La Amazonia, la mayor selva tropical del mundo, se llena de claros a medida que avanza el frente de explotación económica. Poco a poco, se transforma en madera, muchas veces ilegal, en pastos y en grandes cultivos del agro-negocio, como la soja o la caña de azúcar.
La Amazonia ocupa el 60 por ciento del territorio brasileño y se estima que se ha perdido ya un 17 por ciento. Paradójicamente, Brasil es el quinto emisor de dióxido de carbono del mundo a causa de los incendios que, cada año, arrasan decenas de miles de hectáreas de selva amazónica. Diversas estimaciones apuntan a que, a finales de este siglo, buena parte se habrá convertido en sabana.
El problema subyacente es un modelo económico destinado a satisfacer la demanda de los mercados internacionales y valora los beneficios rápidos, aunque sean destructivos ambiental y socialmente.
La Amazonia plantea hoy un gran reto no sólo medioambiental, sino también socioeconómico. Los lugares con mayores índices de deforestación coinciden con aquellos donde se registran mayor violencia y exclusión social.