Algunos anuncian un inminente colapso civilizatorio. Y quizás atinen. Nadie negaría con plausibles argumentos la posibilidad de que las élites de poder se decidan por generalizar los totalitarismos políticos, para achicar el mar de leva que por doquier se erige ante el neoliberalismo, conducente a un callejón sin salida. Al paroxismo de la contradicción entre lo limitado de las reservas naturales del planeta y la desenfrenada lógica de consumo inherente al capitalismo.
Los centros hegemónicos lo saben. Solo que, renuentes a empinarse sobre sus más hedonistas intereses, se empecinan en convencer de que la actual no representa una crisis sistémica, y se prodigan en el arte de poner parches, para que la formación siga funcionando siquiera defectuosamente, tal asevera Esteban Mira Caballos en la digital Rebelión . ¿El remedio? Puro contrasentido. A Grecia, Hungría, Rumania, et al, el FMI y otros alabarderos recetan los mismos ajustes estructurales que provocaron la crisis.
Por supuesto, el lenguaje de las élites rezuma dignidad. El brasileño Leonardo Boff repara en que los documentos de la ONU, así como el borrador actual de Río+20, dedican amplio espacio a un modelo de desarrollo sostenible: económicamente viable, socialmente justo y ambientalmente correcto, la famosa Triple Botton Line (Línea de los Tres Pilares), creada en 1990 por el británico John Elkington, fundador de la ONG SustainAbility.
Modelo que no resiste una crítica seria, insiste el teólogo de la Liberación y filósofo, porque para gobiernos y empresas el desarrollo es industrialista/capitalista/consumista. Y de raíz antropocéntrica, más bien antropoexcluyente, enfocado en el ser humano (en unos pocos), “como si no existiese la comunidad de vida (flora y fauna y otros organismos vivos)”.
A no dudarlo, propiedad privada y sostenibilidad responden a lógicas confrontadas. La segunda es incluyente; supone la tendencia de los ecosistemas al equilibrio dinámico, a la interdependencia y a la cooperación de todos con todos (tabú, el darwinismo social). Por tanto, el paradigma publicitado en serios informes de no menos serias, adustas organizaciones internacionales yerra al alegar que la pobreza determina la degradación ecológica, como si no se debiera al tipo de incremento, dizque desarrollo, que dilapida a Natura y paga bajos salarios, condenando a los más a la sempiterna condición de menesterosos.
Según Boff, se trata de una trampa, que asume los términos de la ecología (sostenibilidad) para vaciarlos, y el ideal de la economía (crecimiento) en aras de enmascarar la miseria que el propio modelo acarrea. Mero canto de sirenas, la salmodia de que debe ser socialmente justo, cuando la manera industrial/capitalista de producir se erige en causa de que los hambrientos sobrepasen en el mundo los mil millones.
¿Ambientalmente correcto? Conforme a la mismísima ONU, en menos de 40 años la biodiversidad global sufrió una caída de 30 por ciento. ¿El que se constaten avances en la producción de bajo carbono, en la utilización de energías alternativas, en el reforzamiento de regiones degradadas y en la creación de mejores eliminaciones de residuos? Coincidamos en que sucede mientras no se perjudique el lucro ni se debilite la competencia.
Pero, si bien para más de uno el éxito de proyectos alternativos, como el ecosocialismo, deviene impensable hoy por hoy -debería ir precedido de una revolución ética, y “tras la crisis económica subyace un déficit crónico de valores”-, hay pábulo para la esperanza. Al decir de Mira, la humanidad se verá obligada a recorrer el camino, a cualquier precio.
Hace poco apuntábamos que el ocaso del modo de producción explayado obedecía a su propio despliegue. Que, en consonancia, su superación está dictada sobre todo por la inviabilidad política. Y para refrendarlo nos auxiliábamos del reputado analista Plinio de A. Sampaio Jr: “Los medios violentos y predatorios del capital financiero llevan a los antagonismos sociales a tal punto que las tensiones y los conflictos que allí surgen tienden a comprometer las bases sociales y políticas de sustentación de la sociedad burguesa. En los países capitalistas desarrollados la supremacía del capital financiero viene acompañada del deterioro de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población. En los países coloniales y semicoloniales, el imperialismo significa una creciente explotación y opresión”.
Además, el Sistema preparó el veneno que dará cuenta de él. Al exigir a los trabajadores una capacitación técnica a la par del auge acelerado y una cada vez más ingente competitividad, creó personas que piensan. Precisamente el pensamiento -y la consiguiente praxis- podría conjurar el anunciado colapso civilizatorio. No en vano nos preciamos de nuestra condición de homo sapiens.
Eduardo Montes de Oca
Rebelión