Las potentes tormentas solares del 8 al 10 de marzo aportaron a la
atmósfera energía suficiente para poder abastecer una ciudad como Nueva
York durante dos años:
Durante esos tres días, la termosfera absorbió 26.000
millones de kilovatios-hora (kWh) de energía. La radiación infrarroja
del CO2 y el óxido nítrico, los dos refrigerantes más eficaces en la
termosfera, devolvió el 95% de todo eso de vuelta al espacio.
Un hogar medio de Nueva York consume un poco menos de 4.700 kWh al
año. Esto significa que la tormenta geomagnética arrojó suficiente
energía a la atmósfera como para abastecer todos los hogares de la Gran
Manzana durante dos años. Desafortunadamente, no hay forma de aprovechar
este tipo de energía. Está demasiado lejos de la superficie terrestre y
la mayoría es enviada de vuelta al espacio. (Fuente: ABC)
Una noticia como esta resulta perfecta para reflexionar en torno a
nuestro desarrollo como civilización y el futuro que nos espera. En su
libro Fisica de lo imposible, el científico y divulgador Michio Kaku
nos recuerda que muchas veces se nos dice que algo es imposible cuando
en realidad lo que sucede es que no está al alcance de una civilización
tecnológicamente primitiva como la nuestra.
De acuerdo a esta forma de ver las cosas, si las leyes conocidas de
la física permiten un suceso, tal suceso es posible y, por tanto,
especular en torno a él como algo real se convierte en una cuestión
legítima. Es lo que el escritor Arthur C. Clarke estableció como las tres leyes del avance científico:
1. Cuando un anciano y distinguido científico afirma que
algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto. Cuando afirma
que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.
2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.
3. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Y recordemos que la magia, propiamente hablando, no es sino el manejo
de las leyes de la naturaleza a partir de un conocimiento más profundo
que se escapa a la cultura establecida.
Respecto al aprovechamiento del Sol como fuente de energía, Kaku menciona, en su artículo “La física de las civilizaciones extraterrestres“,
que la Tierra recibe, según el astrónomo de Berkeley Don Goldsmith,
alrededor de una mil millonésima de la energía del Sol, y que los
humanos utilizan solo una millonésima de esta. De modo que consumimos
alrededor de una mil billonésima parte de la energía total del Sol.
En 1964, el astrofísico ruso Nicolai Kardashev
teorizó que las posibles civilizaciones avanzadas que existan ahí fuera
deben estar agrupadas de acuerdo a tres tipos, según las formas de
energía que dominen y exploten: I, planetaria; II, estelar y III,
galáctica. Kardashev calculó que el consumo de energía de estos tres
tipos de civilización estarían separados por un factor de muchos miles
de millones.
Se trata de un método de clasificación que ha llegado hasta nuestros días bajo el nombre de “escala de Kardashev”
y que ha sido perpetuado en el tiempo por grandes divulgadores como
Carl Salgan y, ahora, por el mencionado Michio Kaku, el cual lo ha
puesto al día con los últimos grandes avances que permite la física
teórica, tales como agujeros de gusano, teleportación cuántica, viajes
espaciales, nanotecnología, etc.
Los terrícolas seríamos una civilización de tipo 0, fuera de la
escala. Derivamos nuestra energía no del aprovechamiento de fuerzas
globales sino de la combustión de materia muerta como petróleo y carbón y
aún no hemos desarrollado una conciencia planetaria. Según el físico Freeman Dyson,
del Instituto para Estudios Avanzados de Princeton, deberíamos alcanzar
la situación de Tipo I en un plazo no mayor de 200 años.
Por definición, una civilización avanzada debe crecer más rápido que
la frecuencia de catástrofes que amenacen la vida. Los siguientes
ejemplos son señalados por Kaku en el artículo arriba citado:
- El impacto de un gran meteorito o cometa tiene lugar una vez cada
pocos miles de años, una civilización de tipo I debe dominar el viaje
espacial para desviar los escombros en un marco de tiempo que no suponga
un problema.
- Las glaciaciones tienen lugar en una escala temporal de decenas de
miles de años, por lo que una civilización de tipo I debe aprender a
modificar el clima dentro de este marco temporal.
- Las catástrofes artificiales e internas deben ser también tenidas en
cuenta. Pero el problema de la contaminación global es solo una amenaza
mortal para una civilización de tipo 0. Una civilización de Tipo I que
ha vivido durante varios milenios como civilización planetaria
necesariamente lleva a cabo un equilibrio planetario a nivel ecológico.
Sin embargo, el tránsito de una civilización de tipo 0 como la
nuestra a tipo I no está garantizado. Ello se debe a que es la fase en
que hay que superar el sectarismo y la falta de conciencia colectiva, lo
cual exige una evolución moral que acompañe al desarrollo tecnológico.
De lo contrario, una civilización que llega a un punto determinado de
evolución se extermina a sí misma. Esta ha sido una de las ideas
defendidas para solucionar la llamada “paradoja de Fermi“,
que plantea la contradicción entre la supuesta existencia de
innumerables civilizaciones avanzadas y la ausencia de evidencias acerca
de las mismas.
Este aspecto recuerda a la clasificación de Jean Gebser sobre la evolución de la conciencia,
común a los movimientos teosóficos de principios del siglo XX.
Estaríamos viviendo el tránsito desde una “conciencia racional-mental”,
donde nos hemos separado completamente del Origen y la separación marca
una existencia basada en la violencia y la falta de comunidad, a una
“conciencia integral”, en la que se recupera la conexión y se potencia
el aspecto espiritual.
En este tipo de pensamiento tampoco se garantiza el éxito del
tránsito y la experiencia es traumática, tanto a nivel individual como
colectivo, siendo la acumulación de crisis el agente de cambio, puesto
que lo viejo se resiste a dar paso a lo nuevo.
Es una apreciación que comparte también Alice Bailey en
sus escritos, donde se subraya que el cambio a una nueva era, al ser
imparable, se desarrolla de manera cruel y dolorosa debido a las
actitudes emocionales y físicas erróneas. Y es que el dolor ha sido
siempre el agente purificador debido a nuestra incapacidad para
interpretar los propósitos más elevados.
Michio Kaku concluye su libro Universos paralelos con la siguiente reflexión:
Si no permitimos que nuestro instinto a veces brutal de
autodestrucción nos consuma, nuestros nietos podrían vivir una época en
la que la necesidad, el hambre y la enfermedad ya no acosarían nuestro
destino. Por primera vez en la historia humana, poseemos tanto los
medios para destruir toda vida en la Tierra como para alcanzar el
paraíso en el planeta.
De pequeño, a menudo me preguntaba cómo sería vivir en el futuro
remoto. Hoy en día, creo que si pudiese elegir vivir en una época
concreta de la humanidad, elegiría ésta. N os encontramos en el momento
más emocionante de la historia humana, en la cúspide de algunos de los
mayores descubrimientos cósmicos y avances tecnológicos de todos los
tiempos. Estamos en plena transición histórica de observadores pasivos
de la danza de la naturaleza a coreógrafos de esta danza, con la
capacidad de manipular la vida, la materia y la inteligencia.
Sin embargo, este poder imponente va acompañado de una gran
responsabilidad para asegurar que los frutos de nuestros esfuerzos se
usen con sabiduría y en beneficio de la humanidad. La generación de
humanos que vive ahora es quizá la más importante que andará jamás sobre
la Tierra. A diferencia de las generaciones anteriores, tenemos en
nuestras manos el destino futuro de nuestra especie, tanto si nos
elevamos hasta cumplir nuestra promesa como civilización de tipo I como
si caemos en el abismo del caos, la contaminación y la guerra.
Las decisiones que tomemos retumbarán durante todo este siglo. La
manera en que resolvamos las guerras globales, la proliferación de armas
nucleares y los conflictos sectarios y étnicos establecerán o
destruirán las bases de una civilización de tipo I. Quizás el propósito y
significado de la generación actual es asegurar que la transición a una
civilización de tipo I sea suave. La elección es nuestra. Éste es el
legado de la generación que vive actualmente. Éste es nuestro destino.
Como ya se mencionó en su día en un artículo sobre energía libre,
es obvio que las consecuencias del aprovechamiento de los recursos que
nos brinda el planeta van más allá de los avances tecnológicos y afectan
seriamente a nuestro escaso nivel de conciencia global. La capacidad de
vivir en un mundo cuyo funcionamiento se basa en la energía libre es
incompatible con los sistemas sociales que hemos conocido en el s. XX y
que se prolongan hasta hoy, puesto que acaba con la idea de que todo
tiene un precio, el cual se establece según gastos de obtención o
producción y es dependiente de la oferta y la demanda, y permite la
universalización del aporte energético.
Mientras tanto, seguiremos devolviendo energía al espacio…
–Michio Kaku, “¿Se autodestruirá la raza humana?”