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Muy Interesante: ¿Dónde está el Santo Grial?
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De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 05/04/2014 23:13 |
¡Albricias! Un nuevo grial ha aparecido,
y van veinte o así, esta vez en tierras de León. Se trata del que hasta
ahora se conocía como cáliz de doña Urraca y que, gracias al libro aún
por publicar pero que está destinado a best-seller hispano de primavera,
va a atiborrar de turistas de lo sagrado el encantador rincón de la
meseta ibérica.
Pero, un momento, ¿qué blasfemia se acaba de cometer?, ¿”un nuevo
grial”? ¡No! ¡”El” Grial! Lo confirman los estudios
tipológicos. ¡Tiembla, Dan Brown! ¡Pa´ti María Magdalena y tus cuentos
escoceses…!
Bueno, no, pa´ti no… O sí…
Bah, pasando de la tipología. Y pasando de Dan Brown. Un servidor se
queda con la peli, que Audrey Tautou como custodia de la sangre de
Cristo mola mazo, sobre todo porque es inevitable asociarla con la
cautivadora, desprendida, espléndida y platónica Amelie. Cosas del cine
que no te da el cáliz de doña Urraca, sobre todo ahora que los custodios
de la reliquia han subido el precio de las entradas cual I.V.A. de
espectáculos, que Babia queda cerca pero ni de lejos está la cosa para
despitarse con los acontecimientos del reino.
Dicho lo cual, aprovecharemos para hurgar en la filosofía perenne,
que no da dinero ni atrae a las masas ávidas de copas pomposas,
misterios pop y actrices custodias chic, pero que es lo que hay en este
blog. Así va la cosa…
Escribía René Guénon, igual que otros, pero es que éste habla en relación a los símbolos sagrados, que la civilización occidental moderna es una anomalía:
…de todas las que conocemos, es la única que se ha
desarrollado en un sentido puramente material, la única también que no
se apoya en ningún sentido superior. Este desarrollo material, que
continúa desde hace ya varios siglos y que va acelerándose de más en
más, ha sido acompañado de una regresión intelectual, que ese desarrollo
es harto incapaz de compensar.
[…] aquellos mismos que se creen sinceramente religiosos, en su mayor
parte no tienen de la religión sino una idea harto disminuida; ella no
ejerce apenas influjo efectivo sobre su pensamiento ni su modo de obrar;
está como separada de todo el resto de su existencia. Prácticamente,
creyentes e incrédulos se comportan aproximadamente de la misma manera;
para muchos católicos, la afirmación de lo sobrenatural no tiene sino un
valor puramente teórico, y se sentirían harto incómodos de haber de
verificar un hecho milagroso. Esto es lo que podría llamarse un
materialismo práctico, un materialismo de hecho; ¿no es más peligroso
aún que el materialismo confesado, precisamente porque aquellos a
quienes afecta no tienen siquiera conciencia de ello?
Por otra parte, para la gran mayoría, la religión no es sino asunto de
sentimiento, sin ningún alcance intelectual; se confunde la religión con
una vaga religiosidad, se la reduce a una moral; se disminuye lo más
posible el lugar de la doctrina, que es empero lo absolutamente
esencial, aquello de lo cual todo el resto no debe lógicamente ser sino
consecuencia.
(Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada)
En la literatura iniciática, es una
clave fundamental que, cuanto más estrambótico resulta un pasaje, más
atención requiere, por cuanto es una advertencia sobre su contenido
oculto; a él no se puede llegar por análisis alguno, pues el símbolo no
admite traducción; no es posible decirlo ni por tanto comprenderlo, sólo
cabe vivirlo de forma personal y asumir la soledad que nace de toda
experiencia imposible de ser compartida.
La ocultación no es un capricho, sino una necesidad. Cuando, por
ingenuidad o, en muchos casos, por debilidad e inseguridad, se busca la
comprensión de los demás, lo único que se consigue es aumentar la
agonía. La única vía en este sentido es la poética, dejando al mundo
decidir por sí mismo cuán profundo puede llegar.
En el lado opuesto, el de la recepción, el gran error es descartar lo
inverosímil por quedarse en la lectura superficial, no sólo de las
leyendas sino de la existencia; o, peor aún, por culpa de la misma
superficialidad, dejarse seducir por el sueño de materialidad, por la
ilusión de que el misterio es fácil de manejar en tanto que es un objeto
más en el mundo; basta con salir a buscarlo.
Cabe subrayar, por otra parte, (sea ésta una mano tendida al grial de
León… y al de Valencia… y a todos los que en el mundo han sido) que la
admisión del símbolo no excluye su significación literal o histórica; no
obstante, ésta debe quedar relegada a un segundo plano y ser entendida
en su carácter anecdótico, como síntoma o manifestación de algo más allá
de lo puramente físico.
También escribe Guénon, aunque aquí la cita procede de Julius Evola, que:
…en casi todos los casos se trata de elementos
tradicionales en el verdadero sentido del término, aunque a veces
deformados, mermados o fragmentarios, y de cosas que poseen un valor
simbólico real, cuando todo ello, en vez de ser de origen popular, a fin
de cuentas ni siquiera es de origen humano. Lo que puede ser de origen
popular es únicamente el hecho de su “supervivencia”, cuando estos
elementos pertenecen a formas tradicionales desaparecidas […] que quizá
se remontan a un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo, y
que por eso nos contentamos con relegar al oscuro ámbito de la
prehistoria. A este respecto, sin embargo, el pueblo ejerce la función
de una especie de memoria colectiva más o menos subconsciente cuyo
contenido procede sin duda de otra parte.
La primera aparición del Grial en el contexto cristiano tiene lugar en la última década del siglo XII, en la obra Perceval, de Chretien de Troyes. Robert
de Boron es quien, años después de la leyenda iniciada por Troyes,
identifica el Grial con el Cáliz de la Última Cena: José de Arimatea
recogió el cáliz, en el que además se vertió la sangre de Jesús cuando
fue crucificado, y emigró hacia las islas británicas, donde creó una
orden de guardianes del Grial.
No obstante, los orígenes se remontan en el tiempo a las antiguas
tradiciones de los celtas: aparece en la tradición galesa bajo la forma
de calderos mágicos; en concreto, del caldero mágico de Bran.
Bran se nos aparece en los mitos como el dios de la regeneración, el
rey de los britanos y/o un gigante bastante querido por el pueblo. En
cuanto que dios de la regeneración, su caldero mágico tenía el poder de
resucitar a quienes morían. En una de las leyendas, Bran muere
decapitado, pero su cabeza sigue hablando y se convierte en un talismán
que da buenos consejos y ejerce de oráculo.
El historiador Robert Graves, tal y como explica en La diosa blanca, veía
en Bran la huella de la importación, desde el Egeo, de los cultos
mediterráneos relacionados con Asclepio, el dios griego de la medicina,
quien comenzó a salvar vidas tras decapitar a Medusa.
Ya sea por mediación de la leyenda de Boron, o por la hipótesis
histórica de Graves, asistimos a una confluencia de tradiciones, griega,
pagana y hebrea-cristiana, con un mismo fondo simbólico: la cabeza
cortada y parlante también estaba presente en el mito de Orfeo y, por
supuesto, en el cristianismo, a través de la figura clave que es Juan el
Bautista.
Podemos considerar a Juan el Bautista como el puente entre dos tradiciones,
la pagana y la cristiana, en tanto que su cabeza cortada es servida en
bandeja a Salomé. Entenderemos mejor esta representación del
conocimiento divino, donde Bran/Juan el Bautista enlaza la antigua
representación, la cabeza, y la que habrá de popularizarse a partir de
él, el recipiente “mágico”, ya sea bandeja o copa, en definitiva grial,
si acudimos al Tratado IV del Corpus Hermeticum, donde se dice que un mensajero de los dioses es enviado a la Tierra con una crátera en la que se derrama el nous,
la mente divina; en ella habrán de sumergirse quienes acepten el
ofrecimiento de la gnosis, el conocimiento necesario para la elevación
espiritual:
—¿Por qué motivo entonces, oh padre, no compartió dios la mente con todos ellos?
—Lo que quería, hijo mío, es colocar la mente entre las almas, como un premio a conquistar.
—¿Y dónde la colocó?
—Llenó una gran crátera y la envió aquí abajo, y designó un heraldo, a
quien ordenó hacer la siguiente proclama a los corazones de los hombres:
“Sumérgete tú mismo en la crátera, ya que tu corazón puede, si cree que
te alzarás de nuevo hacia aquel que ha enviado la crátera aquí abajo, y
si sabe reconocer para qué naciste”.
Todos aquellos que prestaron atención a la
proclama y se sumergieron en la mente se hicieron partícipes del
conocimiento y se convirtieron en hombres perfectos, pues recibieron la
mente.
Juan el Bautista es el último gran profeta
según los mandeos, un grupo gnóstico surgido a orillas del río Jordán
durante el siglo I y cuyas tradiciones se mantienen aún gracias a unos
pocos miles de fieles que habitan las montañas de Irak. En su día, se
cuenta que custodiaban la reliquia de la cabeza de Juan en Damasco,
considerada portadora de poderes milagrosos.
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De: Marti2 |
Enviado: 05/04/2014 23:14 |
Hay quienes han querido ver en los misterios templarios un contacto
de la Orden con las sectas mandeas en la Siria del siglo XII y la
explicación a la importancia de Juan en el Temple. Según las acusaciones
contra la Orden, los Pobres Caballeros de Cristo reverenciaban una
cabeza cortada, a la cual adoraban como fuente de vida.
El misterio del Baphomet en cuanto que cabeza cortada adorada en
desconocidos rituales ha sido parte de la leyenda templaria a través de
los siglos desde las acusaciones que acabaron con la Orden y el motivo
de que se hable de su asociación con los mandeos. Pero Baphomet es algo
más: según el estudioso Hugh Sconfield, los templarios utilizaron la llamada “codificación atbash” para encriptar la palabra griega “sophia” y así convertirla en “Baphomet”.
Sofía es una figura central en la cosmología gnóstica. Es la
portadora de la sabiduría, aquella que ha de ayudar a los humanos a
liberarse de su prisión terrena y regresar a la esfera de las
divinidades, de donde los hombres fueron arrojados a niveles inferiores
al ser engañados por los arcontes.
Esta función de liberadora ha estado presente en todas las
civilizaciones, donde la figura de la diosa ha sido siempre la de una
sanadora, y por tanto a ella se subordinaban los sabios-médicos: Toth lo
fue en relación a Isis, Esmun a Ishtar, Asclepio a Atenea, Odin a
Freya, Diancecht a Brigit, Bran a Danu, etc.
Todo lo cual nos lleva a mencionar la contribución de los templarios
al esplendor del fervor mariano. Louis de Charpentier cita en El misterio de las catedrales una frase al respecto tomada de uno de los procesos que tuvieron lugar en 1310 contra ellos:
Tu Orden, la del Temple, ha sido fundada en Concilio
general en honor de la santa y gloriosa Virgen María, tu Madre, por el
bienaventurado Bernardo.
Quizás el vínculo más palpable entre María y las diosas sanadoras lo encontremos en la figura de la Virgen de Lourdes, tanto en su historia como en su relación con el paisaje subterráneo de la gruta.
La pasión templaria por las
vírgenes negras y las leyendas en torno a María Magdalena como compañera
de Jesús, tan populares hoy en día, no hacen sino esconder otro símbolo
perenne: uno de los textos encontrados en Nag Hammadi, titulado Pistis Sophia, relaciona a la Sofía gnóstica con María Magdalena.
Gracias a un ensayo de Georges Duby sobre el personaje, sabemos que
María Magdalena era adorada por la Iglesia bizantina y se la rendía
culto en su tumba de Efeso. A través de la cristiandad griega, el culto
se extiende por el sur de Italia y cobra gran popularidad en Inglaterra.
En Francia, la abadía de Vezelay, fundada en el 860 por Girard de
Rousillon, se convertirá en el principal centro del culto a la Magdalena
cuando se asocie el lugar con sus reliquias, en la primera mitad del
siglo XI, época de la reforma cluniacense.
Duby recoge las historias que se elaboraron para justificar la
presencia en Francia de las reliquias, entre ellas el viaje por mar con
Maximino, uno de los setenta y dos discípulos:
Tras desembarcar en Marsella, ambos se dedicaron a
evangelizar con sus predicaciones el país de Aix. Una vez muerta maría
Magdalena, Maximino le hizo hermosos funerales y metió su cuerpo en un
sarcófago de mármol que mostraba, esculpida en una de sus caras, la
escena de la comida en casa de Simón.
La primera interpretación de esta figura es la de una mujer rica y
poderosa que lo deja todo para terminar arrodillándose ante el Cristo
resucitado y que, lejos de todo lo material, se convierte en su primer
apóstol.
No será hasta más tarde, a partir del siglo XII, que la “dulce
enamorada” es reducida a imagen del pecado y de la expiación mediante
penitencia, cuando la amante es borrada de la mente colectiva para ser
convertida en la prostituta doliente y arrepentida.
Precisamente, este papel de amante nos sitúa a la Magdalena en el
camino de las antiguas diosas del amor. Es la diosa roja que, junto a la
diosa negra y a la diosa blanca, conforman los tres aspectos de la Gran Diosa,
los tres aspectos necesarios para completar la obra de transformación
interior que es la Alquimia, con su nigredo, albedo y rubedo.
Entramos, así, en el meollo de la filosofía perenne. De acuerdo a los
mitos en torno al origen del Grial, se nos dice que éste fue labrado
por los ángeles en una esmeralda desprendida de la frente de Lucifer
cuando éste cayó. Confiado a Adán en el Paraíso terrenal, perdido
después del pecado original, el Grial fue recobrado por Set, que pudo
entrar en el Paraíso terrenal, y luego por otros, antes de Cristo.
De la misma forma, en uno de los prefacios a Las moradas filosofales de Fulcanelli, dedicado a la alquimia, se dice que:
[...] el espíritu universal ocupa un lugar importante, en
base misma de la gama polícroma de la Gran Obra. Ese spiritus mundi
disuelto en el cristal de los filósofos produce aquella misma esmeralda
que se desprendió de la frente de Lucifer en el momento de su caída, y
en la cual fue tallado el Graal.
De modo que el Grial se transforma en el símbolo de una sabiduría
perdida tras la expulsión del Paraíso, es decir, tras la pérdida del
contacto entre el hombre y la divinidad. Sin embargo, uno de los hijos
de Adán, Set, lograría recuperarla y transmitirla de generación en
generación a unos pocos elegidos.
La copa está tallada en una esmeralda caída de la frente de Lucifer.
Éste, erróneamente confundido por ciertos ámbitos cristianos con
Satanás, es, al contrario, el ángel “portador de la luz”, del
conocimiento. La frente, precisamente, es el punto del tercer ojo, el
acceso al conocimiento trascendente según las tradiciones orientales. Y
la piedra es el símbolo arquetípico de lo eterno e inmortal. Más
concretamente en nuestro caso, la obra hermética en la que se recoge el
secreto de la “sustancia primordial”, la finalidad última del Ser, es un
breve texto atribuido a Hermes Trimegisto llamado Tabla de esmeralda.
La imagen de una copa apunta directamente al símbolo de las fuerzas
relacionadas con lo femenino, el recipiente que alberga. Desde la
perspectiva esotérica, el receptáculo material que permite contener y
catar, percibir con los sentidos, el brebaje espiritual, el líquido
divino. En otro conjunto simbólico, la virgen que, fecundada por la
divinidad, engendra dentro de sí al Cristo, el significado último de la
existencia humana, el hombre como “sí mismo”, que diría Jung.
Precisamente, en el evangelio de Lucas encontramos una genealogía de Jesús que
difiere de los otros textos y que muchos atribuyen a que se basa en la
ascendencia de María, mientras que Mateo sigue la ascendencia de José.
Lucas remonta la línea de sangre a, justamente, Set, el que recuperó el
conocimiento perdido. Así pues, María, la heredera de esa sabiduría, se
convierte en la madre del Cristo.
Para la simbología esotérica, la diosa es la representación del alma
descendida al mundo de lo físico. Es virgen porque, aunque está en
contacto con la materia, su esencia es siempre incorruptible, pues es de
origen divino. Sólo encontrando esa copa inmaculada es posible que se
vierta el brebaje de la inmortalidad.
Finalmente, hay otro símbolo
fundamental para entender el mensaje escondido en la imagen del Grial.
Es la flor mística. Este pasaje viene a cuento porque Guénon se refiere a
la abadía de Fontevrault, que es donde fueron enterrados Enrique II de
Inglaterra y su mujer Leonor de Aquitania:
En Oriente, la flor simbólica por excelencia es el loto;
en Occidente, la rosa desempeña lo más a menudo ese mismo papel. Por
supuesto, no queremos decir que sea ésa la única significación de esta
última, ni tampoco la del loto, puesto que, al contrario, nosotros
mismos habíamos antes indicado otra; pero nos inclinaríamos a verla en
diseño bordado sobre ese canon de altar de la abadía de Fontevrault,
donde la rosa está situada al pie de una lanza a lo largo de la cual
llueven gotas de sangre. Esta rosa aparece allí asociada a la lanza
exactamente como la copa lo está en otras partes, y parece en efecto
recoger las gotas de sangre más bien que provenir de la transformación
de una de ellas; pero, por lo demás, las dos significaciones se
complementan más bien que se oponen, pues esas gotas, al caer sobre la
rosa, la vivifican y la hacen abrir. Es la “rosa celeste”, según la
figura tan frecuentemente empleada en relación con la idea de la
Redención, o con las ideas conexas de regeneración y de resurrección.
[…] Aparte de las representaciones en que las cinco llagas del
Crucificado se figuran por otras tantas rosas, la rosa central, cuando
está sola, puede muy bien identificarse con el Corazón mismo, con el
vaso que contiene la sangre, que es el centro de la vida y también el
centro del ser total.
Leonor de Aquitania es una figura principal en el mecenazgo de los
trovadores y la difusión de las leyendas del Grial. Más aún, su abuelo
fue Guillermo IX de Poitiers, primer trovador provenzal del que se tiene
constancia. ¿Qué tiene que ver la poesía trovadoresca con el Grial? En
realidad, el tema del amor a la mujer idealizada está muy vinculado con
las corrientes cátaras que poblaban la región por aquellos mismos
tiempos: trasciende el aspecto físico y se muestra como punto de partida
para ascender en el camino espiritual.
La dama provenzal representa la aspiración a la sabiduría alcanzada
por el conocimiento de las leyes de amor, la doctrina secreta a la que
aspira el iniciado. Los “secretos del amor” no pueden ser revelados,
sino que se han de guardar celosamente. De nuevo, las diosas del
amor grecolatinas escondidas en la literatura gnóstica.
El ejemplo más conocido y principal punto de referencia de este trasvase es El asno de oro,
en que Apuleyo narra la historia de Lucio quien, para dejar de ser el
asno en que se ha convertido y volver a su forma humana, habrá de comer
las rosas que porta un sacerdote de Isis.
Para añadir más historia al asunto, Enrique II, el marido de Leonor,
era un Plantagenet, apodo con el que se conoció al padre de la
saga, Geoffrey de Anjou, porque, según dice la leyenda, siempre portaba
una planta de genista de cinco pétalos. La relación de la flor mística,
símbolo de redención, con el número cinco nos lleva a los orígenes
conocidos de todo este embrollo: la escuela pitagórica. De ella y de
cómo su conocimiento llegó a la Francia del siglo XII ya hemos hablado en otra ocasión. Y allí está la clave de todo.
Pero citaremos otra referencia que nos ampliará la visión. Según las indicaciones de Charpentier, y tal y como apuntan otros autores como Juan García Atienza,
el conocimiento secreto templario se basaba en un esoterismo
telúrico que se remonta a las enseñanzas del egipcio Toth, las cuales
enlazan de una civilización a otra desde la construcción de las primeras
pirámides hasta el Templo de Salomón, el Hermes griego, el Mercurio de
los romanos y, común a todas ellas y anterior, el
legendario Lug precéltico. El heredero cristiano de estos arquetipos
del conocimiento sagrado no sería otro que San Miguel Arcángel, uno de
las figuras más ensalzadas en las construcciones templarias.
Arquitectura sagrada para la representación de símbolos eternos. Tal
es la gran obra física del arte gótico, cuyo padre espiritual, Bernardo
de Claraval, es al mismo tiempo el padrino del Temple y el abanderado
del culto mariano, a cuyos pies se rindieron los grandes nobles de la
época. Entre ellos, nuestra enigmática y admirada Leonor de Aquitania.
Estamos, en fin, ante un único
principio sagrado universal que se oculta tras las máscaras de
diferentes expresiones simbólicas desde que el hombre es hombre, siempre
en el marco significativo de lo oculto, lo profundo, lo nocturno.
En definitiva, estamos ante aquello que permanece velado a la conciencia, de ahí que el siglo XX lo atisbe en el Inconsciente Colectivo tal
y como nos descubriera Jung, aunque ello despertase las críticas de
muchos ocultistas contrarios a esta “psicologización” de lo esotérico.
Erraticario
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