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General: LOS MUÑECOS
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De: estetica (Mensaje original) |
Enviado: 13/10/2014 13:56 |
Los muñecos
Sebastián me contó que sus hermanos eran diferentes. Cuando llegué a la casa los dos estaban jugando en el suelo, haciendo ruidos guturales que solo ellos entendían, pues parecían comunicarse con ellos; eran gemelos. Había entablado amistad con Sebastián en la escuela, y en esa ocasión me invitó a pasar el día en su casa. Ambos teníamos nueve años; sus hermanos seis. Su casa era enorme, y a esa edad me pareció un palacio. Cuando entramos a la habitación donde tenían los juguetes quedé con la boca abierta. Tenían estantes y estantes repletos de juguetes de todo tipo, también había cajas donde se amontonaban algunos. Los hermanos de Sebastián se entretenían “hablando” entre si con aquellos sonidos incomprensibles para los demás.
- ¿Ellos no juegan? -le pregunté a Sebastián, con la imprudencia y falta de tacto que tenía a esa edad. - Antes jugaban -me contestó-, pero últimamente no, ya no les gustan estos juguetes. - Nos gustan los muñecos de la ventana -dijo uno de ellos, volviéndose hacia nosotros. - Sí, los muñecos de la ventana -afirmó el otro, señalando la abertura.
Sebastián se notó algo sorprendido, evidentemente creía que no estaban prestando atención a lo que hablábamos, y creo que no escuchaba muy seguido la voz de sus hermanos.
- ¿Los muñecos de la ventana? -pregunté, y miré hacia la única ventana que tenía la habitación. - Es algo que inventaron -me susurró Sebastián.
Jugamos casi toda la tarde. Después tomamos té junto a sus padres en un salón inmenso. Aquello no estaba mal, comparado con comer un trozo de pan con manteca sentado en un escaloncillo del fondo de mi casa, sin embargo, no cambiaría el familiar escenario donde el sol descendía filtrando rayos de luz entre los naranjos, por la vastedad fría de aquel salón. Les caí tan bien a los padres de mi amigo que me invitaron a cenar. Cuando acepté fueron hasta mi casa (porque no teníamos teléfono) para avisarle a mis padres. Bajo las sombras de la noche aquel inmenso hogar me resultaba ahora algo inquietante. Cualquier ruido se amplificaba y deformaba al pasar por las inmensas habitaciones. Mirábamos televisión cuando los hermanos de mi amigo voltearon a la vez hacia un corredor, como si los hubieran llamado, se levantaron y fueron rumbo al salón de los juguetes. Poco rato después tuve que ir al baño. Cuando volvía por el corredor recordé lo de los muñecos de la ventana.
La puerta donde se hallaban los gemelos estaba entornada. Los dos estaban sentados en el suelo, con la vista levantada hacia la ventana, y sonreían. Entonces entré a la habitación y también vi a los “muñecos”. Eran dos monstruos pequeños, como duendes, tenían la cara ennegrecida y lucían rasgos demoníacos, pues tenían cuernos y cabeza alargada. Se movían como si estuvieran danzando o representando algo. Estaban tras el vidrio. Al verme se desvanecieron, pero antes dijeron algo incomprensible. Inmediatamente los gemelos me miraron disgustados. Después de aquel susto ya no quería quedarme allí, pero de todas formas esperé la cena. Nunca más volví a pisar aquella casa, y no mucho después toda la familia se mudó de ciudad, y desde esa época la casa está abandonada. |
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De: GILDA08 |
Enviado: 14/10/2014 12:45 |
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De: Marti2 |
Enviado: 15/10/2014 03:49 |
Todos los halloween
Desde ese halloween, cada vez que llega esa fecha, paso un día terrible y una noche peor, aunque no he vuelto a ver a aquella cosa. Como en mi ciudad no hay ninguna actividad el día de halloween, planeamos la nuestra, y un pequeño grupo de jóvenes nos reunimos durante la noche en la plaza que hay frente al cementerio; y ahí nos pusimos a contar cosas tenebrosas; cuentos que conocíamos o inventábamos en el momento. La plaza es más bien una manzana despoblada con algunos bancos, unos hamacas y unos árboles. Cruzando una calle angosta se encuentra el cementerio. En todo el largo de esa cuadra, donde corre el muro del campo santo, hay pinos en la vereda, unos pinos altos y delgados, y está el gran portón de rejas de la entrada. Era una noche calurosa. Alrededor de las luces de la plaza pululaban cientos de insectos nocturnos de vuelo errático, que tanto chocaban contra las luces como contra nosotros. Por momentos soplaba una ráfaga de viento cálido que cruzaba rumorosa entre los pinos. Cuando uno contaba un cuento de terror los demás escuchábamos atentamente, pero ante un final absurdo o que no asustaba nos echábamos a reír y a hacer bromas. Nos estábamos riendo a carcajadas, cuando un hombre que cruzaba por la plaza nos reprochó: - Tengan más respeto - nos dijo -, están frente al cementerio. - Y qué importa - objetó uno de mis compañeros -. No estamos molestando a nadie. - Siga su camino que nadie le preguntó nada, viejo metido - dijo otro. Ante esas palabras el viejo se fue y volteo hacia nosotros varias veces hasta que estuvo lejos. Seguimos con nuestros cuentos, las bromas, las carcajadas estridentes, y la noche fue avanzando. Una luna llena, ya algo desgastada, asomó detrás del muro del cementerio y se fue elevando entre dos pinos. Observando a la luna, noté que sobresalía algo en el filo del muro. - ¿Qué es aquello que está arriba del muro? - pregunté señalando el lugar; todos voltearon. - Parece la cabeza de una persona - observó uno. En ese momento también me parecía una cabeza, la cabeza de alguien que estaba tras el muro, del lado del cementerio. Creo que todos sentimos lo mismo: un terror súbito, pero aun así seguimos mirando. La luna marcaba perfectamente el borde del muro y el contorno de aquella cabeza. Desde nuestro lugar no distinguíamos sus facciones (por suerte), pero un movimiento rapidísimo de la cabeza nos dio a entender que no era un humano (por lo menos ya no), pues se desplazó lateralmente por el borde del muro como si su cuerpo estuviera flotando, o como si solamente fuera una cabeza levitando. Ahí sí reaccionamos y cada huyó hacia su hogar. Poco rato después de llegar a mi casa me fui a acostar, mas la claridad que daba en mi cara me hizo levantar y fui a cerrar la persiana, y cuando lo estaba haciendo, vi, con la visión periférica, que aquella cosa me observaba desde lo alto del muro de mis vecinos. Mis compañeros no volvieron a verla después de huir de la plaza, pero esa noche todos experimentaron la aterradora sensación de ser observados. |
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De: Marti2 |
Enviado: 15/10/2014 03:49 |
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