Sobre el Punto Omega: ¿hay algo que nos llama desde el fin del universo?
Un breve recorrido a través de la fascinante idea del Punto Omega o
sobre la posible influencia del futuro, magnetismo del fin del universo
que nos llama hacia nosotros mismos.
Observar la influencia del pasado nos
resulta sencillo: el río parece fluir sólo hacia un lado y la red de
causa y efecto conecta en un sólo sentido. Lo que sucedió antes en gran
medida determina lo que sucede actualmente y sucederá después. Así la
religión considera que al crear el mundo Dios sentó las bases de todo lo
que será. La ciencia por otro lado, en algunas de sus teorías, como es
el principio antrópico, considera que en el Big Bang se establecieron
las condiciones iniciales –leyes de la física y constantes universales–
que posibilitan la existencia de la vida inteligente en estos momentos,
como si hubiera un substrato matemático pre-ordenado para que surgieran
las estrellas, las plantas y los hombres, etc. Podemos ver entonces el
mundo, y toda su historia solamente como la encarnación o representación
de ese único y sublime instante o génesis.
Observar la influencia del futuro
resulta un poco más complejo, si la hay. Teóricamente el tiempo –esa
“persistente ilusión” en palabras de Einstein– fluye en ambos sentidos,
es sólo nuestra percepción –casi como un válvula reductora que nos
permite no enloquecer ante la invasión de la eternidad– la que limita el
sentido temporal del pasado hacia el presente (la retrocausalidad,
un fenómeno que antecede a su causa, es una posibilidad seriamente
considerada en la física cuántica). Si entretenemos la posibilidad de
que el futuro puede influir en el pasado, entonces podemos imaginar, de
manera similar a como hemos históricamente pensado que en el origen se
estableció en mayor o menor grado lo que estamos viviendo, que en el
final se estableció lo que estamos viviendo y que el futuro es una
especie de puerta magnética que nos inmanta hacia un destino por
desvelarse.
De la fusión entre la idea de la
evolución y el rapto cristiano, el sacerdote jesuíta y paleontólogo
Pierre Teilhard de Chardin acuñó la idea del Punto Omega. Según la
teología, Jesucristo es el “Alfa y el Omega”, principio del mundo en el
espíritu de Dios y fin del mundo en su fusión o retorno a Dios. Lo
novedoso en la teoría de Teilhard de Chardin es que entiende a través
del proceso de complejificación de la materia, que según su visión
evoluciona hacia la conciencia pura, una evolución espiritual del
universo que es atraída desde el futuro, desde un punto en el que ya ha
sucedido; en su lírica católica, desde el Corazón de Cristo en el cielo
que opera como una gran máquina magnética llamando a todas las formas
vivientes a su seno iluminado. El punto Omega es está tendencia
inmanente hacia la unidad, si bien el nacimiento es una caída y una
seperación, cada elemento del universo es sensible, como si tuviera una
especie de identificador de radiofrecuencia, a la fuerza cósmica de
recolección y reunión:
Por su estructura
Omega, en su principio último, sólo puede ser un centro distinto
irradiando en el núcleo de un sistema de centros; una agrupación en la
que la personalizaicón del Todo y las personalizaciones de los elementos
alcanzan su máximo, simultáneamente y sin fusionarse, bajo la
influencia de un supremo y autónomo foco de unión.
En todos los elementos y en todos los
fenómenos del mundo, Teilhard de Chardin veía el sello y la influencia
de un principio de convergencia divina. El surgimiento de la
inteligencia en el planeta y su tendencia hacia convertirse en una
esfera pensante o en una noósfera, era la más clara seña hacia esa
reunión de la conciencia unitaria: “la Tierra ya no sólo cubierta de una
miriáda de granos de pensamiento, sino finalmente cubierta de una sola
capa pensante, una sola reflexión unánime”. El Omega nos parece evocar
la imagen alquímica del Ouroboros, esa serpiente que devora el tiempo en
su conjunción de los opuestos, en el punto donde se muerde la cola y el
Alfa se vuelve indistinto del Omega.
Filósofos transhumanistas como Terence
Mckenna y recientemente Jason Silva se han apropiado de las ideas de
Telihard de Chardin para incrustar el Punto Omega dentro de la narrativa
de la tecnología (la magia secular). Mckenna introdujo la idea de un “extraño atractor” u “objeto hiperdimensional” (algo parecido al monólito de 2001: Odisea en el Espacio). “Un conjunto irreductible e invariante que atrae las trayectorias de todos los puntos cercanos.”.
Alfred North
Whitehead propuso que la historia crece hacia lo que llamó “un nexo de
completitud”. Y estos nexos de completitud a su vez crecen juntos hacia
lo que llamo “concrescencia”. La concrescencia ejerce un tipo de
atracción, que puede ser pensada como el equivalente temporal a la
gravedad, excepto que todos los objetos del universo son llevados hacia
ella no a través del espacio, sino del tiempo. Al acercarnos al labio de
esta cascada hacia la concrescencia, la novedad, la completitud, el
tiempo aparentan acelerarse y las fronteras se empiezan a disolver.
Entre más fronteras se disuelven, más nos acercamos hacia la
concresencia que somos. Cuando finalmente llegamos a ella, no existen
barreras, sólo eternidad al hacernos tiempo y espacio, muertos y vivos,
aquí y allá, antes y después. Porque esta singularidad puede existir
simultáneamente en estados contradictorios, es algo que trasciende la
aprehensión racional. Pero le da significado al universo, porque todos
los procesos pueden verse como buscando y moviéndose en su esfuerzo por
aproximar, conectar y anexarse al objeto trascendental al final del tiempo.
En su máxima exultación psicodélica,
Mckenna hablaba de este objeto como “la puerta violeta del hiperespacio”
o la “máquina autotransformante” que en cierta manera nos modelaba a
semejanza de su imagen. Una imagen que se proyectaba desde la frontera
del universo, tal vez ese horizonte de eventos en la boca de un agujero
negro (“el labio de la cascada”) donde teóricamente la realidad que
experimentamos es emitida desde un proyector holográfico
supradimensional (esto es parte de la teoría del principio holográfico
del físico Leonard Susskind). El universo como una imagen que nos llama,
que se llama a sí misma.
Jason Silva, quien vive del remix de
ideas, intenta en su video The Omega Point insertar las ideas de la
evolución cósmica de Teilhard de Chardin y de Mckenna dentro del
transhumanismo y su predicción de la singularidad tecnológica, el punto
en que el incremento de la información total del sistema detonará un “runaway positive feedback loop”, una
especie de iluminación cibernética en la que la inteligencia artificial
y su interacción con el cuerpo humano permitirá un tipo de inmortalidad
similar a la conciencia pura, conciencia habitando en entornos
digitales teorícamente imperecederos. Esta visión recae en una
teleología de la tecnología, evolución dirigida donde el progreso cruza
un punto de aceleración infiita, similar al del astronauta Bowman, al
entrar a “Júpiter y Más Allá del Infinito”.
El físico de la Universidad de Tulane,
Frank Tipler, también ha incorporado las ideas de Teilhard de Chardin a
un modelo similar de cosmología. Según el modelo de Tipler las leyes
físicas actuales requieren, para ser consistentes, el surgimiento de la
vida inteligente y el posterior colapso de la materia. Este colapso
estaría precipitado por el incremento de la capacidad computacional del
universo, divergiendo hacia el infinito, hasta haber emulado todos los
ambientes posibles. Ese punto en el que todos los universos posibles han
sucedido y toda la información ha sido generada (infinitos bits de
conocimiento), es el punto Omega, un punto La teoría de Tipler raya en
la ciencia ficción más elegante, en la poesía y en lo que se conoce en
inglés como una “crackpot theory”, o un disparate.
Todas las curvas de
luz y tiempo convergen en el Punto Omega. Particularmente todos los
rayos de luz de las todas las personas que han muerto, de todas las
personas que viven ahora y de todas las personas que vivirán miles de
años después, intersectan ahí. Los rayos de luz de personas que murieron
hace miles de años no se pierden, en realidad, estos rayos serán
interceptados por el Punto Omega. En otras palabras, estos rayos serán
interceptados una y otra vez por los seres vivos que han envuelto al
universo físico cerca del Punto Omega. Toda la información que puede ser
extraída de estos rayos será extraída en el instante del Punto Omega,
que en adelante experimentará la totalidad del tiempo simultáneamente de
la misma manera que nosotros experimentamos a la galaxia Andromeda y a
una persona que nos acompaña en esta habitación.
En The Omega Poing as Escathon,
Tipler sugiere que el Punto Omega permite una especie de juego de
resurrección, en el que la memoria de un ser podría “ser simulada en
cualquier ambiente de fondo que el Punto Omega quisiera”, incluso en un
mundo que nunca existió, posiblemente “uno lo suficientemente cercano a
la fantasía del mundo ideal de la persona resucitada” y se podrían
combinar con otras personas muertas para interactuar en infinitas
simulaciones. Básicamente Tipler nos habla del paraíso –una simulación
que nos regala la divinidad o Punto Omega– y de una teoría informática
de la reencarnación. Asimismo imagina un universo perfectamente amoral
donde el único fin y motivo de la existencia es la experiencia, la
información que se experimenta a sí misma de todas las formas
concebibles.
De la teoría de Tipler se desprende el
concepto de los “ángeles de plasma”: las superinteligencias que surgen
del colapso de la materia en el Punto Omega a temperaturas extremas.
Estos ángeles de plasma existen como sistemas computacionales
codificados en la interacción de las partículas–son el medio y el
mensaje. Son expresiones del almacenamiento infinito de la información.
Al igual que los ángeles de la teología, constituyen la última e íntima
frontera entre el universo y la divinidad.
¿Puedes sentir la atracción sub rosa
del Punto Omega? ¿Escuchar el coro angelical del plasma debajo de los
velos de la materia? ¿Avanzas hacia algo, las estrellas siguen halando
entre las células? ¿Hay algo que podamos hacer en realidad para cambiar
la trayectoria de la evolución? ¿Acaso lo mejor que podemos hacer es
simplemente acomodarnos y disfrutar del paseo? ¿En realidad importa tu
vida bajo este telón cósmico? Sinceramente no lo sé, sólo me gusta jugar
con las ideas.
Estas fascinantes ideas, especulación
metafísica, ciencia y ficción, tienen una clara acepción poética
paralela: a fin de cuentas somos nosotros mismos –la información
encarnada– los que, en una trama de olvido y recuerdo (“en los planetas
olvidamos; en las estrellas recordamos”) nos llamamos desde el futuro,
seduciéndonos hacia una suprema conclusión. Nosotros mismos también
somos los que pusimos originalmente en marcha la trama (“un baile de
máscaras en una casa de espejos fragmentados” o un juego de rol de ceros
y unos en el infinito); nosotros mismos los que nos esperamos al final
del túnel de las galaxias.