"La principal razón para la esperanza es que la gente se
rebele contra el fatalismo de lo peor"
Entrevista a Jorge Riechmann
Pregunta (RB).- La crisis que padecemos estaba cantada. ¿Estamos a tiempo
para reaccionar?
Respuesta (JR).- Estamos a tiempo, pero un aspecto muy inquietante de los
años que vivimos es que en cierto sentido el tiempo se nos está acabando…
Estamos a tiempo, pero ¿durante cuánto tiempo aún? En lo que se refiere a
asuntos como la hecatombe de biodiversidad, el calentamiento climático, o el
cénit del petróleo y del gas natural, estamos en la cuenta atrás. La oceanógrafa
Sylvia Earle –ex científica jefe de la Administración NacionalOceánica y
Atmosférica de EEUU— lo expresa con precisión: “Es la primera vez que tenemos
capacidad [científica] para entender los riesgos que sufre el planeta, pero tal
vez la última para solucionarlo”[1].
Si se debe en gran parte, como usted apunta, a la mercantilización de
todo, la tarea de cambiar parece ingente.
Se acaba de publicar en Buenos Aires un libro importante de Michael Löwy,
Ecosocialismo. Déjeme que le lea cómo caracteriza al sistema socioeconómico
donde vivimos, y que nos está llevando a una verdadera catástrofe civilizatoria:
“Un sistema fundado sobre el predominio del valor de cambio sobre el valor de
uso, de lo cuantitativo sobre lo cualitativo, y que sólo puede subsistir bajo la
forma de un proceso expansivo incesante y autorreproductor de acumulación de
capital. Un sistema en el que todo, incluso uno mismo, se convierte en
mercancía, y que impone a todos un conjunto potente y uniforme de obligaciones:
la rentabilidad a corto plazo, la competitividad, el crecimiento a cualquier
precio, la expansión, el consumo exacerbado. Un sistema que sólo puede producir
contaminación, despilfarro y la destrucción de ecosistemas y que, controlado por
las potencias industriales avanzadas, efectivamente querría exportar los
perjuicios hacia los países del Sur…”[2] Y unas líneas más, de santiago Alba
Rico en la revista del CIP_Ecosocial, Papeles:“Veinte años después de la derrota
de la URSS en la guerra fría, la contrarrevolución capitalista que llamamos
‘crisis’ ha dejado al desnudo la incompatibilidad no sólo entre Mercado y Estado
del Bienestar sino, más radicalmente, entre Mercado y Democracia”[3]. Pues sí,
yo creo que hemos de preguntarnos si este sistema es compatible con una vida
decente para los seres humanos dentro de una biosfera vulnerable y finita.
¿La crisis económica está ligada a la medioambiental?
¿De qué trata la economía? La respuesta convencional dice: trata del dinero,
de cómo hacer crecer el dinero, y puede desentenderse de los procesos biofísicos
(que sin embargo están en la base de cualquier dinámica económica). La economía
crítica, la economía feminista, la economía ecológica dicen: la economía trata
no solamente del dinero sino también de necesidades humanas, de instituciones,
de trabajos de cuidado, de recursos naturales, de ecosistemas, de la vida buena.
Hay una importantísima distinción que Aristóteles ya introdujo en su Política:
entre la economía real (que produce bienes y servicios tangibles) y la
crematística que se ocupa de dinero. En realidad hemos de considerar un tercer
nivel (o más bien primero): la base biofísica de la economía real, los
ecosistemas, servicios ecosistémicos y recursos naturales a partir de los cuales
la actividad económica logra producir bienes y servicios útiles para el ser
humano. Pues bien, apreciamos una doble desconexión: 1) de lo crematístico y
financiero respecto de la economía real, productiva; 2) de la economía (tanto
financiera como productiva) con respecto a la biosfera. Con la crisis que empezó
en 2007, un nivel de insostenibilidad ya ha sido desenmascarado ante los ojos de
todos: en España, “economía del ladrillo”, deuda, bajos salarios, escasa
cualificación laboral, depredación del territorio, corrupción inmobiliaria y
política, hipotecas donde queda uno entrampado… Y finalmente desplome económico
que se lleva por delante la protección social y la ciudadanía democrática. Pero
hay otro nivel de insostenibilidad que la mayoría social sigue sin ver, y muchas
personas negándose a ver: me refiero a lo ecológico-ambiental. Constituye una
ilusión mortal pensar que los mercados y la tecnología pueden suplir lo que una
biosfera sana ha de aportar como sustento para una vida humana decente.
Dígame razones para la esperanza.
La gente habla de esperanza, en esta cultura nuestra corrompida por el
positive thinking, y en realidad está pidiendo lo que Sterling Hayden en Johnny
Guitar, aquella memorable película de Nicholas Ray: “dime que me quieres aunque
sea mentira”[4], dime que puede venir la prosperidad o la sustentabilidad o la
liberación humana como vendría el buen tiempo en una primavera cálida… Pero
lograr metas valiosas, o evitar lo peor del desastre hacia el que nos estamos
precipitando, no cuadra con esa voluntad de autoengaño: tiene que ver con la
acción –o con la inacción— humana. La esperanza se anuda con lo que hagamos o
dejemos de hacer: con nuestras resistencias, nuestras luchas y nuestras formas
creativas de estar juntos.
La principal razón para la esperanza es que la gente se rebele contra el
fatalismo de lo peor: mucha más gente de la que lo está haciendo ahora, en los
pequeños grupos que este execrable sistema se complace en llamar “antisistema”.
Soledad Gallego-Díaz recordaba recientemente unas líneas del ensayista José
María Ridao en su libro de 2002 La elección de la barbarie: “De la misma manera
que el futuro no está determinado para lo bueno, tampoco lo está para lo malo, y
tan funestos resultados puede provocar una creencia como la otra. (…) La
barbarie no sobreviene, se elige”, afirmaba Ridao, y Gallego –Díaz insiste: “Lo
que sucede no está a merced de una hipotética ley universal de la destrucción, y
quienes pregonan ese fatalismo lo que reclaman es que nos sintamos
insignificantes y renunciemos de antemano a la resistencia. Que dejemos de
preguntarnos que detrás de cada acción hay una responsabilidad, y detrás de cada
responsabilidad, un responsable.”[5] El desastre socio-ecológico en que estamos
no ha sucedido como una catástrofe natural: tiene responsables que lo han
buscado activamente (quizá diciendo que es un inevitable “daño colateral” de la
necesaria búsqueda del “progreso”), y demasiada gente que ha consentido.
Y si tuviera usted que resumir en cuatro palabras una orientación para el
futuro…
“Bien común y bienes comunes” podría ser una buena consigna. Que apunta a
priorizar los intereses colectivos (¡no solamente los de los seres humanos, y no
solamente los de las generaciones hoy vivas!), y a gestionar las riquezas
comunes más allá de las exigencias de rentabilidad del capital.
Entrevista publicada –con alguna reelaboración del periodista– en http://www.revistaesposible.org/#/22/
Notas
[1] Entrevista con Sylvia Earle: “Sigo buceando en los océanos porque aún
respiro”, El País, 5 de octubre de 2010.
[2] Michael Löwy en Ecosocialismo, El Colectivo/ Ediciones Herramienta,
Buenos Aires 2011, p. 117.
[3] Santiago Alba Rico, “La crisis capitalista y el deseo de democracia”,
Papeles 116, Madrid 2012, p. 105.
[4] El diálogo entre los personajes de Hayden y Joan Crawford era el
siguiente: “—¿A cuántos hombres has olvidado? —A tantos como mujeres tú
recuerdas. —¡No te vayas! —No me he movido. —Dime algo agradable. —Claro. ¿Qué
quieres que te diga? —Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años.
Dímelo. —Te he esperado todos estos años. —Dime que habrías muerto si yo no
hubiera vuelto —Habría muerto si tú no hubieras vuelto. —Dime que me quieres
todavía, como yo te quiero. —Te quiero todavía como tú me quieres. —Gracias.
Muchas gracias.”
[5] Soledad Gallego-Díaz: “Un debate bien vivo”, El País, 5 de febrero de
2012.