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Ciencia: La alquimia no es una “pseudociencia”: es el fundamento de la ciencia
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De: kuki (Mensaje original) |
Enviado: 31/01/2014 05:03 |
El título de este artículo parafrasea una nota que publica The Smithsonian que,
como en la luz de una supuesta revelación, anuncia que la alquimia en
realidad legó importantes pilares de conocimiento a la ciencia moderna.
Según el sitio de esta importante institución, en el último siglo los
científicos han considerado a los alquimistas como charlatanes o
amateurs, que en vano procuraron hallar la piedra filosofal o
transformar metales como el plomo en oro. Sin embargo, al parecer un
revisionismo está en ciernes, y algunos historiadores de la ciencia
están descubriendo —la obviedad— que los alquimistas hicieron
importantes aportaciones al desarrollo de la ciencia moderna.
Para poder estudiar la alquimia y
realmente conocer de qué se trataba y qué se logró, un investigador debe
familiarizarse con un lenguaje oculto, revestido de metáforas y
referencias mitológicas en el afán de mantener hermético el
conocimiento. Los alquimistas practicaban la secrecía debido a que
consideraban que había cierto poder en su conocimiento y era su
responsabilidad hacer que fuera inaccesible para el vulgo o para las
mentes comunes. Aurum nostrum non est aurum vulgi (“Nuestro oro
no es el oro del pueblo”) dice una máxima que claramente hace
referencia a que el oro que buscaban no era el oro común (lo cual nos
hace ver que su trabajo es fundamentalmente incomprendido, ya que su
meta no era transmutar oro material). Por esto y quizás también porque
tenían cierta inclinación tropológica, apreciando la belleza del
lenguaje y la misma sintonía de la poesía con la obra magna, ya que cada
acto debía de ser un reflejo de los procesos cósmicos, es que surgen
términos que acompañan la transformación y evocan las tinturas como el
león verde (el vitriol, la sustancia que absorbe el oro, el ser
verdadero), la cola de pavorreal (la visión iridiscente que antecede a
la transmutación), el unicornio (la piedra blanca) o el pelícano (la
piedra roja: se decía que la piedra filosofal y el oro es de este color;
el pelícano míticamente alimenta a sus hijos de su propia sangre y
llegó a ser una imagen de Cristo, de la perfección y resurrección del
filósofo…) y toda una sutil fauna de criaturas simbólicas con numerosos
significados que agregan elegancia a este arte. De igual manera, se dice
que todo está compuesto de mercurio, azufre y sal, pero estos elementos
no se refieren literalmente al mercurio, el azufre o la sal que
conocemos, sino al espíritu, al alma y al cuerpo.
Las aventuras en el atanor de los
alquimistas no eran fútiles o ingenuas. Recientemente, el químico de la
Universidad John Hopkins, Lawrence Principe, logró realizar con éxito un
experimento alquímico descrito en textos del siglo XVII, para generar
un “Árbol Filosofal” a partir de una semilla de oro. Este arbor philosophica
era considerado el precursor de la piedra filosofal. La idea era que a
partir de oro se podía generar más oro, como se puede usar germen de
trigo para crecer un campo de trigo. Los alquimistas le daban a la
semilla del oro el nombre de “alkahest”.
Principe mezcló un preparado de oro con
mercurio en una “bola mantequillosa” en un frasco. Luego cubrió el
frasco sellado en un baño de sal al calor en su laboratorio. Al día
siguiente, para su “completa incredulidad”, el frasco estaba llenó de un
“brillante y maduro árbol” de oro. La mezcla había crecido en una
estructura similar a la de un coral (curiosamente en la alquimia se
habla del coral de oro, como un tipo de oro más valioso). Más sobre un
experimento similar para extraer “la semilla áurea” puede leerse aquí (también existe la versión de plata, llamada “el árbol de Diana”).
Principe y sus colegas han detectado
creciente evidencia de que los experimentos que realizaron los
alquimistas obtuvieron genuinos resultados y analizaron el mundo
material de manera valiosa para la ciencia. Por ejemplo, se sabe que
Robert Boyle, considerado como uno de los fundadores de la química
moderna, básicamente saqueó el trabajo del alquimista Daniel Sennert o
que Lavoisier se basó para substituir la tabla moderna de elementos de
los viejos cuatro elementos, “en conocimientos que eran conocidos
ampliamente por fuentes alquimistas previas”, según señala William
Newman de la Universidad de Indiana.
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De: kuki |
Enviado: 31/01/2014 05:13 |
El caso más notable en este sentido es
el de Isaac Newton quien no sólo se inspiró en conocimientos propios de
la alquimia y la filosofía hermética para desarrollar su teoría de la
gravedad y sus descubrimientos en el campo de la óptica, él mismo dedicó buena parte de su vida a la alquimia, la cual consideraba la ciencia suprema e incluso hizo una traducción del texto hermético La Tabla Esmeralda,
en el cual se habla de principios universales, como la ley de la
atracción. Antes que Newton: Bruno, Brache, Copérnico y Kepler también
tuvieron influencias alquímicas o herméticas —lo cual no es para nada
extraño puesto que las mentes más brillantes de esa época estudiaban o
buscaban una iniciación en la alquimia. Copérnico estudió filosofía
hermética en Florencia y citó postulados herméticos al “redescubrir” que
la Tierra giraba alrededor del sol en su “Revolución de las Órbitas
Celestes”. Kepler tuvo una influencia de amigos y colegas interesados en
la alquimia como puede constatarse por su correspondencia. Kepler escribió en su libro Tertius Interviens:
El hombre tiene
también en su alma y facultades más bajas una afinidad con el cosmos,
como también la tiene la tierra y esto puede ser probado de muchas
formas.
Esto nos recuerda claramente a postulados alquímicos como éste, de Basilio Valentino:
El principio de la semilla de engendrar metal se produce en la tierra por medio de la influencia e impacto sideral.
O del amigo de Kepler, Martin Ruland:
El hombre es el
mundo pequeño [microcosmos] porque en él todo lo que es invisible y
espiritual en el gran mundo se vuelve material y visible.
El divino Paracelso, quizás el alquimista más famoso, escribió:
El hombre es un
microcosmos, o mundo pequeño, porque es un extracto de todas las
estrellas y planetas del firmamento, de la tierra y de los elementos;
así es su quintaesencia.
Paracelso quizás debería de llevar el
título no sólo de su excelsitud, sino también el de “Padre de la
Medicina” (para muchos científicos es considerado al menos el Padre de
la Toxicología). Introdujo metales, minerales y la aplicación de la
química a la práctica de la medicina; acuñó el término para el “zinc”;
recomendó en contra del uso de mercurio en un tratado sobre la sífilis,
convencido de que “la dosis hace al veneno”; contribuyó al tratamiento
de “la enfermedad del minero”; fue el primero en usar el término
“inconsciente”, etcétera.
“La medicina no es sólo una ciencia; es
también un arte. No debe de consistir sólo en confeccionar pastillas y
colocar vendas; trata con los procesos esenciales de la vida, los cuales
deben ser comprendidos antes de que puedan ser guiados”, dijo
Paracelso, quien escribió: “¿Acaso no es más grande aquél que cura el
alma que aquél que cura el cuerpo?”. Evidentemente este entendimiento
filosófico-espiritual de la medicina hoy en día no es del todo aceptado.
Por una parte, la especialización, ante el incremento de la cantidad de
información, hace difícil que un médico pueda tener también una
formación filosófica o incluso una formación amplia dentro de las
ciencias naturales; por otra parte, la ciencia moderna no comparte esta
visión integral. Me pregunto qué ocurriría si nuestros médicos tuvieran
un poco de este espíritu de Paracelso: seguramente no recetarían
medicamentos a diestra y siniestra e intentarían conocer las causas más
profundas de las enfermedades, tal vez buscando en primera instancia una
armonía con el entorno y la psique.
Si bien la visión de Paracelso, para
quien la salud y la vida del hombre eran parte de un telar de influencia
que incluía a los planetas y a su propia psique, supuestamente ha sido
superada por la ciencia moderna, es interesante notar que cada vez más
la ciencia moderna se ve en la necesidad de aceptar que existen factores
psicosomáticos en las enfermedades, tales como el estrés, y que se
pueden utilizar alternativas a la medicina farmacológica para lograr una
salud y un mayor equilibrio. Tal vez, la alquimia no sólo no es una
pseudociencia: es la trascendencia de nuestra ciencia que yace,
paradójicamente, en el pasado, cerca del origen. Una honrosa herencia
que conecta al arte con la ciencia y que, como una serpiente Ouroboros,
quizás sea también un pilar al final de la historia.
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