¿Ha visto que todas, o casi, las megaempresas destructoras del planeta se ponen la leyenda de “responsabilidad social y ambiental” o la etiqueta falsa de la “sustentabilidad”?
En un capítulo de los dibujos animados de la barra Once Niños, Charlie y Lola, el hermano mayor explica a la hermanita cómo cuidar una planta, desde plantar la semilla, regarla, ponerla al sol, para que crezca. Le da una muy buena explicación de por qué hablarle a la planta le ayuda: Cuando le hablas expiras dióxido de carbono, precisamente lo que la planta respira, y ella devuelve oxígeno.
Excelente que en una barra de programas para niñas y niños muy pequeños, y los adultos que deseen verlos, haya este tipo de contenidos. Sí, pero este ecologismo, ambientalismo o educación para el amor y el cuidado de la naturaleza, se queda en buenos deseos.
A las personas se les pide que cuiden y ahorren el agua, que cuiden y ahorren la energía, que planten un árbol, que amen a la naturaleza, en tanto que los gobiernos de los países que más consumen energía se niegan a hacer algo por disminuir su despilfarro, quienes gastan y contaminan más agua y emiten al aire más dióxido, y aún monóxido de carbono, y otros gases aceleradores del cambio climático, no hacen nada para evitarlo.
Así por un lado queremos enseñar a niñas y niños, y responsabilizar a personas, ciudadanos, familias y comunidades, y por otro lado, para no ir más lejos, en México, los gobiernos de todos los niveles e incluso las instancias encargadas presuntamente del cuidado del medio ambiente –los bosques, el agua, las especies vegetales y animales–, permiten un silencioso, sistemático y cotidiano ecocidio: mineras tóxicas a cielo abierto, presas para almacenamiento o para producción de energía eléctrica de privilegiado consumo privado, fraccionamientos que destruyen veneros y mantos acuíferos, extracción de petróleo y petroquímica, y otras muchas industrias contaminantes, además la agroproducción se industrializa y hasta las granjas de animales se vuelven altamente destructoras del agua y amenazan la vida y la salud de las comunidades cuyos territorios despojan y colonizan.
Esta esquizofrenia, o mejor aún, la hipocresía ecológica de empresas y gobiernos, lleva a perseguir y penalizar a usuarios individuales, a quienes demoniza y criminaliza, mientras permite a las grandes empresas la balcanización, la destrucción del territorio y el ambiente, verdaderos ecocidios, y de paso, la violencia contra la población para desplazarla y sobre todo si comete el atrevimiento de defender la naturaleza y la vida: desde las demandas por “difamación” y “calumnia” contra defensores del derecho humano a un ambiente sano, hasta la violencia homicida como la padecida por San José del Progreso, Oaxaca, en manos del gobierno y de una empresa minera canadiense.
Las leyes positivas pueden torcerse, cortarse y pegarse, reinterpretarse y corromperse, igual que las autoridades venales, que en lugar de hacer que se cumplan las estiran para que quepa todo lo que tenga dinero para pagar. Pero las leyes naturales no se compran ni venden. El pago en estos casos es la destrucción de la vida. Medios locales reportan el avance del mar y los primeros desplazamientos forzados de población por el cambio climático en Veracruz Puerto. Nadie –ni empresas ni gobiernos–, puede sobornar ni comprar al mar: Subirá obedeciendo a leyes físicas.
La destrucción del planeta no es obra conjunta y corresponsable de toda la especie humana, no somos depredadores por naturaleza. En la especie, las responsabilidades son diferenciadas, no tienen el mismo peso la destrucción del medio ambiente que genera el consumo de Los Estados Unidos, o China, de la ciudad de los Ángeles, de las empresas BP (y su derrame de crudo en el Golfo de México) o las que ocasionaron con su negligencia los desastres nucleares de Fukushima, y de Chernóbil, o las mineras que destruyen toda América Latina (bajo gobiernos de derechas como Fox y Calderón y de izquierdas como Cristina Kirchner), estas mega entidades destructoras el ambiente no tienen el mismo peso que, por ejemplo usted cuando no cierra la llave mientras se cepilla los dientes o enjabona las manos: Pero los gobiernos y Asociaciones Civiles conservadoras recargan la culpa en usted o en mí, mientras subsidian, exentan de impuestos y privilegian a empresas ecocidas. En México, priva el uso minero del agua por encima de otros. Y como explicó muy bien Rurik Hernández, del Frente Amplio Opositor a la Minera San Xavier, la agricultura puede usar mucha agua, pero la devuelve en forma de alimentos y no interrumpe el ciclo del agua. En cambio la minería no sólo interrumpe el ciclo del agua, sino como dice un documento de la campaña A Corazón Abierto Defendamos Nuestra Madre Tierra, interrumpe el ciclo de la vida.
La entropía es el proceso físico que degrada la energía (y la materia) a formas inferiores, menos orgánicas y propicias para la vida: la radiactividad es un caso extremo, pero todos los procesos industriales contaminantes, como la cianurización por las mineras, son entrópicos: Van destruyendo la posibilidad de la vida en el planeta.
El único proceso antientrópico es la fotosíntesis, porque convierte la energía solar (que en el sol se forma por actividad nuclear) en energía viva, orgánica, superior; convierte el dióxido de carbono en nutrientes y en oxígeno; y convierte materiales inorgánicos tomados de la tierra en tejido vivo y nutricio.
Destruir la capa vegetal como hacen los megaproyectos mineros, de presas y represas, o los “accidentes” petroleros y la urbanización salvaje que responde al negocio de megaempresas, o la explotación agroindustrial, es ir trabajando a favor de la entropía y limitando las posibilidades del planeta de recobrarse.
El oro es el fetiche del dinero y de la mercancía químicamente puro: No sirve prácticamente para nada. Su uso industrial es marginal. Su uso como ornamento es banal. Su uso como reserva monetaria es fetichista: Ni el oro ni el dinero producen nada. Lo que produce es el trabajo vivo, el trabajo humano. Y lo único que produce vida es la fotosíntesis y la reproducción vegetal y animal.
Dicen que la alquimia codificaba sus saberes para que quienes no deseaban más que el oro por ambición fetichista (en el fondo necrofilia, como prueba poéticamente la leyenda griega del Rey Midas) no entendieran y se perdieran en el inútil camino de “fabricar oro”. Hoy la ciencia, la academia moderna, no sabe guardar sus conocimientos de las mentes carcomidas por el afán de lucro, la mayoría de científicos y sobre todo técnicos son mercenarios, producto de la “escolarización de la sociedad” y tan supersticiosos adoradores del dinero como el común de los mortales.
Dígale usted a quien desee que el oro no es útil y lo mirarán como a un loco: La gente prefiere el fetichismo entrópico. O como dice poéticamente Luis Eduardo Aute: “Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”.
Así, en la hipocresía ambiental instalada, nuestros gobiernos y “autoridades” ambientales prohíjan el ecocidio, pero en las escuelas o en la TV nos venden la prédica de “no tirar la basura” fuera del tacho.
Impera la veneración de la muerte, encarnada como un buen lector del psicoanálisis diría, en el amor al oro. Y la vida es representada por los retoños vegetales que tercamente crecen en las grietas citadinas del concreto y el asfalto.