La rivalidad es una actitud propia de los hombres porque las mujeres evitan el enfrentamiento, tienen un espíritu más conciliador, tienden más a la colaboración y pueden valorar más los aportes de otros.

El liderazgo masculino mantenido a lo largo de la historia de la humanidad, ha creado un ámbito laboral y social competitivo que las mujeres aún no han podido cambiar, porque han aprendido esa forma de actuar masculina y a imitarlos, tratarse como rivales, controlarse y envidiarse.

La mujer es más sensible y puede ser más solidaria; es capaz de crear redes de ayuda, de buscar soluciones para otros y de compartir más que competir.

Algunas mujeres piensan que para progresar en sus trabajos tienen que comportarse como los hombres. Llegan a prescindir de la maternidad y renuncian a formar una familia para poder estar en las mismas condiciones que los hombres; ignorando que la perspectiva femenina, aún con todas las limitaciones prácticas, lejos de ser un obstáculo, puede representar un aporte esencial para una empresa.

Una mujer tiene más visión de detalles y más sentido práctico y puede integrar todo; el hombre es más agresivo y más audaz, pero puede tomar decisiones apresuradas que pueden tener graves consecuencias.

La mujer ha avanzado mucho pero aún la proporción de mujeres en cargos altos es mínima, porque todavía vivimos en un mundo organizado en gran parte por hombres.

Las mujeres pueden hacer varias cosas al mismo tiempo y eso hace que viva estresada como consecuencia de la expectativa social y de la presión masculina que le exigen más de lo que puede hacer.

No se trata de la presión de un hombre en particular sino de la presión que ejerce sobre ellas la masculinidad y el machismo; porque lo que se espera de la mujer todavía es demasiado y eso hace que las mujeres releguen sus propios intereses al servicio de los demás y viva frustrada.

Esto se transmite de generación en generación y no cambia tan rápido; se necesitan muchas generaciones de mujeres auténticas que estén orgullosas de ser mujeres, que sepan discriminar muy bien cuál es su verdadero rol y darse el lugar que les corresponde.

En lugar de eso, las mujeres compiten con los hombres y en vez de ser ellas mismas, auténticamente mujeres, quieren ser como ellos y se llegan a comportar en forma insensible y dura para avanzar en sus carreras laborales, sin dudar en dejar un tendal de gente en el camino.

Pero así como un hombre tiene el derecho de mostrarse vulnerable, una mujer no necesita ser despiadada para demostrar que vale.

Los problemas de anorexia y bulimia aquejan más a las mujeres que a los hombres; y las estadísticas sobre cirugías estéticas también señalan que son las mujeres las más preocupadas por su físico.

Esto significa que continúan valorándose solamente por su apariencia externa y no por sus demás atributos. Parecen desear todavía, en el fondo, encontrar al príncipe azul que las salve, el héroe masculino mítico que anhelan.

El liderazgo del hombre consiste en centrar todos sus esfuerzos en obtener logros, llegar a alcanzar propósitos, cumplir metas; pero el liderazgo en las mujeres les permite reconocer la inteligencia de los otros.

Las mujeres tienen que abandonar la rivalidad y atreverse a ser ellas mismas. No necesitan ser como el hombre, porque les basta con ser mujeres para aportar lo valioso de su condición.

Tienen que aprender a aceptar su cuerpo como es y no pretender atraer sólo con la belleza física o la perfección estética, cultivar su interioridad y sacar a la superficie lo que tienen de singular y único.

Fuente: “Detrás de una gran mujer siempre hay otra que le pisa los talones”; Nora Rodriguez, filóloga y pedagoga.


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