No todos servimos para todo
"No todos servimos para todo, pero todos
servimos para algo", reza un muy conocido dicho.
Y realmente es muy cierto, aunque no todos
estén conscientes de ello y no obren en consecuencia.
Cada función, cada tarea, cada trabajo, tiene su razón
de ser y es una parte que integra el todo y sin el cual
ese todo no estaría realmente completo.
¿Qué sucedería si todos fuéramos caciques?
Simplemente nos quedaríamos sin tener a quien mandar.
Si todos fuéramos gerentes de las empresas
más exitosas, simplemente no habría quién
hiciera el trabajo para que ellas siguieran
funcionando y produciendo.
Hasta el trabajo del recolector de residuos
es indispensable y por ello muy importante
y fundamental para el funcionamiento
de la sociedad, ya que sin él, nuestro mundo
colapsaría en cuestión de días.
Es necesario que cada uno de nosotros tomemos
conciencia de lo importante que es el trabajo
o la función que nos toca desempeñar, pero
sabiendo que no es la función o el trabajo
lo que nos hace importantes, sino que es
nuestro desempeño en él, lo que nos hace
importantes a nosotros y a ese trabajo.
El apóstol Pablo es muy claro cuando manifiesta
que todos formamos un Cuerpo, refiriéndose
concretamente aà€ la Iglesia, pero que bien
se puede aplicar también a esta reflexión.
Pablo nos dice: "Dios ha dispuesto a cada uno
de los miembros en el cuerpo, según un plan
establecido. Porque si todos fueran un solo miembro,
¿dónde estaría el cuerpo?. De hecho, hay muchos
miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede
decir a la mano: No te necesito, ni la cabeza a los pies:
No tengo necesidad de ustedes".
Y esto es lo verdaderamente trascendental,
saber que todos somos muy importantes,
que nuestra tarea es indispensable para que
el cuerpo funcione en su totalidad, y que debemos
cumplirla sabiendo que si no lo hacemos, algo
quedará faltando. Además, si en esa tarea,
ponemos verdaderamente amor, nuestro esfuerzo
se verá doblemente recompensado, y podremos
terminar nuestra jornada, repitiendo la hermosa