El filósofo que previó el concepto del multiverso en el siglo XIII
Plausiblemente,
casi desde el inicio del pensamiento abstracto existe la especulación
sobre la posibilidad de los universos paralelos. “¿Fui yo algo en alguna
parte?”, se pregunta San Agustín al inicio de sus Confesiones,
apenas un ejemplo de esa inquietud que conlleva elegir algo y al mismo
tiempo rechazar las posibilidades que se creen infinitas sólo porque nos
son inasequibles. La idea del “mejor de los mundos posibles” de Leibniz
parte también de ese principio: tomando en cuenta o no a Dios, ante la
multitud de posibilidades que se abandonan, que permanecen latentes y
las que dejan de ser, la única solución lógica parece ser convencernos
de una teleología cuya comprensión se nos escapa, pero que de un modo
misterioso asegura que no puede existir nada mejor que esto.
Para sorpresa de muchos, estas
reflexiones intuitivas han sido parcialmente corroboradas por la ciencia
contemporánea, en especial por la física cuántica, la astrofísica, la
cosmología y otras disciplinas surgidas a raíz de la observación de las
partículas subatómicas y su muy singular comportamiento, el cual en
varios casos contradice la lógica newtoniana.
En este sentido, una de las nociones más interesantes, inquietantes también, es la del multiverso, la cual grosso modo
propone que no existe un único universo, sino que todos los posibles
coexisten en el espacio-tiempo, porque quizá éste sea infinito. Como también lo vio Borges,
“esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que
secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades”. ¿Por qué razón?
Porque el universo puede ser infinito, pero las formas que puede tomar
la materia son finitas. De nuevo Borges,
en una comparación que puede aclarar el concepto, enuncia: “postulado
un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible
es no componer, siquiera una vez, la Odisea”.
Hace poco, un equipo de investigación
dirigido por Giles Gasper, de la universidad inglesa de Durham, tradujo y
analizó por primera vez en la historia un texto escrito en latín en
1225 que lleva por título De Luce (Sobre la luz), en
el cual su autor, el filósofo Robert Grosseteste, explora con admirable
lucidez la idea de la forma del universo desde una perspectiva
matemática.
Entre otros motivos, el manuscrito de
Grosseteste no había sido estudiado con suficiencia debido a la
complejidad de las ecuaciones con que desarrolló su argumentación. De
ahí que los investigadores hayan recurrido a un programa computacional
que pudiera resolver las operaciones propuestas por el filósofo, pensada
a la luz de la concepción aristotélica del cosmos, según la cual éste
estaba conformado por nueve esferas que se contenían entre sí, desde
nuestro planeta como la más interna, hasta el éter como la frontera
última.
Partiendo de este principio, Grosseteste
pensó que en el principio la luz y la materia estaban unidas, y eso era
lo existente, pero en un instante ocurrió una explosión que liberó a
ambas, y luz y materia comenzaron a expandirse, a buscar otros límites, y
poco a poco el universo fue conformándose.
Como se ve, esta idea formulada en la
Edad Media por un obispo inglés guarda una semejanza inquietante con la
hipótesis del Big Bang como momento originario de las estrellas, los
planetas, los asteroides y todo aquello que ahora conocemos como
universo.
Pero Grosseteste no se detuvo ahí. Según
el filósofo, una vez que la materia se conformó en el espacio, comenzó a
irradiar un tipo de luz al que denominó lumen, el cual reunió
la materia “imperfecta” para desplazarla, una descripción que los
investigadores comparan a la explosión de una supernova.
En cuanto a la materia “perfecta”, ésta se cristalizó en una esfera dentro de otra que también irradiaba lumen. Al final, la materia imperfecta formó el corazón de todas las esferas, un poco como el núcleo candente de nuestro planeta.
Las coincidencias con las explicaciones
actuales sobre la formación del universo son sorprendentes, y más
todavía el hecho de que Grosseteste haya considerado que la suya era una
de las soluciones posibles, coherente en función del lugar desde donde
realizaba sus observaciones y, por lo tanto, una que podía cambiar si
dicho observador también cambiaba. “Un argumento lógico del que se
enorgullecería un físico moderno”, según la opinión de Richard Bower,
otro de los investigadores participantes en el estudio de De luce.
Algunos estudios de física cuántica
sugieren que la materia también posee algún tipo de memoria. La
hipótesis del entrelazamiento cuántico, por ejemplo, sugiere que dos
partículas que al principio del universo estaban unidas, conservan dicho
vínculo sin importar la distancia que las separe ―y entonces pueden
intercambiar información. ¿Pero no al principio todo lo que existe
formaba parte de un mismo y único corazón de energía y materia? Acaso
también, de algún modo secreto y misterioso, Grosseteste, la materia y
la energía de la que estaba hecho, guardaban memoria de todo esto antes
de que otros comenzaran a descubrirlo.
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