolerar la desobediencia turca, aunque con consternación, cuesta más ignorar a China. La prensa advierte que “inversionistas y comerciantes chinos llenan ahora un vacío en Irán mientras empresas de muchos otros países, especialmente en Europa, se retiran”, y en particular, está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas de Irán. Washington reacciona con un toque de desesperación. El Departamento de Estado advirtió a China de que si quiere ser aceptada en la comunidad internacional –un término técnico que se refiere a EE.UU. y a quienquiera esté de acuerdo con este último– no debe “eludir y evadir responsabilidades internacionales, [que] son obvias”: es decir, que siga órdenes de EE.UU. No es probable que China sea impresionada.

Hay mucha preocupación por la creciente amenaza militar china. Un reciente estudio del Pentágono advirtió que el presupuesto militar de China se acerca a “un quinto de lo que el Pentágono gastó para operar y realizar las guerras en Iraq y Afganistán”, una fracción del presupuesto militar de EE.UU., por supuesto. La expansión de las fuerzas militares chinas podría “imposibilitar la capacidad de barcos de guerra estadounidenses de operar en aguas internacionales frente a su costa”, agregó el New York Times.

O sea frente a la costa de China; falta solamente que propongan que EE.UU. debiera eliminar fuerzas militares que impidan el acceso al Caribe a barcos de guerra chinos. La falta de entendimiento de China de las reglas de civilidad internacional es además ilustrada por sus objeciones a los planes de que el ultramoderno portaaviones a propulsión nuclear George Washington se una a ejercicios navales a unos pocos kilómetros frente a la costa de China, con una supuesta capacidad de atacar Beijing.

Al contrario, Occidente comprende que semejantes operaciones de EE.UU. son todas emprendidas para defender la estabilidad y su propia seguridad. El liberal New Republic expresa su preocupación porque “China envió diez barcos de guerra por aguas internacionales frente a la isla japonesa de Okinawa”. Evidentemente es una provocación – a diferencia del hecho, no mencionado, de que Washington ha convertido esa isla en una importante base militar a pesar de vehementes protestas de sus habitantes. No es una provocación, sobre la base del principio estándar de que somos dueños del mundo.

Dejando de lado la profundamente arraigada doctrina imperial, hay buenos motivos para que los vecinos de China estén preocupados por su creciente poder militar y comercial. Y aunque la opinión árabe apoya un programa iraní de armas nucleares, ciertamente no deberíamos hacerlo. La literatura de política exterior está repleta de propuestas sobre cómo contrarrestar la amenaza. Pocas veces mencionan una manera obvia: trabajar para establecer una zona libre de armas nucleares en la región (NWFZ). El tema fue presentado (de nuevo) en la conferencia del Tratado de No Proliferación (TNP) en la sede de las Naciones Unidas en mayo pasado. Egipto, como presidente de las 118 naciones del Movimiento de No Alineados pidió negociaciones para una NWFZ en Medio Oriente, como había sido aceptado por Occidente, incluido EE.UU., en la conferencia de revisión del TNP en 1995.

El apoyo internacional es tan abrumador que Obama lo aceptó, formalmente. Es una excelente idea, informó Washington a la conferencia, pero no ahora. Además, EE.UU. dejó en claro que hay que exceptuar a Israel: ninguna propuesta puede pedir que el programa nuclear de Israel sea colocado bajo los auspicios del Organismo Internacional de Energía Atómica o que se publique información sobre “las instalaciones y actividades nucleares de Israel”. Y que no se hable más de este método de encarar la amenaza nuclear iraní.

Privatizando el planeta

Aunque la doctrina de la Gran Área sigue prevaleciendo, la capacidad para implementarla ha disminuido. El pico del poder de EE.UU. fue después de la Segunda Guerra Mundial, cuando literalmente poseía la mitad de la riqueza del mundo. Pero eso declinó naturalmente, cuando otras economías se recuperaron de la devastación de la guerra y la descolonización emprendió su tormentoso camino. A principios de los años setenta, la parte de EE.UU. en la riqueza global había disminuido a cerca de un 25%, y el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa, y Asia del Este (entonces centrada en Japón).

En los años setenta también hubo un abrupto cambio en la economía de EE.UU., hacia la financialización y la exportación de la producción. Una variedad de factores convergió para crear un ciclo cruel de concentración radical de la riqueza, sobre todo en el 1% superior de la población – sobre todo directores ejecutivos, gerentes de fondos de alto riesgo, etc. Eso lleva a la concentración del poder político, de ahí a políticas estatales de aumentar la concentración económica: políticas fiscales, reglas de gobierno corporativo, desregulación, y muchas cosas más. Mientras tanto, los costes de campañas electorales aumentaron enormemente, llevando a los partidos a los bolsillos del capital concentrado, cada vez más financiero: los republicanos por reflejo, los demócratas –ya eran como los que solían ser republicanos moderados– no se quedaron muy atrás.

Las elecciones se han convertido en una charada, dirigida por la industria de las relaciones públicas. Después de su victoria de 2008, Obama ganó un premio de la industria por la mejor campaña de mercadeo del año. Los ejecutivos estaban eufóricos. En la prensa empresarial explicaron que habían estado mercadeando candidatos como otras mercancías desde Ronald Reagan, pero 2008 fue su mayor logro y cambiaría el estilo en los consejos corporativos. Se espera que la elección de 2012 cueste 2.000 millones de dólares, sobre todo en fondos de las corporaciones. No es de extrañar que Obama esté seleccionando a hombres de negocios para las máximas posiciones. El público está enojado y frustrado, pero mientras prevalezca el principio Muasher [“Siempre y cuando la gente esté tranquila y pasiva, vamos a hacer lo que queramos”. N. del T.] Eso no importa.

Mientras la riqueza y el poder se han concentrado fuertemente, para la mayoría de la población los ingresos reales se estancaron y la gente se las ha arreglado con más horas de trabajo, deudas, e inflación de los activos, destruidos regularmente por las crisis financieras que comenzaron cuando el aparato regulador fue desmantelado desde los años ochenta.

Nada de esto es problemático para los muy ricos, que se benefician de una póliza de seguro del gobierno llamada “demasiado grande para caer”. Los bancos y firmas de inversión pueden hacer transacciones riesgosas, con grandes beneficios, y cuando el sistema se derrumba inevitablemente, pueden ir corriendo donde papá Estado a pedir un rescate con dineros públicos, aferrados a sus copias de Friedrich Hayek y Milton Friedman.

Ése ha sido el proceso regular desde los años de Reagan, cada crisis más extrema que la anterior –es decir, para la población general. Ahora mismo, el verdadero desempleo está a niveles de la Depresión para gran parte de la población, mientras Goldman Sachs, uno de los principales arquitectos de la actual crisis, es más acaudalado que nunca. Acaba de anunciar tranquilamente 17.500 millones de dólares en compensaciones por el año pasado, y su presidente ejecutivo, Lloyd Blankfein, recibió una bonificación de 12,6 millones mientras más que triplica su salario base.

No tendría sentido concentrar la atención en hechos semejantes. Por lo tanto, la propaganda tiene que tratar de culpar a otros; en los últimos meses: los trabajadores del sector público, sus inmensos salarios, exorbitantes jubilaciones, etc.; todo fantasía, basada en el modelo de la imaginería reaganita de madres negras conducidas en sus limusinas a cobrar sus cheques de la asistencia social – y otros modelos que sobra mencionar. Todos tenemos que apretarnos los cinturones; es decir, casi todos.

Los maestros constituyen un objetivo particularmente bueno, como parte del esfuerzo deliberado por destruir el sistema de educación desde la guardería infantil hasta las universidades, mediante la privatización – de nuevo, bueno para los ricos, pero un desastre para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía, pero es una de las externalidades que es dejada de lado mientras prevalezcan los principios del mercado.

Otro excelente objetivo, siempre, son los inmigrantes. Ha sido así durante toda la historia de EE.UU., aún más en tiempos de crisis económica, exacerbada ahora por un sentido de que nos están quitando nuestro país: la población blanca se convertirá pronto en una minoría. Se puede comprender la cólera de individuos agraviados, pero la crueldad de la policía es estremecedora.

¿Quiénes son los inmigrantes en cuestión? En el este de Massachusetts, donde vivo, muchos son mayas que huyeron del genocidio en las tierras altas guatemaltecas realizado por los asesinos favoritos de Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del NAFTA de Clinton, uno de esos raros acuerdos gubernamentales que se las han arreglado para dañar a la gente en los tres países afectados. Cuando el NAFTA fue aprobado bajo presión por el Congreso en 1994, pasando por alto las objeciones populares, Clinton también inició la militarización de la frontera entre EE.UU. y México, que antes era bastante abierta. Se comprendió que los campesinos mexicanos no pueden competir con la agroindustria estadounidense altamente subvencionada, y que las empresas mexicanas no pueden sobrevivir a la competencia con las multinacionales de EE.UU., que deben recibir “trato nacional” bajo los mal bautizados acuerdos de libre comercio, un privilegio otorgado solo a personas corporativas, no a las de carne y hueso. No es sorprendente que esas medidas hayan llevado a una inundación de refugiados desesperados, y a provocar una histeria contra los inmigrantes por parte de las víctimas de las políticas estatales-corporativas dentro del país.

Parece que en Europa sucede lo mismo, donde es probable que el racismo sea aún más desmandado que en EE.UU. Uno puede quedarse pasmado al ver que Italia se queja del flujo de refugiados de Libia, escena del primer genocidio posterior a la Primera Guerra Mundial, en el ahora liberado Este, a manos del gobierno fascista de Italia. O cuando Francia, que sigue siendo actualmente el principal protector de las brutales dictaduras en sus antiguas colonias, se las arregla para olvidar sus horrendas atrocidades en África, mientras el presidente francés Nicolas Sarkozy advierte sombríamente contra el “flujo de inmigrantes” y Marine Le Pen objeta que no hace nada para impedirlo. No necesito mencionar a Bélgica que podría ganar el premio por lo que Adam Smith llamó “la salvaje injusticia de los europeos”.

El ascenso de partidos neofascistas en gran parte de Europa sería un fenómeno aterrador incluso si no recordáramos lo que sucedió en el continente en el pasado reciente. Hay que imaginar la reacción si judíos estuvieran siendo expulsados de Francia hacia la miseria y la opresión, y luego se presencia la falta de reacción ante lo que sucede a los roma, también víctimas del Holocausto y la población más brutalizada de Europa.

En Hungría, el partido neofascista Jobbik obtuvo un 17% de los votos en elecciones nacionales, lo que tal vez no sea sorprendente dado que tres cuartos de la población piensa que les va peor que bajo el régimen comunista. Podríamos sentirnos aliviados de que en Austria el ultraderechista Jörg Haider haya obtenido solo un 10% de los votos en 2008 – si no fuera por el hecho que el nuevo Partido de la Libertad, desbordándolo por la extrema derecha, obtuvo más de un 17%. Es escalofriante recordar que, en 1928, los nazis obtuvieron menos de un 3% de los votos en Alemania.

En Inglaterra el Partido Nacional Británico y la Liga Inglesa de Defensa, en la derecha ultra-racista, son fuerzas importantes. (Lo que pasa en Holanda, lo sabéis demasiado bien.) En Alemania el lamento de Thilo Sarrazin de que los inmigrantes están destruyendo el país fue un enorme éxito de ventas, mientras la canciller Angela Merkel, aunque condenó el libro, declaró que el multiculturalismo había “fracasado del todo”: los turcos importados para hacer el trabajo sucio en Alemania no se convierten en rubios de ojos azules, verdaderos arios.

Los que tengan sentido de la ironía recordarán que Benjamin Franklin, uno de los personajes principales de la Ilustración, advirtió que las colonias recién liberadas debieran tener cuidado al permitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; los suecos también. Llegado el Siglo XX, mitos ridículos de pureza anglosajona eran comunes en EE.UU., incluso entre presidentes y otras personalidades destacadas. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad flagrante; mucho peor en la práctica, sobra decirlo. Es mucho más fácil erradicar la poliomielitis que esa horrenda plaga, que regularmente se vuelve más virulenta en tiempos de penuria económica.

No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que es desestimada en sistemas de mercado: la suerte de las especies. Un riesgo sistémico en el sistema financiero puede ser remediado por el contribuyente, pero nadie acudirá al rescate si se destruye el medioambiente. Que tiene que ser destruido es casi un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que realizan campañas de propaganda para convencer a la población de que el antropogénico calentamiento global es un engaño liberal saben perfectamente cuán grave es la amenaza, pero tienen que maximizar los beneficios a corto plazo y su penetración en el mercado. Si no lo hacen, algún otro lo hará.

Este ciclo vicioso puede resultar letal. Para ver cuán grave es el peligro, basta con analizar el nuevo Congreso en EE.UU. llevado al poder por la financiación y propaganda de las empresas. Casi todos sus miembros son negadores del cambio climático. Ya han comenzado a recortar los fondos para medidas que podrían mitigar una catástrofe ecológica. Peor todavía, algunos son verdaderos creyentes; por ejemplo, el nuevo jefe de un subcomité sobre el medioambiente explicó que el calentamiento global no puede ser un problema, porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio.

Si cosas semejantes estuvieran ocurriendo en algún país pequeño y remoto, podríamos morirnos de risa. No cuando suceden en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes de reír, también podríamos considerar que la actual crisis económica puede ser rastreada en gran medida a la fe fanática en dogmas como ser la hipótesis del mercado eficiente, y en general a lo que el premio Nobel Joseph Stiglitz, hace quince años, llamó la “religión” que mejor conocen los mercados – que impidió que el banco central y la profesión económica notaran una burbuja de la vivienda de 8 billones [millones de millones] de dólares que no tenía ninguna base en fundamentos económicos, y que devastó al país cuando estalló.

Todo esto, y mucho más, podrán continuar mientras prevalezca la doctrina de Muasher. Mientras la población general sea pasiva, apática, desviada hacia el consumismo o hacia el odio a los vulnerables, los poderosos podrán hacer lo que les dé la gana, y los que sobrevivan tendrán que contemplar el resultado.

Noam Chomsky

Noam Chomsky es profesor emérito del Instituto en el Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Es autor de numerosas obras políticas que son éxitos de venta. Sus últimos libros son una nueva edición de Power and Terror, The Essential Chomsky (editado por Anthony Arnove), una colección de sus escritos sobre política y lenguaje desde los años cincuenta hasta el presente, Gaza in Crisis, con Ilan Pappé, y Hopes and Prospects. Es artículo ha sido adaptado de una conferencia dada en Amsterdam en marzo.

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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175382/



 
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