El Observatorio Europeo Austral anunciaba el pasado 29 de agosto que:
Usando el radiotelescopio ALMA (the Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), un grupo de astrónomos detectó moléculas de azúcar presentes en el gas que rodea a una estrella joven, similar al sol. Esta es la primera vez que se ha descubierto azúcar en el espacio alrededor de una estrella de estas características. Tal hallazgo demuestra que los elementos esenciales para la vida se encuentran en el momento y lugar adecuados para poder existir en los planetas que se forman alrededor de la estrella.
[...]
“En el disco de gas y polvo que rodea esta estrella de formación reciente encontramos glicolaldehído, un azúcar simple que no es muy distinto al que ponemos en el café”, señala Jes Jørgensen (Instituto Niels Bohr, Dinamarca), autor principal del trabajo.“Esta molécula es uno de los ingredientes en la formación del ácido ribonucleico (ARN), que como el ADN, con el cual está relacionado, es uno de los ingredientes fundamentales para la vida”
“Lo que es realmente fascinante de nuestros hallazgos es que las observaciones realizadas con ALMA revelan que las moléculas de azúcar están cayendo en dirección a una de las estrellas del sistema”, comenta Cécile Favre, miembro del equipo (Universidad de Aarhus, Dinamarca). “Las moléculas de azúcar no sólo se encuentran en el lugar indicado para encontrar su camino hacia un planeta, sino que además van en la dirección correcta”.
Es alentador ver que la fuente oficial, al contrario que muchos otros ecos secundarios, no tiene reparos en aseverar que “los elementos esenciales para la vida se encuentran en el momento y lugar adecuados”. Esta noticia se suma a diversos hallazgos en los últimos años relacionados con los procesos de desarrollo de la vida desde sus más lejanos orígenes y que este blog comenzó a recoger en un primer artículo sobre las nubes de polvo cósmico:
En el año 2007, un equipo de científicos de la Academia de Ciencias Rusa, el Instituto Max Planck de Alemania y la Universidad de Sidney desarrollaron unas simulaciones por ordenador que mostraron cómo un proceso eléctrico llamado polarización organizaba las partículas de estas nubes cósmicas en estructuras más y más complejas a lo largo del tiempo, de manera que los granos de polvo cósmico podían auto-organizarse bajo estructuras en forma de hélices, semejantes al ADN. Las partículas interactuaban con sus vecinas, evolucionaban hacia otras formas y se dividían para formar copias de sí mismas, adquiriendo cierto tipo de memoria reproductiva y evolutiva en su relación con el medio.
El hecho de que las nubes de polvo intergaláctico desarrollen patrones propicios para el desarrollo de la vida nos invita a reflexionar sobre un universo con propósito, donde en su escala más básica, a falta de los elementos químicos más desarrollados, ya existen los comportamientos y las interacciones necesarios para una evolución de la materia hacia niveles de conciencia superiores.
El material cósmico de estas nubes se agrupa para formar protoestrellas y luego estrellas que actúan como hornos nucleares en cuyo interior se dan las fusiones que, tras miles de millones de años de actividad, permiten transformar el elemento químico más sencillo, el hidrógeno, en nuevos elementos que luego generarán los materiales necesarios para la vida. Cuando la estrella llega al final de su existencia, su explosión libera los nuevos elementos al espacio. Entre ellos, algunos tan decisivos como el carbono. En una noticia de 2010:
[...] el telescopio Spitzer de la NASA descubrió en una nebulosa planetaria un raro fenómeno que nunca antes había sido hallado en el espacio. Consiguió detectar «buckybolas», unas moléculas de carbono con forma de balón de fútbol y con propiedades únicas cuya existencia más allá de la atmósfera resultaba una auténtica sorpresa. El asombro fue tan grande que los científicos llegaron a plantearse que podría tratarse de algo anecdótico, y que, simplemente, habían tenido suerte al encontrarlas. Nada de eso. Estas esferas de carbono no solo existen allá arriba, sino que son muy abundantes. El Spitzer las ha encontrado alrededor de tres estrellas moribundas en la Vía Láctea y cerca de una cuarta en una galaxia cercana, donde hay tantas que su masa equivale a quince lunas como la nuestra. El hallazgo puede tener importantes repercusiones en la comprensión de cómo se formó la vida en la Tierra.
A partir de aquí, es cuestión de logística que estos materiales lleguen a sus destinos, muchos de los cuales serán aptos para garantizar el desarrollo de formas de vida. Los elementos liberados a modo de polen en el espacio terminarán formando parte de asteroides, cometas, rocas que en algún momento colisionarán con planetas errantes, enanas marrones o incluso acabarán en el interior de nuevos sistemas solares. Una vasta red de comunicaciones que, como los recientes descubrimientos sobre planetas errantes parecen apuntar, garantiza el suministro de vida a cualquier punto del universo.
Volviendo al comienzo, vemos que los sistemas más básicos del Cosmos, aquellos en los que sólo está presente el polvo estelar, cuentan ya con capacidad para que sus componentes se relacionen y sean aptos para almacenar y transmitir información. De acuerdo al físico Vlatko Vedral, deberíamos acostumbrarnos a pensar en términos de una realidad cuyas unidades fundamentales no son la materia o la energía, sino las unidades de información.
Para que nos entendamos, la información se definiría como la relación, los enlaces, entre las partes de un sistema para crear una complejidad coherente. En definitiva, movimiento con propósito. Es aquello que hace que no podamos describir un sistema como la suma de sus partes, pues cada una de estas partes, tomadas por sí solas, no explican la totalidad. Falta algo que es lo que le da coherencia al conjunto.
El ejemplo típico suele ser el de un hormiguero. Estudiar cada
hormiga por sí misma, como una criatura independiente, no nos dice nada
de la extrema organización de la colonia, que actúa como un ser autónomo
formado por la totalidad de sus miembros, hasta el punto de que
podríamos considerar al hormiguero como un ser vivo en sí mismo.
Cuando analizamos las unidades fundamentales de la
realidad, las que lo componen todo a nuestro alrededor, creo que ya no
debemos pensar en estas unidades como fragmentos de energía o materia,
sino que deberíamos pensar en ellas como unidades de información.
Me parece que la mecánica cuántica, nuevamente, supone la clave para
entender este fenómeno, porque la mecánica cuántica tiene otra propiedad
(que supongo que a personas como Einstein no les gustaba) que es la
siguiente: en la mecánica cuántica no se puede decir que algo exista o
no a no ser que se haya realizado una medición, así que es impreciso
decir: «tenemos un átomo situado aquí» a no ser que hayamos interactuado
con ese átomo y recibido información que corrobore su existencia ahí.
Por ende, es incorrecto lógica y físicamente, o mejor dicho
experimentalmente, hablar de fragmentos de energía o materia que existan
con independencia de nuestra capacidad de confirmarlo
experimentalmente. De algún modo, nuestra interacción con el mundo es
fundamental para que surja el propio mundo, y no se puede hablar de él
independientemente de eso. Por esta razón, mi hipótesis es que, en
realidad, las unidades de información son lo que crea la realidad, no
las unidades de materia ni energía.
Y aunque Vedral rechaza introducir el concepto de inteligencia en sus
teorías, otros científicos se manifiestan a favor de considerar la
mente como parte del problema científico. Uno de ellos es el físico Paul
Davies:
En la introducción a la obra, titulada Information and the Nature of Reality: From Physics to Metaphysics (La
información y la naturaleza de la realidad: de la física a la
metafísica), se explica que las nociones heredadas sobre el mundo
material no pueden explicar los hallazgos realizados, a lo largo del
siglo XX, por la física y la biología.
La idea, mantenida durante siglos, de que la materia está formada por
partículas sólidas, con masa, impenetrables y móviles, así como las
leyes que suponían que se podía predecir cualquier hecho (materialismo
clásico y determinismo), se han visto sacudidas por las realidades
mostradas por disciplinas como la termodinámica y la física cuántica o
por el estudio de las estructuras disipativas o del caos, entre otros.
¿Qué ha pasado, entonces, con la noción tradicional acerca de la
materia y del mundo material? ¿Dónde queda ahora lo que los científicos
denominan el “Mito de la Materia”?
Para tratar de responder a estas preguntas, Davies se cuestiona en el
presente libro qué sucedería si comenzáramos a no asumir que las
relaciones matemáticas de las llamadas “leyes de la naturaleza” son el
nivel descriptivo más básico de la realidad material, y qué pasaría si
pasáramos a darle a la “información” el valor de fundamento, a partir
del cual la realidad física se construye.
El físico propone el siguiente esquema de explicación de la realidad
material: información → leyes de la física → materia, que sería inverso
al tradicional modo de explicación del mundo. Davies realiza, por tanto,
un análisis de la posibilidad de que la información sea en sí misma una
entidad que subyace a las cosas materiales.
David Bohm,
uno de los pioneros en el estudio de la mecánica cuántica, se refería a
ese mundo de información como “orden implicado”: una totalidad
primaria, indivisible y atemporal que unifica, ordena y manifiesta el
orden explicado.
El orden explicado es el conjunto de fenómenos físicos, psíquicos y
biológicos que se dan en la realidad sensible. El mundo físico posee una
estructura dinámica que produce la enorme diversidad de seres y
fenómenos que es constatada por los sentidos. Es un sistema plural en
continuo cambio que, según la teoría de Bohm, carece de una razón
suficiente de ser.
Las relaciones causa-efecto no bastan para otorgarle una explicación
en sí mismo, sino que debe existir una realidad más allá de las leyes
mecanicistas. El orden implicado se entiende como un fondo de energía en
incesante actividad, que subyace y a la vez impregna la realidad
física, y que incluye una dimensión psíquica de la materia. Se trata de
un todo material y consciente que contiene la información necesaria para
“desenvolver”, usando el término de Bohm, el orden explicado.
La existencia de un mundo subcuántico y las claves para comprenderlo se dieron, o intenté darlas, en un artículo reciente:
Sabemos que la base de la materia son ondas que vibran.
Campos de energía cuyas interacciones crean lo que a nuestros ojos
parecen partículas. Nos ahorraremos una buena parrafada gracias a este
vídeo en que el físico y divulgador Michio Kaku hace gala de su mejor
gracia y claridad:
Así, el mundo real, material, se crea a partir de un
agitado flujo de energía radiante. Llevados estos principios hasta las
últimas consecuencias, la física cuántica sugiere que el universo sólido
y temporal es una completa ilusión. En el mundo sub-cuántico, el tejido
espacio-tiempo es tan inestable, a causa de vibraciones que se
interfieren unas a otras permanentemente, que es como una espuma de
burbujas que surgen, estallan y desaparecen una y otra vez.
Es aquí donde surgen de forma natural los agujeros de gusano,
rasgaduras en el tejido que permiten traspasarlo y, por tanto, acceder a
puntos que no son adyacentes a nuestra posición de origen en el tejido.
Para estabilizar la espuma cuántica y evitar estas alteraciones, es
necesaria una ingente cantidad de energía gracias a la cual se
conformará todo lo demás a niveles más densos.
A ese nivel, por tanto, no existe ni espacio ni tiempo. La verdadera
realidad, el origen de todo, es inmaterial y está más allá del tejido
que da forma al espacio y al tiempo. Antes de que una partícula se
materialice en ese tejido del espacio-tiempo, era una onda de
probabilidad, cuyas crestas y valles determinaban las opciones que la
partícula aún inmaterial tenía de manifestarse en un lugar u otro.
Ciertos experimentos recientes apuntan a que las ondas de probabilidad son reales,
no se trata de metáforas para facilitar las operaciones matemáticas. No
es que la indeterminación, que sólo permite establecer las
probabilidades de materialización para cada uno de los sucesos posibles
pero no definir qué suceso va a ocurrir, dependa de la mayor o menor
falta de datos sobre un fenómeno, sino que la incertidumbre es una
condición inherente a la naturaleza de la realidad. Es decir, en el
principio es “todo” y a la vez “nada”.
Experimentos que parecen darle cierta razón a Bohm, para quien la
función de onda no era una herramienta matemática, sino el orden
implicado en sí. Una aparente paradoja, puesto que el orden implicado es
un campo que rige el comportamiento de las partículas cuánticas, y la
función de onda las condena a la estadística.
Esta paradoja deja de serlo si entendemos que el físico
estadounidense creía en la existencia de un “determinismo oculto”, es
decir, que el sistema parece indeterminado porque faltan datos al
observador, pero que tal falta de datos es inherente al sistema, e
imposible de solucionar desde dentro de la realidad en que residen tanto
el observador como el objeto observado: el espacio-tiempo.
Es decir, reconoce que en la práctica el determinismo, esto es,
predecir resultados, resulta imposible. Sólo se pueden establecer las
probabilidades de que se dé un resultado u otro. El orden implicado es
el origen de complicadas interacciones mediante variables que nos
permanecen ocultas. A efectos prácticos, sólo pueden ser tratadas
mediante estadística.
Como ejemplo de ello, es lo que ocurre con un holograma, donde la
caótica disposición de patrones de interferencia grabados en una placa
no es en absoluto caótica, sino que se trata de una organización bien
estructurada a pesar del galimatías de ondas que se observa en ella. La
placa del holograma representa el orden implicado, mientras que su
proyección y la aparición de las imágenes que esconde es el orden
explicado.
Y
de la misma forma que la imagen del holograma depende de la interacción
del observador, cuya perspectiva con respecto a la placa (según el tipo
de holograma, podemos entender por “observador” el rayo de luz que la
atraviesa y como perspectiva el ángulo en que lo hace) determina cuál de
todas las imágenes grabadas es la observada en cada momento, la
realidad manifestada también depende de la participación de un
observador.
Según una de las primeras explicaciones de la física cuántica,
defendida por Niels Bohr, la partícula sólo aparece cuando se observa la
onda de probabilidad. Antes de la observación, la materia no existe. Lo
único que tenemos son posibilidades no observadas a modo de ondas
fantasma. Un fenómeno sólo lo es si un observador lo registra.
Según otras versiones que usan el concepto de “universos paralelos“,
como las de Hugh Everett y Bruce DeWitt, la onda de probabilidad es la
suma de posiciones de las partículas en un número infinito de universos
paralelos, en cada uno de los cuales el observador se diversifica como
seres paralelos que contemplan, en cada uno de los universos, una
posición de la partícula.
En ambos casos, la realidad física sólo se concreta si existe un
observador. Mientras no haya observación, la superposición de universos
se mantiene y, por tanto, las interferencias entre ellos, al modo de
ondas de probabilidad ajenas aún al tejido espacio-tiempo.
Sólo existe orden implicado hasta que una conciencia lo desenvuelve.
Esta idea es la que ha originado una de las teorías quizás más
“místicas” entre los físicos teóricos. Se trata del idealismo monista de Amit Goswami, al que hemos aludido en varias ocasiones, según el cual, y en la misma línea de todo lo expuesto:
la fuente de la que todo parte en el universo es la
conciencia, entendiendo a ésta como un campo cuántico en el que todas
las posibilidades de la energía y la materia se superponen hasta que una
de ellas queda concretada. La conciencia actúa como una entidad
transformadora que decide la naturaleza de lo real para unas
circunstancias concretas.
Es decir, si la conciencia no está en el origen, no es posible
“imaginar” el espacio, el tiempo, la energía y la materia. Todo seguiría
siendo una onda de probabilidades a la espera de ser concretada en
alguna de sus opciones, o un cúmulo de información aguardando a ser
aplicado en procesos matemáticos en términos de Paul Davies. Un orden
implicado sin desenvolver de acuerdo al pionero David Bohm.
Como hemos mencionado, la idea de que el universo físico es la
manifestación de una realidad cuya base es energía radiante la cual, a
su vez, es generada como estructura concreta desde un campo de
información infinita por parte de un observador o conciencia inicial,
nos ha conducido a una de las grandes metáforas, o quizás no sea sólo
metáfora, que en la actualidad buscan comprender qué somos: el universo como holograma.
Y tal es el título del libro más popular de Michael Talbot, quien describió las interesantes conexiones entre lo físico, lo psíquico y lo espiritual a partir de un resumen de los estudios de David Bohm y el neurocientifico Karl Pribram en torno al concepto de holograma y al hecho de que todo el universo, incluidos nosotros, no parece ser más que un patrón de interferencias de infinitas ondas electromagnéticas, que sólo adquieren forma por medio de la interpretación que de ellas hace el pensamiento. Pero eso es otra historia tan larga o más que la hasta aquí expuesta, así que queda para otro artículo.
Pero para no acabar tan bruscamente, apuntaremos que, para Bohm, la ciencia se equivoca al considerar como verdadera la fragmentación de la realidad, la cual sólo tiene validez como acuerdo para proyectar unas convenciones culturales. Al igual que un holograma, cualquier trozo del mismo contiene la totalidad de la imagen. Para ejemplificar sobre tales convencionalismos, usaba el argumento de la bala de Lincoln para explicar cuán limitados estamos a la hora de considerar los procesos de causa y efecto por los que establecemos que unos aspectos de la realidad están conectados y otros son independientes entre sí:
Si preguntamos a alguien la causa de la muerte de Lincoln, la contestación será que fue la bala de la pistola de John Wilkes Booth. Ahora bien, en un estudio más profundo de las causas tendrían que contemplarse los acontecimientos que llevaron a la invención de la pistola, los factores que hicieron que Booth quisiera matar a Lincoln, las etapas de la evolución humana que hicieron posible que el hombre pudiera manejar herramientas, etc. Lo que Bohm quería argumentar es que no se puede limitar una relación de causa y efecto al margen del universo como totalidad.
(El universo holográfico)
De la misma forma, el entrelazamiento cuántico en realidad no sería tal y como lo entendemos (dos objetos que comparten un origen común se influyen uno a otro sin necesidad de contacto), sino que los efectos de no localidad son posibles porque las dos partículas, orden explicado, forman parte de una totalidad indivisible, orden implicado. No hace falta ningún tipo de señal o comunicación entre ambas para que se produzca la coordinación porque los dos elementos no son sino proyecciones de una realidad común.
Sería como estar grabando al mismo pez con dos cámaras diferentes desde ángulos opuestos. Al observar las grabaciones en dos pantallas simultáneas, podríamos pensar que se trata de dos peces “entrelazados”, pero sólo se trata de una ilusión.
En cierto modo, Goswami viene a decir algo parecido al hablar de la ilusión por la que la conciencia primera adopta el punto de vista de un elemento concreto de ese todo que ella conforma, produciéndose el desdoblamiento y la dualidad, así como la materialización del espacio y el tiempo.
La conciencia se asocia con un sujeto y se observa a sí misma desde una perspectiva limitada, una de las infinitas pantallas de que dispone podríamos decir, y es entonces cuando lo que hasta entonces era una posibilidad de tantas otras se concreta, y lo hace de manera retrospectiva, desenvolviéndose en el tiempo hasta que todo el proceso queda materializado, de forma que puede conocer también el camino que ha seguido el suceso que se manifiesta. Es así que tiene lugar el proceso de individualización de lo que en realidad es una conciencia única.
Albert Einstein, tan reacio a aceptar la mecánica cuántica y sus principios “fantasmales”, era en cambio amigo de largas conversaciones con Bohm. Quizás porque ambos estaban de acuerdo en que “Dios no juega a los dados”. La idea del orden implicado debió resultarle muy atractiva a alguien que creía en un universo infinito, eterno e inmutable, hasta el punto de que esta idea condicionó sus investigaciones:
Esta creencia en la inmutabilidad del Universo fue la que llevó a Einstein a descartar las soluciones cosmológicas de sus ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad, que podrían conducir a la contracción del Universo. Para evitarlo incluyó la llamada constante cosmológica, un artilugio matemático que permitía describir un Universo estacionario, planteando la existencia de una fuerza opuesta a la gravedad.
(“El lado espiritual de Albert Einstein“)
Y ya que lo hemos mencionado, terminaremos con otro comentario de Einstein, extraído del mismo artículo, que parece ajustarse a la afirmación de los físicos del Observatorio Europeo Austral (“Las moléculas de azúcar no sólo se encuentran en el lugar indicado para encontrar su camino hacia un planeta, sino que además van en la dirección correcta”):
¿Cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es, sobre todo, el sentido de la vida de todos los vivientes? Tener respuesta a esta pregunta se llama ser religioso. Pregunta: ¿tiene sentido plantearse esa cuestión? Respondo: quien sienta su vida y la de los otros como cosa sin sentido es un desdichado, pero hay algo más: apenas merece vivir.
[...] El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede admirarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido.